viernes, 21 de junio de 2013

Imágenes y Símbolo en la Edad Media




Jacques Le Goff y Jean-Claude Schmitt (editores)
Diccionario razonado del Occidente medieval

Voy a presentar en este texto, dos artículos del Diccionario, los relativos a las imágenes y al símbolo en la Edad Media, en ambos se hace patente la diferencia del tratamiento con la época moderna, no sólo en estilos y temas sino en sus usos y estructuras.

Imágenes[1]

 “La historia del arte, como disciplina científica, nace en Alemania, en el siglo XIX”[2], con Heinrich Wolfflin y Aloïs Riegl, quienes definieron sus objetivos, sus métodos y sus temas, reservando un importante lugar a la cuestión del estilo, “estos fundamentos permitieron el estudio riguroso de todos los campos relacionados con la disciplina, desde la arquitectura a las artes «mayores» (pintura, escultura), sin olvidar la iluminación de manuscritos y las artes decorativas”[3]. Hubo otras tendencias, como la que se produjo con Émile Mâle, o la de Aby Warburg y sus discípulos, inspirados en la “filosofía de las formas simbólicas” de Ernst Cassirer, vía que ha permitido, entre otras aportaciones, “comprender mejor el arte del Renacimiento en su relación con el conjunto de las tradiciones cultas (neoplatonismo, hermetismo, astrología, etc.) que lo fecundaron”[4].

El tiempo y el espacio de la «imago»
En los últimos años, los historiadores han aprovechado el concepto de imagen para “plantearse nuevas cuestiones sobre el funcionamiento social, las funciones ideológicas, el poder de las imágenes en el pasado”[5], además hoy en día se tiene más conciencia del “relativismo de las situaciones históricas y antropológicas [que] nos aconseja […] no proyectar sobre las demás sociedades […] nuestra noción de arte, sus producciones, sus usos y sus funciones”[6].

En la cristiandad medieval, la noción de «imagen» se muestra muy fecunda si la “intentamos comprender a partir de todos los significados relacionados con el término latino imago[7], noción que se halla en el centro de la concepción medieval del mundo y del ser humano. Imago remite no sólo a los objetos figurados (retablos, esculturas, vidrieras, miniaturas, etcétera), sino también a las «imágenes» del lenguaje (metáforas, alegorías, similitudines de obras literarias o de la predicación), se refiere también a la “imaginatio, a las «imágenes mentales» de la meditación y de la memoria, de los sueños y de las visiones”[8].

La noción de imagen está conectada con la antropología cristiana, el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, los discípulos son transformados en la imagen del Señor, Cristo es la imagen de Dios invisible.

 El valor de las imágenes cristianas como indicio
Las imágenes medievales son muy diferentes con respecto a las imágenes actuales: hoy vivimos en la época de las imágenes móviles, la época medieval era de imágenes fijas; existe una diferencia completa entre la forma en que se trataba entonces y ahora la relación entre la figura y el fondo, “las imágenes medievales ignoraban la construcción del espacio según las reglas de la perspectiva y concedían un lugar predominante, por el contrario, a la superposición de figuras en una «superficie de inscripción»”[9], por ejemplo: en ocasiones, el fondo es de oro y “es el indicio de una trascendencia de la imagen, más allá de la presencia sensible”[10].

La imagen medieval no «representa», «hace presente» “lo invisible en lo visible, Dios en los humanos, lo ausente en el presente, el pasado o el futuro en lo actual”[11].

El sentido de la imagen medieval está dado en sincronía con un espacio que hay que aprehender en su estructura, en la disposición de las figuras sobre la «superficie en que se inscriben» y en las relaciones, a un tiempo formales y simbólicas, que establecen entre ellas.

“El que el sentido de la imagen haya que buscarlo siempre más allá de aquello que parece «representar», «ilustrar» o «decir» contribuye a mostrar el parentesco que existe entre la imagen material y las «imágenes mentales», en concreto las imágenes oníricas, con las que comparte el nombre, imago[12]; el sueño, por dar un ejemplo especial, era el medio que se empleaba para sobrepasar la experiencia sensible y la contingencia humana, restituye en forma de figura lo ausente, el pasado, lo trascendente y permite anticipar el futuro.

En el Medievo, ¿la imagen es de origen divino y milagroso?, ¿o bien es la que muestra la capacidad de crear? “Las imágenes medievales, ¿no deberían ser entendidas como esas otras imágenes insignes y milagrosas que los griegos llamaban acheiropoietes («no hechas por la mano del hombre»), imágenes de un origen divino y milagroso?”[13]. También se puede plantear la pregunta opuesta, “según Durero, ¿no sería el artista el que se revela con la capacidad de crear a Dios a su propia imagen?”[14].

Las funciones sociales de las imágenes religiosas
“Las imágenes no deben ser «adoradas», como hacen los paganos con los ídolos, pero tampoco deben ser destruidas. Tienen […] una triple función: cuentan la historia sagrada, fomentan la compunción de los pecadores y, por último, instruyen a los iletrados que, contrariamente a los clérigos, no tienen un acceso directo a las Escrituras.”[15], tal importancia llegaron a tener estos usos sociales que incluso se ha dicho que las imágenes son la «Biblia de los iletrados». El obispo Guillermo Durand de Mende anota en su obra Rationale divinorum officiorum que se concede más valor a las imágenes que a los textos debido a su eficacia en esta función.

Hay que cuidarse de no simplificar las funciones de las imágenes cristianas. El adornar también era, ante todo, un medio de cumplir un contrato con Dios formulado previamente, sacrificando para él considerables sumas de dinero, las que fueran necesarias para la elección de los materiales más preciosos y para el pago de los salarios de los pintores, escultores, maestros, vidrieros, orfebres.

Símbolo[16]

Para los autores de la Edad Media, el símbolo es una forma de pensar y de sentir tan «natural» que no les era necesario “prevenir a los lectores sobre sus intenciones teóricas, semánticas o didácticas”[17], ni definir sus términos. Con todo y eso, el léxico latino del símbolo cuenta con una gran riqueza y destacable precisión, como es el caso de los escritos salidos de la pluma de san Agustín, padre de toda la simbología medieval, pero también los de otros autores más modestos, como los enciclopedistas o los compiladores de las colecciones de exempla.

Problemas de léxico
Al acercarse a la Edad Media, es necesario ser consciente de que “las lenguas occidentales contemporáneas no disponen apenas de instrumentos terminológicos capaces de expresar con la exactitud y la diversidad del vocabulario latino empleado [entonces] las formas de definir o de establecer qué se entiende por símbolo”[18].

El símbolo forma parte muy importante del utillaje mental de la cultura medieval, se expresa a través de múltiples vectores, se sitúa en diferentes niveles y concierne a todos los terrenos de la vida intelectual, social, moral y religiosa. “El símbolo es siempre cambiante, es polivalente y ambiguo. No se expresa sólo mediante palabras y textos, sino también por imágenes, objetos, gestos, rituales, creencias, comportamientos”[19].

Una historia por hacer
Hay sitio en el seno de los estudios medievales para una «historia simbólica», porque mucho de lo que se ha hecho cae dentro del esoterismo de estudios sin seriedad, mientras que los “trabajos de calidad relativos al estudio del símbolo […] se hallan restringidos a las alturas más especulativas de la teología y de la filosofía, o se adentran hasta el detalle en el mundo del emblema y de la emblemática”[20].

En la Edad Media, symbolum tiene un sentido religioso y dogmático.

La analogía
La forma en que se construye el símbolo casi siempre en la Edad Media es en torno a una relación de tipo analógico, apoyada en la semejanza entre dos objetos, dos términos, dos nociones, “o bien en torno a la correspondencia entre una cosa y una idea”[21]. El pensamiento medieval busca un vínculo entre lo aparente y lo oculto, entre aquello que está en este mundo y lo que se sitúa en las verdades eternas del más allá.

Interpretar es delimitar tal relación entre lo material y lo inmaterial, analizarla para encontrar la verdad oculta de los seres y de las cosas. Explicar, enseñar, pensar es buscar y desvelar los significados ocultos. “Esto nos remite al sentido originario del término griego sumbolon, sentido que en latín pasó a un lugar secundario: un signo de reconocimiento materializado en dos mitades de un objeto que dos personas han compartido. Para el pensamiento medieval, desde el más especulativo al más vulgar, cada objeto, cada elemento, cada ser vivo es, así, la configuración de otra cosa que le corresponde en el plano superior o eterno, de la que es el símbolo”[22].

La relación puede entre la apariencia, engañosa, y la verdad oculta puede ser natural, formal, estructural, fónica, gráfica, plástica, o bien puede apoyarse en consideraciones afectivas, mágicas u oníricas.

Así, al estudiar los símbolos en la Edad Media, es necesario no proyectar nuestros conocimiento actuales, pero además, de gran importancia, es preciso evitar establecer una frontera muy clara entre real e imaginario. “Para el historiador, y para el historiador de la Edad Media quizá más que para ningún otro, lo imaginario forma siempre parte de la realidad”[23].

La etimología
“El símbolo medieval se deja aprehender fundamentalmente por medio de las palabras”[24]. Para muchos autores de la Edad Media, son las palabras las que contienen la verdad de los seres y de las cosas, y, por lo tanto, al reencontrar el origen y la historia de cada palabra se puede acceder a la verdad ontológica del ser o del objeto que designa.

Para el pensador medieval las leyes de la fonética eran desconocidas, y es en la lengua latina donde se busca el origen y la historia de una palabra latina, no en su filiación griega, todo tiene un motivo, a veces sólo sostenido por ciertas expresiones que a nosotros nos sugieren frágiles malabarismos verbales, sin embargo, “todo lo que nos parece hoy científicamente estable quizás hará sonreír a los filólogos que nos sucedan de aquí a dos o tres siglos”[25]. Además, en ocasiones algunos autores de la Edad Media bromeaban o se divertían cuando se entregaban a la tarea etimológica.

Un ejemplo de la relación del símbolo con la cosa es el que se hace patente en los nombres, así, “nombrar es siempre un acto extremadamente fuerte, porque el nombre mantiene relaciones estrechas con el destino de la persona que lo lleva. Es el nombre el que da sentido a la vida”,[26] “Conocer un nombre propio es, pues, conocer la naturaleza profunda de quien lo lleva”[27].

Existen otras especificidades muy importantes a tomar en cuenta cuando se trata del símbolo en la Edad Media, procedimientos como el de la diferenciación, que se utilizaban para dar sentido a una serie, por medio de la desviación, la transgresión de una secuencia, la inversión, el igualar los extremos, el tomar la parte por el todo, que son diferentes maneras de producir y utilizar lo simbólico.

También es importante considerar que en ciertas dimensiones el símbolo medieval

mantiene “resistencia al análisis o bien logra escaparse del todo”.

Existe el simbolismo aplicado, es necesario analizar el contexto pero según las maneras en que el contexto se construye en esa época, no según se construye o se interpreta en nuestra época. Otra parte importante es la forma en que el símbolo interviene, tal vez incluso más importante que su significado, “tomando el ejemplo de los colores, se puede afirmar que el rojo no es tanto el color que significa la pasión o el pecado, sino el color que interviene violentamente (para bien o para mal); el verde, el color que causa ruptura, desorden y luego renovación; el azul, el que calma o el que aleja; el amarillo, el que excita o acompaña a la trasgresión”[28].




[1] Le Goff, Jacques y Schmitt, Jean-Claude (editores), Diccionario razonado del Occidente medieval, [traducción de Ana Isabel Carrasco Manchado], Akal Ediciones, pp. 364-373.
[2] Idem, p. 364.
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] Idem, p. 365.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Idem, p. 366.
[10] Ibidem.
[11] Idem, p. 367.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Idem, p. 368.
[15] Idem, p. 369.
[16] Idem, pp. 741-750.
[17] Idem, p. 741.
[18] Ibidem.
[19] Ibidem.
[20] Idem, p. 742.
[21] Ibídem.
[22] Idem, pp. 742-743.
[23] Idem, p. 743.
[24] Ibídem.
[25] Idem, p. 744.
[26] Ibidem.
[27] Idem, 745.
[28] Ídem, p. 748.

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