miércoles, 12 de enero de 2011

Juventud de Agustín entregada a la búsqueda de la verdad por el camino equivocado

Agustín expresa en los libros III y IV, la realidad presente en su vida, en los cuales se resalta su juventud, una juventud entregada a complacer su cuerpo a través de amores impuros, la búsqueda de la sabiduria y una juventud entregada a la herejía de los Maniqueos, viviendo la vida llena de infidelidades y poca cercanía con Dios.

Posteriormente hace el recuento de su vida, en los cuales se dedicó a enseñar retórica y escribir libros a través de su sabiduría, tratando de convencer a personas importantes como Hierio “era para mí algo muy grande e importante el que mis libros y mis estudios fueran conocidos por un varón tan insigne”1, un amor que lo lleva a tranquilizar medianamente su deseo de saciar el vacío interior y esa lujuria de poseer amores impuros, no perdiendose de vista también que, durante estos años, se entrega y se dedica a la astrología y padece la perdida de un amigo.

La vida desordenada y frágil de Agustín durante estos años, es dada por un fuerte vacío interior, que lo hace recorrer su propio camino acompañado de su madre, una camino en constante búsqueda de la verdad, encontrándose con verdades falsas, tales que lo hacen que se dirija a Cartago, donde comienza a llevar una vida llena de atracción a los placeres sexuales “vine a Cartago y caí como en una caldera hirviente de amores pecaminosos”2. Así comienza su vida por Cartago, donde además comienza a apasionarse por el teatro, aquí, le encantan los espectáculos que lo hacen sufrir, de modo que, asiste a los espectáculos para dolerse de ellos, buscando lo que pudiera hacerlo padecer dolor, derramar lagrimas sin sentido. En este momento comienza a ejercitarse en la retórica, de modo que para conseguirlo comienza a estudiar libros, especialmente de Cicerón, con la finalidad de conseguir los goces de la vanidad humana y comenzar a encender su corazón para lograr una búsqueda por la sabiduría inmortal, a través de una exhortación filosófica, donde lo único que le importaba, era la sabiduría misma y los libros de Cicerón “me decidí a leer las Sagradas Escrituras, para ver como eran... me pareció indigna en su lenguaje, comparada con la dignidad de Marco Tulio”3.

En Tagaste, después de algún tiempo, va a dar con algunos hombres llenos de soberbia, que pronunciaban el nombre del Hijo de Dios (los maniqueos), que en vez de alimentarlo, agotaba su vida, por lo erroneo de esta búsqueda; pero por amor al Sumo Bien, no se entrega por completo, porque lejos estaba Dios de aquellos fantasmas que él creía, ya que Dios es vida y su vida no estaba llena. Buscaba a Dios, pero no con la inteligencia racional, sino según los sentimientos de la carne; desconocía la realidad absoluta, que Dios es un ser espiritual que no tiene ni masa ni dimensiones ni miembros, esto pues, es lo que lo lleva a caer con los maniqueos. Pero posteriormente, su realidad de saberse creado por alguien lo lleva a reflexionar sobre el sentido de que Dios haya creado al hombre para que se comportaran de tal modo. Porque el hombre se vicia y se destruye la sociedad con las mismas actitudes, donde los principios capitales de la iniquidad, se derivan de la desordenada concupiscencia de sentirse más que los demás y todo esto se da cuando el hombre abandona al que es fuente de vida, el verdadero Creador. Los pecados surgen por tanto a través de actitudes que el hombre alaba pero ante Dios es condenado, poniendo el ejemplo de un higo cuando es cortado: sufre, por esto dice “en mi miseria llegué hasta creer que mayor misericordia hay que tener para con los frutos de la tierra que para con los hombres mismos”4.

En esta vida que Agustín lleva durante su juventud, su madre Mónica llora desconsoladamente, ya que no ve en Agustín una posible conversión, su madre se debate con tristeza; más aún, a través de un sueño, le ve vivir con ella; Dios le pronuncia una grande alegría que tendrá más tarde. Mónica en sus abundantes lagrimas se dirige al obispo para que hablara con Agustín y lo recibiera, pero el obispo un tanto fastidiado le dijo “Déjame ya, y que Dios te asista. No es posible que se pierda el hijo de tantas lagrimas”5.

En el recuento de nueve años de su vida (juventud), Agustín se reconoce soberbio y hereje, ya que busca que la gente lo aplaudiera y lo aclamara a través de sus clases de retórica, uniéndose a los que amaban la vanidad y buscaban la mentira (herejes).

Su vida da vueltas y está en una continua búsqueda de la verdad, por eso se dirige a consultar a los astrólogos, con quienes comienza a practicarla y a conocer lo que decían los dioses; pero en esta búsqueda de la falsa verdad su amigo Vindiciano y Nebrido le aconsejan que se aparte de estas prácticas, pero el no se persuade de lo que le indican ya que únicamente cree en su autoridad “ni él ni mi carísimo Nebrido... pudieron persuadirme a abandonar la astrología”6. Amigos como Nebrido y Vindiciano le faltarían en su vida, sin embargo, durante los años en que continua enseñando retórica conoce a un amigo extraordinario con el cual, su mente y la de él vagaban juntas y no podía vivir sin él. En esta amistad tan unida cae enfermo su amigo con una fiebre mortal, temiendo éste por su vida, decide bautizarse y consigue recuperarse; cuando nuevamente Agustín pudo hablar con él, comenzó a ridiculizar aquel bautismo que su amigo había recibido, su amigo enojado lo miro con horror y le dijo: que si quería continuar siendo su amigo, debía renunciar a hablarle de ese modo. Después de aglunos días, su amigo ya convertido en hijo de Dios, cayó nuevamente enfermó y falleció, quedando Agustín sin hallar dulzura en su corazón “creo que mientras más lo amaba a él más odiaba la muerte que me lo había arrebatado”7, le asombraba que hubiera muerto su amigo y él siguiera en vida, lo aplastaba un enorme peso de miseria que sólo Dios podía aliviar, pero él cegado por sus actos de búsqueda de placer y ahora, la muerte de su amigo, cuando pensaba en Dios no era algo firme y sólido, sino un fantasma. Por tanto, huye de su patria para que sus recuerdos fueran menos. Sale de Tagaste y se va a Cartago.

Ya en Cartago, Agustín vive una vida desordenada, lleva un mal vivir, el tiempo venía y pasaba, venían recuerdos de su amigo; sin embargo se da cuenta posteriormente de que: quien ama a Dios y a su amigo en Él, es dichoso, pues la ley de Dios es la verdad y la Verdad es Él “por todo eso te alabe mi alma, ¡oh, Dios, Creador de todas las cosas!...es en tu Verbo, Palabra por la cual fueron creadas, donde las cosas oyen su destino”8. Así, Agustín comprenderá que las almas han de ser amadas en Dios, reposo único, porque sólo Dios es permanente, y el sentido del hombre no puede captar sino una parte de la creación, y no la mejor creación que es su Creador inmutable.

Así pues, la sabiduria de Agustín lo lleva a escribir el tema de lo bello (trata de explicar que en los cuerpos seda una integridad en que reside su hermosura), pero con la intención de ser reconocido ante los demás, especialmente para agradar a Hierio, a quien amaba sin conocerlo, pues de su fama había escuchado tratando de llegar a ser como él. Con su sabiduria creía que podía conocer todo que, se pone a estudiar las categorías de Aristóteles, en las cuales le parecía que explicaban bien lo que son las substancias, el hombre en sus propiedades: figura, estatura, parentela, etc. Creía que Dios quedaba comprendida en ellas, pero en realidad no sabía cuál era el origen de lo que hay en ellas, ni cuanto hay de cierto y verdadero, porque la inteligencia del hombre no puede conocer más, si no es con la ayuda de Dios, se maravillaba de poderlas interpretar pero no se daba cuenta que la sabiduria le venia de Dios, “todo lo que entendí... lo entendí porque Tú, Dios mio, me habías hecho el don de un entendimiento vivaz y agudo para disputar”9; y los dones y energías que Dios le había otorgado no los había usado como alabanza hacia Él, sino como egoísmo suyo.

Agustín no se avergüenza de confesar las muchas misericordias que Dios tuvo con él “pues cuando nuestra firmeza eres Tú, es en verdad firmeza... nuestra casa no se derrumba por nuestra ausencia, pues nuestra casa es una Eternidad”10. Su corta edad y su intensa búsqueda de la verdad a través de caminos fuera de lo común, lo llevaron a actuar de manera desordenada y por tanto limitada a la relación con las personas. Pero en su intensa búsqueda de la verdad lo llevará a su conversión al cristianismo.

1Agustín, Las Confesiones, décima séptima ed., ediciones paulinas, México, 1992, libro IV, § 3, capítulo XIV.

2Ibídem, libro III, § 1, capítulo I.

3Ibídem, libro III, capítulo V.

4Ibídem, libro III, capítulo IX.

5Ibídem, libro III, § 2, capítulo XI.

6Ibídem, libro IV, § 3, capítulo III.

7Ibídem, libro IV, § 1, capítulo VI.

8Ibídem, libro IV, § 2, capítulo X.

9Ibídem, libro IV, § 3, capítulo XVI.

10Ibídem, libro IV, § 5, capítulo XVI.

Bibliografía

Agustín, Las Confesiones, décima séptima ed., ediciones paulinas, México, 1992, libros III y IV

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