Después de haber desarrollado a lo largo de nueve libros lo que podríamos llamar una autobiografía, dentro de su obra Confesiones, san Agustín de Hipona se detiene para comenzar a escribir concretamente, en el décimo libro, parte de su pensamiento filosófico-teológico, exponiendo una serie de conceptos relacionados con aspectos antropológicos, epistemológicos y éticos, en su mayoría. En el presente texto se pretende sintetizar el contenido de dicho libro y puntualizar los elementos arriba mencionados.
Como la mayoría de los libros anteriores, san Agustín comienza elevando al Señor una oración, fuente de alegría y esperanza para el alma de los hombres, solicitándole a su vez penetrar la verdad, que es Dios mismo. Con lo anterior, da paso a la justificación del por qué escribió sus confesiones, aduciendo su interés por expresar lo que verdaderamente es él en su interior y afirmando que son provechosas para sus hermanos, quienes al leerlas “respiran […] por aquellos bienes y suspiran llorosos por estos males”1, los suyos, aunque sabe que no le es posible conocerse a sí mismo del todo, pues sólo el Señor es capaz de ello, Él, a quien ama con certeza y de corazón, amándolo a través de las creaturas que ha hecho y conociéndolo también a través de ellas, incluso, a través de sí mismo. Y es en este conocimiento de sí mismo que descubre su composición bipartita, cuerpo y alma, una visible y exterior, la otra, invisible e interior; complementarias entre sí, permitiendo al alma el conocimiento por medio de los sentidos, residentes en el cuerpo.
Sin embargo, la facultad sensitiva no es la más eminente, según san Agustín, sino la memoria, “donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles”2, facultad y potencia del alma que pertenece a la naturaleza humana. Además, no sólo atesora imágenes, sino que es capaz de retener las cosas tal cual son, como dice san Agustín más adelante refiriéndose a las ciencias, retomando la teoría platónica de la reminiscencia, al suponer que las ideas ya estaban en la mente, sólo es necesario evocarlas, recogerlas, juntarlas; palabras que traducidas del vocablo latino cogitare, son sinónimo de pensar. Así, la memoria guarda los números matemáticos, se guarda a sí misma, porque se recuerda como acto reflejo; conserva las afecciones y pasiones: el deseo, la alegría, el miedo y la tristeza. En fin, la memoria es alma, que incluso recuerda lo que está ausente y aquello que se ha olvidado; es más, la memoria recuerda al olvido mismo, la imagen que le representa.
“Todo cuanto está en la memoria, está en el alma”3, también lo que se ha perdido, porque aún se conserva, al menos en la memoria. Y es en la memoria donde se ha de buscar a Dios, empezando por encontrar la bienaventuranza, deseo de todos los hombres, presente también en la memoria y que consiste en la alegría que se ordena hacia Dios, que proviene de Él y se ve poseída por el amor que de Él mismo surge y, siendo el la Verdad, es de ésta de donde mana, de tal modo que si se ama a Dios, la Verdad suprema también nos lo solicita, aquélla de la que participan las otras cosas verdaderas. Dios, por tanto, reside también en nuestra memoria, se ha dignado habitar en ella, porque nos acordamos de Él
"Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma, y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba: y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero, que Vos estabais conmigo, y yo no estaba con Vos; y me alejaba y tenía muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser, sino estuvieran en Vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mi sordera. Brilló tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyentó mi ceguedad. Hicisteis que llegase hasta mí vuestra fragancia, y tomando aliento respiré con ella, y suspiro y anhelo ya por Vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis y me encendí en deseo de abrazaros".4
He aquí lo que podría ser la síntesis de este libro e, incluso, de toda la obra Confesiones. San Agustín ha encontrado a Dios; lo ha encontrado en sí mismo, a través de sus sentidos, presente en su memoria, formando parte de su alma. Dios, en quien tiene puesta su esperanza, lo ama y san Agustín le corresponde.
Y por este Dios, a quien ama, san Agustín recuerda las tentaciones en que cayó y, sin embargo, el Señor no lo ha despreciado. Confiesa su participación en los tres tipos de tentaciones: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la ambición de los honores mundanos. A causa de la primera dejó arrastrar sus sentidos: el gusto, el olfato, el tacto, el oído y la vista, hacia los deseos libidinosos, hacia la carne. De estos sentidos, la vista es más afectada, se deja arrastrar por la curiosidad, de encontrar placer en el mirar: la concupiscencia de los ojos. Y la soberbia invadió su alma, queriendo ser amado por los hombres y despreciando a Dios.
A pesar de lo anterior, Dios volteó su mirada sobre él y, motivado por las alabanzas de los hombres a su creador, san Agustín retornó al Padre, el único que merece la alabanza y el único que salva de la tentación, incluso de las más disimuladas, como la vanagloria por las virtudes que de Dios mismo vienen. Por tanto, nuestra seguridad, la seguridad de nuestra alma se encuentra en Dios. A Él hay que pertenecer, sin recurrir a mediadores falsos y demoniacos, donde se encuentra la muerte y el pecado. Si se ha de recurrir a un mediador, no hay otro más que Jesucristo “que con el Padre y el Espíritu Santo es un mismo Dios”.5
Bibliografía
San Agustín, Confesiones, Grupo Editorial Éxodo, México, 2005, Libro X, pp. 249-307.
1San Agustín, Confesiones, Libro X, 4, § 5.
2Íbidem, 8, § 12.
3Íbidem, 17, § 26.
4Íbidem, 27, § 38.
5Íbidem, 42, § 68.
No se ven las líneas Ontológica y epistemológica, ni alcanzo a ver algo político o social. De lo político y social no creo que se pueda encontrar algo en este libro, pero ¿no encontraste nada de ontología y epistemología? o ¿está esto reflejado en la facultad de la memoria? y ¿cómo?
ResponderEliminarEs importante esta sita de la cual te vasas, ya que como lo mencionas san Agustín comprende que es en el interior de él en donde encuentra a Dios, asciendo ver que lo exterior, si influye para encontrar a Dios, pero primero debes sentirlo dejarte iluminar para no caer en las pasiones externas.
ResponderEliminar