Dentro de los escritos de Santo Tomás de Aquino encontraremos acerca del tema “la vida intelectual” y su diversidad de grados que se presenta. Para desarrollar su pensamiento que se centra en el hombre como ser animado, a lo que asevera que en cuanto sea más alta la naturaleza del ente, tanto más intimo es lo que de ella emana; en cambio, los cuerpos inanimados son los que ocupan el último lugar dentro de la creación, debido a que dentro de ellos no se dan otras emanaciones que las producidas por la acción de unos sobre otros. Esto nos remite a la comprensión de entender como la aprehensión de una cosa con el entendimiento, es decir, la facultad de conocer a través del alma y cuerpo.
En confrontación a Sócrates, el filósofo Santo Tomás hace reseña sobre el “alma intelectiva” como componente dentro del cuerpo, puesto que no es posible sentir sin el cuerpo, es preciso que el cuerpo forme parte del hombre. La afirmación con la que postula por parte de Sócrates, se entiende al individuo como un compuesto por materia y forma, por consiguiente, el entendimiento no se da por medio del cuerpo, debido a que el entendimiento sería extrínseco a su esencia.
Para sustentar la anterior afirmación y contraponer el pensamiento a Sócrates, Santo Tomás dice que el cuerpo es movido por el entendimiento porque entiende, lo que lleva a considerar al entendimeinto como un motor esencial para el cuerpo, de modo que cada cosa es ente del modo que es una. Entonces, cada hombre entiende porque su norma es el principio intelectivo. Por la misma operación del entendimiento se demuestra, pues que el principio intelectivo se une al cuerpo como su forma, es decir cuerpo y alma como un solo componente.[1]
Santo Tomás de Aquino formula que las razones eternas se conocen por medio de las criaturas materiales y no son las inmóviles las que nos dan a conocer, por lo que el alma intelectiva del hombre no conoce las razones eternas en un estado de vida. Para explicar mejor este pensamiento el mismo filósofo se hace ayudar de San Agustín. Las razones eternas no son otra cosa que las ideas, es decir, “son razones inmutables de cosas que existen en la mente divina”.[2] En otras palabras, la verdad inmutable se encuentra en las razones eternas; entonces, el alma intelectiva conoce toda la verdad en las razones eternas. Para fortalecer aun más lo dicho anteriormente, me apoyo con las siguientes palabras de Santo Tomás:
“En este sentido, hay que afirmar que el alma humana conoce las cosas en las razones eternas, por cuya participación conocemos. Pues la misma luz intelectual que existe en nosotros no es sino cierta semejanza participada de la luz increada, en la que están contenidas las razones eternas”. [3]
Una cuestión que se planteó Santo Tomás fue próxima a la experiencia espiritual, en la que se preguntaba si la mente es capaz de conocerse así misma o por alguna otra especie. Frente a esta incógnita llega a responder que el alma se conoce por sus actos; a tal contestación, el mismo filósofo asevera lo siguiente:
“Este conocimiento que se tiene universalmente de toda alma es el de su naturaleza; mientras el conocimiento que alguien tiene de su alma, en cuanto a lo que es propio, es un conocimiento del alma según que tiene ser en tal individuo; por este conocimiento se sabe el alma existe, así como alguien percibe que tiene alma; mientras por el otro conocimiento se sabe lo que es el alma y lo que conviene esencialmente”. [4]
Así pues, es evidente que nuestra mente se conoce así misma de alguna manera por su esencia, concretamente por sus actos. De estas premisas surge otro asunto a tratar, si el alma es sensible y es capaz de darse a conocer, entonces ¿el principio del conocimiento humano viene de los sentidos? Si las razones eternas no pueden ser conocidas por el hombre en vida, por tanto, el pensamiento humano no puede conocer las cosas universales; lo cual es evidentemente falso. Santo Tomás de Aquino a esta pregunta responde afirmando que el objeto del conocimiento humano se da en cierto orden, cuyo concepto se incluye en todo lo que el hombre aprehende, por consiguiente, puede conocer y entender a través de los sentidos.
En conclusión, Santo Tomás de Aquino muestra en su pensamiento que el hombre siente y tiene una inclinación natural por la inteligencia como buena, por consiguiente como debiendo ser y realizado por la acción y evitando lo malo como contrario, una actitud que parte del conocimiento puede reflejar en los actos quien es alma.
[1] Canals Vida, F. (ed.), Textos de los grandes filósofos. Edad Media, Santo Tomás de Aquino, Herder. Barcelona, (1991) p. 142.
[2][2] Ibídem 143.
[3] Ibídem 142
[4] Ibídem 149
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