Eckhart,
Maestro
Dios y yo somos uno
Este
es otro de los sermones del Maestro, y lo inicia hablando de los que tendrán su recompensa junto a Dios, es decir
de los justos. ¿Justos?, ¿quiénes son los justos?, como en cada sermón, el
Maestro Eckhart antes de adentrarse en el tema, nos detallará qué se entiende
en cada caso. Los justos, son los que le dan a cada quien lo que es suyo, no
importando a quien, sea superior, semejante o inferior, eso no debe importar ni
incidir para ser justos. Sin embargo, surge la duda, ¿qué podemos darle a
Dios?, parece muy difícil saberlo pues no olvidemos que no se trata de ser
mercaderes, que ofrecen trueques a Dios haciendo sacrificios a cambio de algo; entonces
¿qué se le puede dar a Dios en la vida eterna, que sea suyo y que provenga de
nosotros? Esto parece más difícil aún, ya no es sólo cuestión de darle algo sin
ser mercaderes; no obstante puede parecer aún más difícil de lo que ya parecía,
porque incluye darle también a ángeles, santos y hasta a quienes están en el
purgatorio. Parece que entramos en un laberinto que se complica cada vez que
avanzamos, ¿cómo podríamos darles lo suyo a quienes no están en esta vida sino
en la vida eterna? Y todo ello, sin dejar de favorecer a los que aún viven,
como vivimos nosotros. La respuesta a todas estas preguntas es más sencilla de
lo que pudimos creer, simplemente se trata de darles alegría mediante obras
buenas, ello les causa gran felicidad y proviene de nosotros, de los justos. Los
ángeles, los santos, los del purgatorio;
“aman
a Dios sin medida y lo aman tan bien que les es más caro su honor que su
bienaventuranza. Y no sólo los ángeles y los santos, sino incluso el mismo Dios
siente una gran alegría, como si se tratara de su bienaventuranza y su ser, así
como si su felicidad y su bienestar dependieran de todo ello.”[1]
Sin
embargo, no son los únicos que son justos. También son justos aquellos que
aceptan la voluntad de Dios, sea ésta la que sea; es común que los creyentes
pidan que se haga la voluntad de Dios, sin embargo pensando en su propia voluntad,
por ello no les es fácil aceptar la voluntad de Dios, porque dentro de sí
esperaban otra cosa. Eso no es ser justos, no están dispuestos a aceptar la
voluntad de Dios, le ponen sus condiciones y catalogan si así era lo que les
convenía; ser justos es cuando realmente aceptas la voluntad de Dios, sin
pedir, sin reprochar, sin sentir nada por lo que él quiere para ti, por
ejemplo, si quiere que sufras una desgracia de tal magnitud que creas que no
puedes con ello, no deberás cuestionar, ni reprochar, ni hacer, ni decir, ni
pensar nada, únicamente deberás aceptar que es la voluntad de Dios. No importa cuán
delicado sea lo que nos toque vivir, siempre que sea la voluntad de Dios
debemos recibirlo, los justos no tienen voluntad; “se mantienen tan firmes en la
justicia y tan extraños a sí mismos que no les importan ni las penas del
infierno, ni la alegría del reino de los cielos o cualquier otra cosa.”[2]
Ser
justos va más allá de dar a cada quien lo suyo, es más que aceptar la voluntad
de Dios, es semejante a lo que conocemos en filosofía como ataraxia, esa
imperturbabilidad de sentimientos y emociones, porque advierte Eckhart que no
es justo aquel que se siente feliz o preocupado, porque de estar feliz para ser
justo debería estar siempre feliz, o de estar preocupado, debería estarlo
siempre, más preciso aún, “si en un momento está alegre, debe estarlo siempre, pero
si está más alegre unas veces que otras, en eso es injusto Quien ama la justicia se mantiene tan firme sobre ella que
ama su ser; nada puede sacarlo de ahí y ya no se ocupa en nada más.”[3]
Retomando
las palabras del Evangelio con las que dio inicio a este sermón, dice que los
justos, de los cuales hemos explicado quienes son, vivirán junto a Dios. ¿Qué
puede ser más grato para un creyente que una vida eterna junto a Dios?,
absolutamente nada, esto es por lo que viven y creen, toda su fe está dirigida
a tener una vida eterna junta a Nuestro Señor. Pero ¿a qué se refiere exactamente
la frase cuando dice junto a Dios?, de primera instancia podríamos entender que
se trata de estar con él, sin embargo es más alentador que eso, es ser
semejante a Dios; no ser ni más ni menos que él. Vivir junto a Dios quiere
decir en primer lugar que nuestra alma estará en la vida eterna y en segundo
lugar que será igual a Nuestro Señor, un alma vacía, libre y virgen, no tiene
ni imagen ni forma al igual que Dios, “no sólo ella está junto a él y él junto
a ella, por igual, sino que él está en ella; y el Padre engendra a su Hijo en
el alma de la misma manera en que él la engendra en la eternidad y no de otra
manera.”[4]
Nuestro Señor engendra a su hijo en cuanto a él, yo soy engendrado en cuanto a su
hijo y si su hijo es engendrado en cuanto a él y yo en cuanto a su hijo, por lo
tanto Dios me engendra en cuanto a él; Dios y yo somos uno.
Alguna
vez escuché a un padre de x iglesia decir que Nuestro Señor es supremo y que
para ser dignos de él deben hacer tal o cual cosa, supongo que eso cambia de
acuerdo a las necesidades de cada religión, templo o hasta del padre; para el
caso es igual; se pide a los creyentes ciertos sacrificios, es decir se les
pide ser mercaderes para ser merecedores de la gracia de Dios, llegando a decir
hasta ser uno de los elegidos de Dios como si se tratase de un certamen de
belleza o algo por el estilo. El Maestro Eckhart, es muy puntual al respecto en
los tres sermones que abordamos; nuestras almas son el templo donde Dios
resplandece, son semejantes a él, tendrán una vida eterna y serán uno con Dios.
Bibliografía
Eckhart, Maestro., El fruto de la
nada y otros escritos, [Edición y traducción de Amador Vega Esquerra] Madrid,
Ediciones Siruela, 1998, 232p.
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