En
El jardín de las delicias todo
comienza por la mirada. La obra me asalta en un primer momento con su
multitud de elementos, los colores y la luz. No se deja ver de una
sola vez, y me obliga a poner en movimiento la vista para recorrerla
y dar cuenta de los detalles. Estoy sentado frente a la pantalla de
mi computadora, viendo una reproducción digital, así que debo tener
en cuenta que el original, expuesto en el Museo del Prado en Madrid,
tiene unas dimensiones de 2 x 3 m aproximadamente, y, que de estar
allá tratando de darle seguimiento a sus detalles, también tendría
que mover mi cuerpo para realizar dicha operación.
Comienzo por el panel
izquierdo, titulado El jardín de Edén. Creo reconocer en
algunas de las figuras ecos del arte bizantino, es decir, de los
cánones de la representación pictórica prevalecientes durante la
Edad Media, concretamente en las representaciones de Adán, Cristo y
Eva, únicas figuras humanas en este panel. Los tres se encuentran en
posiciones y gestos estáticos; Cristo dirige la mirada hacia el
espectador, forma común de los iconos cristianos, mismos que no eran
realizados para ser vistos, sino para ver al fiel, en la medida que
participan de lo divino; por último, está la composición que
conforman los tres personajes y las posiciones en que están
distribuidos en ella: Adán y Eva están en posiciones que hacen que
sus cabezas queden por debajo de la de Cristo, típica forma de
representar, a través de la jerarquización en las posiciones en el
plano, el carácter divino de Cristo al quedar éste en la parte
superior con respecto a los otros personajes. Sin embargo, en estas
tres figuras hay también elementos que constituyen rompimientos con
las formas canónicas de la Edad Media. Muestra de ello es que tienen
volumen y proyectan sombras sobre el plano; las proporciones son
apegadas a la realidad, pues Cristo y Adán son de talla semejante,
mientras que Eva es un poco menor que ellos y de menor talla. Otra
diferencia sustancial es la clara diferenciación dada a cada uno de
los personajes, con rasgos y elementos que los distinguen claramente,
singularizándolos.
Todo lo anterior me
empuja a decir que el Bosco, autor de la obra, es una bisagra
entre la Edad Media y una nueva época. En su obra se pueden apreciar
muchos elementos del imaginario medieval, pero que ya no parecen
cumplir la misma función que tuvieron en algún momento y que además
ya no están representadas conforme a los cánones. Es, vista en su
conjunto, una colección de imágenes medievales. Esto hace al
Bosco un coleccionista.
Walter Benjamin nos dice
con respecto al coleccionista que: “Al coleccionar, lo decisivo es
que el objeto sea liberado de todas sus funciones originales...”1,
y, ¿no están ya liberadas estas imágenes que el Bosco, justo
por el acto de coleccionarlas, las deconstuye, desnaturalizándolas a
la vista de una época? Los cánones de la representación en el arte
de la Edad Media, con catálogos de correspondencia entre imágenes y
significados, hacían a cualquier obra artística algo para ser
interpretado, o por analogía, ser leído. Pero si el Bosco, en su
calidad de coleccionista a todos estos símbolos les ha sustraído su
significado por la misma acción de coleccionarlos, ¿no es necesario
que sospeche que, a diferencia de muchos análisis sobre la obra, El
jardín de las delicias no es para ser interpretada? Al respecto,
Michel de Certeau nos dice:
Y si como dice de Certeau
no sólo no es posible interpretarla, sino que incluso va en contra
del sentido mismo de la obra, ¿cómo entonces abordar un análisis
sobre ella?
Sólo se me ocurre,
consciente de mis cortos alcances, enfocarlo desde una perspectiva
estética que me es contemporánea, en la que se anula la legibilidad
de una obra artística en favor de su experimentación. Ahora
tengo un nuevo problema, ¿cómo experimentar este tríptico? Volveré
a la operación inicial: la mirada.
Este cuadro
multitudinario del Bosco me invita a una vista no habitual. Digo esto
porque se hace necesario recorrerlo con los ojos, es decir, hace que
la mirada se mueva. En contraste, la vista habitual sería el acto
que implica un cesar del movimiento, tanto de los ojos como del
cuerpo, y fijar una posición sobre un objeto para llevar la atención
a él. En cambio, en esta obra la vista debe moverse, y si se mueve
hacia arriba o hacia abajo, a un lado o al otro, si vuelve sobre sus
recorridos o brinca a otros, va estableciendo relaciones entre las
figuras siempre distintas. Es aquí donde me es necesario detenerme
un momento, pues algo parece surgir. Es claro que la mirada es aquí
parte importante de la obra, pero junto con la mirada, se presenta el
movimiento.
Me es necesario ahora
examinar el movimiento. Deleuze, parafraseando a Bergson, nos dice al
respecto:
Con esto en mente, evoco,
con los ojos cerrados, el tránsito de mi mirada sobre la pintura.
Con esta acción, inmediatamente me percato de que no me estoy
moviendo, ni me imagino a mi mismo, como cuerpo, moviéndome para
recorrer el cuadro, sino que sólo percibo el movimiento, es decir,
un yo --como consciencia-- moviéndome, recorriendo una
superficie que mi atención ha fragmentado, y que todo esto en
conjunto, ¡hace que el cuadro se mueva!
Pero, ¿la pintura
realmente se mueve? Es decir, es claro que tanto en el plano real
como en el imaginario,yo me muevo, ya sea como cuerpo, ya sea como
pura percepción del movimiento, ¿pero entonces mi movimiento se
contagia? ¿Hay acaso una transferencia de mi movimiento a la obra?
La respuesta es no. Antes de explicar mi apresurada respuesta, debo
apuntar aquello que me hizo decantarme por ella. Ya hablé del Bosco
como coleccionista y del Jardín como una colección, y ¿no
es la pretensión de toda colección conformar un todo? Aquí
uso el concepto de Deleuze de el “todo”, asi con minúsculas, y
cito:
Esta es sin duda una
noción, distinta de la corriente, de el todo. Y ahora es necesario
clarificar a qué se refiere con lo “abierto”:
A lo que hay que añadir:
Con lo anterior expuesto,
ahora procedo a la explicación prometida. Mi vista, como ya dije
líneas arriba, va moviéndose por este todo, por sus partes que ya
no son tales justo por la acción de mi mirada que revela su
movimiento, y que justo por esta relación, cambian, devienen, duran,
evidenciando que se trata de un todo abierto. Es justo ahí cuando me
atrevo a afirmar que el cuadro se mueve.
La obra ya puesta en
movimiento es un juego de duraciones y devenires, pero no sólo eso:
el cuadro también me mira. Cristo, una lechuza, el personaje
oval-huevo-hombre del panel de El infierno, y otros personajes
menos conspicuos, más las formas orgánicas de ciertos elementos que
me recuerdan ojos y sus párpados, todo ahí nos señala hacia un
afuera del cuadro.
Pero aquí termina la
meditación de este día. Volveré con mi tarea mañana, para
discurrir sobre este punto.
Bibliografía
De Certeau, Michel, La fábula mística, Universidad Iberoamericana, México, 1993.
Deleuze, Gilles, La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, Ediciones Paidós, Barcelona, 1984.
Grabar, André, Los orígenes de la estética medieval, Ediciones Siruela, Madrid, 2007.
Páginas de internet consultadas
Bernard, A., Meditación. Obtenido en la red mundial el 23 de marzo del 2012. http://www.mercaba.org/DicES/M/meditacion.htm
Deleuze, Gilles, “Image Mouvement Image Temps 12/04/1983” en Les cours de Gilles Deleuze, [Trad. Del francés de Ernesto Hernández B.]. Obtenido en la red mundial el 23 de marzo del 2012. http://www.webdeleuze.com/php/texte.php?cle=79&groupe=Image%20Mouvement%20Image%20Temps&langue=3
*Nos pareció lo mas conveniente para este trabajo adoptar, en la medida de nuestros alcances, la forma de la meditación, siguiendo una cita de P. Philippe que hace Ch. A. Bernard en un artículo sobre este particular: “Se trata [la meditación] de un trabajo de asimilación de lo que el ojo ha leído, de lo que el oído ha escuchado, de lo que la memoria ha retenido; de `masticar' y de rumiar las ideas a fin de empaparse de ellas por completo”. Si bien en su origen la meditación se refiere a una práctica, ésta muy pronto fue adaptada a la escritura en la forma de diálogo con uno mismo, del cual el lector es un testigo del devenir del pensamiento del autor, y cuyo efecto deseado las mas de las veces es la empatía. Otra de las razones por la que nos decantamos por esta forma de escritura, la podemos encontrar nuevamente en el ya mencionado artículo de Ch. A. Bernard en el que citando a Hugo de san Víctor, nos dice: “La meditación es el pensamiento asiduo y reflejo que intenta con prudencia conocer la causa, el origen, la manera de ser y la utilidad de una cosa. La meditación tiene su principio en la lectura, pero no está sometida a ninguna regla ni precepto en la manera de leer; le gusta correr libremente a través del espacio”. Con esto pretendemos que nuestro esfuerzo sea un ejercicio mas flexible que lo que nos permitiría un trabajo estrictamente académico, sin faltar, claro esta, al rigor y al método que requiere. El artículo de Ch. A. Bernard fue encontrado en http://www.mercaba.org/DicES/M/meditacion.htm el día 23 de marzo del 2012.
1Benjamin,
Walter, El libro de los pasajes, Ediciones Akal, Madrid,
2005. p. 223.
2De
Certeau, Michel, La fábula mística, Universidad
Iberoamericana, México, 1993, p. 89.
3Deleuze,
Gilles, “Image Mouvement Image Temps 12/04/1983” en Les cours
de Gilles Deleuze, [Trad. Del francés de Ernesto Hernández
B.]. Obtenido en la red mundial el 23 de marzo del 2012.
http://www.webdeleuze.com/php/texte.php?cle=79&groupe=Image%20Mouvement%20Image%20Temps&langue=3
4Deleuze,
Gilles, La imagen-movimiento. Estudios sobre cine 1, Ediciones
Paidós, Barcelona, 1984, p. 25.
5Ibid.,
pp. 23-24.
6Bergson,
Henri, La evolución creadora, Espasa-Calpe, Madrid, 1973, p.
782 (339).
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