“Los hombres y las
mujeres en la Edad Media soñaron muchas veces con la eclosión de un tiempo en
el que reinaran la fe y la virtud, el milenio apocalíptico dirigido por un rey
surgido de la historia”[1],
afirma Jacques Le Goff para describir algunos elementos del imaginario
colectivo en el medievo. La figura del héroe no sólo simboliza y refleja la
realidad social de la Edad Media, sino que además constituye los anhelos de una
sociedad compleja, donde se entremezclan lo real y lo fantástico dentro de un
mismo territorio. La cortesía y el heroísmo son un legado de los caballeros del
medievo como el Rey Arturo, Carlomagno y el Cid, que siguen presentes en la forma
de concebir a los héroes de nuestros días.
Por “imaginario
colectivo” debemos entender a todo el conjunto de representaciones culturales
entre lo real y sobrenatural que sobre pasa territorios y temporalidades desde
el ámbito social hasta el individual. En palabras de Le Goff “el sistema de los sueños de una sociedad, de
una civilización que transforma lo real en visiones apasionadas de la mente. Lo
imaginario tiene que distinguirse también de lo simbólico”[2]. De
igual forma Le Goff advierte que debemos
distinguir entre lo ideológico y lo imaginario, es decir, si bien es cierto que
la ideología genera una concepción del mundo; lo imaginario utiliza las
imágenes de la mente humana que hacen actuar y pensar a una sociedad para
estructurar su historia. Es por ello que Le Goff no se remite sólo a objetos
figurados, sino sobre todo a las imágenes del lenguaje y mentales como la
memoria, los sueños y las visiones.
Una de esas imágenes es
la del héroe. En la Grecia Antigua las
habilidades y virtudes del héroe estaban estrechamente vinculadas con el don de
los dioses; en la Edad Media, “el héroe no es más que un hombre, todo hombre es
un pecador, y a la fidelidad feudal se le opone la tradición de los malvados”[3].
Para describir al héroe, Le Goff utiliza el concepto de preux, un término medieval de finales del siglo XII, el cual
engloba a personajes de alto rango -en este caso reyes- con características como el valor guerrero.
Posteriormente en el siglo XIII las cualidades del héroe se orientaron hacia el
sentido cortés, gentil, bello y franco. Sin embargo, cabe mencionar que en el siglo XI el
pacifismo cristiano no pudo contener la brutalidad y violencia de los
caballeros al servicio de la Iglesia Católica Romana, en su cruzada por los
territorios santos en Medio Oriente.
Para describir con
mayor detalle al héroe y caballero, Le Goff utiliza el personaje histórico del
Rey Arturo, quien posteriormente se convertiría en un hombre entre la realidad
y la ficción. Arturo defensor de los bretones elogiado por sus acciones en la
literatura celtica, expresa la encarnación mítica de la política
medieval. “La Mesa Redonda es el sueño de un mundo de igualdad que no encontró
su encarnación en la sociedad medieval, sociedad muy jerarquizada y no igualitaria”[4].
Si bien es cierto que el oficio de caballero desde el punto de vista social y
militar fue restringido a la élite aristocrática, en el imaginario colectivo de
las personas comunes concebían al
caballero como un defensor de los oprimidos. Uno de los instrumentos que
engrandece al caballero es su espada, ésta es la compañera maravillosa de todo
héroe excepcional. En el caso de Arturo, su espada Excalibur por un lado,
expresa al valeroso caballero con su arma mágica con la que derrota a cualquier
enemigo o monstro que se le ponga enfrente, y por el otro, simboliza la cruz
cristiana del rey civilizatorio de los pueblos liberados del mal. El personaje
de Arturo “fue el rey trifuncional de la tradición indoeuropea, rey sagrado en
su primera función, rey guerrero en su segunda, y rey civilizador en la tercera”[5].
Le Goff sostiene que la herencia
de los mitos de los héroes de la Edad Media fue víctima de un olvido, de una “perdida”
momentánea durante los siglos XVII y XVIII a causa del humanismo Ilustrado,
quien se encargó de crear una imagen “negra” y oscurantista de la Edad Media. Por
el contario, el romanticismo se encargó de rescatar la memoria del imaginario
colectivo del medievo. Posteriormente hubo un tercer renacimiento del
imaginario medieval y es el que se encargó de promover el cine y los comics del
siglo XX.
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