sábado, 23 de febrero de 2013

El intelectual en la Edad Media y los goliardos


Jacques Le Goff, Les Intellectuels au Moyen Âge





Feror ego veluti sine nauta navis, ut per vias aeris vaga fertur avis; non me tenent vincula, non me tenet clavis, quero mihi similes et adjungor pravis.

 Soy llevado como un navío sin piloto, y en las rutas del aire como un ave ligera que flota, las cadenas no me pueden detener, las llaves no me pueden aprisionar, busco gente como yo y unirme a los desafortunados.

Carmina Burana

 
Jacques Le Goff, especialista en estudios medievales y defensor de la visión de una Edad Media larga, nos presenta la genealogía de una figura social que él llama “intelectual”, a riesgo de caer en el anacronismo: “j’ai été ainsi amené a definir le nouveau travail intellectuel comme l’union, dans l’espace urbain et non plus monastique, de la recherche et de l’enseignement” (me vi así impulsado a definir el nuevo trabajo intelectual como la unión, en el espacio urbano y ya no en el monástico, de la investigación y la enseñanza)[1]. Su interés es “déplacer l’attention des institutions vers les hommes, des idées vers les structures sociales, les pratiques et les mentalités, de situer le phénomène universitaire médiéval dans la longue durée” (desplazar la atención de las instituciones a los hombres, de las ideas a las estructuras sociales, las prácticas y las mentalidades, situar el fenómeno universitario medieval en el largo plazo)[2].

 

El término intelectual se acuña y comienza a utilizar a raíz de la participación (decisiva y con grandes repercusiones) de Émile Zola en el caso Dreyfus, surgiendo así una figura que aúna el estudio y la reflexión a la participación social y política activa, que aúna el placer de la vida intelectual a la pasión de la vida social.

El “intelectual”medieval de Le Goff ciertamente tiene algunos de los rasgos más comúnmente asociados a este término: estudia, analiza, reflexiona, dentro de los marcos de las corrientes y las posibilidades que la época le proporciona; enseña; se nutre de fuentes de pensamiento diversas a las corrientes en su tiempo, incluyendo textos antiguos a los que accede a través de los árabes[3]; influye en su sociedad de manera más o menos sutil, si bien el aspecto crítico se ve severamente limitado por las restricciones eclesiales y políticas al pensamiento, pero incluso en ese sentido este personaje busca y en ocasiones encuentra caminos para pensar con cierto grado de libertad, se vuelve vagabundo, se acoge a la Iglesia cuando el poder político le coacciona, se acoge a la ciudad cuando el poder eclesiástico le limita, y, por fin, crea ese espacio privilegiado donde hasta nuestros días (¿mañana, quién sabe?) se podrá ejercer el pensamiento y la actividad crítica, la universidad.

 

Savant et professeur, penseur par métier, l’intellectuel peut aussi se définir par certains traits psychologiques qui peuvent s’infléchir en travers d’esprit, par certains plis du caractère qui peuvent se durcir, devenir habitudes, manies. Raisonneur, l’intellectuel risque de tomber dans la ratiocination. Scientifique, le dessèchement le guette. Critique, ne va-t-il pas détruire par principe, dénigrer par système? Les détracteurs ne manque pas dans le monde contemporaine pour en faire un bouc émissaire […] Aux ennemis de l’intellectuel, Dante a répondu despuis des siécles, en mettant au Paradis où el les réconcilie les trois plus grands figures d’intellectuels du XIIIe siécle: saint Thomas, saint Bonaventure et Siger de Brabant.

 

(Sabio y profesor, pensador de oficio, el intelectual puede también definirse por ciertos rasgos psicológicos que pueden orientarse a través del espíritu, por ciertos pliegues de carácter que pueden endurecerse, convertirse en hábitos, en manías. Razonador, el intelectual se arriesga a caer en la racionalización. Científico, la deshidratación le acecha. Crítico, ¿no va a destruir por principio, a denigrar sistemáticamente? Los detractores no faltan en el mundo contemporáneo para convertirlos en chivo expiatorio […] A los enemigos del intelectual, Dante les ha respondido desde hace siglos, colocando en el Paraíso, donde los reconcilia, a las tres más grandes figuras de intelectuales del siglo XIII: santo Tomás, san Bonaventura y Siger de Brabant.)[4]

 

El elemento amoroso y erótico no está ausente de la figura del “intelectual” medieval, ni en la historia (no podía estarlo, considero que lo señala muy acertadamente Umberto Eco en El nombre de la Rosa) ni en el libro de Le Goff, como lo atestigua el fascinante relato de la relación entre Abélard[5] y Héloïse[6].

Pero, sobre todo, lo que justifica plenamente la denominación que se le asigna a un tal personaje es su contribución al surgimiento del pensamiento occidental, la creación de espacios dentro de la Iglesia, dentro de la Ciudad, la creación de la Universidad, no pueden bajo ninguna óptica considerarse como logros menores, y el mérito de Le Goff es llevarnos de la mano y hacer palpable el dramatismo, el riesgo, la aventura de pensar que supuso el paso de nuestro “intelectual” por esa época.

 

Para muestra, un botón… Les goliards. Los goliardos, ese “groupe étrange d’intellectuels” (grupo extraño de intelectuales)[7]. Esos monjes medievales vagabundos, literatos, poetas, críticos de la Iglesia, la sociedad, el poder, y fans del vino, la taberna, las mujeres, el amor… Heredera de escritos en estilo goliardo es la cantata Carmina Burana, compuesta por Carl Orff y basada en la homónima colección de cantos goliardos.

Primeros en una línea de pensadores que no sólo crearán espacios propios para ejercer el pensamiento (en su caso, escapando a las instituciones, vagabundeando, especie de cínicos medievales) y la crítica[8], aunque tímida comparada con las épocas posteriores, sin dejar de lado la referencia a la mujer en la historia medieval del pensamiento, como es el caso ya mencionado de Héloïse.

 

Época, finalmente, de profundos cambios, de los cuales el intelectual (ya sin comillas) medieval es un actor preponderante, y Le Goff nos lo presenta en toda su humanidad y su relevancia.



[1] Le Goff, Jacques, Les Intellectuels au Moyen Âge, Éditions du Seuil, París, 1985, p. IV.
[2] Idem, p. I.
[3] Idem, pp. 19-20.
[4] Idem, p 5.
[5] Idem, pp. 40-43.
[6] Idem, pp. 43-45.
[7] Idem, p. 29.
[8] Idem, pp. 29-34


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