miércoles, 29 de febrero de 2012

Descripción introductoría a las obras de Marsilio Ficino: El comentario al “Banquete” de Platón o sobre el amor y la Teología platónica



El oro que se encuentra en Platón difícil de descubrir amalgamado aún con escorias, luce, tras dura purificación por el fuego, en Plotino, Porfirio, Jámblico y Proclo.[1]
Antes de iniciar con la descripción de los puntos más sobresalientes del comentario creado por un magnífico artífice del renacimiento, me parece conveniente ubicar al lector en este periodo de manera sintética, cuyas especificaciones conducirán los puntos notables que he destacado de cada uno de los siete discursos así como de los catorce libros que comprenden El comentario al “Banquete” de Platón o sobre el amor y a la Teología platónica, respectivamente.
No son ya los honores de los caballeros ni los ideales del Medievo, sino otro el motor que conduce al hombre a colmar su deseo de descubrir el mundo y al hombre mismo, los acontecimientos acaecidos en este periodo van forjando un redescubrimiento a lo antiguo, es la misma antigüedad renacida la que surge e impacta al siglo XV, siendo el platonismo renacido el momento esplendoroso de la época, cuya influencia se impregna en la dimensión espiritual y se plasma en las manifestaciones artísticas. Nuestro autor ejerce un papel importante en este movimiento que encuentra el origen de su irradiación en Florencia, Italia y particularmente en la academia florentina que alojó la tradición platónica a cargo de Ficino aproximadamente en el año de 1482,[2] es ahí donde se buscaba una especie de amalgama del cristianismo con lo griego, cuyo resultado ofrecía un alto interés por la belleza y el mundo, es cierto que ya los padres de la iglesia habían rescatado muchos valores neoplatónicos, sin embargo aquellos conservaron la prudencia del carácter cristiano mediante el vínculo espiritual plotiniano y la gracia divina ligada a Platón, aquí el énfasis recae, hasta cierto punto, sobre el aspecto pagano, por lo que en un momento determinado es vista por el cristianismo de entonces como una amenaza a la necesidad de la gracia suprema, tanto que se resalta lo humano sin caer en la cuenta de sus flaquezas viéndose débil ante sus propios instintos.
Ahora de manera condensada presento esta breve descripción sobre la obra de Marsilio Ficino cuyo título ya conocemos, el creador del comentario inicia con el característico orden argumentativo que distingue a la escolástica aún prevaleciente en él, siendo así que en el primer discurso encontramos el origen del amor que se remonta al inicio de todos los tiempos, según uno de los cantos que Orfeo dirige a sus argonautas, donde se precisa que el amor es lo más antiguo y que se ubica en el centro del caos.
El amor es el más antiguo, de por sí perfecto y muy sensato. Con Orfeo y con Mercurio están de acuerdo Hesíodo en su Teología y el pitagórico Parménides en el libro sobre la naturaleza.[3]
Así mismo, se permite explicar al caos en tres mundos, donde el primero es Dios quien ha creado todas las cosas, pero ¿qué es lo que crea? Primeramente crea la inteligencia angélica, después el alma del mundo y, finalmente el cuerpo del mundo.[4] Considero que es sumamente revelador de la carga platónica con la cual sustenta sus argumentos, de tal modo que es sencillo predecir que todo lo creado exige un retorno a su creador en aquel conjunto de ideas albergadas en la inteligencia adherida a Dios, dicha creación alberga, como ya he dicho, el amor, sin embargo es preciso señalar como lo recuerda Marsilio, que se debe entender por amor el deseo de la belleza en tanto a una cierta gracia que, por lo común, nace ante todo de la armonía de muchos elementos,[5] tal belleza podemos clasificarla en tres respondiendo a las condiciones humanas que permiten su percepción; la de los cuerpos, la de las almas y la de las voces. Ante tales afirmaciones entendemos que en la belleza de las cosas resplandece la belleza divina y además atiende el deseo del amor y así lo contrario a ella, es decir la fealdad, nos aparta del amor.
Por otro lado, discurre sobre el alma del hombre.
En consecuencia, el hombre sólo es el alma; el cuerpo es su obra y su instrumento. Tanto más cuanto que el alma ejerce su operación principal, es decir su inteligencia, sin ningún órgano corporal ya que entiende por ellas cosas incorpóreas, y por el cuerpo se conocen sólo las corporales.[6]
Es bastante clara la pretensión dualista que el autor propone en esta aseveración acerca de lo que concibe por alma, sin embargo para reafirmar todo esto concluye, si, pues, el alma obra algo por sí misma, existe y vive por sí misma; lo que obra sin un cuerpo vive sin un cuerpo.
Con base en lo mencionado podemos caer en la cuenta de que la belleza es entonces incorpórea, pero cómo puede ser si está claro que hemos considerado la belleza de los cuerpos, sin embargo no se llama belleza en sentido igual a cada una de las tres cosas en las que la encontramos, ya que en el cuerpo la belleza, en razón de su materia, puede perderse por causa de su sujeción al accidente.
Por último, el autor nos retorna al amor y especifica sus cuatro especies y su utilidad. Primeramente la caída del alma, del Uno, principio del universo, a los cuerpos se verifica en cuatro grados: por la inteligencia, por la razón, por la opinión y por la naturaleza[7] tal caída es múltiple, pero ordenada y es útil por el hecho de que por sí misma sube al Uno y está iluminada por el rayo de la mente divina, es decir que concibe las razones universales. En tanto a las especies del alma, la ubicamos en delirios que la elevan en dirección al uno, a saber, el delirio poético, el místico, el profético y el amoroso que dependen a su vez de las musas, de Dionisio, de Apolo y de Venus[8].
Es sumamente evidente la prioridad sobre el aspecto griego y que parece una eminente amenaza al cristianismo de caer en lo pagano.
El siguiente apartado corresponde a la Teología platónica, que es en realidad muy breve, teniendo en cuenta la acotación que aclaré al inicio de este texto y que su discurso primordial versa en torno al alma.
El autor sugiere que para conocer a Dios es preciso conocer el alma que refleja el rostro divino y para alcanzar tal cometido es necesario el propio conocimiento de la belleza del alma que habita en el hombre.
Rompamos cuanto antes, almas celestes, ávidas de la patria celeste, las ataduras de nuestras cadenas terrenales, para que, elevados por las alas platónicas y guiados por Dios, alcancemos el vuelo más libremente hacia la mansión etérea, donde tendremos la dicha de contemplar la felicidad de nuestro linaje.[9]
Nuevamente acuñamos en esta cita el carácter dualista del autor que da mayor importancia al alma que al cuerpo, hasta este punto pareciera ser contradictoria la aseveración acerca de la supremacía del mundo y lo humano sobre la gracia y lo divino, sin embargo recordemos que subsiste con el renacimiento de lo antiguo, por lo que el texto utiliza estos argumentos para resaltar la dicha mayor del hombre, entiéndase entonces que se atiende al hombre mismo y no tanto al aspecto de la gracia.
Finalmente Ficino resalta la aspiración del alma para llegar a ser Dios por medio de doce atributos que Dios posee y que los hombres se esfuerzan por conseguir, tales serán conseguidos únicamente por iniciativa de Dios mismo, seguido por el deseo del alma de retornar a él que es su origen, entonces no entendamos el ser Dios literalmente sino …que se reviste de la forma de Dios, como el aire no se hace fuego si no recibe la forma del fuego… así como la materia del aire, que estaba antes sujeta a la humedad y el calor del aire, pierde su humedad y conserva su calor en virtud de la potencia del fuego[10]el hombre se reviste de la sustancia divina que es el fuego.


Bibliografía

Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Editorial BAC, 1990.
Hirschberger Johannes, Historia de la filosofía I, Barcelona, Herder, 1981.




[1] Hirschberger Johannes, Historia de la filosofía I, Barcelona, Herder, 1981, p. 470
[2] Cfr. Ibid. p. 468
[3] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Editorial BAC, 1990.p. 4
[4] Cfr. p. 5
[5] Ibidem. p. 8
[6] Ibidem. p. 19
[7] Ibidem. p. 26
[8] Cfr. Ibidem p. 27
[9] Ibidem. p. 32
[10] Ibidem. p. 56

Erasmo de Rotterdam: algunos escritos


Desiderio Erasmo de Rotterdam, originalmente llamado Gerardo, cambia su nombre por el que actualmente se le conoce, que significa (en latín y griego) lo que se desea. Sobre su fecha y lugar de nacimiento se tienen algunas dudas, aunque se le ubica entre 1466 y 1469, en Holanda, su muerte se conoce fue en Basilea en 1536. Hombre interesado en las letras, en el griego y en el latín. Ingresa en el seminario y es ordenado sacerdote, situación que dejará posteriormente bajo la dispensa de las órdenes sagradas. Por mucho tiempo se dedicó al profesorado Oxford. Amigo de Tomás Moro a quien dedica su obra  Elogio de la locura. En contra del pensamiento de Lutero escribe su obra Sobre el libre albedrío. En general se le conoce por su pensamiento humanista.
En esta ocasión presento el reporte de dos lecturas: la primera se trata de una antología textos y la segunda es propiamente el escrito de Erasmo de Rotterdam Elogio de la locura. En la antología encontramos la referencia a fragmentos de tres escritos de Erasmo, a saber, La guerra es grata a los inexpertos, Elogio de la locura (el cual abordaré cuando haga referencia a la segunda lectura)Educación del príncipe cristiano.
En La guerra es grata a los inexpertos se descubre una especie de defensa a la naturaleza del hombre y en ella a la paz, idea apoyada quizás por el contexto en el que vivió su autor. Los fragmentos presentados en la antología inician con la premisa de que “Dios ha creado al ser humano no para la guerra sino para la amistad”[1], esto se observa incluso en su nacimiento, siendo el único ser al que no se le haya dado ningún miembro para la lucha, incluso (Erasmo) llegará a afirmar que “sólo el hombre nace en tal estado, que por mucho tiempo depende en todo su ser del auxilio ajeno”.[2] Esto  nos indica que es también el único ser hecho para la amistad, que en palabras de Erasmo fragua y se consolida con la reciprocidad de favores. Concede posteriormente a la Naturaleza haberle dado al hombre algunas cualidades entre ellas el uso de la palabra y la razón, de la cual se deberá servir para “conciliar y fomentar la benevolencia”[3]; le inculcó además la aversión a la soledad y el amor a la amistad; y le otorgó “el afán por conocer las disciplinas liberales y el deseo ardiente de conocer, que así como contribuye a apartar el espíritu humano de todo sentimiento de crueldad, tiene también gran eficacia para granjear amistades”.[4] Todos estos dones que la Naturaleza ha brindado al ser humano muestran su tendencia natural a la paz y a la amistad, no a la guerra De este modo concluye el editor los fragmentos de este texto con la afirmación de Erasmo que dicta que “Dios puso al hombre en el mundo como a una cierta imagen de sí mismo, para que, a modo de una deidad terrestre, velase por el bienestar de todos.
Por lo que concierne al texto Educación del príncipe cristiano, destaca algunos rasgos importantes para aquel que va gobernar, en donde encontramos que lo mas importante es que “albergue los mejores sentimientos hacia Cristo (…) medirlo todo con la regla de los verdaderos males y  los verdaderos bienes, pensando que nada es verdaderamente sino lo que está unido a la iniquidad, y nada verdaderamente bueno sino lo que acompañado de la honestidad”.[5] Posteriormente explica la importancia de no perderse por el afán de poder o de felicidad, pues ésta ultima viene dada sólo por la sabiduría, la integridad y el proceder honesto. Por último explica el por qué de esta educación que otros pensarían es propia de los filósofos, y la justificación que da Erasmo es que “si no se es filósofo, no se puede ser príncipe”,[6] se podrá ser tirano o uno más del vulgo, pero verdadero príncipe no.
En la antología aparece también el Elogio de la locura, sin embargo para este texto me he remitido no a los fragmentos sino al texto completo. “Elogio de la locura es una sátira en llaga viva, en la que la misma locura se burla de la falsa religiosidad y otras ideas y sentimientos enfáticamente mantenidos por aquellos que en realidad los escarnecen: el amor, el patriotismo, la ciencia”.[7]

A manera de discurso la Locura se presenta y se defiende ante un público y después de justificar que es precisamente por ser coherente con su locura que se alaba y canta sus propios méritos en esta presentación, advierte que no es posible definirse a si misma porque sería ponerle límites y ella no los tiene, sin embargo se expresa de sí misma como la “verdadera distribución de bienes”[8]. Y al mismo tiempo en que se defiende a sí misma, ataca a aquellos que se hacen pasar por sabios, pues dice: “los retóricos de nuestros días que se creen pequeños dioses cuando, como la sanguijuela, se sirven de su lengua y consideran como algo maravilloso mezclar, sin pies ni cabeza, en un discurso latino algunas palabras griegas para darle un sentido enigmático”.[9]
Concebida por su madre la Juventud, vio la primera luz en las Islas Afortunadas. Sus seguidores: el Amor Propio, la Adulación, el Olvido, la Pereza, la Voluptuosidad, la Demencia y la diosa de las delicias. Y en cuanto a los bienes que otorga, el primero de ellos es la vida, ya que incluso el mismo Júpiter (Zeus), se disfraza de pobre comediante cada vez que siente deseos de procurar ser padre, además de que si se debe la vida al matrimonio, el matrimonio es producto de la Demencia (uno de sus vasallos). Los dioses mismo recurren a ella, el hombre y la mujer; insiste en que la vida misma con todos sus sufrimientos no tendría sentido sino fuera por ella, es la locura misma la que sostiene las amistades. En cuanto al amor, éste viene por primeramente por el Amor Propio (otro más de los suyos), de ahí incluso viene la felicidad, pues qué es ésta sino estar contento con lo que se es y lo que se tiene, y es el Amor Propio quien regala este beneficio. Las ciencia y las artes no son sino el camino a la infelicidad y la insatisfacción eterna, incluso no son sino aquellas que se refieren al diario vivir las más útiles, a saber de la medicina, la política… Y aunque pudiera parecer contradictorio pero es la locura quien concede la prudencia:
“El sabio con la nariz metida siempre en los libros no aprende más que palabras sutilmente combinadas; el loco por el contrario expuesto continuamente a todos los caprichos de la suerte, aprende, a fuerza de reveses, la verdadera prudencia. Homero ciego como estaba, veía bien claro cuando dijo: “El loco aprende a ser prudente a su propia costa (…) La verdadera prudencia consiste, puesto que somos hombres, en no querer ser más sabios que lo que nuestra naturaleza permite.”.[10]

Dice también, que la sabiduría, la honestidad son propias no de hombres falsos que, llamándose a ellos mismos sabios, manipulan la verdad con las palabras. Hace posteriormente una crítica a los cultos falsos que manipulan el acercamiento a Dios; de las formas de vida ascéticas que no permiten disfrutar de la propia naturaleza…

La conclusión es que la locura es un anticipo de la felicidad eterna, sin embargo sus últimas palabras son:
“Y a propósito, había olvidado que os prometí terminar. Por lo demás, si creéis que he charlado demasiado o se me escapó alguna extravagancia un poco fuerte, no olvidéis, por favor, que es la Locura, y al mismo tiempo una dama la que os ha hablado. Recordad también este proverbio griego: Un loco dice a veces grandes verdades, a menos que penséis que las mujeres forman una excepción en esta regla general. Veo que estáis esperando la perorata final, pero os engañáis del todo si creéis que recuerdo algo de cuanto acabo de deciros. Los griegos decían antiguamente:odio al invitado que tiene demasiada memoria; y yo os digo ahora: odio al oyente que lo recuerde todo. ¡Adiós, pues, ilustres y queridos amigos de la Locura! ¡Aplaudidme, portáos bien y divertíos!”[11]

Bibliografía


Escuela de Filosofía Universidad de ARCIS. «Universidad ARCIS Autónoma.» Universidad ARCIS Autónoma. s.f. http://www.philosophia.cl/ (último acceso: 29 de Febrero de 2012).
Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Editorial BAC, 1990.
Trazegnies G., Leopoldo de. Biblioteca Virtual de Literatura. 9 de Diciembre de 1999. http://www.trazegnies.arrakis.es/bioerasm.html (último acceso: 29 de Febrero de 2012).



[1] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento,. Madrid, Editorial BAC, 1990, p. 198.
[2] Ibídem. p. 199.
[3]Ídem.
[4] Ibídem. p. 200.
[5] Ibídem. p. 206.
[6] Ibíd. p. 208.
[7]Rotterdam, Erasmo de, Elogio de la locura, consultado en: Escuela de Filosofía Universidad de ARCIS. s.f. http://www.philosophia.cl/ (último acceso: 29 de Febrero de 2012), p. 4.
[8] Ibídem. p. 6.
[9] Ídem.
[10] Ibídem. p. 20.
[11] Ibídem. p. 67.

La mejor forma de comunidad política. Utopía, libro segundo de Tomás Moro



Tomás Moro fue un filósofo inglés que vivió a finales del siglo XV e inicios del XVI d.C.. Fue cercano al gobierno del rey Enrique VIII de Inglaterra, quien en 1535 lo mandó decapitar. Dentro de su labor filosófica se encuentran varios textos.[1] Sin duda alguna el más importante es: Utopía, escrito en 1516. Dicha obra está dividida en dos libros. El primer libro es más propiamente una introducción sobre el problema filosófico del gobierno y la política. En ese mismo tiene un diálogo con Rafael Hitlodeo, uno de los tripulantes de la expedición de Américo Vespucio[2] que, en uno de los viajes, se extravió y llegó a la isla Utopía, que tenía el modelo ideal de gobierno. Así pues, dicho explorador le propone relatarle su experiencia en tan especial lugar. Tomás Moro acepta.

Así se inicia el libro segundo de la obra Utopía, que más propiamente es la presentación[3] de Rafael Hitlodeo de la mejor forma de comunidad política. El texto comienza propiamente narrando la situación y la forma de la isla Utopía: tiene la forma de una luna creciente. Es un lugar dotado de defensas naturales y defendido además por una guarnición. El autor explica cómo la isla está tan bien protegida, y que sería imposible llegar a ella sin la guía de un utopiano que pudiera dirigir por medio de señales desde la costa. A lo largo de la isla es posible encontrar puertos. “Pero cualquier desembargo está tan impedido por defensas tanto naturales como artificiales, que un puñado de combatientes podría rechazar fácilmente a un numeroso ejército”.[4]

La isla en un principio estaba deshabitada. Fue Utopo, líder de aquél pueblo, quien se apoderó de la isla y de él le viene su nombre. Lo más sorprendente es que no era una isla, sino que después de haber conquistado el lugar, el invasor hizo cortar un tramo de tierra de quince millas que unía aquella península con el continente, creando tal isla. Cuando Hitlodeo llegó a ella, ésta contaba ya con cincuenta y cuatro grandes y magníficas ciudades, todas ellas con la misma lengua, idénticas en costumbres, instituciones y leyes.

Destaca en dicha isla la organización tan exacta y adecuada de cada ciudad, así como la interdependencia que entre sí tienen. “Cada ciudad tiene asignados terrenos cultivables…ninguna ciudad tiene ansias de extender sus territorios...”.[5] En los poblados, los habitantes se empeñan en el trabajo diario con un sentido de responsabilidad comunitaria muy grande. Ya está organizada la distribución de los bienes de manera óptima. “Todos los objetos necesarios y que no se pueden encontrar en el campo los piden a la ciudad y los consiguen de los funcionarios sin ningún papeleo y sin nada a cambio”.[6] Tomás Moro describe con especial énfasis el valor de la cooperación mutua.

Posteriormente detalla cómo son las ciudades (tomando como modelo la principal: Amaurota). Ahí va especificando cómo se utiliza el agua potable, asegurando su distribución y su buen manejo para los habitantes, habla sobre la fortificación con murallas, que hace de la ciudad un bastión casi inexpugnable y del perfecto trazado de calles. Prácticamente va describiendo la ciudad ideal: edificios limpios y elegantes, bien trazada, todos los servicios disponibles, etc.[7] Sus hermosos jardines adornan cada vivienda y toda la localidad en general. “Difícilmente, en efecto, se podría destacar un aspecto de la ciudad más pensado para el deleite y el provecho de la comunidad”.[8]

Después describe la organización política y social. Los magistrados son quienes representan al pueblo. Deliberan sobre los asuntos públicos y dirimen con rapidez los conflictos que surgen. La forma de gobierno es republicana, por lo que dichos magistrados son elegidos de entre los mismos ciudadanos. Presume el autor que en el senado no se decreta nada a la ligera y que siempre se busca el bien del pueblo. En cuanto al trabajo, todos trabajan. Nadie queda exento de ejercer la agricultura: hombres y mujeres. Y no de manera teórica, sino práctica, trabajando en el campo.

Es importante que en esta isla, se enseñan artes y oficios de utilidad y no de lujo, por lo que todo va destinado a servir de alguna manera al común. Ordinariamente los niños estudian para trabajar en el mismo oficio que su padre, aunque no es obligado, es decir, si en algún momento alguien manifiesta su deseo de estudiar otra cosa, es designado a otra familia que lo prepare en dicho oficio, siempre y cuando sea de utilidad para la comunidad en algún sentido. Nadie queda exento de estudiar un oficio y de trabajar en beneficio de todos (y así, de sí mismo).

La principal misión de los dirigentes de cada ciudad “es velar para que nadie se entregue a la ociosidad y a la pereza. Han de procurarse que todos se apliquen de una forma asidua a su trabajo”.[9] En pocas palabras, los holgazanes deben ser evitados y expulsados de la república. Un aspecto muy interesante de este “trabajo” tan bien guardado en las ciudades es el horario, el cual debe ser regular: “Dividen en veinticuatro horas iguales el día, incluyendo también la noche. Dedican al trabajo seis horas”,[10] distribuidas de manera adecuada, de modo que se ofrece tiempo suficiente de recreación, y al sueño se reservan ocho horas bien cuidadas. El tiempo que les queda entre el trabajo, la comida y el descanso, esos tiempos “libres” se dejan al libre arbitrio de cada uno. La mayor parte de los utopianos consagra esas horas al estudio.

Más adelante, Tomás Moro dedica algunos párrafos a explicar cómo esas ciudades tienen lo suficiente para vivir con comodidad y hasta de sobra, aún sólo trabajando seis horas, ya que en estos poblados no únicamente trabajan los hombres, sino que las mujeres también lo hacen. Asimismo no se relega a los ancianos, jóvenes, enfermos, etc., sino que a cada uno se le ofrecen modalidades de trabajo adecuadas que favorezcan a toda la comunidad. Se podría concluir, de esta forma de organización social, que al quedar excluidos los holgazanes y trabajar la mayoría de la población de manera adecuada y sistematizada, no se necesitan muchas horas para lograr acaudalar riquezas hasta de sobra. En el vestir son austeros, tienen lo que necesitan y hasta un poco más, de la misma manera en el comer y en demás necesidades básicas (y hasta permitiéndose algunos lujos).

“Las instituciones de esta república no buscan más que un fin esencial: rescatar el mayor tiempo posible en la medida que las necesidades públicas y la liberación del propio cuerpo lo permiten, a fin de que todos los ciudadanos tengan garantizados su libertad interior y el cultivo de su espíritu. En esto consiste, en efecto, según ellos, la verdadera felicidad”.[11]

En ningún momento olvidan el espíritu comunitario. Tienen una ética bien marcada, con su propia jerarquía de valores. Para ellos el bien mayor es la felicidad, que consiste en procurar el mayor placer honesto. También ellos desarrollaron su propia reflexión filosófica y determinaron sus principios básicos: el alma es inmortal, Dios, por pura bondad, la hizo nacer para la felicidad, después de esta vida nuestras virtudes serán recompensadas y el crimen castigado. Definen la virtud como “vivir según la naturaleza”[12] es decir, ellos consideran que Dios creó el alma con una tendencia inherente hacia la felicidad, por lo tanto, consideran que en el ejercicio pleno de la propia naturaleza, de lo que el propio ser va indicando está la verdadera felicidad. Aunque sí toman en cuenta ciertos impulsos que no llevan a la verdadera felicidad sino a una efímera, son aquellos placeres que embrutecen a la persona (como el abuso del vino y la comida, etc.).

“Llaman placer a todo movimiento y estado del cuerpo o del alma en los que el hombre experimenta un deleite natural”.[13] Además distinguen diversas clases de placeres verdaderos: unos en referencia la cuerpo y otros al espíritu. Los segundos se vinculan al gozo de contemplar la verdad. Los placeres del cuerpo son aquellos que inundan a los sentidos de gozo o aquel sentimiento de deleite proveniente de tener buena salud. Por último, en cuanto a la religión, gozan de una libertad de culto bastante tolerante, en cada ciudad cada quien es libre de profesar la fe que le plazca. Hitlodeo le dice a Tomás que cuando les hablaron a los utopianos acerca de Cristo, ellos acogieron, en su mayoría, con mucha dicha la fe cristiana. “Muchos de ellos abrazaron nuestra religión y fueron purificados por el agua del bautismo”.[14]

Concluye Tomás que, con la narración de Hitlodeo ha descrito la única república que, a su parecer, merece dicho título (república), pues en ella sí se procura el bien de cada individuo velando por el bien común. La organización responde a las necesidades, cada individuo no busca su propio bienestar, sino que con un intenso sentido democrático, de corresponsabilidad y bienestar ayuda en la función que le corresponde. Además, resulta muy interesante cómo Tomás Moro identifica que el alma está orientada hacia la felicidad, y que ésta se encuentra en la vivencia del placer y la dicha honestos.

Bibliografía

Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Ed. BAC, 1990, pp. 156-196.


[1] Otras obras del autor: Vida de Pico de la Mirándola, Historia de Ricardo III, Epigrammata, Respuesta a Lutero, Un diálogo sobre la herejía, Refutación de la respuesta de Tyndale, Respuesta a un libro envenenado, etc.

[2] Recordando que Américo Vespucio era un navegante que viajó a las recién descubiertas tierras del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón.

[3] Evidentemente ficticia. Toda la obra y el relato es invención de Tomás Moro para abordar el tema de la mejor forma de gobierno y de vida de una sociedad.

[4] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Ed. BAC, 1990, p.157. (Cfr. Santo Tomás Moro, Utopía, Libro Segundo, N. 309)

[5] Ibídem, p.158 (Cfr. Op.Cit., N. 311)

[6] Ibídem, p.160, (Cfr. Op.Cit., N. 313)

[7] Obviamente hablando de elementos propios de la época.

[8] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Ed. BAC, 1990, p.162. (Cfr. Santo Tomás Moro, Utopía, Libro Segundo, N. 317)

[9] Ibídem, p.166, (Cfr. Op.Cit., N.323)

[10] Ibíd.

[11] Ibídem, p.170, (Cfr. Op.Cit., N.329)

[12] Ibídem, p.180, (Cfr. Op.Cit., N.345)

[13] Ibídem, p.182, (Cfr. Op.Cit., N.349)

[14] Ibídem, p.189, (Cfr. Op.Cit., N.361)