miércoles, 25 de enero de 2012

Agustín de Hipona, Confesiones, Libro V

Dentro del libro V de las confesiones de San Agustín, encontraremos la experiencia personal del filósofo frente a dos obispos de aquel tiempo: Fausto (maniqueo) y Ambrosio. Circunstancias que ubican las razones por las que abandona sus viejas creencias para tomar un actitud de espera, de “búsqueda de sí mismo y de la verdad”. En este mismo libro, el maniqueísmo parece ser el tema central, pero ya desde un punto de vista de superación al abandonar tales creencias. Toda esta reflexión se sitúa en su vida a la edad de veintinueve años.

Algunas de las características sobresalientes de Agustín narradas en el texto, hacen ver su buen conocimiento por la ciencia astronómica de su tiempo; sabía pronosticar con exactitud días y horas de eclipses, entre otros fenómenos. Así pues, entre líneas dentro del texto, se percibe su búsqueda por la verdad a través del conocimiento científico.

El libro se abre con la llegada del obispo maniqueo Fausto de Milevi. Muchos de los encuentros con Fausto llegaron a tener como centro contenidos científicos y religiosos; ante todo, se puede decir que eran sobre “el hombre”, lo que llamó la atención al filósofo:

“Pues su reputación me lo había anunciado como muy hábil en las ciencias más elevadas y gran conocedor de las disciplinas liberales. Habiendo leído las obras de muchos filósofos y conservado en mi memoria sus doctrinas, comparaba algunos de sus principios con aquellas interminables ficciones de maniqueos, y encontraba más probabilidad en los sentimientos de aquellos que se han mostrado capaces de penetrar en la economía del mundo […]”[1]

Agustín había decidido progresar dentro de la secta, sin embargo el plan se vino abajo después de haber conocido a Fausto. Con esta experiencia hace la referencia radical entre el “hablar bien” y el “decir la verdad” en un discurso. Fausto llega a impregnar en él un desanimo por su figura, pero comprendió que no tenía la verdad:

“Dicen muchas cosas justas sobre la creación, pero no buscan con piedad la verdad, y por eso no la encuentran; o, si la encuentran, no hacen honor a Dios a pesar de conocerle, ni le honran como a un Dios, ni le dan las gracias; se disipan en la vanidad de su pensamiento, se declaran sabios, atribuyéndose lo que os pertenece […] os cargan mentiras”[2]

En su discernimiento personal hace maduración sobre su decisión de partir a Roma. Huye dejando sola a su mamá Mónica, en un mar de lágrimas. Agustín considera este viaje como una reflexión sobre las “aguas de la gracia divina” que lavarían sus pecados y secarían los ojos llorosos de su madre.

El filósofo narra las decisiones por las que abandona a los maniqueos, entre ellas asienta su sentir sobre el ya no poder progresar dentro de la secta. Además no lograba asimilar la mentalidad metafísica de un dios con cuerpo humano y el concepto de espíritu, incluso la “encarnación”.

Agustín descubre en Milán a Ambrosio (obispo católico), el completo revés de Fausto, puesto que el obispo de Milán era más brillante y ameno en la elocuencia, era más profundo y recto en su explicación espiritual. El mismo lo hace presentar de la siguiente manera:

“Y por fin llegó; y encontré en él a un hombre delicioso, que hablaba bien, y que desarrollaba las ideas familiares a los maniqueos con mucho más gracias y mucho más atractivo que el que acostumbraba usar” [3]

Frente a tal personaje y su testimonio, le convencen para dejar a los maniqueos (no precisamente en ese momento). Tanta prudencia y ponderación lo llevaron a hacerse un “catecúmeno católico”.

En conclusión, se puede decir que San Agustín abandona al maniqueísmo por motivos racionales del orden científico, en su incapacidad de entender da lugar a Cristo y con él al catolicismo, todas estas razones se mezclan en el penúltimo párrafo del libro que dan síntesis de la experiencia personal que hace este personaje en búsqueda de la verdad: “decidí abandonar a los maniqueos, no creyendo, en esta crisis de irresolución, que fuese mi deber seguir atado a un secta que ya quedaba, en mi aprecio, muy por debajo de todas las escuelas filosóficas. Pero esos filósofos, que ignoraban el nombre salutífero de Jesús […] Me decidí pues a seguir […] en espera de alguna luz cierta viniese a orientar mis pasos.[4]


BIBLIOGRAFÍA:

San Agustín, Confesiones, Libro V, Editorial Juventud, Barcelona (1968), pp. 83-103

[1] San Agustín, Confesiones, Libro V, Editorial Juventud, Barcelona (1968), p. 87

[2] Ibídem 88

[3] Ibídem 91

[4] Ibídem 103.

3 comentarios:

  1. Se me hace relevante el proceso de conversión en Agustín, es decir, pasar de los maniqueos a ser cristiano por la influencia de un hombre que en este caso es san Ambrosio. Cabe decir, Agustín va haciendo un proceso para encontrar la verdad y creo que la verdad que encontró fue a Dios.

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  2. Me parece muy importante cómo Agustín, en esa constante búsqueda del a verdad acude a ciertas personas que considera tienen conocimientos o pueden ayudarle para lograr su cometido. Así mismo, creo que tanto en esa época como ahora, muchas y muy variadas posturas y corrientes filosóficas y teológicas surgen ofreciendo una "verdad". ¿Cuál es la verdad "verdadera"? Agustín recorrió un camino muy interesante, donde no se dejó llevar por dogmatismos o sentimentalismos, sino que haciendo uso de su razón logra determinar racionalmente y mediante la reflexión filosófica que el cristianismo es la religión verdadera y que Dios es la verdad absoluta. Fundamental en Agustín de Hipona es que su conversión, a diferencia de otros santos cristianos, no la realiza a través de un "encuentro místico con Dios" o a través de otras vías, sino que llega a ser cristiano a través del ejercicio filosófico, a través del uso de la razón.

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  3. Es exquisito tener de frente el texto de un personaje destacado no sólo en el ámbito religioso y espiritual, sino también entendido en las "ciencias" dominantes de su tiempo. Particularmente el hecho de saber que Agustín se introdujo en los conocimientos de otras disciplinas, diversas a la retórica,roba mi atención ya que corrobora su insaciable búsqueda de la verdad, es realmente curioso imaginar a un futuro obispo católico indagar en lo que se refiere al estudio de la predicción de sucesos netamente físicos en los cuerpos celestes en relación a cada uno de los seres humanos interfiriendo así en accidentes y sucesos de cada uno de ellos, como lo hace la astrología genetliaca. Su renuncia a tal estudio, para fortuna de muchos, nos remite a un profesor suyo que lo disuade de tal elección por dicho conocimiento.

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