Su fecha de nacimiento no se puede afirmar con precisión, pero debió ocurrir hacia el 335 d.c. Descendía de una familia originaria del Ponto, esto de parte de su papá, por parte de la línea materna procede de una familia de Capadocia que destacaba en la vida militar y civil.
Alguna de sus obras importantes, de interés filosófico son: “De la creación del hombre, De las nociones comunes, A Adlabio, que no hay tres dioses”[1]. Es nombrado obispo de Cebaste y es quien redacta los escritos más memorables de su doctrina espiritual, fallece en el 394 d. c .
Como he mencionado en la parte posterior, una de las obras de San Gregorio es “De la Creación del Hombre”, en ella nos dice que toda la creación no necesitó de un poder especial de Dios, en cambio, al hablar de la creación del hombre nos comenta lo siguiente: “la creación del hombre le precede una deliberación, y el artífice proyecta como va hacer la obra”[2]. Es decir, que el Artífice decide cómo ha de ser el hombre, el ejemplar y el modelo al que debe ser semejante, decide para qué ha de ser creado y sobre quienes ha de tener poder.
Es aquí donde San Gregorio nos hace una referencia a la Biblia y nos muestra el relato de la creación del hombre. Este es hecho a imagen y semejanza de Dios y recibe un poder especial, que es el de gobernar sobre los peces del mar y los animales de la tierra y sobre las aves del cielo. Se nos muestra, cómo a partir de una sola palabra han surgido tales cosas y lo que es más, cómo con una sola palabra ha surgido esta maravilla.
Con la creación del hombre Dios nos muestra una naturaleza semejante a sí, parecida en sus facultades, y apta para la obra proyectada. Con esto vemos cómo el Creador ha ido preparando, en primera instancia, la materia de la obra y posteriormente el ejemplar, para que después se plantee el fin por el cual ha de ser creado.
Se dan también tres variedades o diferencias en la facultad que como seres humanos tenemos para vivir, que son: “La ida que es capaz de nutrición, pero siente; La que se nutre y siente, pero carece de razón; la que posee razón y es perfecta y se haya difundida por todas las demás facultades”[3].
Hemos de ver que Dios, por su naturaleza, es un bien tan grande que se ha mostrado lleno de bondad al crear al hombre y darle sus bienes. Como nos hemos dado cuenta en los relatos anteriores, el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, por ello somos llamados a la participación de todos los bienes.
Dios al crearnos, nos muestra San Gregorio, “nos ha colmado de todos sus dones, en el cual tenemos el de ser libres de toda necesidad de obrar y el no estar sujetos a ninguna fuerza natural, siendo dueños de elegir lo que queremos”[4]. Con esto vemos que una virtud es algo no sujeto, ya que lo que es impuesto no puede llamarse virtud.
Nos advierte, que no hay que pensar que todo nuestro ser está sujeto a cambio, es bueno que veamos en nosotros algo estable, pero que cambia y que está en movimiento.
CONTRA EUNOMIO
En este libro nos hace una pequeña comparación entre Adán y Abel, a los cuales se les tiene como seres distintos, son hombres, mortales, y ambos capaces de pensar y de adquirir ciencia.
Nos dice: “Más el primer hombre tuvo en sí toda la esencia humana, el que de él fue engendrado es descrito como poseyendo igualmente la razón de esa misma esencia”[5]. Debemos reconocer que tanto en Abel como en Adán hay una misma esencia, veremos pues que son dos personas que forman una sola.
SOBRE EL ALMA Y LA RESURECCIÓN, O MACRINA
En esta obra nos muestra un diálogo entre este personaje. Macrina, y Gregorio, el cual se cuestiona si el alma dura por siempre o deja de existir junto con el cuerpo.
Aquí nos muestra cómo la palabra de Dios se asemeja a los preceptos y edictos, los cuales no se imponen a creer que el alma deberá durar por siempre, pero no nos ofrece razones para aceptar esas creencias. Aquí nos da a entender que nuestro espíritu acepta por miedo a algo que se le manda, y no que se asiente voluntariamente algo que se le propone.
En este dialogo nos muestran pues que no hay que dar la espalda a la virtud y que no solo debemos fijarnos en lo que la vida nos presente agradablemente, nos muestra que tenemos que fomentar la esperanza de la vida que se extiende, es decir, que no debemos pensar que la vida se termina con la muerte, sino que se extiende por los siglos infinitos y en esto es en lo que brilla la virtud.
Nos dice pues: “el alma es una sustancia productiva, viviente, intelectual, que comunica por sí a un cuerpo orgánico y sensible la facultad de vivir y de percibir lo sensible, mientras sea capaz de ello la naturaleza del cuerpo”[6].
Nos muestra que en la pequeñez de nuestra naturaleza se reflejan las imágenes de las propiedades incomprensibles de la divinidad.
DE LAS NOCIONES COMUNES
En esta obra nos habla de la persona de Dios, y nos dice: “si el nombre de Dios fuese nombre para designar las personas, al hablar de tres personas, por fuerza hablaríamos de tres dioses”[7]. Dios es un solo hombre, lo cual es correspondiente a una sola sustancia, es por ello que hay un solo Dios y no tres.
Al decir sustancia me refiero a lo individual, que es la persona. Vemos pues, que se trata de dar una definición a la palabra hombre, la cual no siempre se verá contemplada en los mismos individuos o personas. He aquí que no todas las personas reciben la existencia de la misma persona.
Hemos de darnos cuenta que en esta obra de San Gregorio son tres los nombres sometidos a discusión: “esencia o sustancia, individuo, hombre”[8]. Es evidente que hombre es lo común de la esencia, y no a la persona en particular.
Con esto me doy cuenta que Hombre no es nombre de un singular sino de la naturaleza común y que la naturaleza es única que está unida consigo misma.
BIBLIOGRAFÍA
Fernández, Clementes, Los Filósofos Medievales, selección de textos, BAC, 1970, Tomo 1.
[1] Fernández, Clementes, Los Filósofos Medievales, selección de textos, BAC, 1970, Tomo 1, 753p.
[2] Ibídem, pág. 117, § 200.
[3] Ibídem, pág. 117, § 201.
[4] Ibídem, pág. 119, § 203.
[5] Ibídem, pág. 122, § 208.
[6] Ibídem, pág. 125, § 214.
[7] Ibídem, pág. 128, § 222.
[8] Ibídem, pág. 130, § 228.
De acuerdo con lo que dices en referencia a San Gregorio, nos presentas que "el artífice (que yo lo entiendo por Dios) decide cómo ha de ser el hombre, para qué ha de ser creado y sobre quienes ha de tener poder", Posteriormente dices que Dios, nos ha colmado de sus dones, siendo dueños de elegir lo que queremos. Ante esto, me surge la cuestión, ¿cómo ha de ser entendido qué el artífice decide cómo ha de ser el hombre?, porque yo creo, que podría llegarse a entender que entonces el hombre, no posee libertad, aunque dentro de tu texto lo menciones.
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