Michel nace en el castillo de Montaigne, en Périgord en 1533, estudia derecho y más tarde se vuelve consejero del parlamento de Burdeos y después alcalde de la misma ciudad. Este autor destacado, no sólo por su labor política sino también por su trabajo literario, resulta ser un hombre desenfadado y crítico, a la vez que profundo y culto, con un lenguaje coloquial y agradable logra expresar temas, desde los más cotidianos hasta los más complejos y difíciles de entender.
La experiencia de Montaigne nos resulta significativa porque ayuda a distinguir el cambio de pensamiento que se da de la Edad Media al Renacimiento. Montaigne se fija en la insignificancia o simpleza del hombre y su relación con la naturaleza olvidada por la equivocada postura superior del hombre sobre las demás cosas. Su pensamiento, siempre subjetivo, trata de eliminar toda actitud presuntuosa para poder llegar a una prudencia y tranquilidad de ánimo, esto es, la felicidad individual. Es claro ahora lo que decimos junto al autor: “En la vida y en la obra de Montaigne se precisan con el mayor vigor y claridad los caracteres del subjetivismo y del humanismo renacentista del siglo XVI”1.
Montaigne escribe esta obra con la intensión de poder relatar su forma de ser de una manera simple y ordinaria, sin la afectación en la forma literaria, que pudiera causar algún sentimiento de complejidad o artificio en su forma de ser y de pensar. Ciertamente Montaigne quiere ser lo más sensato y desenfadado posible pero no por esto deja de ser profundo en sus reflexiones y conocedor de los grandes clásicos latinos y griegos como Séneca o San Agustín entre otros. En sus escritos, aunque siempre informales, encontramos muchas citas de frases de estos autores clásicos, entendemos con esto que Montaigne, a pesar de su informalidad, no deja de lado a los clásicos para crear su propio estilo, más bien, los estudia y comprende con mucha avidez.
Montaigne se intenta relatar en esta obra a través de sus pensamientos y de su manera de ver ciertos temas creando así el ensayo como un nuevo estilo literario. Él mismo expresa su querer así: “Quiero que se vea en mi manera de ser simple, natural y ordinaria, sin afectación ni artificio; [...] yo mismo soy la materia de mi libro”2.
De entre los temas que trata Montaigne uno es sobre la actitud del hombre sobre los bienes, pues él afirma que los hombres se preocupan por la opinión que tienen de las cosas y no por las cosas mismas. En este tema profundiza sobre la capacidad del hombre por poder clasificar a las cosas como buenas o malas y dice que no es necesario el inquietarnos por las cosas que llamamos malas si nosotros somos capaces de acomodar la percepción de ella a una percepción buena, ya que si nosotros le damos el carácter a las cosas podemos siempre cambiarlo cuando queramos y así no preocuparnos por la opinión que tenemos de las cosas. Es por esto que el autor nos dice, refiriéndose a cómo se ve de diferentes maneras la muerte que: “esa muerte, que unos llaman la cosa más horrible entre las horribles, ¿quién no sabe que otros la apellidan el único puerto de salvación de los sufrimientos de esta vida?”3. Sobre este tema llegá a la conclusión de que el hombre es el que puede dar un carácter a las cosas afectándolo de alguna manera y no es el problema en ver las cosas sino en cómo se las ve.
Habla sobre la filosofía como una ciencia que sirve para prepararnos a morir. Este pensamiento no es propio de él, Montaigne se basa en lo dicho por Cicerón, cuya idea es la misma. Es el estudio y la contemplación los que alejan nuestra alma de nosotros mismos siendo así, este ejercicio, un aprendizaje continuo que prepara para la muerte. Es así que “toda la sabiduría y razonamientos del mundo vienen a resolverse en este punto: enseñarnos a no tener miedo a morir”4.
Ciertamente que con la sabiduría lo último que se busca en lo tocante a la virtud es el deleite entendido como un supremo placer y excesivo contentamiento debido a la ayuda de la virtud. Refiriéndonos a la virtud, se dice que los hombres más perfectos han intentado poseerla sin lograrlo nunca y ésta ha sido su equivocación pues no saben que, precisamente, el mejor de los placeres que podemos conocer es el intento mismo por alcanzarlos. Aquí podemos entender claramente la preocupación de Montaigne por buscar los placeres de la vida de una forma distinta a como lo han intentado la mayoría de los hombres exitosos.
Pero aún si descubrimos esto no podemos desentendernos de la muerte ya que ésta es el fin de nuestra carrera de la que nadie puede escapar y siempre estaremos construyendo, mientras vivamos, nuestra propia muerte puesto que “el continuo quehacer de vuestra vida es fabricar la muerte”5.
Otro tema es el de la inconstancia de las acciones. Para el autor “la cualidad dominante en los hombres es la inconstancia; si se los examina minuciosamente, acción por acción, se verá que ésta es la verdad”6, ante la dificultad por parte de los hombres que se dedican a clasificar las acciones de los hombres el autor propone la inconstancia puesto que él afirma que de entre los hombres sería muy complicado encontrar por lo menos una docena de ellos que hayan seguido al pie de la letra un plan de vida fijo7. A un vicio, por ejemplo no se le puede considerar dentro de la constancia porque éste está compuesto de desarreglo y de falta de mesura, en cambio la constancia requiere un comienzo de consulta y deliberación para convertirse después en constancia.
El problema surge del dejarnos llevar por las inclinaciones de nuestros apetitos. Nos movemos a donde nos empuje el viento según su capricho, “todo es vaivén e inconstancia […] Nos vamos, somos llevados”8.
El tema del desmentir es otro que preocupa a Montaigne y no sólo porque los franceses tienen fama de ser mentirosos sino que también se preocupa por que según dijo Pínaro que el ser veraz es el comienzo de una virtud eminente y Platón fue lo primero que exigía a su gobernador de su República. Al parecer, para los franceses ésta es una forma de vivir y el autor hace una ironía de este caso cuyos fragmentos presentamos a continuación para que se pueda explicar fielmente esta problemática:
“Uno que quisiese sobre pujar este testimonio podría decir que ahora para los franceses es virtud […] me he puesto a pensar muchas veces de dónde podría provenir la costumbre que religiosamente observamos de sentirnos más gravemente ofendidos cuando se nos reprocha este vicio, tan ordinario en nosotros, que tratándose de ningún otro, que la mayor injuria que se nos puede hacer de palabra es acusarnos de mentirosos”9.
Es así como Montaigne enfrenta los diferentes casos tanto negativos como favorecedores para la sociedad como para él. No debemos olvidar que Montaigne escribe desde su percepción de las cosas abiertamente tratando de quedar plasmado en sus escritos de la manera más sincera posible. Éste es Montaigne, el escritor desenfadado y profundo, culto y superficial.
Bibliografía:
Montaigne, “Ensayos”, en Clemente Fernández, Los filósofos del Renacimiento Selección de textos, tomo II, BAC, Madrid, 1990, pp. 293-327.
“Montaigne”, en José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, versión digital, p. 1283.
1“Montaigne”, en José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, versión digital, p. 1283.
2Montaigne, “Ensayos”, en Clemente Fernández, Los filósofos del Renacimiento Selección de textos, tomo II, BAC, Madrid, 1990, p. 293.
3Ibidem, p. 294.
4Ibidem, p. 299.
5Ibidem, p. 302.
6Ibidem, p. 305.
7Cfr., ibidem.
8Ibidem, p. 306.
9Ibidem, p. 318.
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