La siguiente redacción pretende ser una continuación sobre los textos de san Agustín, tomados del libro editado por F. Canals. Sin más me remito al texto leído.
El editor, para hablar acerca de la mente, la noticia y el amor, utiliza el texto De la Trinidad. Aquí san Agustín expresa que la mente no puede amarse si previamente no se ha conocido, de modo que se pone de manifiesto que para amar hay que conocer; e incluso no es ni siquiera por la observación de otra mente que pueda conocerse a sí misma, por lo que no puede decirse que “se ignora a sí misma y conoce a las demás”.[1] Argumenta también, que la mente percibe mediante los sentidos del cuerpo las sensaciones corpóreas, mientras que las incorpóreas lo hace por sí misma; por consiguiente se conoce a sí misma por sí misma, porque es incorpórea. Por otro lado “al amarse la mente existen dos realidades, la mente y su amor, y al conocerse la mente existen también dos realidades, la mente y su noticia; luego la mente, su amor y su conocimiento son como tres realidades, y las tres son algo uno; y si son perfectas, son iguales”.[2]Así, al observarlas, vemos que estas realidades existen en el alma, de modo que forman parte de un todo; y si forman parte de un todo se dicen en relación a este todo, “porque toda parte es parte de algún todo, y el todo lo es con todas sus partes”.[3] Del mismo modo son, las tres, una misma sustancia y así se relacionan, subsistiendo, es decir, quedando en sustancia la trinidad en que aquellas tres realidades, “y así cada una de estas tres realidades existe en sí misma”.[4] En resumen:
“la mente que se conoce y ama está en su amor y noticia; el amor de la mente que se conoce y ama está en su mente y en su noticia; y a noticia de la mente que se ama y conoce está en su mente y en su amor, porque se ama en cuanto es cognoscente y se conoce en cuanto es amante.”[5]
Para hablar del término «persona», tomando de base el mismo escrito de san Agustín, se parte la idea de que “en Dios nada se dice según accidente (…) y en lo que no se predica según sustancia, se predica accidentalmente (…) así en Dios nada se afirma accidentalmente, porque nada mutable hay en él (…) se habla a veces de Dios según la relación”,[6] es decir, el Padre en relación al Hijo, y el Hijo en relación al Padre. De modo que cuando se dice que son tres personas divinas, primero es porque se toma la traducción latina en la que hay una sustancia o esencia y tres personas; y este “tres personas” hace referencia a que comparten la esencia en comunión, por ejemplo: Abraham, Isaac y Jacob, tienen de común la humanidad y por eso se dice que son tres hombres; de modo que “si decimos que son tres personas, la cualidad de persona es allí común”.[7]
Cuando el editor habla acerca de la materia y la nada, usa el escrito Del Génesis contra los maniqueos[8], en donde, san Agustín, hace una apología acerca de la creación de predicada por los católicos, la cual, a su vez, toma fundamento en el Génesis de la Biblia. Así entonces defiende que Dios creó la materia de la nada; y puesto que los maniqueos defendían la idea de que ya existían antes las tinieblas antes de que Dios creara, se defiende que estas tinieblas a las que hacen referencia no son otra cosa que la ausencia de luz de Dios, en otras palabras eran nada. Pero si hubo una primera materia (creada por Dios) a partir de la cual Dios creó todo lo demás, a ésta se le encuentra con diferentes nombres en el Génesis, pero siempre con la intención de designar la materia primera, invisible e informe, de la cual creó Dios el mundo.
Respecto al tema del tiempo, desde las Confesiones, san Agustín expresa en primer lugar que el tiempo es obra de Dios, y puesto que Él es eterno, en Él no hay tiempo más que el hoy, y este hoy es la eternidad. En cambio para nosotros lo hombres hay que especificar que:
“no existen los pretéritos ni los futuros, ni se puede decir propiamente que son tres los tiempos: pretérito, presente y futuro; tal vez sería más propio decir que los tiempos son tres: presente de lo pasado, presente de lo presente, y presente de lo futuro. Porque éstas son tres cosas que existen de algún modo en el alma por la memoria, la visión y la expectación”.[9]
Por último acerca del mal, tomando el escrito De las costumbres de los maniqueos, queda dicho que el mal es aquello contrario a la naturaleza, porque ninguna naturaleza es mala. También a manera de apología, san Agustín defiende la idea de que el mal es “lo que ataca a la esencia de un ser, lo que tiende a hacer que no exista ya”,[10] y la corrupción aquello que lleva a la perversión, al desorden del ser; pero de ahí se concluye que “el orden produce el ser; el desorden, al contrario, que se puede llamar también perversión o corrupción, produce el no ser; y por consiguiente, todo lo que se corrompe, tiende por esto mismo, a no ser ya lo que es”.[11]
Bibliografía:
Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe.
Canals Vidal, F. (ed.), Textos de los grandes filósofos. Edad media, Herder, Barcelona, 1991.
[1] De la Trinidad, IX, cap.3-5, citado en: Canals Vidal, F. (ed.), Textos de los grandes filósofos. Edad media, Herder, Barcelona, 1991. p. 33.
[2] Ibídem, p. 34.
[3] Íbid, p. 36.
[4] Íbid, p. 37.
[6] Íbid, p. 39.
[7] Íbid, p. 39.
[8] Doctrina fundada por el filósofo persa Manes que se basa en la existencia de dos principios eternos, absolutos y contrarios, el bien y el mal.
[9] Confesiones, XI, citado en: Canals Vidal, F. (ed.), Textos de los grandes filósofos. Edad media, Herder, Barcelona, 1991. p. 51.
[10] De las costumbres de los maniqueos, II, citado en: Canals Vidal, F. (ed.), Textos de los grandes filósofos. Edad media, Herder, Barcelona, 1991. p. 33.
[11] Íbidem, p. 58.
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