lunes, 11 de febrero de 2013

Plotino, Enéada 1.2: Sobre las virtudes


Plotino se basa en los diálogos de Platón  (los dos grados de virtud) y en Porfirio (en su tratado de la división cuatripartita de la virtud), para presentarnos  en este tratado cómo llegar a la virtud, en ella nos dice que debemos de “asemejarnos a Dios por la virtud”.[1] Podríamos preguntarnos ¿Por qué a Dios? y  la respuesta sería que Es “quien  posee virtud”,[2] también porque hay dos formas de semejanza del alma a Dios: en la “Medida transcendente, y por las virtudes superiores, que, siendo purificaciones, la hacen semejante a Dios en pureza”.[3] Para poder llegar a este grado de pureza que me asemeja a Dios necesitamos de la purificación que “tiene por objeto desvincular afectivamente al alma, incluso a la inferior, de las cosas del cuerpo  evitando   toda  clase   de  faltas”.[4] De este modo podremos tener la recuperación de nuestro verdadero yo por la virtud.

Para comenzar el tratado partimos de  la necesidad que tiene el alma de huir de aquí y emprender un camino ascendente para alejarse de los males. “Los males residen acá y por necesidad andan rondando la región de aquí y puesto que el alma desea huir de los males, hay que huir de aquí”.[5] En esta huida busca avanzar en el camino a dios, pues necesita asemejarse a quien posee virtud.
El camino que marca Plotino para el alma consta de tres etapas, las cuales tiene que recorrer, para que de esa manera pueda alcanzar la virtud superior. Estas etapas son: el control de apetitos y pasiones del alma, la purificación y la contemplación.
En la primera etapa, el alma adquiere las virtudes cívicas, las cuales “nos hacen realmente ordenados y mejores porque ponen a raya los apetitos y les imponen medida, a las pasiones”,[6] por medio de éstas se comienza con la huida de aquí, pues  es necesario que el alma se separe del cuerpo, de modo que pueda encontrar el camino de la virtud, “el alma es mala cuando está amalgamada con el cuerpo y se ha hecho partícipe de sus pasiones y de sus opiniones en todo”.[7] Esta alma se hace buena y poseedora de virtud “sino comparte sus opiniones, sino que actúa a solas –esto es precisamente ser inteligente y sabio-, ni comparte sus pasiones –esto es precisamente ser morigerado[8]-, ni teme separarse del cuerpo –esto es, precisamente, ser valeroso- y si la razón y la inteligencia son las que mandan y las demás partes no oponen resistencia –y esto será la justicia-”.[9]
La segunda etapa que le sigue al alma es el de la purificación, la cual consiste simplemente en la separación de todo elemento ajeno al alma. “Si una cosa era buena antes del estado de impureza, bástale la purificación”,[10] con lo anterior se plantea que si el alma era buena antes de la pureza, después de ésta quedará el bien, en cambio, si no era buena no caería en el mal, sin embargo no permanecerá en el bien sólo que se junte con sus contrarios, “quizá la naturaleza que queda tampoco era el bien. De lo contario, no caería en el mal…, y así su bien propio consiste en juntarse con lo que le es afín, y su mal, en juntarse con sus contrarios”.[11] Alcanzar el estado de perfecta purificación del alma, se logra en el momento en que se da la separación afectiva del cuerpo, de modo que el alma puede separarse del cuerpo concentrándose en sí misma de manera que pueda vivir en la virtud.
La tercera y la última etapa del alma es la contemplación, “su virtud es el resultado de su conversión”,[12] que así mismo se alcanza por la iluminación, es decir, por la reminiscencia, la cual consiste en iluminar los inteligibles que había en el alma, aunque estén arrinconados y desiluminados. “Para que se iluminen y se percaten  entonces de que estaban dentro, debe dirigir su mirada a quien ilumina”.[13] Gracias a esta iluminación, el alma tiene una conversión hacia la inteligencia pues ésta no le es ajena, sobre todo cuando mira hacia ella, pero si no la ve estando presente le será ajena.
El proceso de purificación es la prueba para saber que tanto puede separarse nuestra alma del cuerpo, “esto equivale, sobre todo, a indagar de algún modo la ira, el apetitito y todo los demás hasta ver  qué punto es posible separarse del cuerpo”,[14]pues si logra mantenerse firme en esta separación, podrá ser pura y purificará su parte irracional, “aspirará a purificar aun la parte irracional de tal modo que ni siquiera reciba impacto; pero si lo recibe no sea violentamente, sino que los impactos en ella sean escasos y se desvanezcan”.[15]

Nuestro fin en el camino de virtud que seguimos, nos debe de conducir a ser dios, pues tenemos el espíritu que nos guía, de modo que no quedaremos librados de todas las pasiones existentes, sino que podremos rechazar estas pasiones, pues estamos dotados con lo necesario para no caer en los deseos, “si alguno de dichos actos aflora indeliberadamente, un hombre cual ése será a la vez dios y demon; será doble; mejor dicho, llevará a otro dotado de una virtud distinta”,[16] de manera que se abstenga de cuantas obras le plazcan a su amo.

El acto de la contemplación culmina con la inteligencia que es la iluminación de todas las virtudes que existen a modo de Modelos, para saber a “qué dios nos asemejamos y con cuál nos identificamos”,[17] pues la virtud no es nuestra, “la virtud es de alguien, mientras que cada Ser en sí es de sí mismo, y no de algún otro”.[18] De este modo podemos observar que la virtud se ejerce en la multiplicidad de actos que desarrollamos.

Por último el hombre debe de ser consciente de sus posesiones para sacar el mayor provecho en su vida, “el virtuoso será consciente de sus virtudes y del partido que ha de sacar de ellas”,[19] de modo que actué fácilmente, y pueda vivir no sólo la vida de un hombre de bien, ya que ésta es quedarse solamente en las virtudes cívicas, sino que deje ésta y opte por una superior, “Porque se trata de una asemejamiento a los dioses, no a hombres de bien”.[20] De este modo seremos una imagen de dios y podremos ser hombres virtuosos.

Bibliografía: Plotino, Enéadas I-II, (introducción general, traducción y notas de  Jesús Igal), Ed. Gredos, Madrid,  2002,



[1] Plotino, Enéadas I-II, Ed. Gredos, Madrid,  2002, Pág. 25
[2] Ibíd. Pág. 26
[3] Ibídem. Pág. 26
[4] Ibíd. Pág. 26
[5] Ibídem. Pág. 29
[6] Ibíd. Pág. 32
[7] Ibíd. Pág. 34
[8] Morigerar: Templar o moderar los excesos en los sentimientos y en las acciones.
[9] Plotino, Op. Cit. Pág. 34
[10] Ibídem.  Pág. 35
[11] Ibíd. Pág. 36
[12] Ibídem. Pág. 36
[13] Ibíd. Pág. 36
[14] Ibídem. Pág. 37
[15] Ibíd. Pág. 38
[16] Ibídem. Pág. 38
[17] Ibíd. Pág. 39
[18] Ibídem. Pág. 39
[19] Ibíd. Pág. 41
[20] Ibídem. Pág. 41

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