miércoles, 29 de febrero de 2012

Descripción introductoría a las obras de Marsilio Ficino: El comentario al “Banquete” de Platón o sobre el amor y la Teología platónica



El oro que se encuentra en Platón difícil de descubrir amalgamado aún con escorias, luce, tras dura purificación por el fuego, en Plotino, Porfirio, Jámblico y Proclo.[1]
Antes de iniciar con la descripción de los puntos más sobresalientes del comentario creado por un magnífico artífice del renacimiento, me parece conveniente ubicar al lector en este periodo de manera sintética, cuyas especificaciones conducirán los puntos notables que he destacado de cada uno de los siete discursos así como de los catorce libros que comprenden El comentario al “Banquete” de Platón o sobre el amor y a la Teología platónica, respectivamente.
No son ya los honores de los caballeros ni los ideales del Medievo, sino otro el motor que conduce al hombre a colmar su deseo de descubrir el mundo y al hombre mismo, los acontecimientos acaecidos en este periodo van forjando un redescubrimiento a lo antiguo, es la misma antigüedad renacida la que surge e impacta al siglo XV, siendo el platonismo renacido el momento esplendoroso de la época, cuya influencia se impregna en la dimensión espiritual y se plasma en las manifestaciones artísticas. Nuestro autor ejerce un papel importante en este movimiento que encuentra el origen de su irradiación en Florencia, Italia y particularmente en la academia florentina que alojó la tradición platónica a cargo de Ficino aproximadamente en el año de 1482,[2] es ahí donde se buscaba una especie de amalgama del cristianismo con lo griego, cuyo resultado ofrecía un alto interés por la belleza y el mundo, es cierto que ya los padres de la iglesia habían rescatado muchos valores neoplatónicos, sin embargo aquellos conservaron la prudencia del carácter cristiano mediante el vínculo espiritual plotiniano y la gracia divina ligada a Platón, aquí el énfasis recae, hasta cierto punto, sobre el aspecto pagano, por lo que en un momento determinado es vista por el cristianismo de entonces como una amenaza a la necesidad de la gracia suprema, tanto que se resalta lo humano sin caer en la cuenta de sus flaquezas viéndose débil ante sus propios instintos.
Ahora de manera condensada presento esta breve descripción sobre la obra de Marsilio Ficino cuyo título ya conocemos, el creador del comentario inicia con el característico orden argumentativo que distingue a la escolástica aún prevaleciente en él, siendo así que en el primer discurso encontramos el origen del amor que se remonta al inicio de todos los tiempos, según uno de los cantos que Orfeo dirige a sus argonautas, donde se precisa que el amor es lo más antiguo y que se ubica en el centro del caos.
El amor es el más antiguo, de por sí perfecto y muy sensato. Con Orfeo y con Mercurio están de acuerdo Hesíodo en su Teología y el pitagórico Parménides en el libro sobre la naturaleza.[3]
Así mismo, se permite explicar al caos en tres mundos, donde el primero es Dios quien ha creado todas las cosas, pero ¿qué es lo que crea? Primeramente crea la inteligencia angélica, después el alma del mundo y, finalmente el cuerpo del mundo.[4] Considero que es sumamente revelador de la carga platónica con la cual sustenta sus argumentos, de tal modo que es sencillo predecir que todo lo creado exige un retorno a su creador en aquel conjunto de ideas albergadas en la inteligencia adherida a Dios, dicha creación alberga, como ya he dicho, el amor, sin embargo es preciso señalar como lo recuerda Marsilio, que se debe entender por amor el deseo de la belleza en tanto a una cierta gracia que, por lo común, nace ante todo de la armonía de muchos elementos,[5] tal belleza podemos clasificarla en tres respondiendo a las condiciones humanas que permiten su percepción; la de los cuerpos, la de las almas y la de las voces. Ante tales afirmaciones entendemos que en la belleza de las cosas resplandece la belleza divina y además atiende el deseo del amor y así lo contrario a ella, es decir la fealdad, nos aparta del amor.
Por otro lado, discurre sobre el alma del hombre.
En consecuencia, el hombre sólo es el alma; el cuerpo es su obra y su instrumento. Tanto más cuanto que el alma ejerce su operación principal, es decir su inteligencia, sin ningún órgano corporal ya que entiende por ellas cosas incorpóreas, y por el cuerpo se conocen sólo las corporales.[6]
Es bastante clara la pretensión dualista que el autor propone en esta aseveración acerca de lo que concibe por alma, sin embargo para reafirmar todo esto concluye, si, pues, el alma obra algo por sí misma, existe y vive por sí misma; lo que obra sin un cuerpo vive sin un cuerpo.
Con base en lo mencionado podemos caer en la cuenta de que la belleza es entonces incorpórea, pero cómo puede ser si está claro que hemos considerado la belleza de los cuerpos, sin embargo no se llama belleza en sentido igual a cada una de las tres cosas en las que la encontramos, ya que en el cuerpo la belleza, en razón de su materia, puede perderse por causa de su sujeción al accidente.
Por último, el autor nos retorna al amor y especifica sus cuatro especies y su utilidad. Primeramente la caída del alma, del Uno, principio del universo, a los cuerpos se verifica en cuatro grados: por la inteligencia, por la razón, por la opinión y por la naturaleza[7] tal caída es múltiple, pero ordenada y es útil por el hecho de que por sí misma sube al Uno y está iluminada por el rayo de la mente divina, es decir que concibe las razones universales. En tanto a las especies del alma, la ubicamos en delirios que la elevan en dirección al uno, a saber, el delirio poético, el místico, el profético y el amoroso que dependen a su vez de las musas, de Dionisio, de Apolo y de Venus[8].
Es sumamente evidente la prioridad sobre el aspecto griego y que parece una eminente amenaza al cristianismo de caer en lo pagano.
El siguiente apartado corresponde a la Teología platónica, que es en realidad muy breve, teniendo en cuenta la acotación que aclaré al inicio de este texto y que su discurso primordial versa en torno al alma.
El autor sugiere que para conocer a Dios es preciso conocer el alma que refleja el rostro divino y para alcanzar tal cometido es necesario el propio conocimiento de la belleza del alma que habita en el hombre.
Rompamos cuanto antes, almas celestes, ávidas de la patria celeste, las ataduras de nuestras cadenas terrenales, para que, elevados por las alas platónicas y guiados por Dios, alcancemos el vuelo más libremente hacia la mansión etérea, donde tendremos la dicha de contemplar la felicidad de nuestro linaje.[9]
Nuevamente acuñamos en esta cita el carácter dualista del autor que da mayor importancia al alma que al cuerpo, hasta este punto pareciera ser contradictoria la aseveración acerca de la supremacía del mundo y lo humano sobre la gracia y lo divino, sin embargo recordemos que subsiste con el renacimiento de lo antiguo, por lo que el texto utiliza estos argumentos para resaltar la dicha mayor del hombre, entiéndase entonces que se atiende al hombre mismo y no tanto al aspecto de la gracia.
Finalmente Ficino resalta la aspiración del alma para llegar a ser Dios por medio de doce atributos que Dios posee y que los hombres se esfuerzan por conseguir, tales serán conseguidos únicamente por iniciativa de Dios mismo, seguido por el deseo del alma de retornar a él que es su origen, entonces no entendamos el ser Dios literalmente sino …que se reviste de la forma de Dios, como el aire no se hace fuego si no recibe la forma del fuego… así como la materia del aire, que estaba antes sujeta a la humedad y el calor del aire, pierde su humedad y conserva su calor en virtud de la potencia del fuego[10]el hombre se reviste de la sustancia divina que es el fuego.


Bibliografía

Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Editorial BAC, 1990.
Hirschberger Johannes, Historia de la filosofía I, Barcelona, Herder, 1981.




[1] Hirschberger Johannes, Historia de la filosofía I, Barcelona, Herder, 1981, p. 470
[2] Cfr. Ibid. p. 468
[3] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Editorial BAC, 1990.p. 4
[4] Cfr. p. 5
[5] Ibidem. p. 8
[6] Ibidem. p. 19
[7] Ibidem. p. 26
[8] Cfr. Ibidem p. 27
[9] Ibidem. p. 32
[10] Ibidem. p. 56

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor deja un comentario útil, constructivo y documentado