jueves, 29 de marzo de 2012

Boecio, Consolación de la filosofía

Detalle de Boecio y Filosofía. Mattia Preti (1613-1699)
Anicio Manlio Severino Boecio (480-525), filósofo romano, de familia aristocrática, estudió en Atenas la obra de Platón, Aristóteles y los estoicos. Ocupó altas magistraturas durante el reinado del ostrogodo Teodorico, llegando a ser cónsul y supremo funcionario de la corte y del Estado. Acusado de magia y conspiración, cae en desgracia del mismo Rey, quien le encarcela en Pavia. Es decapitado hacia 525[1].
En la transición de la Antigüedad tardía al Medioevo, Boecio tiene una gran importancia, sólo debajo de la que ejercieron Aristóteles y Agustín, aunque su valor no consiste en la originalidad de su pensamiento, sino en su fuerza de mediación. La mediación cultural de Boecio se orientó, por una parte, a la latinización de Platón y Aristóteles, pues a través de la traducción, se les daría a conocer en Occidente, en donde el griego casi había desaparecido[2]. Por otra parte trató de conciliar el platonismo y el aristotelismo, acentuando las convergencias entre ambos, pues según él y la mayoría de los neoplatónicos, concordaban en lo fundamental[3].   

De él nos han llegado las traducciones comentadas de Aristóteles, de Jacobo de Venecia y de Porfirio, también escribió influyentes obras no descubiertas y divulgadas sino hasta la época carolingia[4], ello con la intención de transmitir la cultura grecorromana a las nuevas generaciones, además de conciliar las doctrinas filosófico-teológicas de la tradición cultural recibida. Por este motivo, Boecio ha sido calificado como el último representante de la cultura romana antigua y el primero de los intelectuales medievales.
Su obra principal fue la Consolación de la Filosofía, en la que reflexiona sobre los problemas de la vida, de la felicidad, de Dios, de la Providencia, del Destino, del mal y de la libertad[5]; debido a los temas y la forma en que los trata, se presume que es autobiográfica, que fue compuesta en la cárcel previo a su ejecución, pues acusado de magia, sacrilegio y conspiración, fue hecho preso, enjuiciado, declarado culpable en forma unánime, privado de sus bienes, manchado en su reputación, exiliado y condenado a muerte. Es un libro que llegó a ser uno de los más leídos, comentados e imitados, mereciendo su autor ser nombrado “noster sumus philosophus”. La consolación muestra la influencia de diversas lecturas del autor y refleja un sincretismo elaborado en base a Platón y los neoplatónicos, los estoicos y en menor medida de Aristóteles y Agustín.
Se identifican diversos propósitos en la obra, como buscar consuelo al prisionero así como para los que padecen los reveses de la fortuna; redactar un testimonio para que la posteridad conozca la realidad de los hechos; así como elaborar una teodicea válida dentro del campo de la razón. La obra se constituye de cinco libros, cada uno de los cuales está compuesto de versos y prosa intercalados; se trata de un viaje intelectual de un prisionero sentenciado a muerte, que sumido en la desesperación y en su acercamiento a Dios es guiado por la Filosofía, personificada en elegante dama de aspecto esplendoroso, con la que sostiene un diálogo que da lugar al conjunto de libros.
En medio del dolor moral que embarga al prisionero, emerge Filosofía, a la que una vez reconocida, la hace partícipe de los motivos de su aflicción[6]. Filosofía le expresa que el destierro impuesto no implica el abandono de sus bienes sino el interior de su alma, le hace ver que el origen de su mal consiste en haber olvidado quien es él y cuál es el verdadero fin del hombre, que haber perdido su posición es lo que le destroza el alma. Refiriéndose a la fortuna como “hechicera disfrazada”, señala que una vez aceptado el yugo de la fortuna, es preciso soportar todos los eventos a que condujere[7] y que más provechosa es a los hombres la fortuna cuando les es contraria que cuando les favorece. La propia fortuna le espeta no haber cometido agravio alguno pues todo lo apetecible pertenece a sus dominios. El prisionero afirma que el pesar que más le agobia es haber conocido la dicha, además del destierro; filosofía expresa que los bienes, una vez adquiridos hacen perder el sosiego, y, a su vez, exclama: "¿Por qué, pues, ¡oh mortales!, buscáis fuera la felicidad que está dentro de vosotros?", además señala que ese lugar al que el prisionero llama destierro, es patria de los que lo habitan.  
Filosofía considera que la fortuna engaña con falsas apariencias de felicidad, seduce con falsos bienes para encadenar las almas de los que llegan a probarlos; que la preocupación de los mortales es conseguir la felicidad, la cual consiste en un bien de naturaleza tal, que el que llega a poseerlo ya no puede desear otra cosa, unos entienden que el bien supremo es no carecer de nada, para otros tener poder, fama o llenarse de placer. No obstante la diversidad de apetencias, el bien es lo que busca el hombre, el bien supremo, y Dios es el bien supremo, bien sumo y perfecto. La felicidad reside en Dios soberano.
La consecución de la felicidad hace feliz al hombre y, lo que nos hace felices es llegar a conseguir la divinidad, por lo tanto, todo hombre que pueda llamarse feliz es dios. Dios es la suma de todos los bienes, y la divinización del hombre se da a través del conocimiento de Dios. Así, los bienes considerados aisladamente no son verdaderos, pero empiezan a serlo cuando adquieren unidad, es decir, la unidad y el bien se identifican, pues las cosas existentes subsisten en tanto conservan la unidad y perecen al perderla. De esta manera, lo que desea subsistir aspira a la unidad y todos los seres aspiran a la unidad, pero su fuente no está en los bienes particulares, sino en el bien universal y supremo que es, a la vez, uno: Dios.
Filosofía trata de conciliar la bondad divina con la existencia del mal en el mundo afirmando que el poder y la valía están con los buenos; y que los que abandonan el bien, el fin universal para entregarse al mal, pierden el poder y dejan de existir. Los malos hacen cuanto les agrada, imaginando así alcanzar el bien que apetecen en lo que les deleita; pero jamás logran ese bien, pues la maldad no puede conducir a la felicidad, por lo tanto, el que abandona la virtud deja de ser hombre; e incapaz de ser dios, se convierte en bestia. Por el contrario, la recompensa de los buenos es el bien, la felicidad, convertirse en dioses.
Dios, obrando con su Providencia, regula dentro de la unidad y estabilidad todo cuanto ha de suceder; y por el Destino lo verifica diversificando en tiempos y formas. Por lo tanto, mientras más se aleja un ser de la inteligencia suprema más implicado se ve en las redes del Destino; y por el contrario, cuanto más se acerca de aquella tanto más libre se ve de éste. Los que poseen, practican o adquieren la virtud tienen siempre buena fortuna y, por el contrario, siempre es mala para aquellos que viven en los vicios.
En la parte final, de la obra, afirma filosofía que la omnisciencia providente de Dios y la libertad de la voluntad humana son compatibles, sustenta tal aseveración entendiendo el azar no como un acontecimiento que sobreviene de modo accidental, sino como un acontecimiento imprevisto que un conjunto de causas concurrentes, hacen entrar en la cadena de hechos realizados con determinado plan, pues todas las cosas suceden conforme a un orden establecido por Dios. La concurrencia de las causas y su conexión proceden del orden del universo, que teniendo su origen en la Providencia, determina el lugar y el tiempo de cada cosa. Por tanto, existe el libre albedrío, pues un ser dotado de razón no puede carecer de él, es decir, las almas humanas necesariamente serán tanto más libres cuanto mejor se mantengan en la contemplación de la mente divina; por el contrario serán esclavas cuando se entreguen a los vicios. Los mortales conservan íntegro su libre albedrío, es decir, la voluntad está exenta de toda necesidad, y por lo tanto, no hay ninguna injusticia en las leyes que determinan los premios o los castigos.
La razón es privilegio de la raza humana y la inteligencia lo es de la divinidad. Por lo tanto, si nos es posible, debemos elevar nuestro espíritu hasta la inteligencia suprema; allí verá la razón lo que en sí misma no puede percibir, y comprenderá cómo los acontecimientos son objeto de la divina presciencia, verdadera y precisa. Es preciso apartarse de los vicios, practicar la virtud, elevar los corazones a la más firme esperanza, orar. Tener la probidad y honradez como ley suprema, ya que todo cuanto hacemos esta bajo la mirada de un juez que todo lo ve.

Bibliografía
Boecio, La consolación de la filosofía, [Prólogo Alfonso Castaño Piñán], Libros Tauro, pp. 104. obtenido de la red mundial el 1° de marzo del 2012. http://www.librostauro.com.ar/librostauro.php
Jolivet, Jean, “De la antigüedad a la Edad Media”, en Historia de la filosofía. Volumen 4, La filosofía medieval en Occidente [Dir., Brice Parain; Trad., Lourdes Ortiz; Rev. Andrés Sánchez Pascual], Ed. Siglo XXI, México 2009, pp. 420.
McMahon, Darrin, Una Historia de la felicidad, [Trad, Jesús Cuéllar y Victoria E. Gordo del Rey], Taurus, México, 2006, pp. 558.
Merino, José-Antonio, Historia de la filosofía medieval, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2001, pp. 330.


[1] Jolivet, Jean, “De la antigüedad a la Edad Media”, en Historia de la filosofía. Volumen 4, La filosofía medieval en Occidente [Dir., Brice Parain; Trad., Lourdes Ortiz; Rev. Andrés Sánchez Pascual], Ed. Siglo XXI, México 2009, p. 29.
[2] Merino, José-Antonio, Historia de la filosofía medieval, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2001, p. 80.
[3] Ibid, p. 80.
[4] McMahon, Darrin, Una Historia de la felicidad, [Trad, Jesús Cuéllar y Victoria E. Gordo del Rey], Taurus, México, 2006, p. 128.
[5] Ibid, p. 81.
[6] Boecio, La consolación de la filosofía, [Prólogo Alfonso Castaño Piñán], Libros Tauro, p. 12. Obtenido de la red mundial el 1° de marzo del 2012. http://www.librostauro.com.ar/librostauro.php
[7] Ibid, p. 27.

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