miércoles, 5 de junio de 2013

Los Cátaros y la guerra contra la herejía



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“¿De dónde procede el mal que hay en la tierra? Es decir, si el mundo fuese de Dios, ¿no estaría libre de mal?”[1] Esta es la interrogante que un misterioso elegido plantea a Isabel, una joven doncella que busca de la verdad y la felicidad plena. En la vida de Isabel se cuenta la historia de Occitania del siglo XIII, un pueblo perseguido por Iglesia Católica Ortodoxa por considerar sus creencias como herejías. Isabel y Sebastián de Lemaitre, hijos del senescal de Quéribus, lucharan cada uno por su creencia y su sus vidas quedarán entrelazadas para siempre. La novela histórica El legado de los Cátaros, de Georg Brun narra el amor, la guerra, el poder y la fe en la Edad Media.
La igelsia cátara fue creciendo poco a poco hasta converitrse en una de las más influyentes de la zona del Mediterraneo. Con la llegada de unos monjes provenientes de Bizancia y Tierra Santa a las tierras de Languedoc, conocida como Occitania en el siglo XIII, cambiaría el modo de vida y las creencias del pueblo albigense o tierra de trobadores. “Katharos” es una palabra de origen griego que significa “puros” o “bons homs” en lengua Languedoc en catalan.  Eran presonas que creían en Dios y el Amor puro, el cual era ajeno toltalmente a este mundo. Por lo tanto, toda su vida trasncurió intentando ser hombres y mujeres del mundo celestial y divino. Su espiritualidad abarcaba todos los ám bitos de la vida, desde su comportaiento, su alimentación, su música y su arte.
 “Eres de los nuestros”, esta es la frase que Isabel recordará toda su vida como un llamado a su destino para convertirse en una elegida. Isabel quedará sorprendida de la sabiduría y los argumentos de los Cátaros para explicar el origen el mal. De acuerdo con los Cátaros el mundo no es de Dios, sino de Satanás, por ello predican un vida pura y sin placeres terrenales así como la salvación del mundo de los cielos. “El ascetismo espiritual y la fe del alma hacen posible la renunciación corporal, de conformidad con el designo divino. El cuerpo debe hallar dentro de sí los recuross para vencerse a sí mismo. No basta con sujetar la concupiscencia; es menester que el cuerpo deje de manifestar ningún deseo”[2] Roquebrun iniciará a Isabel en las prácticas y las técnicas de la meditación espiritual. Desde entonces la vida de Isabel entrará en contradicción entre sus instintos carnales de amor hacia Bernard, un valiente caballero y su vocación de buena cristiana y de profeta entregada a Dios Todopoderoso.

Para explicar la Creación, Isabel retoma las ideas de Agustín de Hipona quien concibió  dos ciudades para explicar la coexistencia del buen Dios y Satanás. Existen pues dos mundos en lucha, la ciudad de Dios y la ciudad del mundo, unos aceptaron los sacramentos del demonio y otros los sacramentos de Cristo. Pero  Isabel, avidosa lectora de las sagradas escrituras le surgirán preguntas como esta: ¿Por qué Dios creo a Satanás sabiendo que éste se rebelaría contra él? Su respuesta será muy similar a la de Santo Tomás de Aquino, existe un mundo terrenal, falso y oscuro, sólo el mundo creado por Dios es luz y claro e inteligible. ”Nosotros los humanos de la tierra no podemos realizar esa distinción, y por eso vemos que este mundo está condenado, como obra que es de Satán el creador malvado”[3], afirma Isabel. Cabe mencionar que todas estas revelaciones fueron escritas y guardadas en secreto debido a la persecución en contra de los herejes.
La ciudad de Tolosa sirvió como refugio de los Cátaros. Los Cátaros o también llamados buenos cristianos, son personas que creen en el principio de “ama a tu prójimo como a ti mismo”, viven en temor a Dios, practicaban la virtud, se ganan el sustento con su trabajo y sus predicas. No son vanidosos, ni lujuriosos y comparten la pobreza de la mayoría. No obstante algunas mujeres fueron consideradas brujas por sus conocimientos en la herbolaría y la medicina, como fue el caso de Juditha, una joven que se enamoró de Sebastián un hábil caballero. Juditha como muchas muejeres más, desde temprana edad aprendió los ofcios del curandero y fue perseguida por el Papa Cremmona con intención de llevarla a la horca. El señorío de cuchillo y horca contra los herejes, consideraba a los buenos cristianos como un secta que pisoteaba los principios cirstianos y que tenían un “trato indecente con el diablo, admás que lanzaban el mal de ojo para enfermar a las bestias y malograr las cosechas”[4]. Este eran los motivos por los cuales desde las cruzadas los catolicos ortodoxos justificaban las invasiones de otrosd pueblos para expandir sus feudos.
La guerra era parte de la cotidianidad de los caballeros, quienes entre sus motivaciones se encontraban la defensa del territorio y la expulsión de los elementos diabólicos como lo fueron las cruzadas, pero también la aventura y el amor. Este “amor” no tenía nada que ver con vínculos del amor actual. Luego de un durto proceso que inició en la niñez en el estudio de las armas y la guerra, la montadura y la escudería, Sebastian se vuelve caballero. Sebastián adquiere experencia en comabte, priemro para defender la cristiandad en Medio Oriente y luego  para defender su patria Occitina. Épicas y cruentas batallas vivirá Sebastian en el campo de batalla o en los torneos de caballeros, en donde a lanza y espada se batian para demostrar la fuerza y el valor.
Al mismo tiempo Sebastián cortejará a Juditha mediante los rituales del amor cortés propios de la Edad Media. El proceso que vivió Sebastián fue complejo de conseguir a una dama fue motivado por la pasión y el deseo intenso de tener una relación con ella. A pesar de que en ese entonces las reglas de la iglesia y de la sociedad, la mujer tenía que quedarse virgen hasta su matrimonio y de que el casamiento no era una decisión de su propia voluntad, sino de los padres y parientes porque el matrimonio sea una manera formar una alianza entre familias. Sebastián jura amor eterno a Juditha como si fuera su patria Occitania, este caballero cumple con su palabra y a pesar de que la guerra separa a Sebastián de su amada, éste lucha y hace todo lo imposible por encontrarla y finalamente casarse con ella.




[1] Brun Georg, El legado de los Cátaros, [Trad. De J.A. Bravo], Ed. Martínez Bravo, París Francia, p.78.
[2] Ibid., p.174
[3] Ibid., p.236.
[4] Ibid., p.183

1 comentario:

  1. Es muy interesante el material de lectura. Sean cuidadosos en la digitación y ortografía de sus narraciones.

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