miércoles, 19 de enero de 2011

San Agustín, sobre el Orden


Agustín en su libro que habla Del Orden, presenta aspectos que los hombres deben de poseer para adentrarse al conocimiento de Dios, tales como: todo lo regido por la divina providencia, cómo Dios lo rige todo con orden, nada se verifica sin razón, Dios no ama el mal, aunque pertenece al orden, cómo se ha de curar el error de los que creen que las cosas no están regidas con orden, cómo había orden antes de venir el mal, enseñar a los jóvenes los preceptos de la vida y el orden de la erudición, diferencia entre lo racional y lo razonable, la razón inventora de todas las artes, origen de la dialéctica y retórica; de modo que, el conocimiento que se quiera adquirir sobre Dios, sea certero y con orden.

Se presenta así, un diálogo entre Cenobio, Agustín y su madre, Licencio y sus discípulos; en el cual el punto de partida es lo regido por la divina providencia. Aquí, Agustín se dirige a su amigo Cenobio y le dice, que es muy difícil alcanzar el conocimiento de esto, ya que no es fácil tener un oyente digno y preparado para tan divinas cosas, porque la vida humana fluctúa entre innumerables perturbaciones e inquietudes y lo mismo ocurre a los poco instruidos, que, incapaces de abarcar el ajuste y armonía del universo, cuando algo los ofende, piensan que se trata de un desorden o deformidad “como aprender y conocer cómo, gobernando Dios las cosas humanas, cunde tanta perversidad por doquiera”.1. El problema que enfatiza Agustín, es que el hombre no se conoce a sí mismo, ya que vive de los sentidos y, por tanto, si quiere conocerse, necesita tener contacto con su razón.

A esto Licencio plantea el problema del por qué las hojas caen de cierto modo, entonces plantea la pregunta “¿cómo puede relacionarse con el orden? ¿no es más bien obra de la causalidad?. Agustín responde que no es cosa de ponderar las causas más desconocidas, porque son causas enteramente ocultas, pero ante la cuestión del problema de que nada se verifica sin razón, “es patente a nuestros ojos que nada se hace sin razón”2, porque ante los problemas de la naturaleza se sabe muy poco. Con la respuesta de Agustín, Licencio dice “¿quién negará, ¡oh Dios grande!, que todo lo administras con orden?.. nadie es dueño de alguna idea que le venga a la mente... todas las cosas han sido creadas para que te busquemos a Ti”3. Por tanto, que, baste con saber que nada se engendra, nada se hace sin una causa suficiente. Ante ésta respuesta de Licencio, Agustín, temió, sin embargo, Licencio continua hablando y plantea que, Dios no quiere los males, porque no pertenece al orden que Dios los ame, el mal en cambio, pertenece al orden mal, por eso no puede ser amado por Dios, porque todos afirmamos que Dios es justo, y si todos afirmamos que es justo, entonces qué diferencia habría si todo es bueno, y qué puede haber fuera del orden si la justicia de Dios trata a buenos y malos según su merecido, o es acaso qué el mal siempre estuvo en Dios.

Agustín responderá, que frecuentemente los hombres ante estas cuestiones, creen que no estamos regidos por el Orden de la Providencia, otros que se creen piadosos y buenos, quieren que se les descubran las causas ocultísimas, recurriendo a la poesía para cantar sus lamentos. Sin embargo, antes deben educarse en las artes liberales, porque de otro modo no puede aspirarse a la comprensión de estos problemas. Para esto, propone un doble camino: la razón o la autoridad. En el cual, habla sobre la filosofía, que, promete la razón y enseñar el principio de todas las cosas y la grandeza de la sabiduría, es una filosofía que “enseña cuán gran cosa es que Dios haya querido asumir nuestro cuerpo para redimirnos”4. En su respuesta del origen del mal, dice que el mal, no se debe al orden, porque en Dios siempre ha existido el orden, por tanto siempre resulta que el mal nació fuera del orden y lo que dio lugar al origen del mal no se hizo por orden de Dios, sino que al nacer el mal fue sometido al orden, porque Dios fue primero. Y dirigiéndose a Licencio, dice: si no lo concede, es que le confiesa a Dios, autor de los males, lo cual es una impiedad horrible. Licencio guardó silencio, por el cual, la madre de Agustín refirió, “yo creo que hay algo que puede hacerse fuera del orden de Dios, el mismo mal que ha nacido, no ha nacido del Orden divino; pero la divina justicia no le ha concedido estar desordenado y lo ha reducido y obligado al orden”5, y, si amáis mucho al orden, no permitáis en nosotros ninguna precipitación, ni desorden.

Ante todo esto, Agustín dice que es la misma ley de Dios, la que se imprime en las almas de los sabios, de modo que saben vivir mucho mejor, cuanto más perfectamente la contemplen con la inteligencia y la guarden con su vida. Es por esto, que pide que a los jóvenes que se dedican al estudio de la sabiduría, se abstengan de los placeres de la mesa, del cuidado excesivo de su cuerpo, de la afición de los espectáculos, de la pesadez del sueño, de la murmuración, el amor al dinero, porque es la ruina de las esperanzas, y del mal, sino más bien, vivan con orden y armonía; sirviendo a Dios.

Volviendo al problema de la razón, Agustín, ahora habla sobre la diferencia entre razón y racionalidad, lo primero, es, que el hombre es un animal racional, y lo segundo es referido a las bestias; por tanto, no se puede confundir lo racional o lo razonable con razón, porque la racionalidad es lo que se usa o puede usar la razón, y lo razonable, es lo que está hecho o dicho conforme a la razón, la razón es pues, aplicado en discursos razonables y a los mismos sentidos, por ejemplo: una pócima que propina el médico es razonablemente amarga; pero nadie entrando en un jardín y tomando una rosa, exclama: ¡qué razonablemente huele esta rosa!, aunque el médico le haya mandado olerla; a esto pues, es sabio decir que una cosa es, pues, el sentido y otra la percepción por el sentido; porque al sentido halagan los movimientos rítmicos y todo es agradable a ella. Por tanto, “ni en el mismo sentido decimos que una armonía es bella o que una expresión es razonable”6. Hay, pues, tres géneros de cosas en que se muestra la razón; las acciones relacionadas con un fin (no hacer nada temerariamente), la palabra (enseñar con la verdad) y el deleite (contemplación); que no se limita a la pura a lo racional de hombre mismo, porque el hombre está ligado a vivir en sociedad con los que tienen común razón. Así, esta razón, dio paso a las diversas formas de emitir nuestro lenguaje, que da lugar a nuestra escritura, ésta razón, clasificó las sílabas en largas y breves, lo redujo a reglas fijas. Después de este orden, la razón, pasó al estudio de las artes, nos dio la dialéctica, que nos da el método para enseñar y aprender; “nos da la seguridad y la certeza del saber”7.

Concluye, que hay muchos problemas relativos a Dios; por ejemplo de cómo, no siendo autor del mal y siendo omnipotente, se comenten tantos males, y con qué fin creó el mundo, no teniendo necesidad de él; a lo que da respuesta, que no hay diferencia entre la substancia de Dios y la de ellas; por esto pide que estas cuestiones y otras, sean estudiadas con aquel orden de erudición que se han expuesto o mejor, dejarlas enteramente. Porque al conocimiento de estos problemas nadie debe aspirar sin el conocimiento de la dialéctica y de la potencia de los números, que ayudan a razonar bien. Aunque por ende, dos problemas inquietan: uno concerniente al alma y el otro a Dios, donde el primero nos lleva al propio conocimiento y el segundo al conocimiento de nuestro origen, uno es más grato y el otro más caro, el primero es para los aprendices y el segundo para los doctos; por tanto, el método de la sabiduría del hombre para entender el orden de las cosas es “la docta ignorancia”8.


Bibliografía

Fernández, Clemente, S. I, Los filósofos Medievales, selección de textos, “Agustín, Del Orden, BAC, Madrid, 1979, Tomo I, págs. 166-183.

1Agustín, Del Orden, BAC, Madrid, 1979, Tomo I, libro I, § 1, capítulo I.

2Ibídem, libro I, § 11, capítulo IV.

3Ibídem, libro I, § 14, capítulo V.

4Ibídem, libro I, § 16, capítulo V.

5Ibídem, libro I, § 23, capítulo VII.

6Ibídem, libro I, § 34, capítulo XI.

7Ibídem, libro I, § 38, capítulo XIII.

8Ibídem, libro I, § 47, capítulo XVIII.

2 comentarios:

  1. Me queda claro que Dios ha querido que el hombre permanezca dentro de ese orden que Él mismo ha establecido para aquellos que obran según su voluntad, sin embargo, dentro de este texto, ¿no se menciona alguna virtud especifica que lleve al hombre a formar parte del orden de Dios?
    Por otro lado, me queda una duda en cuento al orden de erudición, que al final del texto mencionas, dicho orden, ¿en qué consiste?, o se puede referir a que el problema del mal y el de la creación del mundo deben ser estudiados desde la sabiduría de Dios, cosa que es inconcebible, porque es evidente que la razón humana no puede conocer y comprender a Dios en su totalidad.

    ResponderEliminar

Por favor deja un comentario útil, constructivo y documentado