lunes, 7 de enero de 2013

Apuleyo: Metamorfosis, Libro III



Apuleyo: Metamorfosis, Libro III
Lucio Apuleyo es el personaje principal de esta obra, él es un hombre justo y con buena reputación, el cual está muy interesado por el arte mágica, su interés lo lleva a la provincia de Tesalia, donde esta arte se practicaba mucho. En el camino llega a una ciudad llamada Hipata, ahí Apuleyo busca a Milón, un prestamista, para darle una carta de su amigo Demeas, en las cuales le pide a Milón que acepte como huésped a Apuleyo. Milón de buena gana acepta tener tan distinguido ciudadano.
El tercer libro empieza con una peculiar escena, en la cual acusan a Apuleyo del asesinato de tres jóvenes, después de llegar a altas horas de la noche y en un estado alcoholizado. Él, por su parte, esta consciente de la atrocidad que cometió, pero tiene una justificación, puesto que los tres jóvenes estaban muy noche afuera de la casa de Milón queriendo robar y matar a todos los que estuviesen dentro. Apuleyo como hombre valiente sacó su espada y se dirigió a los jóvenes, para ahuyentarlos, su esfuerzo fue en vano, puesto que ellos se quedaron para luchar, entonces, sin más Apuleyo sintiéndose en peligro atacó, dando muerte a los tres jóvenes.
Por la mañana sacaron a Apuleyo de la casa (puesto que un vigilante vio la escena y lo había reconocido) para llevarlo ante el tribunal y así pagara por sus actos. Al estar en medio de la plaza, los jueces quisieron llevar el caso al teatro, una vez ahí los ciudadanos toman dicho suceso con tal gracia que no podían dejar de reír, puesto que este suceso se trataba de una broma. Apuleyo, sin saber que se trataba de una broma, se había resignado a morir ahorcado. Después de lo sucedido anteriormente aparecen dos mujeres, una vieja y otra joven, las cuales reiteraban el gran crimen reclamando los cuerpos.
En ese momento la multitud no dejaba de reír, cosa que para Apuleyo no le parecía normal, sin embargo los jueces le piden que destape los cuerpos, para que vea la gran falta que cometió al asesinarlos, una vez que destapo los cuerpos, no creía lo que veía, puesto que sólo estaban tres odres acuchillados por los lugares que él había herido a los malhechores, esto desató la risa y el gozo de todo el pueblo, pues con ello terminaba la broma que daban como ofrenda al dios de la risa.
Al término de la fiesta del dios de la risa, Apuleyo se siente como un gran tonto, puesto que en las calles se provocaba la risa de todos. A pesar de estos sucesos, en la ciudad lo ven como un gran personaje, tanto así que su nombre queda escrito en los libros de la ciudad y los ciudadanos querían hacerle una estatua.
A la hora de dormir se encontró a Fotis, la cual se siente culpable de la desdicha de Apuleyo, ella le ofrece un látigo para que descargue su ira, puesto que ella estuvo observando que su señora, Panfilia, había tramado toda esa broma pesada; ella se siente culpable del más hecho a Apuleyo, entonces dice:
Yo misma, de mi propia gana, confieso, yo misma digo que fui causa de este enojo. Y diciendo esto, sacó un látigo del seno, el cual me dio y dijo:-Toma este látigo; ruégote que de esta mujer, quebrantadora de fe, tomes venganza, y aun si te pluguiere, cualquier otro mayor castigo que te pareciere; pero una cosa te ruego, creas y pienses, que no te di ni inventé este enojo, de mi gana”.[1]
Fotis contó todo lo que ella había hecho a Apuleyo, al igual le cuenta algunos secretos de Panfilia, que era una gran hechicera. Puesto que Fotis amaba profundamente a Apuleyo tenía la confianza de que él no iba a decir nada a nadie y termina este encuentro dejándose llevar por sus pasiones.
Un día llega Fotis aterrada con Apuleyo, para contarle cómo su señora se había convertido en un ave, ya que las otras artes mágicas no le daban resultado para conquistar a sus amores, y convirtiéndose en ave podía volar al encuentro de sus amos. Esto le sorprendió mucho a Apuleyo mostrando así tal interés que le pidió a Fotis que le ayudara a conseguir esa magia, para que él también se convirtiera en ave. La convenció para que le diera el ungüento de su señora. Una vez que Apuleyo se hechó el ungüento, en lugar de convertirse en ave se convirtió en un asno, narra Apuleyo su metamorfosis:
“Ya que yo con esfuerzo sacudía los brazos, pensando tornarme en ave semejante que Panfilia se había tornado, no me nacieron plumas, ni los cuchillos de las alas, antes los pelos de mi cuerpo se tornaron sedas y mi piel delgada se tornó cuero duro, y los dedos de las partes extremas de pies y manos, perdido el número, se juntaron y tornaron en sendas uñas, y del fin de mi espinazo salió una grande cola; pues la cara muy grande, el hocico largo, las narices abiertas, los labios colgando; ya las orejas, alzándoseme con unos ásperos pelos, y en todo este mal no veo otro solaz sino que a mí, que ya no podía tener amores con Fotis, me crecía mi natura, así, que estando considerando tanto mal como tenía, vime, no tornado en ave, sino en asno”.[2]
Esto sorprendió a Fotis, la cual se hechó a llorar amargamente por tal desgracia, mientras tanto Apuleyo estaba consternado y se marchó al establo donde los asnos no lo aceptaron y lo recluyeron en un rincón del establo.
Encontrándose Apuleyo en el establo, entraron unos ladrones a la casa de Milón. Los ladrones al ver la cantidad de joyas en la casa, fueron al establo y sacaron a todos los asnos y el caballo de Apuleyo. Después cargaron con todo, sin dejar nada en la casa, se marcharon del lugar, ya a medio camino, los ladrones acamparon, entonces, Apuleyo por miedo a que lo descubrieran se hizo pasar por un asno más.
Bibliografía:
Lucio Apuleyo. La metamorfosis o el asno de oro. Traducido por Diego López de Cartagena (1500), Madrid. Editorial Espasa Calpe, 1949 (versión en pdf.)

Video de referencia:
http://www.youtube.com/watch?v=yHe6kWyu344

[1]   Lucio Apuleyo. La metamorfosis o el asno de oro. traducido por Diego López de Cartagena (1500), Madrid. Editorial Espasa Calpe, 1949 (versión en pdf.) pág . 44
[2]  ibíd pág. 49-50

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