El libro X de Las confesiones de San Agustín se caracteriza por abarcar dos grandes temas: el conocimiento de Dios y el conocimiento de sí mismo. Este último nos expondrá las cuatro tentaciones o fragilidades a considerarse en la vida humana: ignorancia de la verdad, falta de fuerza para vivirla, rutina horrible de lo cotidiano y tentaciones propias de los jefes.
Un aspecto a resaltar en el desarrollo del libro X, será el énfasis que el mismo filósofo hace sobre sí mismo, acerca de su experiencia, dejando al descubierto sus convicciones y aseverando un cambio decisivo en su vida:
“Ya he señalado y visto el beneficio de las confesiones de mi pasado. Pero lo que soy, en este tiempo mismo en que escribo mis Confesiones, mucha gente quiere saberlo; los unos me conocen, los otros, no; me han oído o han oído de mí, pero no han aplicado su oído contra mi corazón, allí donde soy verdaderamente yo mismo”. [1]
Agustín está cierto de amar a Dios y afirmar su existencia, testificándolo a través de un conocimiento y de una meditación contemplativa que busca un conocimiento amoroso con sentidos espirituales, dicho de otro modo, hay que rebasar al alma misma para llegar a Dios. Para él este aspecto se enfoca a la memoria y la voluntad. El deseo de conocer a Dios por Agustín le llevaron a cuestionarse, a preguntar y reconocer en su alrededor el deseo de búsqueda de la verdad, ésta terminó en un encuentro interior que profundizó en su alma y en los sentidos de su cuerpo. Tal experiencia forjó en él un pensamiento que podría identificarse como un conocimiento “innato”[2].
Según Agustín, a través de la memoria el espíritu humano participa de las “razones eternas” y está conectado a nivel metafísico con el espíritu divino: “hay que hacer constar que no son las realidades mismas las que penetran así, sino las imágenes de las realidades percibidas, para permanecer allí a disposición del pensamiento que las evoca”[3]. A grosso modo, Agustín afirma que Dios está en la memoria y no en sí mismo y para llegar a Dios hay que superar e ir más allá del mismo arsenal divino de la memoria, por lo tanto, todo esto conlleva a un proceso de purificación profundo de la verdad inmutable:
“Esta misma memoria contiene las impresiones del alma, no tal como son el alma en el momento en que ésta las aprueba, sino de una manera muy diferente y que corresponde a la misma naturaleza de la memoria […] me acuerdo de haber estado alegre, sin estarlo ahora; triste, sin que ahora lo esté; me acuerdo de haber tenido miedo tal día, sin tener miedo ahora: tal deseo pasado me vuelve a la memoria sin que aun lo sienta. A veces, por el contrario, me acuerdo con alegría de mi tristeza pasada, y con tristeza de mi alegría […]”[4]
Siguiendo con la explicación del texto encontraremos una actitud en Agustín orientada hacia el conocimiento de las tendencias profundas y malas que quedan en él después de la conversión, reconociendo la presencia de Dios en su memoria: “Donde he encontrado la verdad, allí he encontrado a mi Dios que es la verdad misma. He aquí porqué, desde que os conozco, permanecéis en mi memoria”[5]. Esta actitud asumida como una voluntad, que pasa a ser después una virtud que no se puede practicar sin una singular y constante intervención de la gracia divina.
A este camino espiritual recorrido por el filósofo le llevarán a externar una estupenda fusión admirable de los motivos claves de su conversión: el amor, la belleza, la interioridad y su pérdida en la dispersión exterior:
¡Tarde te he amado, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te he amado! ¡Y estabas en mi interior, y yo estaba fuera de mí mismo! Y te buscaba fuera de mí; me arrojaba, en mi fealdad sobre la gracia de tus criaturas. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo, retenido lejos de ti por esas cosas que no serían sino contigo […] Me has llamado, y tu grito ha forzado mi sordera, tú has brillado, y tu resplandor ha alejado mi ceguera […] tú me has tocado, y ardo en ardor por la paz que das”[6]
Condensando el capitulo X de Las confesiones, podemos resumir el contenido en los últimos párrafos encontrados del mismo texto, donde se hablará sobre el recorrido por el que San Agustín hace experiencia, éste es de los propios sentidos, es ahí donde penetra a su memoria contemplando a Dios: “En él están guardados todos los tesoros de sabiduría y de ciencia, me ha rescatado con su sangre… [7]
Bibliografía:
San Agustín, Las confesiones, Libro X, Editorial Juventud, Barcelona (1968), pp. 197-241.
[1] San Agustín, Las confesiones, Libro X, Editorial Juventud, Barcelona (1968), pág. 197
[2] Teoría filosófica que afirma la existencia en los seres humanos de ideas o estructuras mentales previas a la experiencia.
[3] Ibídem 205
[4] Ibídem 210
[5] Ibídem 220
[6] Ibídem 221-22
[7] Ibídem 241
Me parece sorprendente como san Agustín auna la filosfía con la fe, es decir, con el pensamiento cristiano. Considero que de este escrito se puede conocer a un hombre que ya conoce a Dios y que ha entregado su vida por completo a Dios, con ello quiero decir que me es impactante toda su vida y más que nada el pensamiento que va formulando para argumentar la existencia verdadera de Dios, lo cual toma a otros filósofos que le ayudan a concretizar sus ideas.
ResponderEliminarMe parece que tu aportación refleja muy bien el objetivo de san Agustín: el conocimiento de Dios por la verdad, que lo lleva al conocimiento de sí mismo como creatura que tiende a Él. Me parece que podrías haber desarrollado un poco más lo correspondiente a las tentaciones de la vida humana.
ResponderEliminarLo que respecta a la importancia de la memoria como camino de encuentro con Dios, lo has especificado bien, además de que es otro reflejo de la influencia platónica en san Agustín
Realmente Agustín hizo una experiencia profunda de Dios, lo llego amar para conocerlo, y no conocerlo para amarlo como al inicio quería hacer. En este libro, Agustín cae en una consciencia plena de Dios, consciencia de descubrirlo dentro de sí, en lo más profundo de él, y que desde ahí Él lo estaba llamando, pero no lo descubría, ya que no residía dentro de sí, sino que vivía fuera, en el exterior, arrojado sobre la gracia de las criaturas de Dios.
ResponderEliminarNuevamente deseo subrayar la carga neoplatónica de Agustín, me parece un gran texto este décimo libro en el que se ha hecho énfasis a la no poco célebre frase: "¡Tarde te he amado, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te he amado! ¡Y estabas en mi interior..." esta frase está ya en sentido cristiano-católico por parte de su autor, sin embargo no es una idea sacada de la nada o por generación espontanea, pues de todas a todas huele a reminiscencia como más arriba el autor de la entrada lo puntualiza con la siguiente cita, "a través de la memoria el espíritu humano participa de las razones eternas" sin duda es la relación del espíritu humano que tiende al mundo de las ideas, el logos, la palabra, el verbo o, como dice Agustín la verdad, es decir Dios mismo.
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