jueves, 10 de enero de 2013

Apuleyo: La Metamorfosis o el asno de oro, (Libro VII)


Apuleyo: La Metamorfosis o el asno de oro,
(Libro VII)

     En el comienzo del texto, habla un ladrón de la compañía de la ciudad de Hipata, contando lo que oyó en la casa de Milón a la cual habían robado. Decía que en cuanto al plan resultó así como lo solicitaron. Que después de robar todo lo de aquella casa, regresando a la estancia, se mezcló entre la gente del pueblo haciéndoles creer su molestia por aquel acto. Al estar ahí escuchaba la manera en que todos se ponían de acuerdo para encontrar a los ladrones y darles su castigo, por lo que se esmeró en probarles con hechos concretos y verdaderos que un tal Lucio, hacía poco tiempo, había sido huésped en la casa de Milón por ser amigo íntimo entre sus familiares, y después de fingir un romance con una de las criadas, en ese momento espió muy bien las cerraduras de las puertas y ubicó el lugar en el que tenía su patrimonio. Para desgracia de ellos robó sus pertenencias por la noche y huyó en su caballo blanco dejando a uno de sus mozos. Este fue encontrado y echado a la cárcel por saber las maldades de su amo al cual por justicia quebrantaron y desmembraron como castigo por no querer confesar la verdad.
 “Lo cual, oyendo Apuleyo, que estaba hecho asno, gemía entre sí, quejándose amargamente que era tenido por culpado no siéndolo, y por traidor siendo bueno, y que no podía defender su causa”. (Apuleyo, Diego López de Cortegana, pág. 105).
     Al escuchar todo lo que se decía de él, lloraba dentro de sus entrañas y decía que realmente no se hacía justicia a los hombres, ya que la persona mala era recibida en el pueblo como un héroe, mientras que el bueno siempre pasaba como el peor de todos. Así se lamentaba:
“Así que yo, a quien su cruel ímpetu trajo y reformó en una bestia de cuatro pies, de la más vil suerte de todas las bestias, de la cual desdicha justamente habría mancillada y se dolería quienquiera de aquel a quien hubiese acontecido, aunque fuese muy mal hombre, sobre todo era ahora acusado de crimen de ladrón contra mi huésped muy amado, que tanta honra me hizo en su casa, el cual crimen, no solamente quienquiera podría nombrar latrocinio, pero más justamente se llamaría parricidio”. (Apuleyo, Diego López de Cortegana, pág.106).
     A pesar de querer negar todas las acusaciones no pudo decir una palabra. En cuanto a la doncella antes mencionada, había sido sentenciada a muerte por el romance tenido con Lucio. Sin duda esto para él era algo difícil y se quejaba de su desgracia. Por lo que toca a la persona que lo culpaba y acusaba de dichas situaciones, se fue a los caminos y con mucho dinero convenció a los que constantemente robaban en esos lugares de que ya no lo hicieran, y les pedía que se unieran a ellos para restituir el número de los que estaban en su compañía y con ello conseguir el temor de todos. Éstos no dudaron en unirse por el simple hecho de la pobreza por la que pasaban (aceptaron la propuesta por recibir dinero a cambio).
Después de juntarse y platicar llegaron a la conclusión de nombrar a un líder que los dirigiera. Salió uno entonces en busca de un hombre ya probado en las armas. Después de unos momentos volvió con él: era de aspecto grueso, fornido y bastante alto, y estaba mal vestido, con barbas muy largas. Al llegar los saluda y cuenta su procedencia, así como el nombre de su padre. Decía que era un ladrón famoso con el nombre de Hemo de Tracia al cual todas las provincias temían. Su padre se llamaba Terón, otro famoso ladrón, y anteriormente se había involucrado en muchas guerras, siendo el jefe de muchos hombres, además de estar por un tiempo al servicio en el palacio del emperador César. Les contó también que en uno de sus robos fue donde ocurrió una de sus desgracias: Estando en Macedonia, entraron a la casa de un caballero que anteriormente trabajaba para el emperador, y al estar en el cuarto de su esposa, ésta se dio cuenta, y con gritos y llanto llamó a sus escuderos y criados. Aún con éstos lograron escapar. Después como venganza la dueña pidió al emperador y mandó matar a todos los de su compañía. Cuenta que en ese día logró escapar de la boca del infierno, ya que se vistió de mujer y así no levantó sospecha entre los sirvientes del emperador.
“Entonces, hablando unos con otros, comenzaron a decir de la huida de la doncella y de cómo yo la llevaba a cuestas, y diciendo así mismo de la monstruosa y no oída muerte que para entrambos nos tenían aparejada”. (Apuleyo, Diego López de Cortegana, pág. 109).
     Se relata que  a los ladrones los quieren matar. Pero de entre ellos resulta que el nuevo ladrón llamado Hemo realmente se llamaba Lepolemo y los convence de dejarlos en libertad. Verdaderamente él era el esposo de la doncella y a base de su gran labor de convencimiento logra enviar a la doncella a un burdel de otra ciudad. Proponen entonces hacer un altar al dios Marte: unos salen a comprar vinos y comida, mientras que los demás encienden el fuego para el altar. Lepolemo se pone al servicio de los trabajadores preparando la comida y bebida de una manera cordial con lo cual los hace caer en su engaño. Además, daba de comer y beber a la doncella a escondidas y cuando  le daba un beso ella lo recibía con agrado.
     Lucio se molestaba bastante y reclamaba a la moza su falta de sinceridad. Le decía que rápidamente se había olvidado de él, además de provocarle mucho mal. Le reprochaba su inconsciencia ya que sin importar la burla de los demás ella sería capaz de hacerlo de nuevo. Consuelo para él era tener presente que todo era falso por lo que no se atrevería a hacerlo realmente.  
     Después de comer y beber, el traidor los embriaga bastante hasta el punto de no ser conscientes de lo que son para después encerrarlos y ponerlos en cadenas.
     A continuación, la doncella regresó a su ciudad y por derecho se juntó con Lepolemo. Entonces el asno fue nombrado como su guardador al salvarla de aquella situación. Además pidió a sus criados que fuera premiado de gran manera. Opinaban que lo mejor sería mandarlo al campo para que no le faltara alimento y que estuviera rodeado de yeguas a su placer con lo cual podría disfrutar de libertad.
     Por ello fue llevado muy lejos de ese lugar y lo único que recibió fue lo contrario: lo hacían trabajar mucho y constantemente era maltratado. Por fin se acordaron de la promesa hecha a la doncella y mandaron al asno al campo, en el que por un momento se sintió libre, y quiso escoger a las mejores yeguas para sí, solo que los garañones que también se encontraban cerca arremetieron contra él y como eran más grandes y fuertes no permitieron que se acercara más a dichas hembras. Tan mala era su suerte que además de todo este maltrato recibido de parte de los animales, fue después mandado a traer leña junto a un muchacho muy malo con carácter bastante agresivo, que siempre lo golpeaba y hería.
     Se cuenta que el asno tenía una inclinación muy particular hacia las personas ya que cuando los veía se lanzaba como enamorado. Así sucedió con una moza, a la que se arrojó con pasión, que de no ser por sus gritos y llanto habría muerto. Las personas que estaban cerca decidieron matar al asno rápidamente, y le encargaron de esta tarea al mozo que iba con él, quien se gozaba de cumplir la petición de las personas. Ya en la montaña a punto de matar al asno, el mozo se adelantó un poco a tomar leña, y de repente de una cueva salió una osa que provocó mucho miedo al asno, al grado de romper la soga a la que estaba atado  y huir. Fue encontrado éste por otro de los trabajadores que lo llevó nuevamente a casa por lo que el anterior mozo fue asesinado por la osa. Finaliza el capítulo con la venganza de la madre del mozo hacia el pobre asno que a base de golpes trataba de castigar al animal.


BIBLIOGRAFÍA
Apuleyo, Lucio. La metamorfosis o el asno de oro. Trad. Diego López de Cartagena (1500) Madrid, 1989. Libro 7 (versión en PDF)


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