Eckhart,
Maestro
La virginidad del alma
Prosiguiendo
con los sermones del Maestro Eckhart ahora abordaré lo que dice acerca de la
virginidad del alma, anteriormente hablamos del templo vacío y de cómo el alma
que es el templo, semejante a Dios debe estar vacía y libre; no obstante no
será lo único que haga falta al alma.
Inicia
el sermón con palabras que están en el Evangelio y dicen: “Nuestro Señor
Jesucristo subió a una ciudadela y fue recibido por una virgen, que era mujer.”[1]
Sin embargo para ser virgen es necesario no tener nada, estar vacío de todo y
no se trata de que no habrá ningún tipo de conocimiento, si lo hay pero todo debe
dejarse pasar, no puede apegarse a tal; hay que ser como cuando todavía no se
era, soltando el pasado, el futuro; estar sólo en el presente (soltar a las palomas).
No obstante debemos tener presente que Dios no es creado, es concebido y para
poder concebir a Dios, a su hijo; el alma necesariamente tendría que ser mujer
puesto que los hombres no pueden concebir, pueden en efecto ser vírgenes y
libres pero no pueden concebir, por ello debe ser mujer la que conciba a su
semejante, al Jesús virginal y “«Mujer» es la palabra más noble que puede
atribuirse al alma y es mucho más noble que «virgen».”[2]
Esto no era lo habitual en el medievo, sin embargo Eckhart enaltece a la mujer,
la mujer no sólo como aparato de fecundidad y de servicio al hombre, sino como
el alma misma, como semejante a Nuestro Señor.
Explica también de los “esposos
[que] raramente dan más de un fruto al año”[3],
entendiendo por esposos a lo que antes llamábamos mercaderes así como a los que
ofrecen palomas, a aquellos que ayunan y hacen diversos sacrificios, como
aquellos que están apegados a lo propio. Entiende por año precisamente a vivir
en el presente, sin apegos a los sacrificios y acciones que los apartan de
estar listos para la luz de Dios, no se puede tener ningún apego para poder ser
libres; con plena confianza en Nuestro Señor.
“Una
virgen que es mujer es libre y está desapegada de lo propio y siempre se halla
tan cerca de Dios como de sí misma. Da muchos frutos, y son grandes, ni más ni menos que Dios mismo. Ese fruto y ese nacimiento proceden de una virgen que es
mujer y da frutos todos los días, cien o mil veces, incontables veces, dando a
luz y siendo fecunda desde el fondo más noble; mejor dicho: llega a ser fecunda
coengendrando a partir del mismo fondo del que el Padre da nacimiento a su
Verbo eterno.”[4]
Hemos
visto cómo la semejanza que tenemos con Nuestro Señor depende de que estemos en
un estado permanente de virginidad, con ello estaremos en la luz de Dios y no
sufriremos, pues cualquier sufrimiento se nos haría poco comparado con lo que
su luz nos ofrece, es según explica Eckhart una alegría indescriptible, tanto
así que podríamos experimentar cualquier cosa, y se nos haría como él llama,
nonada. Porque todo sufrimiento si lo sufrimos por Nuestro Señor entonces
nosotros no lo padeceremos, en cambio, si lo asumimos y nos apegamos a ese
sufrimiento es muy probable que no fuéramos capaces de soportarlo; es Dios
quien nos quita con su luz todo el peso de nuestras angustias, es su luz la que
nos permitirá a estar en él.
Nos
queda por abordar lo que Eckhart entiende por ciudadela, vaya que será
complicado darlo a entender pues según nos dice es una potencia, pero no como
otras potencias, ésta es única, está por encima de todas; es en ella que Dios
engendró a su hijo y nada ni nadie puede ver en su interior que es virgen y
libre, ni siquiera Dios; pues nada externo puede entrar en ella, debe
permanecer sin nada. Es en ella “en la que Dios brilla y arde con todo su reino
y su delicia.”[5]
Me llama la atención que
el Maestro, jura que todo esto es verdad, me pregunto ¿cómo es que lo sabe?,
¿cómo puede asegurarlo?, realmente me intriga cuando los creyentes dan por hecho
lo que nunca han vivido, y están tan seguros de ello como si hubieran estado
ahí, como si fueran partícipes de ello. En este caso, Eckhart pone como prenda
su alma, hasta qué punto pueden estar convencidos de ello que hasta dejan a un
lado lo más preciado que puede tener un creyente, lo único que tenemos que
puede ser semejante a Nuestro Señor. Todos en espera de poder ser aquella
potencia, aquella alma virgen.
Bibliografía
Eckhart, Maestro., El fruto de la
nada y otros escritos, [Edición y traducción de Amador Vega Esquerra] Madrid,
Ediciones Siruela, 1998, 232p.
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