La resurrección de Cristo y la política del
monoteísmo.
Para el cristianismo la resurrección de
Jesucristo es fundamental para el creyente, y de hecho gran parte de la
tradición primitiva afirma que un hombre, Jesús, ha vuelto a la vida y que le
han visto como un ser humano real.[1]
Lo normal hubiera sido afirmar que su espíritu seguía presente con los
discípulos (como de manera semejante habían afirmado de Sócrates sus
seguidores), y así hubiera tenido sentido, pero lo extraordinario de esta
convicción era la implicación de la parte corporal. Es así que el carácter
definitivo de la muerte, uno de los grandes enigmas universales para el hombre,
poco a poco se irá transformando para quien cree en este hecho, pues “como
Cristo resucitó corporalmente de la tumba, también todo creyente debe anticipar
la resurrección de la carne”[2],
y debe ser creída por ser locura para la comprensión, en palabras de
Tertuliano.
Pero
a pesar de este fundamente, comienzan a surgir en los primeros siglos algunas
posturas que contradicen en ocasiones a la tradición ortodoxa (aquellos que
creen en Jesucristo y en la garantía de la sucesión de los apóstoles, así como
en los ministros de la Iglesia), como son los gnósticos. Ellos interpretaban de
la resurrección más bien como un encuentro con Cristo en sentido espiritual, y
por ello eran condenados como herejes por los ortodoxos quienes habían tomado
la interpretación literal de este momento fundamental, contra las experiencias
emocionales que los gnósticos demostraban. La autora afirma que incluso hay
versiones, como la de Pablo, en las que se tiene un encuentro con Cristo de
manera espiritual y no material como los apóstoles.
En
el texto se cuestiona este significado literal de las versiones que el Nuevo
Testamento nos ofrece y el rechazo hacia otro tipo de justificaciones. Pone
como presupuesto que “no podemos dar respuesta adecuada… atendiendo
exclusivamente a su contenido religioso”[3]
y propone verlo desde el sentido práctico en la política, afirmando que esta
interpretación hace legítima la autoridad de algunas personas en base a la
sucesión de los apóstoles, de los obispos, y hace notar la desventaja en que se
ven los gnósticos para tener autoridad moral y política. Era de esperarse en
los primeros dos siglos del cristianismo pues “maestros rivales afirmaban enseñar la verdadera doctrina de Cristo y denunciaban a otros”[4],
y constantemente habían enfrentamientos respecto a las creencias y a la
autoridad en la Iglesia en busca de una tradición verdadera.
Sobre
este tema, los Evangelios (refiriéndome a los canónicos, el de Marcos, Mateo,
Lucas y Juan) hablan de Jesús como indiscutible figura de autoridad y el
nombramiento de Pedro como sucesor suyo, y se fortalece esta elección con la
afirmación de que Pedro ha sido el primer testigo de la Resurrección. Con ello
también se habla de otras apariciones, como la de María Magdalena, en que se
apoyan los gnósticos para refutar este liderato. Y es que de un momento a otro
estos encuentros adquieren proporciones cósmicas al designar por voluntad de
Dios a los sucesores en los apóstoles y no en otros personajes, por lo que un
encuentro espiritual se vuelve menos directo después del momento en que
Jesucristo se separa de los apóstoles en el momento de la Ascensión. Lucas
habla de apariciones a otros discípulos pero hace ver que no pueden compararse
por no ser parte de los Doce, porque fueron después de que Cristo subió a los
cielos y porque la experiencia directa de los apóstoles lo hacía diferente.
En
estos relatos propios de la tradición ortodoxa la autora ve una ingeniosa forma
de implicar la autoridad sólo a unos cuantos, de limitar la sucesión a su
propia decisión y de colocar en forma inefable la autoridad apostólica con
implicaciones políticas. Pero contrapone a esta “teoría” (como ella le llama)
la interpretación de los gnósticos: la resurrección “simbolizaba el modo de en
que la presencia de Cristo podía experimentarse en el presente, una visión
espiritual”[5],
con la que se ve como superior esta experiencia pues se tiene un encuentro
íntimo con Cristo sin necesidad de tener contacto directo. Se fundamenta en
distintos textos de tradición gnóstica, tales como el Evangelio de María, el Tratado de la Resurrección, el Evangelio de
Felipe, el Apocrifón de Juan, la Carta de Pedro a Felipe y el Evangelio de
Tomás. Por medio de ellos se contrapone la posición de los ortodoxos y sus
ministros, descritos un tanto autoritaristas, contra los gnósticos en la figura
de María Magdalena e incluso en los encuentros con el mismo Pedro y Pablo de forma mística y
espiritual. Su creencia se basa en el encuentro con Cristo a través de la revelación
en el espíritu, basados en la razón y una experiencia continuada, en constante
desafío con la potestad de Pedro en la Iglesia, y en la superioridad de transmitir
una enseñanza secreta (aparte de la tradicional dada por los apóstoles y sus
sucesores).
“El
contraste con la versión ortodoxa es chocante: los seguidores de Valentín
[gnósticos] dicen que solamente sus evangelios y revelaciones descubren esas
enseñanzas secretas”[6].
Estas creencias se complementan con los textos apócrifos encontrados en Nag-Hammadi
en el siglo pasado, escritos “en el espíritu”, donde en la mayoría de ellos se
habla de un encuentro donde Jesús no aparece en forma humana como dicen los
ortodoxos sino como una presencia luminosa. Además, atribuían sus escritos a
personajes no apostólicos, como a María Magdalena (donde la aparente relación
erótica y el uso de metáforas sexuales hacen hincapié en la relación íntima del
creyente con Cristo), o cuando aducían sus escritos a un personaje apostólico
reconocían que había tenido una experiencia gnóstica después de la partida de
Jesús, y añadían lenguajes poéticos (como en la “Danza en ruedo de la Cruz” y el “Truena, mente perfecta”) donde se tenía en cuenta la creatividad e
inspiración de cada escrito[7]. Los pastores ortodoxos (hablando de los
líderes de la Iglesia cristiana romana) como Ireneo y Tertuliano reaccionaron
acusando su pensamiento como fraude pues no se apegaban a las enseñanzas
transmitidas por los apóstoles y constantemente surgían otras versiones de
evangelios y textos como aparente fruto de inspiración, por lo que también les
tacha de inventores y ficticios de acuerdo a lo que creen.
Según la experiencia gnóstica, “quienquiera
que reciba el espíritu se comunica directamente con lo divino” y sólo quien ha
tenido esta iniciación es capaz de madurar en un aparente testimonio de otros
para llegar a “creer partiendo de la verdad misma”[8].
Ésto se logra a través de un ritual de iniciación en el que se pide que
profetice. La aparente diferencia entonces con los ortodoxos es que los
gnósticos conocen más allá de las enseñanzas de los apóstoles “se consideran a
sí mismos maduros para que nadie pueda compararse con ellos en la grandeza de
su gnosis”[9],
como Ireneo dice en su apología, a diferencia de los demás que reconocen que el
criterio es la enseñanza de los apóstoles para conocer la verdad.
Ante ello, los
cristianos ortodoxos veían como desviación a la presunta madurez espiritual
alcanzada de los gnósticos, como dice Tertuliano, pues las múltiples enseñanzas
hacían que hubiera distintas doctrinas y en caso de discusión no había punto al
cual regresar, pues no creían en la tradición apostólica y en la revelación
única. En contraparte los gnósticos decían que los ministros (obispos,
sacerdotes y diáconos) interpretaban las enseñanzas sin haber sido iniciados y
promovían una iglesia falsa y que no podían adjudicarse una autoridad pues esta
sólo la recibirían quienes tuvieran una experiencia espiritual, viendo que “la
enseñanza ortodoxa de la resurrección… legitimizó una jerarquía de personas a
través de cuya autoridad todas las demás debían aproximarse a Dios”.[10]
Otro punto
importante, del que se habla en el segundo capítulo, es la creencia en un solo
“Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra”[11],
primer artículo con el que comienza el credo de la tradición ortodoxa, en
defensa contra la herejía dualista de Marción que mencionaba que había dos
dioses. Cuando surgieron los gnósticos, fueron tachados por los cristianos
ortodoxos como partidarios de esta herejía y con fundadas razones, pues a
partir de escritos como la Hipóstasis de
los arcontes, Sobre el origen del mundo y el Apocrifón de Juan hablaban del
Creador como Samael, pretensioso y arrogante para querer ser el único dios, un
dios celoso de los hombres que fue condenado por el Padre; también incluyeron a
Eva (Zoe en algún caso) como dadora de vida del hombre. Pero es sobre todo con
la doctrina de Valentín, gnóstico, con la que resulta más áspera la discusión
con los ortodoxos, pues aceptaba esta parte del credo y se hacía indistinguible
para los creyentes, pero al interno se creía en un dualismo y a Dios se le veía
como intimidad.
Ante esto la autora se cuestiona sobre la
posición de Ireneo como obispo para condenarlos como herejes. Y como ha hecho a
lo largo de su escrito, toma posición: “tampoco en este caso podremos contestar
plenamente atendiendo argumentos religiosos y filosóficos… [sino que] afecta
también asuntos sociales y políticos”[12].
Es así como explica la analogía que hacían los obispos: así como Dios es único
y manda sobre la corte celestial y sobre la Creación, así los ministros son
gobernados por un obispo, después por los sacerdotes y diáconos y al último los
fieles laicos. Con esta gravedad, afirma que los gnósticos dieron una
justificación teológica sobre la independencia hacia la autoridad de los
obispos: afirmaban que el Creador era como un demiurgo (término utilizado por los griegos) y que había sido
arrogante, que el único Dios era el Padre; a su vez, los gnósticos se iniciaban
por el espíritu directamente de Cristo y después del Padre, y dando por hecho
que los demás cristianos creían en este demiurgo
como dios, y que por ello se sometían bajo el liderazgo de los discípulos, los
gnósticos se libraban de ello porque obedecían directamente al mismo Dios
Padre, el verdadero. Al extremo llegaron de echar suertes siempre en cada
reunión para repartir los cargos por un tiempo, para que nadie ambicionara un
lugar y no hubiera tampoco jerarquización de los fieles. Los ortodoxos no
pueden menos que reaccionar apologéticamente, con figuras importantes como la
de Ireneo, Tertuliano, Clemente de Alejandría e Ignacio de Antioquía, que hacen
ver la necesidad de esta jerarquía para la transmisión de la fe y el buen
gobierno de la Iglesia, y argumentan que en esta corriente no hay orden ni
seriedad por la forma en que se toman las decisiones, con lo que también la
forma de vivir el cristianismo se vuelve algo muy subjetivo e individualista.[13]
Difiero de la
opinión de Pagels en muchos puntos, pero entreveo que su tesis es la
explicación política del fundamento en ciertas doctrinas ortodoxas más que en
cuestiones de fe y del papel de los gnósticos para ello: “la doctrina de la
resurrección corporal de Cristo establece el marco inicial para la autoridad
clerical, la doctrina del Dios único confirma la institución del obispo único”.[14]
Bibliografía
Pagels, Elaine. Los
evangelios gnósticos. Traducción de Jordi Beltran. Editorial Grijalbo.
Barcelona, 1988.
Referencias
[1] Cfr.
Pagels, Elaine. Los evangelios gnósticos.
Traducción de Jordi Beltran. Editorial Grijalbo. Barcelona, 1988. Cap 1, p. 40
[2] Ibíd p. 41
[3] Íbidem p. 44
[4] Ibíd
[5] Ibídem p.49
[6] Ibíd p. 55-56
[7]
Cfr. Ibídem p. 57-59
[8]
Cfr. Ibíd 59-60
[9] Ibídem p.61
[10] Ibíd p. 67
[11] Ibídem Cap 2 p.68
[12] Ibíd p. 74
[13]
Cfr. Ibid p. 75-90
[14] Íbídem p. 90
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