martes, 1 de febrero de 2011

San Agustín Del libre albedrío Libro II y III

En los libros II y III del escrito de S. Agustín titulado Del libre albedrío complementa lo que anteriormente analizamos en el libro uno acerca del origen del mal. Ahora en estos libros quiera seguir la misma línea acerca del mal o pecado, pero desde la perspectiva de porqué se nos ha dado el la libertad o el libre albedrío si es la causa de pecar, por otro lado, cómo es que el hombre se aleja del mal si su meta es la felicidad que proviene de Dios.

Prácticamente podemos asumir que en estos libros se habla más de dar una justificación de cómo conoce el hombre y, que por medio de este acto de conocer, conoce a Dios y conociéndolo puede encontrar la forma de cómo alcanzarlo. Es por ello que comienza con esta interrogante: L II, cap., I, 360.“Explícame ya, si es posible, por qué ha dado Dios al hombre el libre albedrío de la voluntad, puesto que de no habérselo dado, ciertamente no hubiera podido pecar”, queriendo con esto quizás manipular el diálogo para lograr un cometido, respondiendo pues, que Dios a dado al hombre el libre albedrío para poder obrar rectamente y así, poder realizar todo el bien que hay en el él, y cuando no hace esto, según su razón, Dios que es toda justicia, castiga o premia según las acciones del hombre.

Es así que, el libre albedrío es con lo cual el hombre elige obrar, por tanto, si careciese del libre albedrío de la voluntad no podría darse el bien que hay en él, por ende, no habría una justicia que premiara o castigara. Y si se castigara o premiara sin haber tenido una elección libre el hombre, sería injusto el juicio al que se le sometería por sus actos, pues, sólo actuaría porque así está establecido.

Con esto surge un problema, si Dios nos ha dado el libre albedrío y nosotros libremente pecamos, porqué nos los dio si sabía que pecaríamos. Para responder a este planteamiento, es menester, identificar qué hace al hombre excelente de los demás seres vivientes.

Para llegar a la respuesta del problema planteado, se utiliza un cierto método inductivo, el cual, empieza reconociendo la existencia del hombre. En este caso, el hombre es el punto de partida para responder cuál es lo más noble y excelente que hay en él, podemos ver aquí, que a una pregunta surge otra, la cual, se va acercando a un hecho en particular, el acto del conocer.

Para esto, identifica tres puntos importantes: la existencia del propio sujeto, la vida y el pensamiento: L II, cap.,III,366 “Puesto que es evidente que existes, y puesto que no podría serte evidente de otra manera si no vivieras, es también evidente que vives”. En segundo lugar, se tiene que, al reconocerse que se existe se vive, en consecuencia, también piensa. Por tanto, al distinguir estos tres niveles o grados del ser en el mundo se parte para separar quienes pueden conocer y porqué, y hasta qué punto.

Así se establece quiénes poseen estos grados de conocimiento determinando que el cadáver tiene el primer grado (existe), el animal dos (existe y vive) y el hombre los tres (existe, vive y piensa). Con esto, se concluye que el hombre existe, vive y además alcanza el grado máximo, el del pensamiento.

Sin embargo, admite que hay cierta semejanza entre los animales y el hombre, en cuanto que, comparte parecidas formas de conocimientos, esto es, que utilizan los sentidos externos e internos [identificados por S. Agustín] para conocer determinada cosa o todas las cosas según sean los sentidos que se utilicen.

Se dice pues,que por los sentido externos: vista, tacto, oído, gusto, olfato, sentimos algo en específico, p.e., el olor (olfato), suavidad o aspereza (tacto). Pero que, en algunos casos, los mismos objetos son comunes a varios sentidos, es decir, que se puede identificar rasgos del propio objeto pero de diferente manera.

Dando con esto, otra cuestión, cómo saber las cosas que son comunes a los sentidos o propio de cada sentido, para solucionar esto, S. Agustín dice que hay un sentido interno que integra todos los elementos percibidos por los sentidos externos a la vez que, reconoce de dónde provienen cada uno de ellos.

Así pues, a través de los sentido externos se nos transmiten un cierto testimonio de los objetos y es función de los sentidos internos el moderar los impulsos a detenernos o interesarnos por algo. Todo este proceso también es realizado por los animales, pues, ellos lo hacen por necesidad de supervivencia sin tener elección de elegir qué cosas hacer o qué cosas aceptar de lo que se obtiene a través de los sentidos y es en esto donde el hombre lo supera. Porque, es por medio de la razón que el hombre hace un cierto descernimiento , L II, cap., III,370“a fin de que los objetos puedan ser diferenciados entre sí por sus propios límites, y esto no sólo por los sentidos, sino también comprendiéndolos científicamente” por el uso de la razón.

Con la ayuda de los sentidos externos e internos la razón obtiene conocimientos de las cosas con las que hace objeto de la ciencia. Sin embargo, hemos de remarcar los sentidos internos, pues, el propio autor da peso a ello. Esto se da por el hecho de que, en primera, los sentidos son mejores que las cosas, ya que, sólo lo poseen quienes existen y viven, en segunda, porque éstos [sentidos externos] perciben las cosas que se les presentan sin más, mientras que los internos, son los que moderan y juzgan, por decirlo de alguna manera, las acciones de los sentidos externos, pues, si lo que le interesa al interno no se le da, éste lo reclama y exige para que cumpla su función, p.e., cuando el ojo está cerrado y el sentido interno quiere ver, manifiesta esta inquietud. Cap. V, 375 “aquel sentido interior juzga de los sentidos exteriores cuando aprueba su integridad y cuando les exige debido lo que les falta, y que a su vez los mismos sentidos corporales juzgan, en cierto modo, de los mismos cuerpos aceptando su contacto suave y agradable y rechazando el contrario”, y esto lo hace por la única razón de mostrar que a partir de ello, fundamenta el libre albedrío que el hombre tiene, es decir, de elegir y juzgar lo mas conveniente.

Esto implica que el hombre es el único que puede juzgar todo el proceso del acto de conocer, pues, el animal se queda en el sentido interno en el momento que lo utiliza para identificar los momentos de peligros o evitarlos. Por el contrario, el hombre no se queda en este sentido interno sólo para utilizarlo en relación a una necesidad, sino que utiliza la inteligencia, la razón, para juzgar todo que le llega a través de los sentidos y elegir. Por tal motivo, es la razón el grado por excelencia que posee el hombre.

Sin embargo, aunque se demuestra con estos argumentos que la razón es lo que el hombre posee como lo mas excelente y es la que domina o gobierna los demás sentidos, hay algo más arriba o superior a la misma razón, ya que la razón es mudable y mortal dado que, conoce la verdad de las cosas en la medida en que los sentidos se lo permiten. En consecuencia, debe de haber alguien que sí tenga conocimiento de todo y la vez, así como la razón es para el hombre quien gobierna los demás sentidos por ser éstos deficientes porque no se gobiernan por sí mismas, también la razón que no puede conocer todo debe tener quién lo pueda juzgar. Y este es Dios, porque la razón sin la ayuda de los sentidos no puede conocer la verdad de las cosas y Dios por sí mismo puede conocer todo. Es por ello que, la razón del hombre está regida por Dios que es un ser inmutable y más excelente sobre todas las cosas y cuando se une a Él se convierte en inmutable y eterno. Desde mi punto de vista, es ésta la razón por la cual S. Agustín manifiesta este tipo de planteamiento y lo desglosa de esta forma, pues, quiere mostrar que en lo que se cree también puede sustentarse por medio de la razón y no sólo por la fe. En consecuencia de estos hechos, determina S. Agustín que, existe Dios, pues es el padre de la Sabiduría, el que conoce todo, que conduce por el camino correcto y esto ya no sólo por la fe se descubre sino con ayuda de la razón.

Concluye, pues, en este segundo libro afirmando que el hombre, al que se le ha dado el libre albedrío para obrar rectamente, sólo lo puede hacer aferrándose o uniéndose a la verdad y sabiduría, esto es a Dios.

Libro III

En este parte se acerca a una cierta fisiología (hoy física) para determinar, ya no el origen del mal o porqué Dios a dado al hombre el libre albedrío. Más bien, cuál es el origen del movimiento que hace al alma apartarse del bien. Lib III, cap. I, 388 “¿ Y niegas que el movimiento con el que una piedra se mueve sea el movimiento de la piedra? No hablo aquí de aquel movimiento con el que la movemos nosotros o es movida por una fuerza extraña, como cuando es lanzada hacia arriba, sino de aquel con el que por su propio peso se dirige y cae a la tierra”. Con esto podemos admitir una cierta analogía entre la piedra que por su propio peso cae y el alma del hombre que por su voluntad peca. analicemos brevemente cómo se da esta problemática que presenta S. Agustín y si, de alguna forma, puede responder.

Antes que nada, explica que toda acción voluntaria implica demérito o mérito según se actúe. De ahí se sigue que, Dios sabiendo que el hombre pecaría lo creo y le otorgo el libre albedrío por una sola razón, según nos hace suponer, para que se reconociera a un Dios que guía y conduce, que es justo y bondadoso. Pues, quien se deja conducir por Él alcanza la sabiduría divina, por consiguiente, la dicha o bienaventuranza.

Así pues, sabiendo Dios que pecaríamos nos hizo, porque también Él a determinado que alcanzaríamos el fin por el cual no hizo, sin embargo, nosotros tenemos que desear alcanzarlo y es aquí donde tiene importancia la voluntad, pues ésta es la misma que la de Dios. Dios no ha dado su voluntad y esta voluntad pues, está en nuestro poder, por tanto, si está en nuestro poder y no en la de Dios, pues éste nos lo ha dado, en consecuencia, decidimos si seguir el camino que lleva a la felicidad o de alejarnos de la meta, que es la felicidad.

Por tanto, si no alcanzamos o caemos en errores, que es lo mismo que pecar, podemos volver al camino recto si es que no nos hemos alejado hasta el extremo del bien, pues es Dios el único que puede perdonar. Ya que, el alma que posee el hombre, por más que sea desdichada o reciba el castigo por sus obras, sigue siendo la más maravillosa porque está por encima del cuerpo.

Con esto, se habla de un tipo de cosmología, pues, nos expresa una cierta jerarquía del mundo, del mismo modo, que introduce aspectos ontológicos al expresar dichos argumentos, al decir, que el ser quiere dejar de ser cuando su situación es desdichada o se ha apartado del bien y no quiere ser lo que es para vivir tal desgracia.

En conclusión, expresa que el origen de que el alma se mueva o aparte del bien es su propia libertad, es decir, que el libre albedrío es quien, por tener el poder de seguir el camino recto o no, es la causa de su dicha o desdicha y que hay alguien que premia o castiga, y este es Dios.

Bibliografía

FERNANDEZ, Clemente S.I, Los filósofos Medievales, selección de textos, “San Agustín, De libre albedrío”, Tomo I, BAC, Madrid, 1979, pp. 222-269.

1 comentario:

  1. La relación que se hace entre Dios y el hombre, me parece acertada, y más cuando se maneja el libre albedrío como aquella capacidad del hombre para elegir y juzgar lo más conveniente, la cuestión que me surge es ¿porque se habla de bondad de Dios y después hablas de un posible castigo hacia el alma, según sus acciones?, porque Dios ya sabía que el hombre pecaría, o ¿no?

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