Apuleyo: Metamorfosis, Libro III
El
tercer libro empieza con una peculiar escena, en la cual acusan a Apuleyo del
asesinato de tres jóvenes, después de llegar a altas horas de la noche y en un
estado alcoholizado. Él, por su parte, esta consciente de la atrocidad que
cometió, pero tiene una justificación, puesto que los tres jóvenes estaban muy
noche afuera de la casa de Milón queriendo robar y matar a todos los que
estuviesen dentro. Apuleyo como hombre valiente sacó su espada y se dirigió a
los jóvenes, para ahuyentarlos, su esfuerzo fue en vano, puesto que ellos se
quedaron para luchar, entonces, sin más Apuleyo sintiéndose en peligro atacó,
dando muerte a los tres jóvenes.
Por
la mañana sacaron a Apuleyo de la casa (puesto que un vigilante vio la escena y
lo había reconocido) para llevarlo ante el tribunal y así pagara por sus actos.
Al estar en medio de la plaza, los jueces quisieron llevar el caso al teatro,
una vez ahí los ciudadanos toman dicho suceso con tal gracia que no podían dejar
de reír, puesto que este suceso se trataba de una broma. Apuleyo, sin saber que
se trataba de una broma, se había resignado a morir ahorcado. Después de lo
sucedido anteriormente aparecen dos mujeres, una vieja y otra joven, las cuales
reiteraban el gran crimen reclamando los cuerpos.
En
ese momento la multitud no dejaba de reír, cosa que para Apuleyo no le parecía
normal, sin embargo los jueces le piden que destape los cuerpos, para que vea la
gran falta que cometió al asesinarlos, una vez que destapo los cuerpos, no creía
lo que veía, puesto que sólo estaban tres odres acuchillados por los lugares que
él había herido a los malhechores, esto desató la risa y el gozo de todo el
pueblo, pues con ello terminaba la broma que daban como ofrenda al dios de la
risa.
Al
término de la fiesta del dios de la risa, Apuleyo se siente como un gran tonto,
puesto que en las calles se provocaba la risa de todos. A pesar de estos
sucesos, en la ciudad lo ven como un gran personaje, tanto así que su nombre
queda escrito en los libros de la ciudad y los ciudadanos querían hacerle una
estatua.
A la hora de dormir se encontró a Fotis, la
cual se siente culpable de la desdicha de Apuleyo, ella le ofrece un látigo para
que descargue su ira, puesto que ella estuvo observando que su señora, Panfilia,
había tramado toda esa broma pesada; ella se siente culpable del más hecho a
Apuleyo, entonces
dice:
“Yo
misma, de mi propia gana, confieso, yo misma digo que fui causa de este enojo. Y
diciendo esto, sacó un látigo del seno, el cual me dio y dijo:-Toma este látigo;
ruégote que de esta mujer, quebrantadora de fe, tomes
venganza, y aun si te pluguiere, cualquier otro mayor castigo que te pareciere;
pero una cosa te ruego, creas y pienses, que no te di ni inventé este enojo, de
mi gana”.[1]
Fotis
contó todo lo que ella había hecho a Apuleyo, al igual le cuenta algunos
secretos de Panfilia, que era una gran hechicera. Puesto que Fotis amaba
profundamente a Apuleyo tenía la confianza de que él no iba a decir nada a nadie
y termina este encuentro dejándose llevar por sus pasiones.
Un
día llega Fotis aterrada con Apuleyo, para contarle cómo su señora se había
convertido en un ave, ya que las otras artes mágicas no le daban resultado para
conquistar a sus amores, y convirtiéndose en ave podía volar al encuentro de sus
amos. Esto le sorprendió mucho a Apuleyo mostrando así tal interés que le pidió
a Fotis que le ayudara a conseguir esa magia, para que él también se convirtiera
en ave. La convenció para que le diera el ungüento de su señora. Una vez que
Apuleyo se hechó el ungüento, en lugar
de convertirse en ave se convirtió en un asno, narra Apuleyo su
metamorfosis:
“Ya
que yo con esfuerzo sacudía los brazos, pensando tornarme en ave semejante que
Panfilia se había tornado, no me nacieron plumas, ni los cuchillos de las alas,
antes los pelos de mi cuerpo se tornaron sedas y mi piel delgada se tornó cuero
duro, y los dedos de las partes extremas de pies y manos, perdido el número, se
juntaron y tornaron en sendas uñas, y del fin de mi espinazo salió una grande
cola; pues la cara muy grande, el hocico largo, las narices abiertas, los labios
colgando; ya las orejas, alzándoseme con unos ásperos pelos, y en todo este mal
no veo otro solaz sino que a mí, que ya no podía tener amores con Fotis, me
crecía mi natura, así, que estando considerando tanto mal como tenía, vime, no tornado en ave, sino en asno”.[2]
Esto
sorprendió a Fotis, la cual se hechó a llorar
amargamente por tal desgracia, mientras tanto Apuleyo estaba consternado y se
marchó al establo donde los asnos no lo aceptaron y lo recluyeron en un rincón
del establo.
Encontrándose
Apuleyo en el establo, entraron unos ladrones a la casa de Milón. Los ladrones
al ver la cantidad de joyas en la casa, fueron al establo y sacaron a todos los
asnos y el caballo de Apuleyo. Después cargaron con todo, sin dejar nada en la
casa, se marcharon del lugar, ya a medio camino, los ladrones acamparon,
entonces, Apuleyo por miedo a que lo descubrieran se hizo pasar por un asno
más.
Bibliografía:
Lucio Apuleyo.
La metamorfosis o el asno de oro.
Traducido por Diego López de Cartagena (1500), Madrid. Editorial Espasa Calpe,
1949 (versión en pdf.)
Video de referencia:
http://www.youtube.com/watch?v=yHe6kWyu344
Video de referencia:
http://www.youtube.com/watch?v=yHe6kWyu344
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