viernes, 28 de junio de 2013

Inocencio III, el Papa que salvó a la Iglesia Católica



Esta es la historia de Inocencio, un hombre inteligente y astuto que mediante el engaño y su imagen de calidez logró unir a la cristiandad en una sola Iglesia. Para tal propósito tuvo que “conciliar” y asesinar a musulmanes, herejes y príncipes infieles. Todas sus acciones y atrocidades fueron justificadas por haber logrado la libertad de la Iglesia Católica Romana de la invasión del Imperio germano. No sólo logró convencer a la cristiandad de ser el sucesor de San Pedro sino el representante de Jesucristo en la Tierra. Sin embargo, el poder que concentró para consolidar el Estado Pontificio en Roma, fue el mismo que lo llevó a su decadencia y a ser víctima de sus propios seguidores, los cuales promovieron su muerte.

El sueño de Inocencio, la novela histórica de Gerardo Laveaga, narra la vida de Lotario de Segni, un destacado estudiante de teología de la Universidad de Bolonia, Italia, en el año 1198 a.c., quien cuestionaba a su magister, Huguccio de Pisa, ¿Quién era más poderoso, el Emperador o el Papa? Una pregunta difícil de contestar debido a que en ese tiempo el emperador Enrique VI había mandado asesinar al Papa Gregorio VII y la Iglesia Católica estaba a punto de ser absorbida por el Imperio germano.

Lotario, hijo de una familia acomodada, vivió su vida en un dilema: asumir el cargo como príncipe de la familia Segni o seguir con su carrera eclesiástica y entregarse por completo a la Iglesia y al Dios todopoderoso. Durante su vida como universitario conoce una hermosa y atractiva joven de nombre Bruna, la cual estaba vinculada a los llamados cátaros del sur de Francia, quienes eran considerados por la Iglesia como herejes. Lotario se enamoró de Bruna y con ella experimento los placeres de la vida terrenal. No obstante, hubo una ruptura de pareja luego de que Iglesia en su lucha contra la herejía arrasara con poblados y asesinara  a la familia de Bruna. No fue la única mujer en la vida de Lotario, también otra dama de nombre Otolina, tuvo su incidencia en su corazón y sus decisiones.

Tiempo después, Lotario conoce a un monje erudito de nombre Ángelo,  con el cual compartió vivencias en su formación como diácono, así como aventuras con mujeres propias de jóvenes bien parecidos. Ángelo tuvo una fuerte influencia en los pensamientos y acciones de Lotario.  Los textos de la Ética y la Metafísica de Aristóteles así como las Meditaciones de Marco Aurelio, que en ese tiempo eran prohibidas por la Iglesia, formaban el repertorio de textos clásicos de Ángelo, ávido lector de San Agustín. Sin embargo, luego de unos años Ángelo falleció a cusa de un ataque de un lobo durante sus recorridos por los bosques de Europa, pero su pensamiento y sus recuerdos quedaron para siempre en la mente de Lotario.

Pasaron los años y el Papa Clemente III; viejo, cansado y a punto de morir, veía como la Iglesia Católica perdía territorio e influencia en Europa y su capacidad de maniobra en la Guerra Santa en Medio Oriente. Era momento entonces de elegir a otro Papa. Mientras tanto, Lotario ya contaba con una experiencia como asesor del pontífice debido a sus vastos conocimientos, capacidad diplomática y de interlocución con otros principados. Estas cualidades, los buenos resultados obtenidos así como las aportaciones que la familia Segni otorgaba de manera permanente a la Santa Sede, fueron puntos a favor para que Lotario fuera tomado en cuenta como candidato a nuevo Papa. Antes de morir, Clemente III encomienda a su sobrino (Lotario) la titánica tarea de salvar a la Iglesia Católica. Lotario de Segni y Juan de Salerno son los candidatos que disputan el mando de la Santa Sede. La pregunta fue: ¿Cómo reconstruir la autoridad de la Iglesia? Y la mejor respuesta la tuvo Lotario: “la amenaza para la cristiandad no son los musulmanes o infieles, sino la ambición de los príncipes cristianos”[1]. Con esta maniobra política y argumentativa, Lotario demostró a los Obispos de todas las regiones de Europa que él cumplía a cabalidad con el perfil del nuevo Pontífice. Fue así como Lotario de Segni se convirtió en Inocencio III, retomando la memoria histórica de sus antecesores pontífices  Inocencio I y II; y desde luego, como un homenaje a su amigo Ángelo recordando sus palabras:

“Inocencio. Es un nombre engañoso. Una careta de calidez. Además, el Papa que reinaba cuando Alarico saqueó Roma, cuando más desorden hubo en el mundo, se llamaba Inocencio. La Iglesia se desmoronaba, como ahora, y él consiguió que subsistiera a pesar de todo, que se fortaleciera ante el embate de sus enemigos… Me gusta lo que representa. Luego hubo otro Inocencio, igualmente astuto, pero menos espectacular, que se enfrentó a un nuevo cisma. Inocencio es un nombre que conjura la desunión.”[2]


Siguiendo con las enseñanzas de su magister, Inocencio tenía claro que “el Derecho se ha concebido para justificar las decisiones del más fuerte (…) y sólo es útil cuando las dos partes tienen la misma fuerza”[3], en este caso era necesario equilibrar la fuerza de la Iglesia con la del Imperio Germano. Para lograr este objetivo, Inocencio III hizo maniobras políticas e intervino en la elección de principados a favor de Roma, reformó  los Estatutos de la Iglesia; modificó el Credo inculcando no sólo creer en un “solo Dios Padre Todo poderoso, creador del cielo y de la tierra sino de todo lo visible e invisible”[4]. Todo esto con un solo fin: acumular aliados para abrir frentes de guerra contra los cátaros, musulmanes y el desde luego, contra el emperador germano Felipe VII.

Según la interpretación que Inocencio hizo de San Agustín, el pontífice no violó  el quinto mandamiento: “No mataras” en las masacres realizadas en Laguedoc, región del sudeste de Occitiana, Francia, debido a que fue en nombre de Dios. Además, Inocencio III “predicaba la existencia de un Dios, pero en la práctica necesitaba dos: uno para justificar el bien y otro –el demonio- para justificar el mal”[5]. Incluso el Papa llegó a decir que “los cátaros no estaban del todo equivocados (…) lo cómodo, lo verdaderamente cómodo, sería que Dios existiera. Sólo tendría que ponerse en sus manos. Dejárselo todo a Él. Pero el problema, lo sabía era suyo. No del diablo, ni de Dios”[6].



Después de años de persecución, matanzas y guerra contra los enemigos de la Iglesia, Inocencio logró recuperar los territorios de los Estados Pontificios y centralizar el poder en Roma. Pero su ambición de unir a las iglesias de Occidente y de Oriente, lo llevó a invadir Constantinopla, este hecho le trajo repercusiones y contradicciones entre sus aliados, quienes se sentían utilizados por la Iglesia y las maniobras del Obispo de Roma. Así  comenzó la decadencia de Inocencio III, entre disputas de poder de sus allegados.

Viejo, cansado y enfermo, Inocencio III tenía alucinaciones y su conciencia no dejaba de recordarle la traición a sus ideales de joven universitario, pero sobre todo la traición a su entrañable amigo Ángelo, a quien juró luchar por un mundo mejor y más justo.  Inocencio III quiso “rectificar” el camino recorrido por la Iglesia y remendar los abusos y errores cometidos en nombre de Dios. Sin embargo, sus allegados  más cercanos encabezados por su sobrino Ugolino -un Obispo inteligente y astuto- consideraban que el Papa ya no podía seguir al frente de la Iglesia y era necesario preparar su relevo por sus incoherencias y alucinaciones. Un día después de muchos años, inesperadamente volvió Bruna, la amante de juventud de Inocencio, ya no era la joven atractiva y hermosa, pero seguía  siendo la persona más crítica contra la Iglesia y las acciones de Inocencio. Luego de las reclamaciones al Papa, Bruna le dio de beber una sustancia diluida en agua que lo durmió para siempre. El plan de Ugolino y su grupo se llevó a cabo con éxito.
Finalmente, Ugolino tomaría las riendas de la Iglesia Católica y estaba convencido de seguir con la lucha cristiana. Fue entonces cuando recordó las palabras de Inocencio III: “la verdad como platicamos hace tanto tiempo no existe. Por eso tengo que inventarla todos los días para tantos desdichados. Ellos la necesitan para alcanzar la felicidad”[7].





[1] Laveaga Gerardo, El sueño de Inocencio. Ascenso y caída del Papa más poderoso de la historia, Ed. Planeta, 2006, México DF., p.125.
[2] Ibid., p.167
[3] Ibid., p. 50
[4] Ibid., 369
[5] Ibid., p.300
[6] Ibid., p.301
[7] Ibid., p.245

3 comentarios:

  1. Bueno, como novela igual no está mal, pero esos personajes se los ha sacado el autor de la manga y me parece que se toma demasiadas licencias, como la del veneno que el dio su antigua amante. Creo que la Historia ya es demasiado interesante como para que alguien tenga que aderezarla con invenciones. Saludos.

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  2. La verdad debe ser peor que ésta novela..la escuela de guerras y muerte que aun prevalece en el Vaticano deja claro que la realidad supera la ficción

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  3. La verdad debe ser peor que ésta novela..la escuela de guerras y muerte que aun prevalece en el Vaticano deja claro que la realidad supera la ficción

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