jueves, 10 de enero de 2013

El asno de oro VIII: la magia y los cultos mistéricos. Lucio Apuleyo.



Una etapa muy importante para el estudio de la filosofía es la Edad Media. Si bien se caracterizó esencialmente por la influencia del cristianismo y por la importancia del Ser supremo más que del hombre en sí, es interesante comprender que su proceso tuvo bastantes factores que favorecieron esta cultura pero que también tomaban otros rubros distintos e incluso opuestos.
                Dentro de este contexto es como surgen algunas filosofías paganas (entendiéndolas fuera del cristianismo), y tienen raíces aún más antiguas que esta religión. Se caracteriza principalmente por tener un pensamiento que transita entre la teología y la filosofía desarrollada por los neoplatónicos, y en general tuvieron tendencias hacia la magia, con una diversidad de ritos y celebraciones típicos de las culturas antiguas, como es el caso de los grupos órficos, los mitreos, los adoradores de Isis y Cibeles, entre muchos otros.
                Uno de los exponentes de esta corriente es Apuleyo, que adquiere mayor importancia por ser de los pocos que describen un culto mistérico (es decir que ofrece la salvación después de esta vida, pero tienen que cumplirse con una iniciación). Como parte de sus escritos, es de admirar la forma en que relata la historia de “El asno de oro”, que consiste en que un hombre llamado Lucio se conviere en un asno debido a un ungüento mágico, al cual le ocurren distintas aventuras, pasando de un amo a otro y enfrentándose a fatigas y peligros inimaginables.
                En el libro octavo un servidor relata la historia de una querella amorosa a sus compañeros: Carites es una hermosa doncella que es pretendida por un joven apuesto llamado Trasilo, pero que es rechazado por lujurioso y malviviente. Entonces, ella decide casarse con otro hombre, a quien ama, llamado Lepolemo y con él comienza una vida feliz. Pero Trasilo se deja dominar por sus deseos y  urde un plan para matar al esposo y tener relaciones con Carites. Se hace amigo de la pareja por medio de fingimientos y ve la ocasión en un día de caza. En el monte, ante la aparición de un puerco montés, incita a Lepolemo a ir por él, pero dejando que ataque primero al marido, el animal le hiere ferozmente y el traidor, con lanza en mano, le mata con su arma. Pronto llegan los criados y fingiendo dolor les da la noticia de la aparente muerte. Al saberlo Carites casi se vuelve loca y pretende morir de hambre; aún en este trance, el lujurioso personaje le menciona sus deseos de casarse, pero ella se niega. En sueños, teniendo presente a su amado, a quien “había hecho a su semejanza al dios Baco”[1] y adoraba como dios, Lepolemo le revela la verdad para que se vengue.
                Al final la historia tiene un desenlace trágico pues Carites engaña a Trasilo, lo introduce en un letargo por medio de sustancias y le revela un deseo más terrible que cualquier tormento: “Yo haré que tú sientas ser más bienaventurada la muerte de tu enemigo que la vida que tú hubieres, porque, cierto, tú no verás lumbre y habrás menester quien te guíe”.[2] Y después de tal sentencia le deja ciego picándole con alfileres los ojos. Ella corre por una espada y después de hablar de este hecho se suicida en la tumba de su amado. Trasilo, ahora ciego, se entera y, desesperado por tanto mal que ha causado, decide enterrarse vivo en una tumba y morir de hambre.
                Después de enterrarles, los servidores huyen con las riquezas de este matrimonio infeliz. Empujados por el miedo, huyen y se alejan cuanto pueden y, a pesar de la advertencia de algunos aldeanos, caminan en un lugar lleno de lobos a media noche. No fue ese su mayor peligro sino que, creyendo que había ladrones (que en realidad sí eran), los vecinos con sus mastines les atacan y dejan medio muertos. Es hasta que la mujer de uno de los pastores resulta herida y su esposo reclama irónicamente: “¡Justicia, Dios! ¿Y por qué matáis los tristes caminantes…? ¿Qué robo es este? ¿Qué daño os habemos hecho?”.[3] Ante el aparente perdón de los vecinos ellos prosiguen malheridos, con su conciencia a cuestas más que otra cosa y aún el que no recibió golpe alguno es castigado porque, más delante, es comido por un dragón con fisonomía de pastor. Lucio, el asno, relata que huyen y llegan a otra aldea. A continuación, la historia prosigue con varias narraciones, como la muerte de un esposo infiel comido por las hormigas en una higuera, o la venta de Lucio, burlas hacia él y arreglo con un echacuervo.
                Con lo anterior tenemos para decir que es una buena historia y entrevemos algunos rasgos de los cultos mistéricos en los escritos de Apuleyo. Pero lo más interesante viene con la siguiente historia: Al ser vendido el pobre asno al echacuervo, es destinado para adoración de la diosa Siria. Sus supuestos adoradores son mozos, pero con unos comportamientos y tendencias bastante afeminadas, con intenciones lujuriosas respecto a otros hombres. El pobre Lucio en forma de asno tendría que contentarse con lo dicho por uno de ellos y resignarse: “Plegue a Dios que vivas y contentes a tu señor y ayudes a mis lomos cansados y vacíos”.[4]
                Como parte de sus ritos de adoración, al siguiente día salieron por las calles de tal localidad “vestidos de varios colores, cada uno con su traje, afeitados con afeites sucios, ojos alcoholados”.[5] Y puesta la diosa en el lomo del asno comenzaron; al llegar a la casa de un tal Britino, con cuchillos en mano, empezaron a cortarse en los brazos y saltaban incitados por el sonido de la trompeta, retorciéndose. Uno de los más alterados comenzó a decir que lo hacía por remisión de sus culpas, y empezó a flagelarse. Poco a poco fueron ganando dineros que les daban como limosna, y así, de pueblo en pueblo se pasaban  engañando a la gente y robándoles de manera “formal”, hasta el punto de pedir un borrego entero como sacrificio a la diosa.
                La aventura termina cuando, al término de los rituales, se reúnen en una casa y toman consigo a un mozo para hacer de él lo que  querían sexualmente, pero el asno Lucio, sin otra cosa que pudiera hacer más que rebuznar, logra atraer la atención de la gente y ellos quedaron in fraganti en su acto desmoralizante. A la media noche huyeron y quisieron castigar al animal, lo apalearon pero le perdonaron la vida.
                Por último, al llegar con otro adorador que les recibió generosamente, el pobre asno vive otra situación de muerte: un cocinero pierde una pierna de ciervo que iba a preparar, y casi se suicida cuando su mujer le reconvino para que en vez de llegar a esas instancias mejor matara a la bestia y preparara una de sus piernas para dar la apariencia del ciervo.
                En resumidas cuentas, el pensamiento que desarrolla Apuleyo desde estos relatos tan fáciles de comprender deja entrever las realidades místicas y mágicas que tenían algunos pensadores, sobre todo los neoplatónicos. Tal vez muchas de estas costumbres se parecieran a las de la diosa Siria, que relata este capítulo, en las que verdaderamente se engaña a la gente por medio de danzas y actos cruentos que fácilmente atraen la atención y compasión de quien observa; en otras palabras, estos echacuervos se dedicaban a robar y a vivir del placer sexual. No faltaban algunos que creyeran todo a pies juntillas.

Bibliografía:
Apuleyo, Lucio. La metamorfosis o el asno de oro. Traducción de Diego López de Cartagena (1500). Ed. Calpe. Madrid, 1989. (Versión en PDF)
Video referente
http://www.youtube.com/watch?v=HdYjnl5VQl0



[1] Apuleyo, Lucio. La metamorfosis o el asno de oro. Novela. Colección universal. Traducción de Diego López de Cartagena. Madrid, 1989 Libro 8, cap 1, p. 126 (versión en PDF)
[2] Ibídem Cap 1, p. 129
[3] Ibíd. Cap 2, p. 132
[4] Ibídem Cap 3, p. 137
[5] Ibíd Cap 4, p. 137

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