jueves, 17 de febrero de 2011

Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles; Teleología


A partir del capítulo cien de la Suma contra los gentiles y hasta el final del libro tres, Tomás de Aquino continua con la explicación de cómo es que Dios obra en la naturaleza, al igual presenta que el fin del hombre es el amar a su Creador y a su prójimo, y por último alude a la importancia de ordenar los actos humanos hacia la voluntad de Dios ya que Él juzga con rectitud y justicia las obras de los hombres, dando a cada quien su premio o su respectivo castigo.

Con lo que corresponde al obrar de Dios en la naturaleza, Tomás de Aquino empieza afirmando que Dios, como acto puro, es el “primer motor” que activa la potencia de las cosas, porque “lo que está en movimiento debe ser movido por otro, pues nada puede moverse por sí mismo […] (si no hay un primer motor, tampoco hay un segundo, pues todas las segundas causas dependen de la primera)",[1] sin embargo también reconoce una potencia de orden natural que no va en contra de la potencia de Dios, sino de lo contrario esta surge por voluntad de Dios que dota a sus seres de libertad, pero también dice que “tampoco va contra la naturaleza el que las cosas creadas sean movidas de cualquier manera por Dios, pues han sido hechas para su servicio”.[2] Por tanto, es voluntad de Dios que todos los seres estén dispuestos para servir a la acción de Él, por ello la materia y la forma obran según su voluntad, reconociendo así que el Ser Divino tiene la capacidad de hacer algo distinto a lo que se da por naturaleza. “Estas cosas que se realizan divinamente alguna vez fuera del orden comúnmente establecido en la naturaleza, suelen llamarse milagros porque nos admiramos cuando, viendo el efecto ignoramos la causa”.[3]

En efecto, ante esta realidad se distinguen dos tipos de personas, las que conocen las causas de los sucesos y las que ignoran estas causas, sin embargo las causas por las cuales obra Dios no pueden ser conocidas por el intelecto humano. En este sentido Tomás de Aquino expresa que dentro de los milagros hay grados, primero se mencionan los que son imposibles que la naturaleza haga por sí sola, el segundo grado pertenece a aquellos en los que Dios sólo interviene por su voluntad, aunque estos puedan ser hechos por la naturaleza y los de tercer grado son en los que Dios se adelanta a lo que sucede por naturaleza.

Por otro lado, Tomás de Aquino menciona la cuestión de que el hombre está llamado a amar y de manera especial a Dios, de esta manera el individuo puede unirse a Él, y para esto ha sido dotado de entendimiento y voluntad, “pues mediante la voluntad descansa el hombre en cierto modo en lo que el entendimiento aprehende. Mas la voluntad se adhiere a una cosa por amor o por temor”,[4] de tal manera que ambas se complementan, pero el que se une con la voluntad por el amor y no por el temor, se puede decir que su unión será más pura.

Al igual se afirma que el hombre es bueno por naturaleza, ya que al provenir de la Suma Bondad, que lo ha hecho con un cuerpo finito y con un alma trascendente, este también es dotado del bien, por ello que el hombre tenga la potencia de ser bueno, el mismo activa esta capacidad, pero cuando no la renueva este tiende al mal. Del mismo modo indica Tomás de Aquino que la mejor manera de que el hombre tienda al bien es por medio de las virtudes y por los “actos virtuosos”, de ello que se diga que el amor al prójimo conduce al amor supremo, debido a que el individuo encuentra en el otro a su Creador.

Además Tomás de Aquino enuncia que “el hombre es naturalmente un animal social, [que] precisa ser ayudado por los demás para conseguir su propio fin”,[5] de aquí se sigue que sea necesario que el hombre ame a su prójimo, evitando hacer acciones que no permitan la comunión entre los hombres, para que él le ayude en el camino de perfeccionamiento que se ha impuesto por la ley Divina, sólo así se podrá llegar a gozar de la presencia de Dios, que es el fin del hombre.

También en el texto se expresa que Dios le dio al hombre la capacidad de comprender aquello que está más allá de lo sensible, de ello que realice sacrificios sensibles para reconocer la grandeza de su Señor. Estos actos no los hace el hombre por necesidad de Dios, sino porque el hombre siente ese deseo de inflamar el afecto hacía Dios y al igual para reconocerle su autor.

En efecto, estas ideas van dando pie a que las acciones corporales de los hombres de igual forma estén encausadas hacia la ley divina, de entre las cuales se dictan que el hombre debe hacer un uso correcto de las cosas que son necesarias para su vida, sino, de lo contrario estas pueden dañarlo, de la misma manera se menciona que el individuo no solamente tiene que velar por su propio bien, sino también por el de su prójimo, de tal forma que por “el hecho de estar ordenado a otro debe prestarle ayuda y no servirle de estorbo”.[6]

Luego entonces, es necesario que Dios sea la medida de los actos, en referencia con las leyes que ha dictado su divina providencia, es decir que “del mismo modo que las cosas naturales están sometidas al orden de la divina providencia lo están también los actos humanos”.[7] Asimismo, cuando este orden es quebrantado, el mal viene consecutivo de la desviación de la voluntad, ya que este en su libertad ha decidido abandonarse a los placeres o a los deseos desordenados que sólo lo llevan a ver por su bien, olvidando la voluntad divina, a la cual un día tendrá que rendirle cuantas, dejando claro así “que los actos del hombre son castigados o premiados por Dios. Corresponde castigar o premiar a quien toca imponer la ley”,[8] afirma Tomás de Aquino.

Con esto último que sea expresado concluye el libro tercero de la Suma contra los gentiles, sin embargo ahora se pasa a exponer el primer capítulo del libro cuatro, en el cual encontramos el problema de cómo es que el hombre llega al conocimiento de Dios. Por ello, Tomás de Aquino empieza expresando que el entendimiento humano “no puede por sí mismo llegar a comprender la sustancia divina en sí misma, la cual trasciende sin proporción todos los seres sensibles y aun todos los otros seres”.[9]

En efecto, se afirma que no podemos conocer a Dios perfectamente, porque nuestra naturaleza del entendimiento se queda en el conocimiento inferior no pudiendo lograr alcanzar el conocimiento de la Divinidad, ejemplo de ello son los accidentes, de los cuales sólo algunos pueden ser percibidos por los sentidos y otros no. Sin embargo Dios en su inmensa bondad “reveló a los hombres algunas cosas de sí mismo que sobre pasan el entendimiento humano”.[10] Aunque estas revelaciones en ocasiones sólo tienen que ser creídas y no entendidas, por este problema de la limitación del entendimiento humano.

Así pues, mientras el hombre se encuentre en este plano terrenal, su entendimiento no podrá comprender las cosas que sobre pasan los sentidos, en cambio cuando ya no dependa de los sensible entonces será el momento de contemplar y entender las verdades que son referentes a lo divino. No obstante, Tomás de Aquino reconoce dos formas de conocimiento por los cuales el hombre puede acercarse a lo divino, uno es por revelación divina y el otro por “la luz de la razón”.

Por otro lado se dice que Dios se entiende a sí mismo en su esencia, de tal manera que no es posible concebir a la Divinidad desde el entendimiento humano, considerando que “en Dios, al entenderse a sí mismo, el entendimiento, la cosa que se entiende y la idea entendida son lo mismo”.[11] En cambio, el hombre está en potencia de entender su entendimiento y en acto cuando éste entiende su entendimiento, situación por la que Dios no tiene que pasar, ya que Él siempre está en acto.

Al igual Tomás de Aquino retoma el problema de cómo es la generación divina, debido a que esta no es la misma a la de los hombres, porque se expresa que Dios genera desde Él y no desde lo externo como cualquier otro ser vivo, debido a que el que es un ser de sí mismo “por encima de todo otro ser; será increado y eterno, absolutamente necesario y perfecto, y será esencialmente un espíritu viviente”.[12] En este sentido se indica que Dios no está unido inseparablemente a la materia y tampoco proviene de ella, de ello que Dios no engendra a su hijo y le imprime su especie desde el exterior, sino desde Él. Por último, Tomás de Aquino afirma que “Dios es verdadero en una cosa subsistente pues es por excelencia el Ser por sí”,[13] de ello que no solo sea una simple idea entendida, sino es algo real, intangible, inmutable y eterno.

Bibliografía

· Tomás de Aquino, “Suma contra los gentiles” en Fernández, Clemente, Los Filósofos Medievales Selección de Textos, t. II, BAC, Madrid, 1979, pp. 406 – 425.

· Hirschberger Johannes, “Santo Tomás de Aquino” en Historia de la filosofía. Antigüedad, Edad media, Renacimiento, t. I [trad. del alemán de Luis Martínez Gómez], Herder, Barcelona, 1997, pp. 376-404.



[1] Hirschberger, Johannes, “Santo Tomás de Aquino” en Historia de la filosofía. Antigüedad, Edad media, Renacimiento, t. I [trad. del alemán de Luis Martínez Gómez], Herder, Barcelona, 1997, p. 401.

[2] Tomás de Aquino, “Suma contra los gentiles” en Fernández, Clemente, Los Filósofos Medievales Selección de Textos, t. II, BAC, Madrid, 1979, p. 406.

[3] Ibid., p. 407.

[4] Ibid., p. 409.

[5] Ibid., p. 411.

[6] Ibid., p. 415.

[7] Ibid., p. 416.

[8] Ibid., p. 415.

[9] Ibid., p. 418.

[10] Ibid., p. 420.

[11] Ibid., p. 423.

[12] Op. cit., Johannes Hirschberger, p. 402.

[13] Ibid., p. 425.

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