Manlio Severino Boecio nació en Roma en el año 480 d. C. Gracias a que descendía de una familia noble consular romana, ocupó el puesto de cónsul y luego el de ministro principal, bajo el reinado de Teodorico, sin embargo, a algunas intrigas políticas creadas en su contra llevaron a que fuera acusado de conspirar contra el rey y lamentablemente condenado por él, después de estar en prisión por algún tiempo donde escribió una de sus obras más famosas, De Consolatione Philosophiae, murió decapitado en el 524/525.
Boecio es considerado como un gran pensador que tuvo gran aporte filosófico y teológico, durante la Edad Media, él de manera significativa trataba de plantear nuevamente las ideas expuestas tanto de Platón, como de Aristóteles. En un primer lugar proyecto darse a la tarea de transcribir al latín algunas obras de estos autores, tratando de conciliar sus pensamientos destacando lo esencial de estos, más las únicas obras de las que se conoce su traducción es la de las Categorías y del Peri hermeneias de Aristóteles y de la Isagoge de Porfirio, aunque también se dice que tradujo el Organon de Aristóteles, y a él pertenecen también varios textos de lógica, música y aritmética.[1]
A partir de estos comentarios previos que ya se han planteado sobre Boecio, pretendo realizar un breve análisis de La consolación sobre la Filosofía, obra dividida en cinco libros, en la cual, la filosofía es personificada y esta entra en un dialogo con Boecio en donde se discuten problemas como el del Bien Supremo que debe alcanzar el hombre, y qué es lo que lo aleja de este fin, al igual se habla del Hado o destino, del conocimiento que Dios tiene de nuestras acciones que vigila en todo momento y sobre el libre albedrio de los hombres.
Este texto comienza con una discusión que sostienen Boecio y la filosofía con una pregunta fundamental que hace este segundo personaje: “¿Piensas que este mundo es movido por la casualidad temeraria y fortuita, o más bien crees que hay en él una dirección racional?”,[2] cuestión que es respondida dentro del primer libro desde el problema sobre la concepción del mundo atribuyéndosela a Dios quien rige el mundo, sin embargo surgen dentro de este apartado dos interrogantes mas, una hace referencia al no saber cuál es el fin de las cosas y la otra evoca al sentido que tiene el hombre en esta vida. Con lo respectivo a la primera pregunta, responde la filosofía que todo ser por naturaleza forma parte de esta creación de Dios, de tal manera que el fin de los seres es retornar a esa Sustancia Fundamental que los creo. A la otra pregunta se responde que el hombre ha caído en el error de no entender el sentido que tiene en esta vida debido a que dentro del hombre, que es cuerpo y alma racional, “es condición de la mente humana el que, al rechazar las opiniones verdaderas, se imbuya de errores que, a modo de neblina, perturban el libre ejercicio de la inteligencia”[3] y esto lo limita a no conocer la luz de la verdad que proviene de Dios.
Dentro del tercer libro, se habla del problema de la felicidad como ese Bien Supremo que todo hombre por naturaleza desea, que es Dios el Bien Perfecto, sin embargo se da pie a que el hombre en este oscurecimiento de la verdadera felicidad, a causa de que la mente se deja engañar por las falsas opiniones debido a la creencia de que el bien esta en las cosas materiales, el reconocimiento, los honores, los placeres, los goces efímeros y en todo aquello que tiene la finalidad de complacerse al hombre mismo deleitando a su cuerpo, porque siente que estos bines imperfectos lo van a llevar a la plenitud como persona en su interioridad y en el ambiente externo que lo rodea. Cuando lo ideal sería que “no pudiendo concebirse nada mejor que Dios, ¿quién dudará que ese ser, que es el mejor que existe, es bueno? Y la razón de tal suerte prueba que Dios es bueno, que a la vez hace evidente el que en El se halle también el bien perfecto”[4]. Por tanto, el Creador es el Bien Supremo, porque no hay nada anterior a Él que sea más excelso, y de esta manera se reconoce que Dios es la mejor felicidad que el hombre puede alcanzar, es así que debe esforzarse por no caer en los vicios y en las pasiones de este mundo, sino tiene que buscar todo lo contrario, aquellas virtudes que lo lleve a la unión con Dios, el bien para el alma del hombre.
Por otro lado, dentro del cuarto libro se aborda el tema de la diferencia entre el destino y la Providencia que “es esa divina razón en sí misma, que reside en el ser supremo y lo dispone todo, mientras que el destino es la disposición inmanente a las cosas mudables”.[5] De esta manera Boecio hace ver que la Providencia es aquel orden que pretende estar en todos los seres y disponer de ellos, en cambio el destino se encarga de todos aquellos acontecimientos que son temporales los cuales acontecen por mandato de la Providencia y que solamente se refieren a las realidades de este mundo, descartando lo trascendente.
Por último, en el quinto libro se responde a la cuestión en la cual se afirma que el hombre ha sido beneficiado con el libre albedrío, esa capacidad de decidir en su obrar según su voluntad, ya que esta habilidad única entre los demás seres vivos lo lleva razonar y decidir qué es lo que desea como sumo bien, sin embargo Boecio piensa que esto es una contradicción contra el orden de la Providencia.
“Porque si Dios todo lo prevé y no se puede engañar, necesariamente sucederá lo que la Providencia ha previsto que será. Por tanto, si ha previsto desde toda la eternidad no ya solo los actos de los hombres, sino aun sus mismos designios y voluntades, ya no habrá libre albedrío, ya que no podrá existir ningún hecho ni decisión alguna de voluntad más que la que haya previsto la inefable presencia divina”.[6]
Ante esta problemática la filosofía responde a Boecio declarando que es cierto que Dios prevé y conoce todo, mas no todo está condicionado por Dios, debido a que hay un error al comprender la eternidad de Dios, ya que se cree que el tiempo para Dios es como el tiempo de los hombres, en el cual hay un pasado, presente y un futuro, sin embargo, por el contrario la divinidad “posee todo el ser en un ahora único, intemporal y simultaneo. Y en ello consiste su eternidad”.[7]
En efecto, el conocimiento de Dios sobre las acciones hace referencia a que conoce “lo que le está eternamente presente, de un instante que nunca se desvanece, no un preconocimiento de cosas que sean futuras para Dios”,[8] de esta manera la filosofía hace ver que el hombre solamente posee el presente, en cambio Dios en esta “infinitud de tiempo” de los actos que son futuros para el hombre y que mientras para Dios son presentes, no condiciona la libertad del ser humano, ya que las obras que realiza la persona no se convierten en acciones determinadas. "La eternidad de la visión de Dios «que es siempre presente, concurre con la cualidad futura de una acción»”.[9] Por esto se dice que Dios tiene como presentes los futuros actos del hombre que dependen de la voluntad de este mismo, y a partir de esta aclaración se llega a la conclusión de que el hombre es libre y puede aspirar a esta libertad. “En este sentido ser libre es liberarse y liberarse consiste en ser cada vez más racionales hasta alcanzar, dentro de los límites de la razón humana, la Razón divina”.[10] En efecto la única tarea del hombre es ordenar estos actos hacia la felicidad en el Bien Supremo, quien todo lo ve y lo conoce, por ello su trabajo debe enfocarse en la virtud evitando los vicios del cuerpo que sólo buscan la autosatisfacción de los sentidos, ya que Dios, el único juez, juzgará todas las acciones del hombre.
Bibliografía
- Boecio “Consolación sobre la Filosofía” en Fernández, Clemente, Los Filósofos Medievales Selección de Textos, t. I, BAC, Madrid, 1979, pp. 528-547.
- Boecio, “Introducción”, en Tratados Teológicos y La Consolación por la filosofía, [intr. Ramón Xirau], Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1989, pp. 9-15.
- Copleston, Frederick, “El período Patrístico”, en Historia de la filosofía, t. II [trad. del inglés de Juan Manuel García de la Mora], Ariel, México, 1987, pp. 83-85.
- Johannes Hirschberger, Historia de la filosofía. Antigüedad, Edad media, Renacimiento, t. I, [trad. del alemán de Luis Martínez Gómez], 15° ed., Barcelona, Herder, 1997, pp. 313-319.
[1] Cfr. Hirschberger Johannes, “Boecio” en Historia de la filosofía. Antigüedad, Edad media, Renacimiento, t. I [trad. del alemán de Luis Martínez Gómez], Herder, Barcelona, 1997, p. 313.
[2] Boecio “Consolación sobre la Filosofía” en Fernández, Clemente, Los Filósofos Medievales Selección de Textos, t. I, BAC, Madrid, 1979, p. 528.
[3] Boecio, Consolación sobre la filosofía, Libro I, Prosa VI. § 1.
[4] Libro III, Prosa X, § 7.
[5] Libro IV, Prosa VI, § 9.
[6] Libro V, Prosa III, § 1.
[7] Op. cit., Johannes Hirschberger, p. 319
[8] Copleston, Frederick, “Boecio”, en Historia de la filosofía, t. II [trad. del inglés de Juan Manuel García de la Mora], Ariel, México, 1987, p. 85.
[9] Idem
[10] Boecio, “Introducción”, en Tratados Teológicos y La Consolación por la filosofía, [intr. Ramón Xirau], Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1989, p. 15.
Me parece adecuada tu aportación, pero me surgen dos preguntas; ¿de qué manera puede aspirar a la libertad el hombre si todo es regido por la Providencia? y ¿cómo puede alcanzar la razón divina?
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