jueves, 13 de enero de 2011

Las Confesiones, Libro XIII

 

En el libro decimotercero, San Agustín hace un tipo de elogio y valoración espiritual, desde su propia persona y experiencia,  de la creación hecha por Dios. Tomando como punto de partida  la  bondad de Dios,que ha hecho posible que él [Agustín] y todas las cosas existan. “ Porque, aún antes de que yo fuese, eras tú, y yo no era uno a quien debieras conceder el ser. Y, sin embargo, he aquí que soy, por tu bondad, que se adelantó a todo lo que me has hecho”.     ( Conf.. XIII, I, 1). Ningún hombre puede hacer  valoración alguna si no existe y no puede maravillarse de lo que ve si no tiene la capacidad de conocer. Y es Dios que, existiendo antes que todo cuanto hay, da por su bondad esta capacidad, y es así, como el hombre [en este caso Agustín]  puede expresar su apreciación de lo que lo rodea.

Al mismo, S. Agustín, que reconoce  que Dios le ha dado la vida e inteligencia para conocer, en este caso todo lo creado, reconoce, en una breve interpretación de la Escritura, dicha por Dios, en especial del Génesis, toda su maravilla.

Comienza pues, hablando del hombre como ser creado por Dios, quien le ha dado las características propias al igual que a toda su la creación, es decir, es Dios que hizo en unidad, cuerpo y alma, al hombre, lo acercó a la semejanza con él para que pudiera existir, pero no lo hizo por algún motivo,  no tiene necesidad de nada, pues todo lo puede crear. Por eso, la vida espiritual  del hombre es iluminado por la gracia de Dios para vivir en bienaventuranza, siendo el hombre inferior a Dios tiene que ser guiado,ya que Dios que es perfecto, perfecciona a las criaturas hechas por él para que, estando mas cerca, puedan ser como él. Por ello, el hombre se siente necesitado,  poniéndose a su servicio, rindiéndole culto para recibir el bien que lo eleva hasta alcanzar a su Creador. De esta manera, pone al hombre como único ser  que puede tener contacto con Dios, y el hombre como único que tiene como centro de toda su vida a Dios.

Reconoce pues, el hombre, a un un Padre creador, al mismo tiempo a un Hijo que es principio y una esencia, que es el Espíritu Santo, juntos forman la Trinidad, un mismo Dios, creador del cielo y de la tierra y cuanto existe en él. Siendo la esencia, el Espíritu Santo, lleva al Padre y al Hijo, y en el hombre, el alma comparte esa esencia de Dios, el Espíritu Santo que es esencia forma parte del hombre y le infunde en él , el saber de la ciencia y nos hace reconocer a Dios y nos eleva hacia él, porque  el Espíritu Santo conoce al Padre. El hombre por sí mismo cae al abismo, es necesitado de Dios y con la santidad de Dios se levanta. Porque la grandeza y racionalidad del hombre se la ha otorgado Dios, y él es quien,  también, puede despojar de lo que da.

Toda alma, tiende a elevarse por la iluminación de Dios, la del hombre, que ha pasado por las tiniebla [el pecado], tiene que convertirse, volver a  luz que es Dios y a él hay que invocar para saber cómo hacerlo, pues es toda verdad. En Dios reside una verdad absoluta, y si el hombre a sido creado a semejanza de él, puede ser, conocer y querer alcanzar  al ser divino que equivale a alcanzar  a la Trinidad.

Sin embargo, el hombre a de ser un gran esfuerzo en poder alcanzar la imagen y semejanza de Dios trinitario, pero, el Espíritu Santo da la misericordia de Dios a los hombre para poder emprender dicha tarea y así poder ser luz del Señor.

Así pues, concibe S. Agustín al hombre, hecho por Dios y  que de él proviene cuanto tiene, siendo mortal [el hombre] no abandona Dios a su creatura, al contrario lo socorre para que pueda volver a él.

A la mitad del libro decimotercero, se puede ver, que Agustín  concretiza la bondad de Dios, su misericordia con el hombre y su autoridad que tiene sobre todo cuanto existe y donde  el hombre sólo puede reconocer su grandeza y seguir sus preceptos,  en las Escrituras: “Y es que tu divina Escritura posee una más sublime autoridad, ahora que han sufrido la muerte de acá abajo aquellos mortales por quienes nos la dispensaste. Y tú sabes, Señor, tú sabes cómo revestiste de pieles a los hombres, cuando se hicieron mortales por el pecado” (Conf., Libro XIII, 16). Las Escritura son para Agustín el manual, por así decirlo, de cómo volver hacia Dios purificados del pecado, pues, como bien menciona en la cita anterior, sólo se padece la muerte terrenal, podríamos su suponer, la del cuerpo; y la espiritual, que pertenece a Dios, se eleva hacia él. Y será la conducta del mismo hombre quien determine si vuelve o no hacia su Creador, sometiendo a su propio juicio las Escrituras que por la fe se ejercita o se cree lo que en ella está establecida, formando parte de una Iglesia terrenal, donde se concentra o se vive la voluntad de Dios,y por ella [la Iglesia terrenal], iremos a la celestial, donde seremos adoptados por el Padre.

Con esto, se quiere decir que, el Señor es la antorcha para esperar y perseverar hasta llegar a la Iglesia celestial, separando lo bueno de lo malo. En las Escrituras, palabra eterna del Señor, nos lleva también a conocer al Hijo que ha sido enviado. El Verbo libre de pecado, llama a seguir siendo fieles, de corazón puro para alcanzar la semejanza de Dios, que aunque no lo hayamos visto se manifiesta en la autoridad de las Escrituras. Porque Dios conoce la grandeza y en él, está la fuente del conocimiento, o sea, en su Palabra y las almas fieles que son regadas por Dios y dan su fruto, un fruto bueno, creyendo por la fe en su Hijo volverán a encontrarse con él.

Otro punto que deja entrever Agustín en esta parte de las Confesiones es que hay una relación dual entre Dios y el hombre, recíproca, con esto  quiero dar a entender que Dios favorece mucho más al hombre como a ninguna otra de sus creaturas, dejando que el hombre se engrandezca con las obras de caridad para darle  gracia al hombre. Al mismo tiempo le brinda o comparte la inteligencia y sabiduría que es propiamente de Dios, él da según su consideración y al hombre se la da misericordiosamente.

Por consiguiente el hombre debe mantenerse en una postura siempre recta, para seguir  en la senda de Dios: “ Pero lavaos antes, sed puros, apartad la maldad lejos de vuestras almas[…]” (Conf., Libro XIII, XIX, 24), para que, al termino de la vida terrena puedan alcanzar la vida eterna, “Preguntaba aquél rico al Maestro bueno qué debería hacer para alcanzar la vida eterna. […] que le diga que, si quiere  la vida, guarde de los mandamientos, aparte de sí la amargura de la malicia y de la iniquidad, no mate, no cometa adulterio, no robe, no diga falso testimonio, para que aparezca la tierra seca y germine el respeto a la madre y al padre y el amor al prójimo” (Conf., Libro XIII, XIX, 24), cumplir los mandamientos y podéis recibir de Dios su  espíritu y poderlo proclamar el Señor de nosotros. Porque a diferencia de los reptiles y las volátiles obras de Dios, que son temporales y diferentes de las del cielo, los hombres comparten el Espíritu propio de Dios.

El hombre hecho por Dios, por tanto, no debe medirse con el mismo hombre sino con su Creador, es decir, no debe imitar o tomar como modelo a otro hombre sino imitar a quien es superior que él, en este caso, Dios. Porque el hombre sólo tiene poder para juzgar las cosas inferiores a él, las cosas dichas por Dios, sólo las cumple, en este caso lo que manda las Escrituras, si es así, cómo a de medirse consigo mismo que tiene limitancia.

Por eso, las diferentes interpretaciones de  la Palabra llevan a la  fecundidad, y el saber y la razón, llevan a la aridez. porque todo lo quieren someter a juicio, sin saber que las cosas dichas por Dios sólo se cumplen. ya que, toda verdad viene de Dios y los frutos, que recibe el hombre, de su misericordia., es decir, del don, que se recibe, y el fruto, lo que surge del don, se alegra el hombre y no tiene porque estar siempre razonándolo, así nunca dará sentido y valor a las cosas  provenientes de Dios, porque, sólo se goza cuando se da y se recibe por caridad y no por razón justificada del hombre.

En sus últimos capítulos de Las Confesiones, pone de manifiesto también, una cualidad de Dios, que  todo lo que ha creado Dios es bueno pero más bueno es él mismo creador de todo. Así mismo, determina que lo que hace Dios es eterno, pues,  no le afecta el tiempo. Sin embargo, admite que algunos erran al decir que Dios no hizo todas la cosas, que las tomo de otros, como los maniqueos, y por lo tanto, niegan la procedencia de creación a un sólo Dios. Pues han errado porque no han conocido la verdadera verdad, es decir, que no han sido iluminados por quien da el conocimiento, por tanto, viven engañados.El hombre conoce por la iluminación del Verbo  y el Espíritu Santo, y sólo  el Espíritu Santo conoce a Dios, y si el conocimiento que adquiere el hombre le viene de Dios, puede conocer la verdad que está en Dios.

Para concluir sus Confesiones, Agustín reconoce en el hombre una semejanza total con Dios. Dios gobierna todo lo que ha creado y el hombre a quien le infunde su Espíritu, le comparte el gobernar también, somete al poder del hombre a  la mujer y a toda su creación, y el hombre a semejanza de Dios,  hace el bien porque  tiene el Espíritu de Dios y busca a Dios. En cambio, Dios no actúa para hacer el bien porque no necesita de alguien más, él es todo  bien.

Con esto podemos concluir que, S. Agustín ve en la creación, y sobre todo porque a profundizado el conocimiento del Génesis, que Dios es el creador de toda la realidad “hemos considerado también las realidades figuradas, a causa de las cuales quisiste que fuesen hechas tus obras en tal orden, o en tal orden fuesen descritas” (Conf., Libro XIII, XXXIV, 49). Dios las trajo a la existencia, después de haber sido pensadas y según él quiso, las fue creando. Y fue al hombre a quien le quiso compartir su Espíritu y su conocimiento, por eso el hombre en gratitud a su bondad y misericordia le rinde culto y eleva sus plegarias para alcanzar el descanso en el Dios que concede lo bueno y hace lo eterno.

 

  • S. Agustín, Las Confesiones, Libro XIII, 9a ed., Ed.Porrúa, México, 1986.

 

 

 

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