La obra Del Maestro de San Agustín, es un diálogo entre él y Adeodato,[1] en el cual tratan el problema de la enseñanza, no en sentido formal sino en el hecho de enseñar al hablar, es decir al utilizar el lenguaje y sobre quién es el que enseña. Pareciera que San Agustín fuese el maestro y Adeodato el alumno, sin embargo, aunque hay un maestro, no es ninguno de ellos dos; al final aparecerá con claridad quién fue el maestro en la obra y según San Agustín lo es también en todo hombre cuando emprende la búsqueda del conocer.
El primer problema que se plantean es la cuestión de qué es lo que se pretende al hablar, si enseñar o aprender, puesto que el que habla, algunas veces pretende enseñar al que lo escucha pero otras veces habla para aprender del que escucha; aunque pudiera pensarse que se hacen las dos cosas a la vez, sin embargo está no es una respuesta acertada pues se quiere saber cuál de las dos es la que tiene primacía. San Agustín dice que la finalidad al hablar es enseñar porque se emiten palabras con ese objeto, lo cual puede ser para enseñar al que escucha o para suscitar el recuerdo (cuando se canta) en uno mismo o en los demás, que dicho recuerdo también implicaría enseñar. Y, siendo Adeodato el que propone que al hablar se aprende, sin embargo, no tiene los fundamentos para justificar su propuesta, por lo que queda descartada la posibilidad de que la acción de hablar tenga la finalidad aprender.
Partiendo de que al emitir palabras, se enseña o se despierta el recuerdo, es importante aclarar que no cabe la posibilidad de hacer eso con Dios, pues al hablarle en la oración no se hace otra cosa que manifestar los pensamientos internos a fin de que los escuchen otros hombres o cada uno. Teniendo bien claro que la finalidad al hablar es enseñar, y que el hablar implica emitir palabras, San Agustín se plantea otro nuevo problema, sobre cómo se da el significado a las palabras.
Con la siguiente frase, intenta explicar todo lo referente al significado de las palabras y los signos: “Si nihil ex tanta superis placet urbe relinqui: si es del agrado de los dioses no dejar nada de tan gran ciudad.”[2] Siendo del conocimiento de ambos la traducción de dicha frase, resulta complicado poder encontrar un significado diverso al que ya conocen. La frase anterior se forma por signos, de los cuales se expresa su significado con una palabra y así mismo, la palabra es expresada con un signo para decir su significado, lo cual no ayuda a dar respuesta al problema planteado sino que abre a otra dificultad, ¿se puede mostrar el significado de una cosa sin signos?, lo que sí es claro es que para expresar el significado de una palabra, son necesarios los signos.
Ahora bien, San Agustín afirma que, aunque hay cosas que pueden conocerse, o dar el significado de algo sin palabras, sin embargo, para demostrar lo que algunas palabras significan, es necesario usar un signo de lo contrario no se demostraría.[3] Es así como aquello que no tiene un significado sensible es expresado con signos, así pues, no hay nada que no pueda mostrarse sin signos, pues ellos ayudan a acercarse al objeto que quiere conocerse sin que necesariamente, el signo revele la esencia sino sólo elementos que ayudan a encontrar el significado de aquello que se quiere conocer.
Queda claro que los signos son necesarios y que no todas las palabras pueden enseñarse con otras palabras, en cambio, los signos sí pueden hacerlo y son necesarios para mostrar otro signo. San Agustín distingue que hay signos que son palabras y otros que son gestos, los primeros pertenecen al oído y los segundos a la vista, así también, afirma que para significar algo se dice un nombre, el cual es un signo audible de signos audibles, en cambio las cosas audibles, son signos de cosas visibles, y a pesar de esto, la palabra no queda a un lado, pues “todos los nombres son palabras, más no todas las palabras son nombres”[4], por lo tanto, recordando que el problema está en cómo significar todas las palabras y habiendo algunas que no se pueden significar con palabras sino con signos, y entendiendo los signos como todas las cosas que significan algo (entre los cuales están las palabras) y habiendo también nombres que significan a las palabras, no se llega aún a la solución pues aunque todos los signos y todos los nombres son palabras, no todas las palabras son nombres, lo cual implica un serio problema pues con las justificaciones anteriores no se llega a la respuesta de cómo mostrar el significado de todas las palabras pero sí se alcanza un acercamiento.
Ahora bien, dejando a un lado a los signos, los cuales son necesarios y utilizados para mostrar algunas palabras, tenemos que hay nombres, los cuales también son signos, pero audibles y que ayudan al recuerdo en el espíritu, además hay términos que tienen la misma significación pero diferente sonido de las letras, con lo cual encontramos que tanto las palabras como los nombres pueden variar al significar algo en cambio los signos se significan a sí mismos y no tienen parecido a otros sino que son diferentes unos de otros. Con todo lo anterior, más que elegir entre palabra, nombre o signo para enseñar, es necesario saber que ambos son necesarios pues lo que uno no puede significar lo hace el otro, así por ejemplo, la palabra enseña en el momento que se habla y el nombre excita al recuerdo.
San Agustín se plantea un nuevo problema, sobre si se hay la posibilidad de que se enseñe sin signos pues de ser así las cosas no se aprenderían mediante las palabras; a esto encuentra que sí hay cosas que pueden enseñarse sin signos, lo cual se hace teniendo contacto con la cosa misma que se quiere enseñar, por lo tanto, la afirmación de que no hay nada que no pueda mostrarse sin signos[5] queda descartada y también el que sólo con palabras pueda enseñarse.
Lo anterior no descarta la posibilidad de utilizar los signos para conocer alguna cosa, puesto que, “mejor se aprende el signo una vez conocida la cosa que la cosa visto el signo”[6] lo cual quiere decir, que al conocer sin signos una cosa, se llega al conocimiento de su esencia pero gracias a los signos, se puede expresar de una forma más clara lo que es una cosa sin necesidad de que el que busca el conocimiento tenga contacto con la cosa, aunado a esto el hecho de que no con todas las cosas se puede tener contacto, por lo tanto, aunque es mejor el conocimiento teniendo contacto con la cosa que se quiere conocer (lo cual da más certeza al conocimiento), son necesarios los signos cuando no se conoce la cosa o cuando no puede tenerse contacto con ella.
Hasta este punto, todo a versado sobre el valor de las palabras, sin embargo, San Agustín se percata de que las palabras no nos muestran los objetos que deseamos conocer por lo cual, ahora se plantea que el que enseña no es por medio del habla y la expresión de palabras, en su concepción, el que enseña, es decir el maestro, es “el que presenta a mis ojos, o a cualquier otro sentido del cuerpo, o también a la inteligencia lo que quiero conocer”[7], lo cual se logra sólo con el conocimiento de las cosas y de su significación para que así, las palabras que aprendemos se perfecciones y nos acerquen más a dicho conocimiento, ello no significa que sea necesaria la experiencia del sujeto con el objeto para conocer pues como dice San Agustín “creo todo lo que entiendo, más no entiendo todo lo que creo”, lo cual nos plantea que hay muchas cosas que se tienen por verdaderas y sin embargo no se comprenden pero deben creerse, lo cual justifica que debemos fiarnos de las palabras que otros emplean para enseñarnos sin que todo lo que enseñan deba ser comprobado, puesto que hay muchas cosas que no pueden entenderse por completo sino sólo creer en ello.
Así pues, las palabras, dice San Agustín, nos mueven a consultar la verdad, la cual es enseñada por Cristo, quien habita en el hombre e ilumina todo aquello que permanece visible él, a fin de cuantas, la verdad es Cristo y sólo a partir de Él, el hombre puede llegar al conocimiento de la verdad.
Finalmente, aunque las palabras no pueden manifestar por completo lo que se tiene en el espíritu, sin embargo, ayudan en mucho a expresar un poco de ello; así también, Maestro sólo hay uno y habita en cada hombre, así que, al hablar no se enseña sino que se aprende puesto que lo que las palabras hacen es incitar al hombre a que aprenda y sólo el Maestro es quien puede enseñar, así que, sólo puede enseñar aquel que habita dentro del hombre, Cristo, la Verdad.
[1] Adeodato era el nombre de su hijo, que en latín se escribe adeodatus lo que significa “regalo de Dios”, aunque es importante aclarar que en la obra no queda claro si el nombre utilizado se refiere a su hijo o si solo es un nombre símbolo que emplea en el diálogo.
[2] San Agustín, Del Maestro, Cap II, § 3.
[3] Cfr. Ibid. Cap III, § 5.
[4] Ibid. Cap IV, § 9.
[5] Cfr. Ibid. Cap X, § 31.
[6] Ibid. Cap X, § 33.
[7] Ibid. Cap XI, § 37.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA.
FERNANDEZ, Clemente S.I, Los filósofos Medievales, selección de textos, “San Agustín, Del Maestro”, Tomo I, BAC, Madrid, 1979, p 269-295.
AUTOR: César Águila Cázarez.
Hola, me parece muy bueno el texto que compartes y la hilaridad que llevas a cabo desde la palabra, como el signo. Solo una pregunta ¿Puede afectar al hombre desde su ética el solamente hablar lleno de palabras?
ResponderEliminarConsidero que abordas ampliamente el tema del conocimiento en San Agustín, particularmente me llama la atención cómo es que concibe este autor el término aprender antes de concluir que la finalidad de hablar es ciertamente aprender. ¿Cómo es que San Agustín consideraba que aprendíamos si no es por medio del lenguaje como primera finalidad?. Otra inquietud es si se puede hablar de San Agustín como un pionero muy anticipado de lo que llamamos semiótica, por su preocupación por la interpretación y necesidad de los signos y significado de las palabras.
ResponderEliminarEse es un tema por el que ya se había preguntado Aristóteles,Carlos .
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