Alrededor de los siglos XV y XVI, Europa vive
grandes cambios y giros culturales en los que habrá de cimentarse una nueva
jerga de creencias e imaginarios que permearán, posteriormente, a la cultura de
la modernidad. Frente a este contexto, una oleada de creencias y prácticas de
tradición popular y que fueran heredadas de generación tras generación, serán
el objeto de disputa y polémica para dar
lugar a la creación de una nueva visión y personificación del mal en la
historia de Europa y la cristiandad, a saber, la brujería y las brujas. La
brujería es presentada ante la sociedad europea medieval como una práctica en
la que se renuncia a la fe cristiana cuyo propósito es entregar el alma y
cuerpo a la perdición, esto es, al acto erótico y sexual. De este modo se
inaugura una nueva visión frente a una sabiduría popular; la curandera, la
partera, la mujer es ahora objeto de toda una discusión teologal y, a su vez,
erótica en la que son las pasiones carnales y los deseos sexuales el impulso
que la llevan a la realización de maleficios buscando saciar los placeres
corporales entregándose en cuerpo y alma al diablo y a la práctica del
maleficio.
La concepción de la bruja medieval, que llegará a
estar vigente entrada ya la modernidad, hace su aparición definitiva en el
siglo XVI caracterizada principalmente por cinco elementos[1], a
saber: 1) la idea de un pacto de fidelidad realizado entre la bruja y el
diablo; 2) El maleficio; 3) la práctica del Sabbat o el aquelarre; 4) la idea
del vuelo nocturno y 5) signos corporales. De este modo, la concepción moderna
de la bruja se diseña bajo una imagen de perversidad que no es otra cosa sino
trazar las formas y líneas de lo prohibido puesto que en la medida de darle una
forma y significado al concepto e imagen de la bruja es también satanizar y
condenar las prácticas mágicas heredadas de toda una sabiduría y tradición
popular puesto que la brujería popular, en principio, jugó un papel importante
en la sociedad medieval.
La idea del pacto de fidelidad
entre la bruja y le diablo es el eje fundamental para el desarrollo de toda una
literatura y pensamiento erótico-sexual en torno a la bruja posicionándola con
este elemento, innovador y decisivo, en un papel protagónico en la
personificación ante el problema del mal y como otra enemiga oficial de la
Iglesia, que la hacen “convertirse en el
chivo expiatorio de una sociedad que, como todas, busca encontrar en alguien,
en algo, la razón de todos los males, la verdad del mal”.[2]
La bruja realiza un pacto de fidelidad con el diablo renunciando a su fe
cristiana y entregándose en cuerpo y alma a la faena de la realización del mal.
Es importante señalar que, a diferencia de los hechiceros, es gracias a este
pacto por el cual las brujas tienen el poder de realizar maleficios pues es por
medio de las brujas en que puede tener lugar la acción del diablo porque…
“las brujas actúan siempre con los demonios y que
nada pueden hacer los unos sin los otros […] de aquí que las brujas realicen sus
maleficios no por una virtud natural sino únicamente con el auxilio del
diablo”.[3]
Es así como la bruja adquiere un estatus de símbolo
y personificación de la perversidad diabólica y sexual, esta asociación de la
figura de la bruja con el sexo, lo perverso y lo diabólico hace de su imagen y
sus prácticas mágicas algo tan sucio y asqueroso como lo es la misma actividad
genital. La imagen y figura de la bruja medieval y renacentista quedará
subordinada bajo una óptica de la más elaborada pornografía de la época. De
este modo, la imagen de la mujer en general es ahora proyectada hacia la maldad
no por otra cosa sino por “un aspecto que es hermoso, un contacto fétido y su
compañía mortal.”[4] La
mujer seduce en virtud de su perversidad que busca no otra cosa sino saciarlos
placeres de su sexo, envuelve con sus humores corporales alterando, o mejor
dicho, embrujando el aire a su alrededor el cual envenena como lo es, también,
una simple mirada de seducción.
Es pues, la historia cultural de las brujas, de esas
mujeres silenciadas en nombre de toda una tradición popular, una sabiduría y
prácticas que en determinado momento no encontraron un discurso “autolegitimador de sus prácticas”,[5]
una barbarie de la época que refleja un despliegue erótico-imaginario en la
construcción de una perversidad sexual, fundamento de la moral de la bruja que
quedará vetado de la cultura medieval y renacentista reducido en cenizas cuyo
fuego de la hoguera consumía a la vez toda una tradición popular, un saber
heredado, una auténtica cultura pagana y el imaginario extenso de una cultura
del misterio, de lo oscuro y privado, de la perversidad y el deseo.
La cacería de las brujas deja ver el ocaso de todo
imaginario erótico, el eclipse del furor del cuerpo femenino desnudo, entregado
al más íntimo ritual de la magia y de la fornicación; esto es, “el deterioro físico y moral de la cultura
del deseo”.[6]
La sociedad de las brujas, de las mujeres víctimas
de la enfermedad de la corrupción, el pecado y desenfreno, este desarreglo
humoral de la bilis negra convertido en patología erótica, a saber, la
melancolía.[7]La
bruja quedará entonces marginada, junto con su melancolía, de la cultura del
Renacimiento, diseñada a la imagen desnuda y depravada de la entrega al
diabólico exceso de los placeres sexuales y carnales, del deseo y las pasiones,
tan sucios y prohibidos como la práctica misma de su saber mágico.
Bibliografía de consulta:
·
Cohen, Ester. “Con el diablo en el cuerpo: filósofos
y brujas en el Renacimiento”. México, UNAM-Taurus, 2003.
·
Kraemer y Sprenger.
“Malleus Maleficarum”. Trad: Miguel Jiménez, España, Felmar, 1967.
·
Muchembled, Robert. “Historia del Diablo, siglos XII-XX”.
Trad: Federico Villegas, México, FCE, 2002.
·
Nathan Bravo, Elia. “Territorios
del mal: un estudio sobre la persecución europea de brujas”. México,
IIF’s-UNAM, 2002.
[1] Cfr: Nathan Bravo, Elia. “Territorios del mal: un estudio sobre la persecución europea de
brujas”. México, IIF’s-UNAM, 2002, pp. 29-35.
[2] Cohen, Cohen, Ester. “Con
el diablo en el cuerpo: filósofos y brujas en el Renacimiento”. México,
UNAM-Taurus, 2003. p. 25.
[3] Kraemer y Sprenger. Op. cit. pp. 58, 61. Kraemer
y Sprenger. “Malleus Maleficarum”. Trad: Miguel Jiménez, España, Felmar, 1967.
[4] Ibid. p. 105.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor deja un comentario útil, constructivo y documentado