En la entrada anterior sobre San Anselmo[i] se resumió el Monologio, en donde Anselmo de Canterbury da varias pruebas indirectas demostrado la existencia de Dios. En esta entrada, trataremos su siguiente obra, el Prosologio, donde el santo, insatisfecho con el Monologio, busca descubrir un argumento único y suficiente para probar la existencia de Dios con todos sus atributos. “Desde ese momento comencé a pensar si no sería posible encontrar una sola prueba que no necesitase para ser completa más que de sí misma y que demostrase que Dios existe verdaderamente.”[ii]
Este argumento, llamado ahora la prueba ontológica, está basado en la naturaleza propia de Dios, pero se requiere primero de la fe para comprender la razón, según el propio autor nos dice: “designé al primero por estas palabras: Ejemplo de meditación sobre el fundamento racional de la fe; y al segundo por éstas: La fe buscando apoyarse en la razón.”[iii] Pero acaba nombrando sus obras Monologio que quiere decir dialogo con uno mismo y Prosologio, es decir, alocución, que según el diccionario de la Real Academia Española quiere decir: “Discurso o razonamiento breve por lo común y dirigido por un superior a sus inferiores, secuaces o súbditos.”[iv]
Y así, nos introduce al tema con una incitación o exhortación a buscar a Dios y contemplarlo. Sugiriendo que sólo así conoceremos a Dios haciendo nosotros el esfuerzo por encontrarlo en nuestra alma. “Entra en el santuario de tu alma, apártate de todo, excepto de Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarle.”[v] Y aún así, reconoce la propia incapacidad del hombre de encontrar a Dios por sí mismo, y necesita la iluminación divina para lograrlo: “Señor, vuelve tus ojos hacia nosotros, escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Sin ti no hay para nosotros más que desdichas; [...] para llegar hasta ti, sin cuyo socorro no podemos nada. [...] Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente.”[vi] Después de estas invocaciones y de dar un reconocimiento expresando su gratitud a Dios, acaba el primer capítulo.
En el segundo capítulo comienza a describir a Dios como lo más grande, y “si este objeto por encima del cual no hay nada mayor estuviese solamente en la inteligencia, sería, sin embargo, tal que habría algo por encima de él, conclusión que no sería legítima. Existe, por consiguiente, de un modo cierto, un ser por encima del cual no se puede imaginar nada, ni en el pensamiento ni en la realidad.”[vii] Por lo tanto dice que nada más un necio podría dudar de que, como Dios es lo más grande que existe, debe existir, por que si fuera únicamente un objeto del pensamiento, el pensamiento sería mayor a Él. Y este argumento lo continúa en el tercer capítulo, sólo que lo cambia a negativo, diciendo que no se podría entonces razonar que Dios no existe. Esto por que necesariamente hay algo mayor a todo lo demás, por lo que necesariamente existe el ser mayor y así no podría dudarse de que Dios existe. Y esta inexistencia sería además una falla, que se contradice con la definición de un ser perfecto.
Después, en el cuarto capítulo, confronta el problema del pensamiento y del lenguaje. Cómo pueden ser estos los problemas que lleven al necio a pensar que Dios no existe, y porque no entiende su inexistencia, lo cual según el santo es una imposibilidad, centrándose en las palabras y no en Dios. Así, según el Prosologio: “Aquel que comprende lo que es Dios, no puede pensar que Dios no existe.”[viii]
En el capítulo quinto, expresa que Dios debe poseer todas las cualidades, por lo que posee la existencia que es mejor que la inexistencia. Y como es el ser que existe por sí mismo, entonces es el creador que crea las cosas de la nada, ya que éstas no pueden existir por sí mismas. Y al poseer todas las cualidades es, “por tanto, necesariamente justo, verdadero, feliz y todo lo que vale más que exista que no exista, porque vale más ser justo que no serlo, ser feliz que no serlo.”[ix]
De ahí, en el capítulo VI, afirma que Dios es sensible, aunque no es un cuerpo se trata de un sentido incorpóreo, debido a que es mejor sentir que no sentir, es una cualidad divina. Y es entonces el conocimiento, que nos trae el sentir equiparable a el conocimiento íntimo y profundo que tiene Dios de sus creaturas lo que se compara con este sentido incorpóreo. En el capítulo VII discute sobre si Dios es omnipotente, ya que son muchas las cosas que no puede hacer, por ejemplo mentir. Pero llega a la conclusión de que lo que no puede hacer es por que eso rebajaría la naturaleza perfecta de Dios mismo, y si hiciera cosas indignas de la divinidad, ya no sería potencia, sino impotencia. Por lo que no puede hacer Dios deriva de el ser o el no ser y cómo es mejor el ser. De esto que Dios no puede no ser y no puede rebajar su ser, entonces “Eres [Dios] verdaderamente omnipotente, en el sentido de que no puedes nada en lo que es fruto de la impotencia y de que nada prevalece contra ti.”[x]
Luego, se salta al capítulo catorce, donde pregunta a su alma si ya encontró al Dios que buscaba. Y aquí responde a como Dios se le ve o comprende, pero a la vez ni se le ve ni se le comprende. Dice San Anselmo respecto a su conocimiento de Dios que llegó a conocer algo de Él, y por Dios mismo fue que lo encontró, pero no tal como es en sí mismo; porque la verdad divina es inmensa y no puede la criatura entenderla toda. “Busca ver más de lo que ha visto, pero no ve nada más de lo que ha visto [...] no puede ver más a causa de sus propias tinieblas. [...] Su corto alcance la ciega, se pierde en tu inmensidad.”[xi]
Seguimos con el capítulo XXII en el que Anselmo de Canterbury retoma lo dicho anteriormente, que Dios es, es lo que es y es el que es, siempre igual, que se identifica con todas las perfecciones sin dejar de ser el bien único y sumo. “Tú solo eres lo qué eres y el que eres [...] Tú existes verdadera y simplemente porque no tienes pasado ni futuro, sino únicamente un presente, y no se puede suponer un momento en que no existas.”[xii]
Acaba San Anselmo con una oración o aclamación a Dios en el capítulo XXVI, dando gracias a Dios por la verdad revelada y por las promesas de Jesucristo. Para Anselmo de Aosta, el alma, y más específicamente su alma, no puede abarcar esa plenitud de gozo que excede todas sus posibilidades, que no puede ser comprendida, pero se gratifica en ese gozo infinito, plenitud de amor y de conocimiento que Dios le concede. San Anselmo no puede conseguir todo el conocimiento, amor y gozo en este mundo, pero pide a Dios recibirlo algún día, después de una vida que no sea más que un anhelo permanente y total de ello.
Se ve claramente una concepción teocéntrica de el hombre, donde Dios abarca todo el pensamiento y es la fuente de todo bien, toda felicidad y todo lo creado. Así el hombre sólo debe seguir buscando a Dios para que ese se le revele y le muestre la felicidad y el gozo inmenso y eterno. El fin del hombre es entonces tanto la contemplación de Dios como la unión con Él. Y esto únicamente lo puede hacer Dios, el hombre no lo puede lograr con sus fuerzas. Y por lo tanto, se nota en este escrito que el ser por excelencia es Dios y es el creador de todos los seres, es uno y es mayor a todo lo demás, perfecto en todos sentidos. Sin embargo, no habla en este artículo ni de la sociedad ni de la política, ya que es un planteamiento sobre la existencia de Dios y como se puede comprobar por medio de la razón.
BIBLIOFRAFÍA
Alamena, J., Obras completas de San Anselmo I: Monologio ..., BAC, Madrid, 1952 cit.pos. Fernández, Clemente, Los Filósofos Medievales II, BAC, Madrid, 1979
DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición, en http://buscon.rae.es/draeI/, Real Academia Española, 2001
[ii] Fernández, Op. Cit., pág. 66
[iii] idem, pág. 67
[iv] DICCIONARIO DE LA LENGUA ESPAÑOLA - Vigésima segunda edición, “alocución”, en http://buscon.rae.es/draeI/, Real Academia Española, 2001
[v] Fernández, Op. Cit., pág. 67
[vi] Idem, pág. 69
[vii] Idem, pág. 72
[viii] Idem, pág. 73
[ix] Idem, pág. 74
[x] Idem, pág. 75
[xi] Idem, pág. 77
[xii] Idem, pág. 78
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