jueves, 17 de enero de 2013

Evangelios gnósticos. Elaine Pagels

La resurrección de Cristo y la política del monoteísmo.

Para el cristianismo la resurrección de Jesucristo es fundamental para el creyente, y de hecho gran parte de la tradición primitiva afirma que un hombre, Jesús, ha vuelto a la vida y que le han visto como un ser humano real.[1] Lo normal hubiera sido afirmar que su espíritu seguía presente con los discípulos (como de manera semejante habían afirmado de Sócrates sus seguidores), y así hubiera tenido sentido, pero lo extraordinario de esta convicción era la implicación de la parte corporal. Es así que el carácter definitivo de la muerte, uno de los grandes enigmas universales para el hombre, poco a poco se irá transformando para quien cree en este hecho, pues “como Cristo resucitó corporalmente de la tumba, también todo creyente debe anticipar la resurrección de la carne”[2], y debe ser creída por ser locura para la comprensión, en palabras de Tertuliano.
                Pero a pesar de este fundamente, comienzan a surgir en los primeros siglos algunas posturas que contradicen en ocasiones a la tradición ortodoxa (aquellos que creen en Jesucristo y en la garantía de la sucesión de los apóstoles, así como en los ministros de la Iglesia), como son los gnósticos. Ellos interpretaban de la resurrección más bien como un encuentro con Cristo en sentido espiritual, y por ello eran condenados como herejes por los ortodoxos quienes habían tomado la interpretación literal de este momento fundamental, contra las experiencias emocionales que los gnósticos demostraban. La autora afirma que incluso hay versiones, como la de Pablo, en las que se tiene un encuentro con Cristo de manera espiritual y no material como los apóstoles.

                En el texto se cuestiona este significado literal de las versiones que el Nuevo Testamento nos ofrece y el rechazo hacia otro tipo de justificaciones. Pone como presupuesto que “no podemos dar respuesta adecuada… atendiendo exclusivamente a su contenido religioso”[3] y propone verlo desde el sentido práctico en la política, afirmando que esta interpretación hace legítima la autoridad de algunas personas en base a la sucesión de los apóstoles, de los obispos, y hace notar la desventaja en que se ven los gnósticos para tener autoridad moral y política. Era de esperarse en los primeros dos siglos del cristianismo pues “maestros rivales afirmaban enseñar la verdadera doctrina de Cristo y denunciaban a otros”[4], y constantemente habían enfrentamientos respecto a las creencias y a la autoridad en la Iglesia en busca de una tradición verdadera.
                Sobre este tema, los Evangelios (refiriéndome a los canónicos, el de Marcos, Mateo, Lucas y Juan) hablan de Jesús como indiscutible figura de autoridad y el nombramiento de Pedro como sucesor suyo, y se fortalece esta elección con la afirmación de que Pedro ha sido el primer testigo de la Resurrección. Con ello también se habla de otras apariciones, como la de María Magdalena, en que se apoyan los gnósticos para refutar este liderato. Y es que de un momento a otro estos encuentros adquieren proporciones cósmicas al designar por voluntad de Dios a los sucesores en los apóstoles y no en otros personajes, por lo que un encuentro espiritual se vuelve menos directo después del momento en que Jesucristo se separa de los apóstoles en el momento de la Ascensión. Lucas habla de apariciones a otros discípulos pero hace ver que no pueden compararse por no ser parte de los Doce, porque fueron después de que Cristo subió a los cielos y porque la experiencia directa de los apóstoles lo hacía diferente.
                En estos relatos propios de la tradición ortodoxa la autora ve una ingeniosa forma de implicar la autoridad sólo a unos cuantos, de limitar la sucesión a su propia decisión y de colocar en forma inefable la autoridad apostólica con implicaciones políticas. Pero contrapone a esta “teoría” (como ella le llama) la interpretación de los gnósticos: la resurrección “simbolizaba el modo de en que la presencia de Cristo podía experimentarse en el presente, una visión espiritual”[5], con la que se ve como superior esta experiencia pues se tiene un encuentro íntimo con Cristo sin necesidad de tener contacto directo. Se fundamenta en distintos textos de tradición gnóstica, tales como el Evangelio de María, el Tratado de la Resurrección, el Evangelio de Felipe, el Apocrifón de Juan, la Carta de Pedro a Felipe y el Evangelio de Tomás. Por medio de ellos se contrapone la posición de los ortodoxos y sus ministros, descritos un tanto autoritaristas, contra los gnósticos en la figura de María Magdalena e incluso en los encuentros con el mismo Pedro y Pablo de forma mística y espiritual. Su creencia se basa en el encuentro con Cristo a través de la revelación en el espíritu, basados en la razón y una experiencia continuada, en constante desafío con la potestad de Pedro en la Iglesia, y en la superioridad de transmitir una enseñanza secreta (aparte de la tradicional dada por los apóstoles y sus sucesores).
                “El contraste con la versión ortodoxa es chocante: los seguidores de Valentín [gnósticos] dicen que solamente sus evangelios y revelaciones descubren esas enseñanzas secretas”[6]. Estas creencias se complementan con los textos apócrifos encontrados en Nag-Hammadi en el siglo pasado, escritos “en el espíritu”, donde en la mayoría de ellos se habla de un encuentro donde Jesús no aparece en forma humana como dicen los ortodoxos sino como una presencia luminosa. Además, atribuían sus escritos a personajes no apostólicos, como a María Magdalena (donde la aparente relación erótica y el uso de metáforas sexuales hacen hincapié en la relación íntima del creyente con Cristo), o cuando aducían sus escritos a un personaje apostólico reconocían que había tenido una experiencia gnóstica después de la partida de Jesús, y añadían lenguajes poéticos (como en la “Danza en ruedo de la Cruz” y el “Truena, mente perfecta”) donde se tenía en cuenta la creatividad e inspiración de cada escrito[7].  Los pastores ortodoxos (hablando de los líderes de la Iglesia cristiana romana) como Ireneo y Tertuliano reaccionaron acusando su pensamiento como fraude pues no se apegaban a las enseñanzas transmitidas por los apóstoles y constantemente surgían otras versiones de evangelios y textos como aparente fruto de inspiración, por lo que también les tacha de inventores y ficticios de acuerdo a lo que creen.
  Según la experiencia gnóstica, “quienquiera que reciba el espíritu se comunica directamente con lo divino” y sólo quien ha tenido esta iniciación es capaz de madurar en un aparente testimonio de otros para llegar a “creer partiendo de la verdad misma”[8]. Ésto se logra a través de un ritual de iniciación en el que se pide que profetice. La aparente diferencia entonces con los ortodoxos es que los gnósticos conocen más allá de las enseñanzas de los apóstoles  “se consideran a sí mismos maduros para que nadie pueda compararse con ellos en la grandeza de su gnosis[9], como Ireneo dice en su apología, a diferencia de los demás que reconocen que el criterio es la enseñanza de los apóstoles para conocer la verdad.
Ante ello, los cristianos ortodoxos veían como desviación a la presunta madurez espiritual alcanzada de los gnósticos, como dice Tertuliano, pues las múltiples enseñanzas hacían que hubiera distintas doctrinas y en caso de discusión no había punto al cual regresar, pues no creían en la tradición apostólica y en la revelación única. En contraparte los gnósticos decían que los ministros (obispos, sacerdotes y diáconos) interpretaban las enseñanzas sin haber sido iniciados y promovían una iglesia falsa y que no podían adjudicarse una autoridad pues esta sólo la recibirían quienes tuvieran una experiencia espiritual, viendo que “la enseñanza ortodoxa de la resurrección… legitimizó una jerarquía de personas a través de cuya autoridad todas las demás debían aproximarse a Dios”.[10]
Otro punto importante, del que se habla en el segundo capítulo, es la creencia en un solo “Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”[11], primer artículo con el que comienza el credo de la tradición ortodoxa, en defensa contra la herejía dualista de Marción que mencionaba que había dos dioses. Cuando surgieron los gnósticos, fueron tachados por los cristianos ortodoxos como partidarios de esta herejía y con fundadas razones, pues a partir de escritos como la Hipóstasis de los arcontes, Sobre el origen del mundo y el Apocrifón de Juan hablaban del Creador como Samael, pretensioso y arrogante para querer ser el único dios, un dios celoso de los hombres que fue condenado por el Padre; también incluyeron a Eva (Zoe en algún caso) como dadora de vida del hombre. Pero es sobre todo con la doctrina de Valentín, gnóstico, con la que resulta más áspera la discusión con los ortodoxos, pues aceptaba esta parte del credo y se hacía indistinguible para los creyentes, pero al interno se creía en un dualismo y a Dios se le veía como intimidad.
Ante esto la autora se cuestiona sobre la posición de Ireneo como obispo para condenarlos como herejes. Y como ha hecho a lo largo de su escrito, toma posición: “tampoco en este caso podremos contestar plenamente atendiendo argumentos religiosos y filosóficos… [sino que] afecta también asuntos sociales y políticos”[12]. Es así como explica la analogía que hacían los obispos: así como Dios es único y manda sobre la corte celestial y sobre la Creación, así los ministros son gobernados por un obispo, después por los sacerdotes y diáconos y al último los fieles laicos. Con esta gravedad, afirma que los gnósticos dieron una justificación teológica sobre la independencia hacia la autoridad de los obispos: afirmaban que el Creador era como un demiurgo (término utilizado por los griegos) y que había sido arrogante, que el único Dios era el Padre; a su vez, los gnósticos se iniciaban por el espíritu directamente de Cristo y después del Padre, y dando por hecho que los demás cristianos creían en este demiurgo como dios, y que por ello se sometían bajo el liderazgo de los discípulos, los gnósticos se libraban de ello porque obedecían directamente al mismo Dios Padre, el verdadero. Al extremo llegaron de echar suertes siempre en cada reunión para repartir los cargos por un tiempo, para que nadie ambicionara un lugar y no hubiera tampoco jerarquización de los fieles. Los ortodoxos no pueden menos que reaccionar apologéticamente, con figuras importantes como la de Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría e Ignacio de Antioquía, que hacen ver la necesidad de esta jerarquía para la transmisión de la fe y el buen gobierno de la Iglesia, y argumentan que en esta corriente no hay orden ni seriedad por la forma en que se toman las decisiones, con lo que también la forma de vivir el cristianismo se vuelve algo muy subjetivo e individualista.[13]
Difiero de la opinión de Pagels en muchos puntos, pero entreveo que su tesis es la explicación política del fundamento en ciertas doctrinas ortodoxas más que en cuestiones de fe y del papel de los gnósticos para ello: “la doctrina de la resurrección corporal de Cristo establece el marco inicial para la autoridad clerical, la doctrina del Dios único confirma la institución del obispo único”.[14]

Bibliografía
Pagels, Elaine. Los evangelios gnósticos. Traducción de Jordi Beltran. Editorial Grijalbo. Barcelona, 1988.

Referencias


[1] Cfr. Pagels, Elaine. Los evangelios gnósticos. Traducción de Jordi Beltran. Editorial Grijalbo. Barcelona, 1988. Cap 1, p. 40
[2] Ibíd p. 41
[3] Íbidem p. 44
[4] Ibíd
[5] Ibídem p.49
[6] Ibíd p. 55-56
[7] Cfr. Ibídem p. 57-59
[8] Cfr. Ibíd 59-60
[9] Ibídem p.61
[10] Ibíd p. 67
[11] Ibídem Cap 2 p.68
[12] Ibíd p. 74
[13] Cfr. Ibid p. 75-90
[14] Íbídem p. 90

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