Jacques Le Goff y
Jean-Claude Schmitt (editores)
Diccionario razonado
del Occidente medieval
Voy
a presentar en este texto, dos artículos del Diccionario, los relativos a las imágenes y al símbolo en la Edad
Media, en ambos se hace patente la diferencia del tratamiento con la época
moderna, no sólo en estilos y temas sino en sus usos y estructuras.
Imágenes[1]
“La historia del arte, como disciplina
científica, nace en Alemania, en el siglo XIX”[2], con
Heinrich Wolfflin y Aloïs Riegl, quienes definieron sus objetivos, sus métodos
y sus temas, reservando un importante lugar a la cuestión del estilo, “estos
fundamentos permitieron el estudio riguroso de todos los campos relacionados
con la disciplina, desde la arquitectura a las artes «mayores» (pintura, escultura),
sin olvidar la iluminación de manuscritos y las artes decorativas”[3]. Hubo
otras tendencias, como la que se produjo con Émile Mâle, o la de Aby Warburg y
sus discípulos, inspirados en la “filosofía de las formas simbólicas” de Ernst Cassirer,
vía que ha permitido, entre otras aportaciones, “comprender mejor el arte del
Renacimiento en su relación con el conjunto de las tradiciones cultas
(neoplatonismo, hermetismo, astrología, etc.) que lo fecundaron”[4].
El tiempo y el espacio
de la «imago»
En
los últimos años, los historiadores han aprovechado el concepto de imagen para
“plantearse nuevas cuestiones sobre el funcionamiento social, las funciones
ideológicas, el poder de las imágenes en el pasado”[5],
además hoy en día se tiene más conciencia del “relativismo de las situaciones
históricas y antropológicas [que] nos aconseja […] no proyectar sobre las demás
sociedades […] nuestra noción de
arte, sus producciones, sus usos y sus funciones”[6].
En la cristiandad medieval, la noción de
«imagen» se muestra muy fecunda si la “intentamos comprender a partir de todos
los significados relacionados con el término latino imago”[7],
noción que se halla en el centro de la concepción medieval del mundo y del ser
humano. Imago remite no sólo a los objetos figurados (retablos, esculturas,
vidrieras, miniaturas, etcétera), sino también a las «imágenes» del lenguaje
(metáforas, alegorías, similitudines
de obras literarias o de la predicación), se refiere también a la “imaginatio, a las «imágenes mentales» de
la meditación y de la memoria, de los sueños y de las visiones”[8].
La noción de imagen está conectada con
la antropología cristiana, el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, los
discípulos son transformados en la imagen del Señor, Cristo es la imagen de
Dios invisible.
La imagen medieval no «representa»,
«hace presente» “lo invisible en lo visible, Dios en los humanos, lo ausente en
el presente, el pasado o el futuro en lo actual”[11].
El sentido de la imagen medieval está dado
en sincronía con un espacio que hay que aprehender en su estructura, en la
disposición de las figuras sobre la «superficie en que se inscriben» y en las
relaciones, a un tiempo formales y simbólicas, que establecen entre ellas.
“El que el sentido de la imagen haya que
buscarlo siempre más allá de aquello que parece «representar», «ilustrar» o
«decir» contribuye a mostrar el parentesco que existe entre la imagen material
y las «imágenes mentales», en concreto las imágenes oníricas, con las que
comparte el nombre, imago”[12];
el sueño, por dar un ejemplo especial, era el medio que se empleaba para
sobrepasar la experiencia sensible y la contingencia humana, restituye en forma
de figura lo ausente, el pasado, lo trascendente y permite anticipar el futuro.
En el Medievo, ¿la imagen es de origen
divino y milagroso?, ¿o bien es la que muestra la capacidad de crear? “Las
imágenes medievales, ¿no deberían ser entendidas como esas otras imágenes
insignes y milagrosas que los griegos llamaban acheiropoietes («no hechas por
la mano del hombre»), imágenes de un origen divino y milagroso?”[13]. También
se puede plantear la pregunta opuesta, “según Durero, ¿no sería el artista el
que se revela con la capacidad de crear a Dios a su propia imagen?”[14].
Las funciones sociales
de las imágenes religiosas
“Las
imágenes no deben ser «adoradas», como hacen los paganos con los ídolos, pero
tampoco deben ser destruidas. Tienen […] una triple función: cuentan la
historia sagrada, fomentan la compunción de los pecadores y, por último,
instruyen a los iletrados que, contrariamente a los clérigos, no tienen un
acceso directo a las Escrituras.”[15], tal
importancia llegaron a tener estos usos sociales que incluso se ha dicho que
las imágenes son la «Biblia de los iletrados». El obispo Guillermo Durand de
Mende anota en su obra Rationale
divinorum officiorum que se concede más valor a las imágenes que a los
textos debido a su eficacia en esta función.
Hay que cuidarse de no simplificar las
funciones de las imágenes cristianas. El adornar también era, ante todo, un
medio de cumplir un contrato con Dios formulado previamente, sacrificando para
él considerables sumas de dinero, las que fueran necesarias para la elección de
los materiales más preciosos y para el pago de los salarios de los pintores,
escultores, maestros, vidrieros, orfebres.
Símbolo[16]
Para
los autores de la Edad Media, el símbolo es una forma de pensar y de sentir tan
«natural» que no les era necesario “prevenir a los lectores sobre sus
intenciones teóricas, semánticas o didácticas”[17],
ni definir sus términos. Con todo y eso, el léxico latino del símbolo cuenta
con una gran riqueza y destacable precisión, como es el caso de los escritos
salidos de la pluma de san Agustín, padre de toda la simbología medieval, pero también
los de otros autores más modestos, como los enciclopedistas o los compiladores
de las colecciones de exempla.
Problemas de léxico
Al
acercarse a la Edad Media, es necesario ser consciente de que “las lenguas
occidentales contemporáneas no disponen apenas de instrumentos terminológicos
capaces de expresar con la exactitud y la diversidad del vocabulario latino
empleado [entonces] las formas de definir o de establecer qué se entiende por
símbolo”[18].
El símbolo forma parte muy importante del
utillaje mental de la cultura medieval, se expresa a través de múltiples
vectores, se sitúa en diferentes niveles y concierne a todos los terrenos de la
vida intelectual, social, moral y religiosa. “El símbolo es siempre cambiante,
es polivalente y ambiguo. No se expresa sólo mediante palabras y textos, sino
también por imágenes, objetos, gestos, rituales, creencias, comportamientos”[19].
Una historia por hacer
Hay sitio en el seno de los estudios medievales para una «historia simbólica», porque mucho de lo que se ha hecho cae dentro del esoterismo de estudios sin seriedad, mientras que los “trabajos de calidad relativos al estudio del símbolo […] se hallan restringidos a las alturas más especulativas de la teología y de la filosofía, o se adentran hasta el detalle en el mundo del emblema y de la emblemática”[20].
En la Edad Media, symbolum tiene un sentido religioso y dogmático.
La analogía
La forma en que
se construye el símbolo casi siempre en la Edad Media es en torno a una
relación de tipo analógico, apoyada en la semejanza entre dos objetos, dos
términos, dos nociones, “o bien en torno a la correspondencia entre una cosa y
una idea”[21].
El pensamiento medieval busca un vínculo
entre lo aparente y lo oculto, entre aquello que está en este mundo y lo que se
sitúa en las verdades eternas del más allá.
Interpretar es delimitar tal relación
entre lo material y lo inmaterial, analizarla para encontrar la verdad oculta
de los seres y de las cosas. Explicar, enseñar, pensar es buscar y desvelar los
significados ocultos. “Esto nos remite al sentido originario del término griego
sumbolon, sentido que en latín pasó a un lugar
secundario: un signo de reconocimiento materializado en dos mitades de un
objeto que dos personas han compartido. Para el pensamiento medieval, desde el
más especulativo al más vulgar, cada objeto, cada elemento, cada ser vivo es,
así, la configuración de otra cosa que le corresponde en el plano superior o
eterno, de la que es el símbolo”[22].
La relación puede entre la apariencia,
engañosa, y la verdad oculta puede ser natural, formal, estructural, fónica,
gráfica, plástica, o bien puede apoyarse en consideraciones afectivas, mágicas
u oníricas.
Así, al estudiar los símbolos en la Edad
Media, es necesario no proyectar nuestros conocimiento actuales, pero además,
de gran importancia, es preciso evitar establecer una frontera muy clara entre
real e imaginario. “Para el historiador, y para el historiador de la Edad Media
quizá más que para ningún otro, lo imaginario forma siempre parte de la
realidad”[23].
La etimología
“El símbolo medieval se deja aprehender fundamentalmente por medio
de las palabras”[24].
Para muchos autores de la Edad Media, son las palabras las que contienen la
verdad de los seres y de las cosas, y, por lo tanto, al reencontrar el origen y
la historia de cada palabra se puede acceder a la verdad ontológica del ser o
del objeto que designa.
Para el pensador medieval las leyes de la
fonética eran desconocidas, y es en la lengua latina donde se busca el origen y
la historia de una palabra latina, no en su filiación griega, todo tiene un
motivo, a veces sólo sostenido por ciertas expresiones que a nosotros nos
sugieren frágiles malabarismos verbales, sin embargo, “todo lo que nos parece
hoy científicamente estable quizás hará sonreír a los filólogos que nos sucedan
de aquí a dos o tres siglos”[25].
Además, en ocasiones algunos autores de la Edad Media bromeaban o se divertían cuando
se entregaban a la tarea etimológica.
Un ejemplo de la relación del símbolo con
la cosa es el que se hace patente en los nombres, así, “nombrar es siempre un
acto extremadamente fuerte, porque el nombre mantiene relaciones estrechas con
el destino de la persona que lo lleva. Es el nombre el que da sentido a la
vida”,[26]
“Conocer un nombre propio es, pues, conocer la naturaleza profunda de quien lo
lleva”[27].
Existen otras especificidades muy
importantes a tomar en cuenta cuando se trata del símbolo en la Edad Media,
procedimientos como el de la diferenciación, que se utilizaban para dar sentido
a una serie, por medio de la desviación, la transgresión de una secuencia, la inversión,
el igualar los extremos, el tomar la parte por el todo, que son diferentes
maneras de producir y utilizar lo simbólico.
También
es importante considerar que en ciertas dimensiones el símbolo medieval
mantiene “resistencia al análisis o bien logra escaparse del
todo”.
Existe el simbolismo aplicado, es
necesario analizar el contexto pero según las maneras en que el contexto se
construye en esa época, no según se construye o se interpreta en nuestra época.
Otra parte importante es la forma en que el símbolo interviene, tal vez incluso
más importante que su significado, “tomando el ejemplo de los colores, se puede
afirmar que el rojo no es tanto el color que significa la pasión o el pecado,
sino el color que interviene violentamente (para bien o para mal); el verde, el
color que causa ruptura, desorden y luego renovación; el azul, el que calma o
el que aleja; el amarillo, el que excita o acompaña a la trasgresión”[28].
[1] Le
Goff, Jacques y Schmitt, Jean-Claude (editores), Diccionario razonado del Occidente medieval, [traducción de Ana
Isabel Carrasco Manchado], Akal Ediciones, pp. 364-373.
[2] Idem, p. 364.
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] Idem, p. 365.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Idem, p. 366.
[10] Ibidem.
[11] Idem, p. 367.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Idem, p. 368.
[15] Idem, p. 369.
[16] Idem, pp.
741-750.
[17] Idem, p. 741.
[18] Ibidem.
[19] Ibidem.
[20] Idem, p. 742.
[21] Ibídem.
[22] Idem, pp. 742-743.
[23] Idem, p. 743.
[24] Ibídem.
[25] Idem, p. 744.
[26] Ibidem.
[27] Idem, 745.
[28] Ídem, p. 748.
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