En varios de sus escritos, Agustín escribe contra algunas herejías, principalmente contra los maniqueos, de quienes en algún momento formó parte y de los cuales conocía muy bien sus enseñanzas. En la obra de De las costumbres de la Iglesia católica y de los maniqueos, Agustín trata la cuestión del bien y del mal, presentando la postura de la Iglesia católica y haciendo notar los errores de los maniqueos al respecto del tema tratado.
Para iniciar su tratado sobre el bien y el mal, Agustín presenta a Dios como el ser supremo, el primer ser, el que es siempre lo mismo, inaccesible a toda corrupción, el ser que subsiste por sí mismo y el que verdaderísimamente es; y a pesar de que es un ser supremo, buscará acercarse a su conocimiento pero evitando cualquier error como lo hacen muchos otros, entre los cuales se encuentran los maniqueos, ese acercamiento será con la finalidad de explicar con claridad el mal y el bien.
Respecto al origen del mal, comienza contrarrestando la doctrina de los maniqueos en la que afirman que el mal es una naturaleza o substancia, lo cual, según Agustín, es una idea errónea puesto que ninguna naturaleza es mala sino que el mal es contra la naturaleza, ya que, como define Agustín, el mal “es lo que ataca la esencia de un ser, lo que tiende a hacer que no exista más.”[1]Así pues, si el mal fuera una naturaleza entonces se destruiría a sí misma, lo cual no puede ser, puesto que si una cosa es no puede no ser.
En relación a si el mal es naturaleza o no, Agustín recurre a la doctrina de la Iglesia para dar fundamento a la afirmación antes hecha y dice que, “la Iglesia católica enseña que Dios es el autor de todas las naturalezas y substancias…Dios no es creador del mal”[2], la verdad en esta referencia, reside en que, si Dios es el creador de todas las naturalezas, es decir, de todos los seres, y siendo también Él una naturaleza, no podría ser el creador del mal, puesto que si es el sumo Ser, asumiría también la naturaleza del mal y así como hace que una cosa sea, haría que una cosa no fuera, lo cual es contradictorio, puesto que si Él hace ser a las cosas no puede hacerlos no ser ya que iría contra su propia naturaleza, por lo tanto, el mal no puede ser naturaleza porque si fuera así, el mal sería Dios y además porque siendo Dios el creador de todas las substancias, éstas deben ser como Él.
Partiendo de la afirmación de que el mal es lo que causa daño, Agustín afirma que “todo lo que causa daño priva de algún bien a lo que daña; y si no priva de algún bien, no hay daño alguno.”[3] Por consiguiente, el mal es la privación del bien y siendo Dios el sumo bien, el mal es la ausencia de Dios; y siendo el sumo bien, Dios no puede ser dañado pues es inaccesible a todo daño. Todas las criaturas participan del bien pero no son el bien, por lo que, el mal consiste en apartar a la criatura del bien, el bien es un orden y el mal es la privación de ese orden, entonces, cuando una criatura es alejada del orden, se corrompe y cae en las manos del mal. Dios es quien ordena todas las cosas y el no estar en su orden es estar corrompido.[4]
Según las premisas anteriores, solo las criaturas pueden ser objetos del mal y gracias a que éste existe, el sumo bien puede obrar sobre ellas, pues mientras que el mal busca corromper los seres, sacándolos del orden establecido, Dios que es la bondad, hace todo lo posible para que aquellos que se dejan corromper, regresen al orden ya que de no hacerlo así, corren el riesgo de no-ser, puesto que, permaneciendo en el orden, existen y son, pero fuera del orden no pueden seguir siendo puesto que “la esencia del ser es la unidad,”[5] unidad que se logra permaneciendo en el bien, lo cual es, permanecer en Dios, principio y fin de todos los seres.
Agustín pretende hacer notar que, aunque el mal está presente en la vida de los humanos, éstos no deben dejarse corromper, pues su esencia no es el mal sino el bien y la labor de las criaturas, reside precisamente en permanecer en el bien, haciéndose ayudar del sumo bien, pues Él, constantemente atrae al orden, de manera que todo aquello que estaba corrompido por el mal, cambie para ser mejor, lo cual hace que la presencia del mal ayude a los seres, pues gracias a que se salen del orden, tienen la posibilidad de mejorar.
Aunque en las Sagradas Escrituras Dios dice: “Yo hago los bienes y creo los males”[6], no significa que Él sea la causa del mal, sino que, al decir que crea se refiere a que ordena y al decir que hace es porque da ser a lo que no lo tenía, así pues, según Agustín, ordenar “es disponer lo que ya existía de tal manera que llegue a mejorar”[7], por lo tanto, existe el mal, pero no proviene de Dios[8] y no es una naturaleza o substancia, y aunque su tendencia es estar fuera del bien, Dios, que es el ordenador de todo cuanto existe, no permite que nada permanezca fuera del orden, siempre está en un continuo trabajo para que todo siga existiendo y sea mejor.
[1] De las costumbres de la Iglesia católica y de los maniqueos, Libro II, Cap II, § 2.
[2] Ibid., §3.
[3] Ibid., Cap III, §5.
[4] Cfr.Ibid., Cap V, §7.
[5] Ibid.,Cap VI, §6.
[6] Is, 45, 7.
[7] Ibid., Cap VII, §9.
[8] Cabe mencionar que Agustín no deja claro de dónde viene el mal porque su fin es sólo explicar que el mal no es una naturaleza y por ello no tiene su origen en Dios.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA.
FERNANDEZ, Clemente S.I, Los filósofos Medievales, selección de textos, “San Agustín, De las costumbres de la Iglesia católica y de los maniqueos”, Tomo I, BAC, Madrid, 1979, p 192-199.
AUTOR: César Águila Cázarez.
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