“En este noveno libro cuenta la
astucia del asno cómo escapó de la muerte; de donde se siguió otro mayor
peligro, que creyeron que rabiaba y con el agua que bebió vieron que estaba sano.
Cuenta asimismo de una mujer que engañaba a su marido, porque su enamorado,
diciendo que quería comprar un tonel viejo, burló al marido. Ítem el engaño de
las suertes que traían aquellos sacerdotes de la diosa Siria y cómo fueron
tomados con el hurto; y de cómo fue vendido a un tahonero, donde cuenta de la
maldad de su mujer y de otras; y después fue vendido a un hortelano; y de la
desdicha que vino a toda la gente de casa; y cómo un caballero lo tomó al
hortelano; y el hortelano lo tomó por fuerza al caballero y se escondió con el
asno, donde después fue hallado”.[1]
El libro noveno plantea seis capítulos donde se
narran diversas historias, en las cuales se presenta a Lucio asno como el
testigo de varios sucesos inesperados, que se convierten en experiencias que
entretejen la historia que se viene desarrollando, y que desde mi opinión,
quieren ser para los lectores experiencias
- algunas de ellas degradantes- de la vida ordinaria, subrayando en el
elemento de la maldad, lo que de misterio hay en cada acción que afecta a los
valores fundamentales del hombre, y cómo vistos desde un punto de vista
humorístico, pretenden transmitir un mensaje que invita a optar por lo ético, a
la sana convivencia en sociedad, que aluden directamente a la conciencia moral
de las personas, como si se tratara de un tipo de prevención. De cualquier modo
son fábulas que contienen una moraleja clara, e indican situaciones reales en
la vida de los seres humanos, con la intención de orientarlos hacia el bien.
Por un lado se tocan temas de índole
negativa o dolorosa como son la venganza, la violencia, el enojo, la ira, la
astucia utilizada para la conveniencia personal, la mentira, la soberbia, la
avaricia, el abuso de poder y el suicidio, aunque también se habla de la
generosidad de compartir (a la que corresponde una remuneración de parte del
otro) lo poco o mucho que se tenga con los demás, aprender a confiar en las
personas, y de buscar en la verdad, un recinto donde descansen los sufrimientos
cotidianos de la vida.
En el primer capítulo, Lucio asno trata
de escapar del carnicero, sin embargo tras su primer intento por huir de la
muerte que le asechaba, viene un peligro aún mayor y es que reciben la
siguiente noticia:
“un
perro rabioso con gran ímpetu y ardiente furor y había embrujado todos los
perros de casa; y después había entrado en el establo y mordió con aquella
rabia a muchos caballos de los que allí estaban, y aun que tampoco dejó a los
hombres, porque él mordió a Mitilo, acemilero, y a Epestión, cocinero, y
también aquel Hipatalio, camarero, y a Apolonio, físico, y a otros muchos de
casa que lo querían echar fuera; en manera que muchas de las bestias de casa
estaban mordidas de aquellos rabiosos bocados, lo cual asombró a todos…”[2]
Por tanto pensaron que también Lucio asno estaría
contagiado de esa rabia, entonces esperaban su muerte: “Este mezquino de asno creemos que está fatigado con su furor y rabia,
y aun lo que más cierto puede ser: creciendo la ponzoña de su rabia estará ya
muerto”. [3]
La historia culmina con la intervención de alguno (no se menciona cuál es
su nombre) que aparece en escena y comparte un argumento que salva a Lucio asno
del peligro de la muerte:
“…y
uno de aquéllos, que parece que fue enviado del cielo para mi defensor, mostró
a los otros un tal argumento para conocimiento de mi sanidad, diciendo que me
pusiesen para beber una caldera de agua fresca, y si yo sin temor y como
acostumbraba llegase al agua y bebiese de buena voluntad, supiesen que yo
estaba sano y libre de toda enfermedad, y, por el contrario, si vista el agua
hubiese miedo y no la quisiese tocar, tuviesen por muy cierto que aquella rabia
mortal duraba y perseveraba en mí, y que esto tal se solía guardar, según se
cuenta en los libros antiguos”.[4]
Lucio asno se da cuenta de esto y cuando le ofrecen
el agua clara en una gran paila, pronto se pone a tomar el agua, lo cual le
salva la vida. Lo cierto, es que la vida de Lucio fue salvada gracias a la
ignorancia patente de sus perseguidores, quienes creyeron en tan burda
creencia, y además se dejaron vencer por el miedo de los accidentes
anteriormente ocurridos con sus compañeros.
La segunda historia que
se narra trata sobre una mujer que, al irse su esposo al trabajo y dejarla en
casa sola, aprovecha la oportunidad para verse con su enamorado (que vendría
siendo como el concubino o amante): “Un
día, de mañana, como su marido se fuese a la plaza donde lo alquilaban para trabajar,
vino el enamorado de su mujer y lanzose en casa; como ellos estuviesen a su
placer”.[5]
Cuando los adúlteros gozaban del placer carnal, su esposo regresó a casa a poco
tiempo de haberse retirado, ya que
enseguida hace un movimiento apresurado por ocultar al enamorado, para
evitar ser sorprendidos en el acto por su esposo: “…entonces la mujer, que era maliciosa y astuta para tales sobresaltos,
abrazando y halagando a su enamorado, hízolo meter en un tonel viejo que estaba
a un rincón de casa, medio roto y vacío”.[6]
Al poner trabas la mujer, con la intención de alejar de casa a su marido y
poder sacar al otro hombre del tonel viejo para salir librados de tan pícara
aventura, el buen marido es previsor y en un primer momento no cede a las
palabras engañosas de su mujer, pues este esposo es humilde y fiel, incrédulo
de que su esposa estuviese en un acto de tan vergonzosa índole con dicho
hombre, luego se traga de un bocado el artificio final: la esposa engaña a su
marido diciéndole que un hombre ha querido comprar el tonel por un precio más
alto (utilizando la astucia para no dar sospechas), y que eso tendrá más
provecho para su miserable vida. Luego el esposo, entabla un breve diálogo con
el concubino quien, haciéndose pasar por un comprador del mismo tonel le
responde cínicamente haciendo como si nada hubiese pasado.
Finalmente la historia nos cuenta la
grande burla de los adúlteros para con el inocente marido: “Entonces salió del tonel, y tomando sus siete dineros, el mezquino del
marido cargó el tonel a cuestas y llevolo hasta casa del adúltero.”[7]
Como
podemos ver, las personas podemos usar la astucia y la mentira para encubrir
ciertas situaciones. Lo más preocupante sería entonces, que dichas acciones no
tengan ninguna repercusión dentro de nuestra conciencia, donde se descarte o
relativice el elemento de la bondad y la verdad.
BIBLIOGRAFÍA:
Apuleyo Lucio, La metamorfosis o el asno de oro.
Traducción de Diego López de Cartagena (1500), Madrid 1989. (Documento en pdf)
[1]
Lucio Apuleyo, La
metamorfosis o El asno de oro, trad. Diego López de Cartagena (1500), Madrid 1989.
(documento en pdf)
[2]
Lucio Op. Cit. Pág. 141
[3]
Ibíd. Pág. 142
[4]
Ibíd. Pág.142
[5]
Op. Cit. Pág.143
[6]
Ibíd. Pág.142
[7]
Ibíd. Pág.144
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