Pedro Abelardo nació en el año 1072 en la Bretaña menor y murió el 21 de abril de 1142, dialectico y teólogo, se encuentra con muchas envidias por su capacidad sobresaliente, las cuales terminan por condenarlo y hacerle la vida muy complicada. Se dedica la mayor parte del tiempo a la docencia, pasando por diferentes instituciones, en donde alumnos que tuvieron la oportunidad de escucharlos, y algunos que se enteraron de su fama, lo buscan para seguir tomando instrucción de él. A continuación trataremos su libro autobiográfico para entender mejor su vida y obra.
Abelardo comenta que desde su infancia se vio involucrado con la educación, presentando desde entonces una gran disposición y habilidad para ello, pero además una ligereza de corazón, que le llevara a meterse en cierta situación que termina en tragedia; ambas cosas que le vienen de su estirpe, según palabras del mismo Abelardo. Los estudios que más le fueron atrayendo son los correspondientes a la dialéctica, y para cuando tuvo edad suficiente se dedicó “a recorrer disputando todas las provincias en que se cultivaba esta arte, [convirtiéndose] de esta manera en imitador de los peripatéticos” [1].
Llega a París para tomar clase con Guillermo de Champeaux, quien en ese entonces era famoso y sobresaliente en su magisterio, teniendo problemas con él a partir de que le refuta una de sus tesis y de que se debate con él continuamente, mostrándose superior. Además de que sus alumnos más sobresalientes le guardan rencor. Buscando después abrir su propia escuela, lo que logra a pesar de su maestro busca por cualquier medio impedirlo.
Poco después Abelardo cae en una enfermedad por los excesos de estudio, lo que le obliga a regresarse a su tierra natal, abandonando por un tiempo París, mientras su maestro toma el hábito de clérigo, con lo cual lo nombran obispo de Chalons sur Marne, aunque continuo con la educación de temas filosóficos. Cuando Abelardo se recupera vuelve con su maestro para el arte de la retórica, con lo cual vuelven los problemas pues le refuta al maestro su tesis sobre la comunidad de los universales, la cual cambia pero igualmente se la refuta. Esto le causo mayor fama y más alumnos lo buscaron para tomar clase con él.
Tiempo después va a tomar clase con Anselmo de Laón, quien no le causa una buena impresión, pues dice “poseía a las mil maravillas el don de las palabras. Pero este don se tornaba despreciable por la falta de contenido y por ausencia de razonamiento” [2]. Por esta razón se fue alejando de sus clases, lo cual le hiso ganarse el enojo del maestro y de sus mejores alumnos. Una vez le preguntan qué piensa del estudio de las Escrituras, a lo que él contesta que es bueno pero que le “admiraba mucho que a los ya versados, para entender, no les bastasen los escritos sagrados y las glosas, sino otro magisterio” [3]. Por esto le invitan a discurrir sobre un pasaje, lo cual hace y gusta bastante, por lo cual gana fama de hacerlo bien.
Por su incursión, favorable, en la teología, su maestro le guarda una gran envidia, y no sólo él, también sus alumnos Alberico de Reims y Lotulfo Lombrado. Por intervención de los alumnos, su maestro le termina prohibiendo que siga con tales instrucciones, lo que enfurece a los alumnos de Abelardo y le hace ganarse mayor fama. Ya con tanto éxito, tanto en la dialéctica como en la teología, la soberbia y la lujuria se presentan fuertemente en Abelardo, a lo cual dice que “la gracia divina me aportó, bien que contra mi voluntad, el remedio de ambas enfermedades. Primero me curó de la lujuria y después de la soberbia” [4].
Por su dedicación a los estudios nunca tuvo acercamiento con mujeres nobles, y nunca le gustaron las prostitutas, por lo cual los temas amorosos no entraban en sus preocupaciones. Pero la fama de una jovencita llamada Eloísa, la cual estaba un tanto instruida por que su tío se lo había procurado, llega a oídos de Abelardo. “Ella, que no estaba mal físicamente, era maravillosa por los conocimientos que poseía [y], vistas todas las circunstancias que excitan a los amantes, fue a ésta a la que [pensó le] sería más fácil enamorar” [5].
Abelardo se acerca al tío pidiendo le dé posada, que le dejara vivir en un lugar que le rentara, argumentando que los cuidados domésticos le causaban fastidio y le quitaban tiempo. El tío acepta por el buen dinero que Abelardo poseía y por su eminencia que ya tenía en el mundo intelectual de su época, pensando que le seria de mucho bien una instrucción como esa a su sobrina. Pero las sesiones que debían ser de estudio de las letras se vuelven sesiones de estudio del amor.
“Una vez que los libros se abrían, muchas más palabras de amor que del tema del estudio se proferían. Más abundantes salían los besos que las sentencias. Muchas más veces las manos se escurrían a los senos que a los libros. […] Y a veces, el amor que no el rigor, propinaba azotes, y entonces lo hacía con cariño, no con ira, para que supieran más suaves que todos los ungüentos. […] Ningún grado de amor fue omitido por los ardientes amantes. Y si algo desacostumbrado el amor inventaba, ése también fue añadido. Y como éramos novatos en estos goces insistíamos con ardor en ellos, sin que nos aburriesen” [6].
Por este motivo Abelardo empezó a dedicar menos tiempo y ponerle menos entusiasmo a los estudios. Poco después el tío se entera y Abelardo, para solucionar los problemas generados, propone matrimonio a Eloísa, a lo cual la jovencita se niega pues afectaría a su fama de hombre de letras dedicado a los estudios, pero de todos modos se casan en secreto. Pero el tío y la familia, en el enojo, hacen público el matrimonio, por lo que Abelardo decide que Eloísa se esconda en un convento y él en un monasterio.
Ya cada quien en su respectivo escondite, sucede una tragedia que según Abelardo es una bendición. Una noche que Abelardo se encuentra dormido, los monjes del monasterio, lo castran a él y a sus criados, a los cuales también les sacan los ojos. Eloísa toma los hábitos, e igualmente Abelardo se encierra en otro monasterio. Termina un libro de teología por el que sería acusado por aquellos que en el pasado le habían guardado envidias.
Los antiguos compañeros de escuela, Alberico y Latulfo, se habían vuelto los dirigentes de la Escuela de Reims, y ponían en su contra a influyentes clérigos para que le hicieran un conciliábulo en donde llevara su libro de teología, el cual trataba asuntos sobre la Trinidad. Habían difamado a Abelardo en todo el pueblo en donde se realizaría tal concilio, pero al leer la obra y cuestionarlo nadie encontró mayor problema, y se empezó a pensar que los culpable serían los acusadores, pero su libro se terminó quemando.
Con esto termina su autobiografía, con la salvación divina a su lujuria, la castración que sufrió, y la salvación divina a su soberbia, la quema de su mayor obra. Abelardo fue un gran personaje en su tiempo, e incluso después; en su tumba escribieron los que le dieron sepultura, “el único para el que se mostró evidente cuanto era cognoscible”.
[1] Pedro Abelardo, Historia de mis desventuras, [Trad. de José María Cigüela], Centro Editor de América Latina S.A., Buenos Aires, 1983, p. 12.
[2] Ibídem, p. 18.
[3] Ibídem, p. 19.
[4] Ibídem, p. 23.
[5] Ibídem, p. 24.
[6] Ibídem, pp. 26-27.
BIBLIOGRAFIA
-Pedro Abelardo, Historia de mis desventuras, [Trad. de José María Cigüela], Centro Editor de América Latina S.A., Buenos Aires, 1983, 93 pp.