Blog universitario de estudios sobre filosofía y cultura en la Antigüedad tardía, Edad Media y Renacimiento
miércoles, 29 de febrero de 2012
Descripción introductoría a las obras de Marsilio Ficino: El comentario al “Banquete” de Platón o sobre el amor y la Teología platónica
Erasmo de Rotterdam: algunos escritos
A manera de discurso la Locura se presenta y se defiende ante un público y después de justificar que es precisamente por ser coherente con su locura que se alaba y canta sus propios méritos en esta presentación, advierte que no es posible definirse a si misma porque sería ponerle límites y ella no los tiene, sin embargo se expresa de sí misma como la “verdadera distribución de bienes”[8]. Y al mismo tiempo en que se defiende a sí misma, ataca a aquellos que se hacen pasar por sabios, pues dice: “los retóricos de nuestros días que se creen pequeños dioses cuando, como la sanguijuela, se sirven de su lengua y consideran como algo maravilloso mezclar, sin pies ni cabeza, en un discurso latino algunas palabras griegas para darle un sentido enigmático”.[9]
Bibliografía
La mejor forma de comunidad política. Utopía, libro segundo de Tomás Moro
Tomás Moro fue un filósofo inglés que vivió a finales del siglo XV e inicios del XVI d.C.. Fue cercano al gobierno del rey Enrique VIII de Inglaterra, quien en 1535 lo mandó decapitar. Dentro de su labor filosófica se encuentran varios textos.[1] Sin duda alguna el más importante es: Utopía, escrito en 1516. Dicha obra está dividida en dos libros. El primer libro es más propiamente una introducción sobre el problema filosófico del gobierno y la política. En ese mismo tiene un diálogo con Rafael Hitlodeo, uno de los tripulantes de la expedición de Américo Vespucio[2] que, en uno de los viajes, se extravió y llegó a la isla Utopía, que tenía el modelo ideal de gobierno. Así pues, dicho explorador le propone relatarle su experiencia en tan especial lugar. Tomás Moro acepta.
Así se inicia el libro segundo de la obra Utopía, que más propiamente es la presentación[3] de Rafael Hitlodeo de la mejor forma de comunidad política. El texto comienza propiamente narrando la situación y la forma de la isla Utopía: tiene la forma de una luna creciente. Es un lugar dotado de defensas naturales y defendido además por una guarnición. El autor explica cómo la isla está tan bien protegida, y que sería imposible llegar a ella sin la guía de un utopiano que pudiera dirigir por medio de señales desde la costa. A lo largo de la isla es posible encontrar puertos. “Pero cualquier desembargo está tan impedido por defensas tanto naturales como artificiales, que un puñado de combatientes podría rechazar fácilmente a un numeroso ejército”.[4]
La isla en un principio estaba deshabitada. Fue Utopo, líder de aquél pueblo, quien se apoderó de la isla y de él le viene su nombre. Lo más sorprendente es que no era una isla, sino que después de haber conquistado el lugar, el invasor hizo cortar un tramo de tierra de quince millas que unía aquella península con el continente, creando tal isla. Cuando Hitlodeo llegó a ella, ésta contaba ya con cincuenta y cuatro grandes y magníficas ciudades, todas ellas con la misma lengua, idénticas en costumbres, instituciones y leyes.
Destaca en dicha isla la organización tan exacta y adecuada de cada ciudad, así como la interdependencia que entre sí tienen. “Cada ciudad tiene asignados terrenos cultivables…ninguna ciudad tiene ansias de extender sus territorios...”.[5] En los poblados, los habitantes se empeñan en el trabajo diario con un sentido de responsabilidad comunitaria muy grande. Ya está organizada la distribución de los bienes de manera óptima. “Todos los objetos necesarios y que no se pueden encontrar en el campo los piden a la ciudad y los consiguen de los funcionarios sin ningún papeleo y sin nada a cambio”.[6] Tomás Moro describe con especial énfasis el valor de la cooperación mutua.
Posteriormente detalla cómo son las ciudades (tomando como modelo la principal: Amaurota). Ahí va especificando cómo se utiliza el agua potable, asegurando su distribución y su buen manejo para los habitantes, habla sobre la fortificación con murallas, que hace de la ciudad un bastión casi inexpugnable y del perfecto trazado de calles. Prácticamente va describiendo la ciudad ideal: edificios limpios y elegantes, bien trazada, todos los servicios disponibles, etc.[7] Sus hermosos jardines adornan cada vivienda y toda la localidad en general. “Difícilmente, en efecto, se podría destacar un aspecto de la ciudad más pensado para el deleite y el provecho de la comunidad”.[8]
Después describe la organización política y social. Los magistrados son quienes representan al pueblo. Deliberan sobre los asuntos públicos y dirimen con rapidez los conflictos que surgen. La forma de gobierno es republicana, por lo que dichos magistrados son elegidos de entre los mismos ciudadanos. Presume el autor que en el senado no se decreta nada a la ligera y que siempre se busca el bien del pueblo. En cuanto al trabajo, todos trabajan. Nadie queda exento de ejercer la agricultura: hombres y mujeres. Y no de manera teórica, sino práctica, trabajando en el campo.
Es importante que en esta isla, se enseñan artes y oficios de utilidad y no de lujo, por lo que todo va destinado a servir de alguna manera al común. Ordinariamente los niños estudian para trabajar en el mismo oficio que su padre, aunque no es obligado, es decir, si en algún momento alguien manifiesta su deseo de estudiar otra cosa, es designado a otra familia que lo prepare en dicho oficio, siempre y cuando sea de utilidad para la comunidad en algún sentido. Nadie queda exento de estudiar un oficio y de trabajar en beneficio de todos (y así, de sí mismo).
La principal misión de los dirigentes de cada ciudad “es velar para que nadie se entregue a la ociosidad y a la pereza. Han de procurarse que todos se apliquen de una forma asidua a su trabajo”.[9] En pocas palabras, los holgazanes deben ser evitados y expulsados de la república. Un aspecto muy interesante de este “trabajo” tan bien guardado en las ciudades es el horario, el cual debe ser regular: “Dividen en veinticuatro horas iguales el día, incluyendo también la noche. Dedican al trabajo seis horas”,[10] distribuidas de manera adecuada, de modo que se ofrece tiempo suficiente de recreación, y al sueño se reservan ocho horas bien cuidadas. El tiempo que les queda entre el trabajo, la comida y el descanso, esos tiempos “libres” se dejan al libre arbitrio de cada uno. La mayor parte de los utopianos consagra esas horas al estudio.
Más adelante, Tomás Moro dedica algunos párrafos a explicar cómo esas ciudades tienen lo suficiente para vivir con comodidad y hasta de sobra, aún sólo trabajando seis horas, ya que en estos poblados no únicamente trabajan los hombres, sino que las mujeres también lo hacen. Asimismo no se relega a los ancianos, jóvenes, enfermos, etc., sino que a cada uno se le ofrecen modalidades de trabajo adecuadas que favorezcan a toda la comunidad. Se podría concluir, de esta forma de organización social, que al quedar excluidos los holgazanes y trabajar la mayoría de la población de manera adecuada y sistematizada, no se necesitan muchas horas para lograr acaudalar riquezas hasta de sobra. En el vestir son austeros, tienen lo que necesitan y hasta un poco más, de la misma manera en el comer y en demás necesidades básicas (y hasta permitiéndose algunos lujos).
“Las instituciones de esta república no buscan más que un fin esencial: rescatar el mayor tiempo posible en la medida que las necesidades públicas y la liberación del propio cuerpo lo permiten, a fin de que todos los ciudadanos tengan garantizados su libertad interior y el cultivo de su espíritu. En esto consiste, en efecto, según ellos, la verdadera felicidad”.[11]
En ningún momento olvidan el espíritu comunitario. Tienen una ética bien marcada, con su propia jerarquía de valores. Para ellos el bien mayor es la felicidad, que consiste en procurar el mayor placer honesto. También ellos desarrollaron su propia reflexión filosófica y determinaron sus principios básicos: el alma es inmortal, Dios, por pura bondad, la hizo nacer para la felicidad, después de esta vida nuestras virtudes serán recompensadas y el crimen castigado. Definen la virtud como “vivir según la naturaleza”[12] es decir, ellos consideran que Dios creó el alma con una tendencia inherente hacia la felicidad, por lo tanto, consideran que en el ejercicio pleno de la propia naturaleza, de lo que el propio ser va indicando está la verdadera felicidad. Aunque sí toman en cuenta ciertos impulsos que no llevan a la verdadera felicidad sino a una efímera, son aquellos placeres que embrutecen a la persona (como el abuso del vino y la comida, etc.).
“Llaman placer a todo movimiento y estado del cuerpo o del alma en los que el hombre experimenta un deleite natural”.[13] Además distinguen diversas clases de placeres verdaderos: unos en referencia la cuerpo y otros al espíritu. Los segundos se vinculan al gozo de contemplar la verdad. Los placeres del cuerpo son aquellos que inundan a los sentidos de gozo o aquel sentimiento de deleite proveniente de tener buena salud. Por último, en cuanto a la religión, gozan de una libertad de culto bastante tolerante, en cada ciudad cada quien es libre de profesar la fe que le plazca. Hitlodeo le dice a Tomás que cuando les hablaron a los utopianos acerca de Cristo, ellos acogieron, en su mayoría, con mucha dicha la fe cristiana. “Muchos de ellos abrazaron nuestra religión y fueron purificados por el agua del bautismo”.[14]
Concluye Tomás que, con la narración de Hitlodeo ha descrito la única república que, a su parecer, merece dicho título (república), pues en ella sí se procura el bien de cada individuo velando por el bien común. La organización responde a las necesidades, cada individuo no busca su propio bienestar, sino que con un intenso sentido democrático, de corresponsabilidad y bienestar ayuda en la función que le corresponde. Además, resulta muy interesante cómo Tomás Moro identifica que el alma está orientada hacia la felicidad, y que ésta se encuentra en la vivencia del placer y la dicha honestos.
Bibliografía
Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Ed. BAC, 1990, pp. 156-196.
[1] Otras obras del autor: Vida de Pico de la Mirándola, Historia de Ricardo III, Epigrammata, Respuesta a Lutero, Un diálogo sobre la herejía, Refutación de la respuesta de Tyndale, Respuesta a un libro envenenado, etc.
[2] Recordando que Américo Vespucio era un navegante que viajó a las recién descubiertas tierras del Nuevo Mundo por Cristóbal Colón.
[3] Evidentemente ficticia. Toda la obra y el relato es invención de Tomás Moro para abordar el tema de la mejor forma de gobierno y de vida de una sociedad.
[4] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Ed. BAC, 1990, p.157. (Cfr. Santo Tomás Moro, Utopía, Libro Segundo, N. 309)
[5] Ibídem, p.158 (Cfr. Op.Cit., N. 311)
[6] Ibídem, p.160, (Cfr. Op.Cit., N. 313)
[7] Obviamente hablando de elementos propios de la época.
[8] Fernández, Clemente, Los filósofos del renacimiento, Madrid, Ed. BAC, 1990, p.162. (Cfr. Santo Tomás Moro, Utopía, Libro Segundo, N. 317)
[9] Ibídem, p.166, (Cfr. Op.Cit., N.323)
[10] Ibíd.
[11] Ibídem, p.170, (Cfr. Op.Cit., N.329)
[12] Ibídem, p.180, (Cfr. Op.Cit., N.345)
[13] Ibídem, p.182, (Cfr. Op.Cit., N.349)
[14] Ibídem, p.189, (Cfr. Op.Cit., N.361)