lunes, 2 de diciembre de 2013

Corporalidad, misticismo y brujería en Tristán e Isolda

Tristán e Isolda, como muchas obras que han llegado a pertenecer a una tradición literaria predominante, es objeto de varias interpretaciones; entre las cuales podemos identificar la que plasma a Dios como una figura misericordiosa, al haber perdonado el amor “aparentemente prohibido” que se había gestado entre ellos a partir de la pócima y al ser practicado en el ocultamiento; como una obra que sirve para sentar las bases de tragedias ulteriores, retomando los elementos de la muerte, la distancia y la perdida; o que detectan elementos que podrían ubicar a la obra dentro de la tradición del amor cortés e incluso otros géneros que se encuentren próximos. Ahora bien, esto también depende, en gran medida, de la versión de la obra que se esté considerando para la interpretación; a pesar de ello, hay elementos en común que se hayan escindidos por el marco histórico en el que se ubica la obra y que se pueden acotar entre versiones; esto es fundamental si procedemos de una manera hermenéutica para su análisis.

         Aquí se ha tomado en cuenta la lectura de una de las versiones germánicas, la de Strassburg Gottfried. Se plantea entonces una lectura

 alternativa que considere los elementos que hay en común; pero acotando las especificidades en la obra de Strassburg, llevado a cabo desde un análisis fenomenológico y místico que considera a la brujería como elemento constitutivo de la subjetividad de Tristán e Isolda como amantes. El planteamiento principal es que no hubo tal momento de redención divina, ya que ellos ya eran participantes de la divinidad, ejerciendo el amor verdadero; lo que nos lleva a la posibilidad de la poción como elemento constitutivo de su subjetividad como amantes y que Dios no perdonó, sino que se hizo patente desde el principio; desde su manera de experimentar el amor, lo cual consiste en la dimensión mística. Fue gracias al juego de ocultamiento y visibilidad que ellos, en especial Tristán, pudieron dar cuenta de que la influencia del amor se mantenía a pesar de que el efecto de la poción ya no tenía vigencia; lo único que en ese entonces fue evidente, era su corporalidad, arrojada al ocultamiento de su amor velado;
 debido a esto, la pócima, un elemento que corresponde a la brujería dado la figura de la nana de Isolda y su proceder, es nuestro hilo conductor para la interpretación. La distancia y la pérdida cobran un peso enorme si continuamos con esta lectura, tomando en cuenta la corporalidad, ya que gracias a su separación es que la dimensión del amor se engrandeció al hacernos patente que ya existía desde su aparente manipulación con los efectos de la pócima.

Su corporalidad es lo fundamental para esta interpretación; pero no se nos presenta hasta que hemos llevado a cabo este análisis, es decir el de tomar como hilo conductor el juego de visibilidad a raíz del elemento de la brujería para
 reafirmar su postura como participantes de un amor verdadero desde el comienzo, desde su primer contacto hasta el momento donde sufren de su ausencia y su pérdida trágica. La corporalidad de su subjetividad como amantes ya los hace participantes del amor verdadero, de la divinidad, por lo que podemos concluir también  que la dimensión divina acontece simultáneamente.

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