jueves, 10 de marzo de 2011

Los goliardos.

Jaques Le Goff es un historiador de la Edad Media que en sus escritos sus escritos combina, antropología y sociología con la historia de la cultura y de los sistemas económicos. Entre sus libros más reconocidos se encuentran: Los intelectuales de la Edad Media, La civilización del Occidente medieval, El nacimiento del Purgatorio y Mercaderes y banqueros de la Edad Media. El presente reporte esta hecho con base en la lectura de Los intelectuales de la Edad Media. La parte leída habla sobre París, el mayor centro cultural europeo del siglo XII y el grupo intelectual de los goliardos. Es conveniente entonces investigar que significa el termino `intelectual´. Para Le Goff, el termino intelectual´ define adecuadamente a una clase de clérigo que desciende de un linaje cuyo origen se encuentra en Occidente medieval y al que se le capta verdaderamente a partir del siglo XII. No es el filósofo, pues el filósofo es otro personaje. Tampoco es el humanista, término delegado al sabio del Renacimiento, opuesto al intelectual medieval. Los intelectuales del siglo XII tienen la sensación de estar haciendo cosas nuevas, de ser hombres nuevos. Los autores antiguos son vistos como parte fundamental de la enseñanza científica, por encima de las Sagradas Escrituras o San Agustín. ¿Cuál es la razón? Dado que la imitación es la principal técnica del intelectual del siglo XII , obras como el Timeo o la Eneida, son obras `científicas´ y las otras se reservan para la teología.

Otra cosa que los caracteriza es que nacen con las ciudades. Las ciudades anteriores a ese siglo eran cadáveres de las ciudades romanas; ciudades que, ante la creciente demanda del mundo musulmán de productos de oriente bárbaro, se ven obligados a desarrollarse, ya sea autónomamente o en derredor de las ciudades episcopales. Las ciudades están habitadas por diferentes clases; que son: la que ora, la que protege y la que trabaja (clérigos, nobles y siervos). A esta revolución política se añaden la intelectual y cultural. Ésta revolución intelectual hace que en muchas ocasiones se hable de un renacimiento. Aquí Le Goff hace un paréntesis para negar y explicar porque para él no existe lo que se ha llamado el `renacimiento carolingio´. La razón que da es que “no tiene los rasgos cuantitativos que nos parece que implica la noción de renacimiento, pues, si bien acrecienta la cultura de los hijos nobles […] elimina casi totalmente los restos de enseñanza rudimentaria que impartían los monasterios merovingios entre los niños de los campos circunvecinos”[1]. Éste supuesto renacimiento no es desinteresado ni en su utilización ni en su espíritu. Dicho de otra manera, “el renacimiento carolingio no siembra, atesora”[2].

Aclarado el punto, pasa a explicar una de las actividades desarrolladas por los intelectuales: la confección de libros. Cabe aclarar que los libros son artículos de lujo para iglesias y palacios. Son un bien económico, no un bien espiritual y su función es demostrar que se tiene poder adquisitivo y no tanto que se tiene cultura y conocimiento. Para el monje que lo escribe no importa tanto el contenido como la fatiga, el tiempo, el esfuerzo puesto al escribirlo. Ahora bien, los intelectuales nacen con la ciudad, pero no andaban regados por aquí y por allá, sino que existían ciertos centros culturales donde las artes y enseñanzas tenían más relevancia. Empero, la cultura árabe desarrolla las artes y ciencias en un grado mayor a la cultura europea y por tanto, el grado cultural es mayor en Oriente, por lo que muchos se dirigen hacia allá en busca de conocimiento.

Sin embargo, no todos los centros culturales de Europa desmerecían frente a los centros culturales de Oriente. París era la ciudad más brillante entre todas ellas. Es París la ciudad occidental donde la cultura florece. Su prestigio se debía en parte a su enseñanza teológica cúspide de las disciplinas escolares pero sobre todo, a la dialéctica. Con todo y que era la ciudad más iluminada de Europa, París era una ciudad de contrastes. Por un lado, era la ciudad de lo intelectual. Por otro, la ciudad de la depravación entre el juego, vino y por supuesto, mujeres. Era la Babilonia moderna[3]. Pese a todo, París es sobre todo la ciudad del conocimiento, las artes y la cultura. Era, como quien dice, el orgullo de los europeos que constantemente se deshacían en elogios hacia ella. A este constante alabar a la ciudad de París se agrega la de los goliardos, para quienes la ciudad es “el paraíso en la tierra, la rosa del mundo, el bálsamo del universo”[4]. ¿Quiénes eran estos goliardos? Los goliardos eran uno de los muchos grupos intelectuales que pululaban por la ciudad, compuesto por miembros de origen diverso; urbano, campesino e incluso noble. Su característica principal era su andar errante y la pobreza que los rodeaba. Le Goff menciona que como muchos otros, son producto de la movilidad social característica del siglo XII. Para un espíritu tradicional no eran más que fugitivos de las estructuras establecidas. Eran un escándalo, pues estaban alejados de “su sitio, su tarea, su orden, su estado”[5]. Pobres y con menos propiedades que pelos en la cola de una rata, los goliardos se hacían juglares o bufones para ganarse la vida. Como su origen era diverso, sus intereses eran diversos. Unos soñaban con tener un mecenas que los colme de presentes, otros con una pingüe prebenda y una vida larga y feliz. En muchas de sus poesías criticaban a la sociedad y su moral tradicional, así como las enseñanzas de la iglesia. Aquí un ejemplo:

Soy cosa ligera

Como la hoja con que juega el huracán.

Como el esquife que navega sin piloto,

Como el pájaro errante en los caminos del aire, no estoy atado por anclas ni por cuerdas.

La belleza de las doncellas ha herido mi pecho.

Aquellas a las que no puedo tocar, las poseo con el corazón.

En segundo término me reprochan que juego. Pero tan

[pronto como el juego

Me deja desnudo y con el cuerpo frio, mi espíritu se calienta.

Entonces mi musa compone sus mejores canciones.

En tercer lugar hablemos de la taberna.

Quiero morir en la taberna,

Allí donde los vinos estarán cerca de la boca del moribundo,

Luego los coros de los ángeles descenderán cantando:

“Que Dios sea clemente con este buen bebedor”.

Más ávido de voluptuosidad que de salvación eterna, muera el alma, solo me preocupa la carne.

¡Qué duro resulta engañar a la naturaleza!

Y frente a una bella mantenerse puro de espíritu.

Los jóvenes no pueden seguir tan dura ley

Y desentenderse de sus cuerpos ágiles.

Representaban, según Le Goff, a una clase que deseaba liberación. Pero sus críticas eran ciertas sólo por un lado ya que querían ser beneficiarios del orden social antes que cambiarlos. Criticaban la vida que llevaban ciertos personajes pero no por ello dejaban de desearla. Vivian pobres por necesidad, no por convicción. Eran rebeldes pero no revolucionarios. Desaparecieron hacia el siglo XIII. Los goliardos legaron muchas ideas de moral natural, libertad de costumbres, de espíritu y de crítica de la sociedad religiosa. En su desaparición, mucho tuvo que ver que su crítica era meramente destructiva, lo que les impidió encontrar un lugar en el plantel universitario. Aunado a lo anterior, las persecuciones y condenas a las que fueron sometidos y la estabilización del movimiento intelectual en centros organizados, marcaron el fin de los goliardos.



[1] Le Goff, Jacques, Los intelectuales de la Edad Media, Editorial universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1965, p.13.

[2] Ibid, p. 17.

[3] Vid, ibid, p. 34.

[4] Ibid, p. 33.

[5] Vid, ibid, p. 35.


Bibliografía.

Le Goff, Jacques, Los intelectuales de la Edad Media, Editorial universitaria de Buenos Aires, Buenos Aires, 1965, pp. 1-40.

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