Guillaume de Lorris, Jean de Meun
El Libro de la Rosa
El matrimonio en la baja Edad Media, no es la unión de dos personas por amor, son matrimonios que obedecen a la ley y no al amor. El verdadero amor cae fuera del matrimonio, ésta es una nueva forma de valorar la relación entre amantes, aquella que está contra la ley; de este modo el amor se torna ilegal. Los caballeros deberán llevar a cabo grandes hazañas para merecer el amor de aquella dama, sin embargo, también deberán de cuidar las formas, pues la dama en cuestión en el mayor de los casos es casada, cumple con un acuerdo matrimonial, cumple con la ley divina, de este modo, el caballero no puede acercarse a la dama, debe permanecer alejado, por ello necesita encontrar la manera de hacerle saber a esa dama sus sentimientos, quizá algún poema, canción, hazaña victoriosa o lo que pueda llamar la atención de aquella dama.
Un sueño, esto es el recuerdo de un sueño. Lorris, es el primer autor de esta obra, quien narra el recuerdo del sueño de un poeta; irá describiendo todo lo que aquél va observando en su recorrido, pero ¿qué puede ofrecer la narración del sueño de un poeta?
Un sueño, esto es el recuerdo de un sueño. Lorris, es el primer autor de esta obra, quien narra el recuerdo del sueño de un poeta; irá describiendo todo lo que aquél va observando en su recorrido, pero ¿qué puede ofrecer la narración del sueño de un poeta?
Es
primavera, los paisajes y el entorno inspiran a enamorarse, “el que no ama en
mayo tiene muy duro el corazón”[i] pero para amar hay un
lugar especial, el jardín. No obstante, no se trata de cualquier jardín; éste
era especial y estaba dentro de un muro.
“el muro era alto y tenía forma cuadrada; dentro había un
jardín en el que nunca había entrado un pastor. El lugar era precioso […] no se
podría encontrar un gozo o una alegría semejantes a las que había en aquel
jardín: el lugar no era ni esquivo ni tacaño a la hora de albergar aves, y
nunca hubo un sitio tan rico de árboles y de pájaros cantores, pues allí había
tres veces más que en todo el reino de Francia”.[ii]
En
la Edad Media se acostumbraba elegir a aquellos que eran dignos de llevar una
vida cortesana, esa cultura cortesana está representada por el jardín, al que el acceso era restringido. La caballería formó parte de la vida
cortesana, no obstante para ser caballero de la corte se requería como mínimo tener un buen caballo y armadura para las batallas. También se elegían damas cortesanas
según su procedencia familiar, la cual ante todo debía tener prestigio moral; la vida en la corte era excluyente con el pueblo y comúnmente se llevaban a cabo bailes y torneos para los cortesanos.
Fuera
del jardín quedan todos los sentimientos a los que el amor se opone pues ninguno de ellos le favorece, cada uno está personificado en el alto muro que rodea
por completo el jardín; el poeta observa minuciosamente y detalla las singulares características de cada sentimiento, no sólo provoca imaginarlos físicamente como personas,
la descripción es tan detallada que crea aversión por ellos; así el poeta va
recorriendo un largo muro, conociendo uno a uno aquellos sentimientos que debe
evitar todo enamorado, a saber, Malquerencia, Felonía, Villanía, Cobardía,
Codicia, Avaricia, Tristeza, Envidia, Vejez, Hipocresía y Pobreza.
Entre la inquietud y la curiosidad, el poeta se pone a buscar cómo entrar al jardín pues en su primer recorrido no notó
ningún acceso, advierte entonces una pequeña puerta, llama a ella…quizá no
debió llamar, quizá no debió presentarse con Ociosa (quien fue la que le
permitió entrar en el jardín), pero ahí estaba delante de ella, pidiendo se le
diera la oportunidad de conocer aquel hermoso jardín. El poeta lo logra y se
introduce en aquella vida, conoce a Solaz rey y dueño del
jardín, quien acompañado de todos aquellos que incitan al amor, al contrario de los sentimientos
representados en el exterior, el poeta los observa bailando o tocando algún instrumento musical; uno de los acompañantes de Solaz es el dios de Amor, “que reparte a su antojo enamoramientos. Es el
que hace justicia con los enamorados, el que abate el orgullo de las gentes
haciendo del señor, servidor, y de las damas, criadas, cuando las encuentra
demasiado soberbias,”[iii] hiere a
sus víctimas con flechas de dos tipos, las buenas y
las malas, las que son de oro y las que están hechas de
plomo.
El
poeta, inicia pronto un recorrido dentro del hermoso jardín, quiere conocer
más, quiere ir más allá de lo que ven sus ojos, quiere ser parte del jardín;
pero el dios de Amor lo quiere a él, lo quiere a su servicio, lo sigue. El poeta, confiado
pasea por el jardín, nota que el dios de Amor lo sigue pero no toma precauciones,
llega a la fuente de Narciso, “…fue un muchacho al que Amor atrapó en sus
redes: lo atormentó tanto y tanto hizo que llorara y se lamentara, que al final
entregó su alma”[iv];
a pesar de saber la historia de éste, a pesar de querer resistirse, finalmente
sucumbe a la tentación de mirar en ella. Contempla dos piedras de cristal
en las que se refleja todo el jardín, es la ocasión propicia para que el dios
de Amor lo hiera con la primer flecha, a partir de ese momento el poeta comienza
a vivir en una constante contradicción, en la paradoja que viven los enamorados, se siente extasiado de amor pero vive por ello un
suplicio.
El poeta queda deslumbrado por el
capullo de una rosa, para llegar a ella conocerá a varios personajes, entre ellos Dulce Albergue, quien le ayudará en su cometido; pero el
acercarse demasiado a la rosa provocará Rechazo, es decir, Rechazo junto con Miedo y Vergüenza se encargaran de que el poeta
no pueda llegar acercarse nuevamente, en tanto que Dulce Albergue, que es el
único sentimiento que le ha favorecido, ahora lo han mandado a encerrar por culpa de Mala lengua, en una torre que está dentro de la muralla y que a partir de ahora albergará las rosas.
Hasta aquí, la primer parte del libro, es decir, la de Lorris; una narración llena de fantasía e ilusión.
Bibliografía
Guillaume de Lorris, Jean de Meun. Le Roman de la Rose. [Traducido por Carlos Alvar y Julián Muela] Madrid, Ediciones Siruela, 1986, 387p.
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