lunes, 17 de junio de 2013

Sermones del Maestro Eckhart

Eckhart, Maestro

La virginidad del alma

Prosiguiendo con los sermones del Maestro Eckhart ahora abordaré lo que dice acerca de la virginidad del alma, anteriormente hablamos del templo vacío y de cómo el alma que es el templo, semejante a Dios debe estar vacía y libre; no obstante no será lo único que haga falta al alma.

Inicia el sermón con palabras que están en el Evangelio y dicen: “Nuestro Señor Jesucristo subió a una ciudadela y fue recibido por una virgen, que era mujer.”[1] Sin embargo para ser virgen es necesario no tener nada, estar vacío de todo y no se trata de que no habrá ningún tipo de conocimiento, si lo hay pero todo debe dejarse pasar, no puede apegarse a tal; hay que ser como cuando todavía no se era, soltando el pasado, el futuro; estar sólo en el presente (soltar a las palomas). No obstante debemos tener presente que Dios no es creado, es concebido y para poder concebir a Dios, a su hijo; el alma necesariamente tendría que ser mujer puesto que los hombres no pueden concebir, pueden en efecto ser vírgenes y libres pero no pueden concebir, por ello debe ser mujer la que conciba a su semejante, al Jesús virginal y “«Mujer» es la palabra más noble que puede atribuirse al alma y es mucho más noble que «virgen».”[2] Esto no era lo habitual en el medievo, sin embargo Eckhart enaltece a la mujer, la mujer no sólo como aparato de fecundidad y de servicio al hombre, sino como el alma misma, como semejante a Nuestro Señor.

Explica también de los “esposos [que] raramente dan más de un fruto al año”[3], entendiendo por esposos a lo que antes llamábamos mercaderes así como a los que ofrecen palomas, a aquellos que ayunan y hacen diversos sacrificios, como aquellos que están apegados a lo propio. Entiende por año precisamente a vivir en el presente, sin apegos a los sacrificios y acciones que los apartan de estar listos para la luz de Dios, no se puede tener ningún apego para poder ser libres; con plena confianza en Nuestro Señor.




“Una virgen que es mujer es libre y está desapegada de lo propio y siempre se halla tan cerca de Dios como de sí misma. Da muchos frutos, y son grandes, ni más ni menos que Dios mismo. Ese fruto y ese nacimiento proceden de una virgen que es mujer y da frutos todos los días, cien o mil veces, incontables veces, dando a luz y siendo fecunda desde el fondo más noble; mejor dicho: llega a ser fecunda coengendrando a partir del mismo fondo del que el Padre da nacimiento a su Verbo eterno.”[4]



Hemos visto cómo la semejanza que tenemos con Nuestro Señor depende de que estemos en un estado permanente de virginidad, con ello estaremos en la luz de Dios y no sufriremos, pues cualquier sufrimiento se nos haría poco comparado con lo que su luz nos ofrece, es según explica Eckhart una alegría indescriptible, tanto así que podríamos experimentar cualquier cosa, y se nos haría como él llama, nonada. Porque todo sufrimiento si lo sufrimos por Nuestro Señor entonces nosotros no lo padeceremos, en cambio, si lo asumimos y nos apegamos a ese sufrimiento es muy probable que no fuéramos capaces de soportarlo; es Dios quien nos quita con su luz todo el peso de nuestras angustias, es su luz la que nos permitirá a estar en él.



Nos queda por abordar lo que Eckhart entiende por ciudadela, vaya que será complicado darlo a entender pues según nos dice es una potencia, pero no como otras potencias, ésta es única, está por encima de todas; es en ella que Dios engendró a su hijo y nada ni nadie puede ver en su interior que es virgen y libre, ni siquiera Dios; pues nada externo puede entrar en ella, debe permanecer sin nada. Es en ella “en la que Dios brilla y arde con todo su reino y su delicia.”[5] 



Me llama la atención que el Maestro, jura que todo esto es verdad, me pregunto ¿cómo es que lo sabe?, ¿cómo puede asegurarlo?, realmente me intriga cuando los creyentes dan por hecho lo que nunca han vivido, y están tan seguros de ello como si hubieran estado ahí, como si fueran partícipes de ello. En este caso, Eckhart pone como prenda su alma, hasta qué punto pueden estar convencidos de ello que hasta dejan a un lado lo más preciado que puede tener un creyente, lo único que tenemos que puede ser semejante a Nuestro Señor. Todos en espera de poder ser aquella potencia, aquella alma virgen.




Bibliografía


Eckhart, Maestro., El fruto de la nada y otros escritos, [Edición y traducción de Amador Vega Esquerra] Madrid, Ediciones Siruela, 1998, 232p.




[1] Eckhart, Maestro., El fruto de la nada y otros escritos, [Edición y traducción de Amador Vega Esquerra] Madrid, Ediciones Siruela, 1998, p. 41.
[2] Íbid, p. 42.
[3] Ídem
[4] Íbid, p. 43.
[5] Íbid, p. 46.

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