jueves, 13 de enero de 2011

Agustín de Hipona Confesiones libros VII-VIII

Confesiones de San Agustín libro VII

En este libro, san Agustín narra el cambio que dio de la adolescencia a la juventud, la huida de la Sabiduría y la búsqueda de Dios en cosas banales, aquí mismo muestra como creía que Dios era “incorruptible, inviolable, e inmutable”[1].

El libro siete de las confesiones, explica que el alma no es más que una parte de Dios, de modo análogo, solo que está manchada y es miserable, es por ello que envía a su hijo para socorrernos, para purificar esa parte que en nosotros esta manchada. Se puede decir que la realidad del ser humano, no es más que la de un ser impuro y que por tanto necesita de una purificación, por ello nos dice que: “el Hijo de Dios, vino para salvar a la humanidad de la esclavitud, a salvar a la persona corrompida”[2].

En las confesiones San Agustín, da una explicación detallada de lo que está pasando. En este capítulo siete vemos como San Agustín hace una fuerte aclaración hacia los maniqueos diciendo “Entonces: si de tu substancia, sea ella lo que fuere, se dice que es incorruptible, con esto sólo aparecen falsas y execrables las afirmaciones de los maniqueos; y si se dice que es corruptible, al punto se ve claro que esto es falso y abominable”[3]. Por ello San Agustín se pone a investigar la naturaleza del mal, todo esto para tener la absoluta seguridad de que todo lo que se dice es falso.

San Agustín muestra en este libro, sus diferentes dudas acerca del mal, cuestionaba su propia procedencia y también se interrogaba ¿de dónde le provenía el querer realizar el mal y rechazar el bien?, cuestiona dicha procedencia y afirma que si este mal procedía de Dios, que es un Dios de dulzura, ¿de dónde provenía ese mal? ya que lo buscaba incesantemente y tanto fue su empeño en buscarlo, que su fe, tomaba una fuerza enorme dentro de él y eso lo llevo a adentrarse más al conocimiento de su persona.

A pesar de sus diferentes formas de pensar y de su firme exigencia de saber que es el mal, San Agustín en uno de sus diálogos con Dios ,dice: “pero Tú no permitías que el ir y el venir de mis pensamientos me apartara de la firme convicción de que Tú existes y de que tu Ser es inmutable”[4]. Que a pesar de todo lo que se le iba presentando en el camino, no dejaba de dudar de Dios y esa era señal de que su Fe es firme.

Deja ver también al hombre, como un ser que es para la muerte, pero que después de esa muerte hay una vida futura, es decir, el hombre no queda en la muerte, sino que después de la muerte hay algo más que lo espera. Poco a poco San Agustín va comprendiendo que Dios todo lo hace bueno y que no hay substancia que Dios no haya hecho buena, pero por otra parte se da cuenta también que no todas las cosas son igual buenas y que por ello, cada una tiene su propio bien.

San Agustín dice: “En ti mismo no hay, en absoluto, mal alguno. Pero tampoco en el conjunto del universo, pues fuera de ti nada hay que pudiera irrumpir en él y perturbar el orden que tú le impusiste”[5]. Es por ello que viene aclarando que no existe una convivencia entre los elementos que existen en la naturaleza y por eso se dicen malos.

LIBRO VIII

Se narra la gran misericordia que Dios ha tenido con él y como él está agradecido, relatará como el Señor rompió las cadenas que le tenían inmerso en el pecado y la perdición, su vida era temporal, vacilante y sentía que su corazón debía purificarse, que debía sacar lo viejo, para poner lo nuevo; viendo esta necesidad, busca la ayuda de su amigo Simpliano, en el cual San Agustín sentía que resplandecía la gracia de Dios.

San Agustín nos cuenta que veía la iglesia llena, pero, que todos llevaban en ella senderos diferentes, es decir, que no todos van a ella con una misma finalidad, sino con ideas diferentes, podrían ser llenas de bondad o de maldad. San Agustín se percibe como una persona débil y que ambicionaba la vida fácil; cuenta que poco a poco, fue dándose cuenta de esos aspectos de su persona y que ya había salido de la vanidad y estaba encontrándose con el Creador.

Agustín muestra el recorrido que realizó para llevar acabo su proceso de conversión, ya que narra como él acude a sus diferentes guías, en este caso reafirma la figura de Simpliano y del Obispo Anselmo, quien le tenía un gran aprecio.

Narra san Agustín: “la zaga de la nobleza veneraba toda suerte de dioses, entre los que se contaba Anubis, un dios que ladraba”[6]. Nos presenta las creencias que las personas de su pueblo tenían, todo esto porqué los romanos habían derrotado a los pueblos de Minerva y por ello invocaban a sus ídolos. Muestra un pueblo, que se deja llevar por lo que los demás hacen.

San Agustín menciona que ya había hecho una opción de vida, había tomado el hábito, pero que las pasiones aun no lo dejaban, entonces él debía tomar una fuerte decisión, ya que el fardo del mundo lo deleitaban, pero veía que lo mejor era entregarse al amor de Dios que ceder a sus apetitos. Lo que en este libro nos muestra, es un fuerte discernimiento que San Agustín hizo, el cual no fue fácil ya que tuvo que luchar con algo con lo que había convivido toda su vida. San Agustín tuvo que luchar contra las cadenas de la esclavitud, pero no solo con eso, sino que debía liberarse de las cadenas del apetito carnal.

Desde que San Agustín lee el texto Hortensio de Cicerón, nace en él un impulso por buscar la sabiduría, entra en una reflexión que lo lleva a darse cuenta que el buscar la sabiduría, es preferir, todos los tesoros que se puedan hallar.

Narra cómo desde adolescente él había pedido la castidad, pero se la pedía para un largo plazo, ya que temía que Dios lo sanara pronto del morbo, veo pues a una persona presa de las cosas malas que hace y con pocas ganas de querer cambiar el rumbo de su vida, y es lo que en la actualidad está pasando con muchas personas, que, están esclavizados con las cosas terrenales que nos casamos o nos aferramos a ellas, San Agustín nos dice como él tuvo que desnudarse ante su propia persona, para darse cuenta del error en el que se encontraba y del cambio que el dio.

Cuando san Agustín se da cuenta del verdadero AMOR rompe en llantos y corre a desahogarse bajo una higuera, se aísla para entrar en su interior y después de haber desahogado sus dolores se reincorpora de nuevo a su realidad, regresa con su amigo Alipio y es ahí donde Agustín toma un libro lo abre y ve el siguiente pasaje: “no andéis en comilonas ni embriagueces; no en las recámaras y en la impudicia, ni en contiendas y envidias; sino revestíos de nuestro señor Jesucristo y no os dejéis llevar de las concupiscencias de la carne”[7]. Y así es como comienza para san Agustín el proceso de su conversión, nos dice “de tal forma me convertiste a Ti, que no busqué ya mujer y di de mano a todas las esperanzas de este mundo”[8]. Agustín comienza con ese cambio que tan fuertemente había pedido en su adolescencia.



[1] Agustín de Hipona, Las Confesiones, paulinas, México, 1980, libro VII, p. 113.

[2] Ibid.

[3] Ibídem, pág. 115, cap. II

[4] Ibídem, pág. 122, cap. VII

[5] Ibídem, pág. 127, cap. XIII

[6] Agustín de Hipona, Las Confesiones, paulinas, México, 1980, libro VIII.

[7] Rom, 13, 13-14, en Agustín de Hipona, Las Confesiones, paulinas, México, 1980, libro VIII. Pág. 155

[8] Agustín de Hipona, Las Confesiones, paulinas, México, 1980, libro VIII. Pág. 155

3 comentarios:

  1. Juan Carlos me parece que sería muy bueno que, dentro del relato en donde San Agustín opta por convertirse al cristianismo, explicáras más la importancia que tiene, en la línea del conocimiento, el cómo descubre a Dios este santo; dando énfasis en la interioridad.

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  2. Puediese preguntar, sobre el libro VII, cual es la contradicción teológica a la que se enfrenta S.A? Es sobre el pensamiento del mal pero a la vez saber que solo es bien? Y que concepto formula para resolvera? No llego a encontrar una contestación lógica para una clase..

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    1. Lizberth, no fui yo quien redactó el texto que leíste, pero te puedo comentar que en San Agustín subsiste una virtual contradicción respecto a su postura sobre el mal, a veces toma la perspectiva neoplatónica de que el mal no existe, es sólo ausencia de aquello que sí existe que es el bien. Pero, como es a todas luces obvio, esto no satisface del todo las exigencias de la razón, y a veces se decanta por concebir al mal como un misterio: misterium iniquitatis.

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