jueves, 10 de febrero de 2011

San Alberto Magno: selección de textos

San Alberto Magno (ca.1200-1280), o Alberto de Lauingen, nació en Bavaria (Bayern), Alemania. Filósofo y teólogo escolástico de la orden de los dominicos, llamado doctor universal, enseñó en Friburgo, Colonia -donde fue maestro de santo Tomás de Aquino- y París, y fue posteriormente obispo de Ratisbona (Regensburg). Hombre de amplia cultura, por abarcar no sólo conocimientos de teología, filosofía, lógica, ética, metafísica, sino también de ciencias de la naturaleza, como meteorología, mineralogía, fisiología, botánica, zoología, etc., de donde le viene el calificativo de «grande», fue uno de los primeros en introducir a Aristóteles en la filosofía escolástica y uno de los primeros escolásticos que mostró un interés específico por las ciencias naturales1. En el presente texto abordaremos algunos fragmentos tomados de cuatro de sus obras, compilados por Clemente Fernández, donde san Alberto desarrolla algunos temas muy específicos comentando a autores como san Agustín y Aristóteles.

La primera obra se titula Sobre el bien, y comienza desarrollando dicho concepto, especificando primero que todo ser creado se compone de potencia y acto, por lo que la bondad no es pura, sino que está en potencia para recibir el influjo de la bondad primera; y siendo que se ama lo bueno, según afirma san Agustín, se prescinde de esto o aquello que es bueno para contemplar el Bien puro, Bien imparticipado, Bien de todo bien: Dios, la bondad de todo bien, la bondad primera, de quien procede todo bien creado, donde resplandece el primer Bien y la razón del bien creado se contrae a éste o aquél por las diferencias y la materia, haciéndose imagen de la bondad primera.

El Comentario a los cuatro libros de las sentencias se centra, en un primer momento, sobre la cuestión de la procedencia de los nombres de Dios, afirmando que se forman de dos maneras: “tomándolos de las cosas que en realidad se hallan en Dios con prioridad, y con posteridad en las creaturas”2, siendo esos nombres llamados místicos o secretos como ente, vida, entendimiento, sabiduría, bondad y similares; aunque la realidad divina que denominan nos queda oculta, pues está sobretodo nombre y no podemos expresarla. La otra manera de formar los nombre de Dios es por símbolos, trasladando a una realidad espiritual, propiedades corporales.

Por otra parte, en la misma obra, se afirma que Dios conoce la materia y que produce las cosas por medio de la idea de la materia, siendo la idea el orden de la eficiencia, distinguiéndose las ideas que están fuera de la materia como paradigmas y las que se encuentran dentro, Boecio las llama imágenes. A las primeras también se les llama especie, por su relación con el orden del conocimiento. Están los ejemplares que son propiamente aquellos a cuya semejanza se hace algo mirándolo y no coexistiendo o configurándose con ello. Por último está la razón, que es el orden del fin.

La tercera obra a tratar es el Comentario a la ética de Aristóteles, cuyo contenido comienza hablando del universal que, desde una perspectiva ontológica, equivale a la idea, a la forma, a la esencia, a la realidad abstracta3, o al conocimiento, como es el caso. Dicho concepto puede ser considerado de dos maneras: en cuanto que es puro y en cuanto que es particular. El conocimiento del universal lo tenemos sólo por el entendimiento.

Por otra parte, san Alberto expone en esta misma obra parte de su problema sobre el alma en relación con el pensamiento aristotélico, aclarando primeramente que la filosofía no demuestra suficientemente la permanencia de los difuntos después de la muerte, siendo la fe quien lo determina, aunque deja claro que la fe no está en contra de la razón. Pasando al problema del alma, dice que ésta no es compuesta, sino una forma simple, y siendo forma, se asemeja al primer Motor; unas se encuentran distantes y otras más próximas a Dios, teniendo en cuenta que las almas humanas son las más próximas y por tanto, las más semejantes a Él. Concluye definiendo al alma, afirmando que “alma es una forma simple y no es esto determinado, y admitimos que las razones concluyen que de la esencia simple del alma dimanan diversas potencias, que no inducen composición esencial en ella”4.

Por último, aborda el Comentario a los ocho libros de la física de Aristóteles, puntualizando en un primer momento las tres partes esenciales de la filosofía real: la metafísica, que trata el ente en cuanto tal; la matemática que incluye el movimiento y la materia sensible, pero no en el orden mental; y la física, en cuanto al movimiento y la materia sensible en la realidad y en orden mental.

“Si se quiere definir a la sustancia en cuanto sustancia y considerar su esencia, no entrará ningún elemento sensible o del movimiento en su esencia y concepto”5, será entonces, tema de la metafísica; mientras que los seres físicos, que incluyen en su ser y en su definición totalmente a la materia, en cuanto sujeta al movimiento y a las cualidades sensibles, son tratado de la física, aunque ésta deriva, junto con la matemática, de la metafísica, como ciencias particulares.

Después, san Alberto trata de disolver las razones aducidas por los filósofos que afirman que el mundo es eterno, como Aristóteles, por lo que sostiene que la materia fue hecha de la nada por creación simple, que es un acto de la primera causa, produciéndose la potencia a una con el ser, la materia con la forma. Por tanto, la forma, la materia y el primer móvil empezaron a existir de la nada, y “la causa primera es la que hizo a la materia de la nada, y a la forma también de la nada, e infundió ésta al producirla en la materia, y lo mismo al primer móvil y a todo el orbe”6. Concluye diciendo que Aristóteles erró al afirmar que nada empieza a existir sino por cambio físico, y que nada empieza a existir más que en el tiempo, teorías que nunca probó, sino que las dio por supuestas. Aristóteles pudo errar lo mismo que nosotros.

Bibliografía

  • Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu, Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona.

  • “San Alberto Magno” en Clemente Fernández, Los Filósofos Medievales Selección de Textos, t. II, BAC, Madrid, 1979, pp. 152-171

1Cfr. “Alberto Magno, san” en Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu, Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996. Empresa Editorial Herder S.A., Barcelona.

2San Alberto Magno, Comentario a los cuatro libros de las sentencias, libro I, distinción II, artículo 17, §1.606.

3Cfr. “universal” en Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu, op.cit.

4San Alberto Magno, Comentario a la ética de Aristóteles, libro I, lección XV, §1.618

5San Alberto Magno, Comentario a los ocho libros de la física de Aristóteles, libro I, tratado I, capítulo I, §1.619

6Íbidem, libro VIII, capítulo XVI, §1.629

2 comentarios:

  1. El aporte de este Santo es, ciertamente, pionero aunque no es propiamente el primero en incluir el pensamiento de Aristóteles al cristianismo, antes ya lo había hecho Alejandro de Hales impulsado por su pensamiento de que la filosofía de los paganos se puede admitir pero teniendo en cuenta de que es insuficiente.

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  2. No mamen. Alberto Magno es el primero que se pone a comentar sistemáticamente a Aristóteles. No, no es el primero en estudiar a Aristóteles: eso comenzó con la introducción de la obra de Avicena y Averroes al occidente latino a finales del siglo XII. Pero Alberto es el primero, en la Europa Medieval, en proseguir la tradición tardo-antigua del comentario.

    Además es el primero en hacer un estudio profundo de la obra científica, no sólo de Aristóteles, sino de los médicos y físicos árabes. Por eso, a principios del siglo XX es declarado, además de santo, Patrono de los Científicos. Y ya.

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