martes, 10 de diciembre de 2013


La filosofía al servicio de la teología: Una especulación de la introducción del Eros al cristianismo


“Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, « éxtasis » hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser.”  Benedicto XVI

Aún son muchas las huellas que marcan al cristianismo oficial como una religión autoritaria, pedante y esencialmente represora. Temas como la homosexualidad, el aborto y el sacerdocio femenil siguen siendo discutidos en el mundo eclesiástico de forma impar al modo de vida de los países occidentales en los que el cristianismo predomina. Sin embargo, aunque el mundo secular juzga al cristianismo de retrógrada, como si éste subsistiera en un mundo paralelo, poco se toma en cuenta la historia de las ideas y las argumentaciones que se hacen para mantener tales posturas en los que se involucra directamente la filosofía.

En el mundo griego el éxtasis ebrio era sumamente apreciado e indicaba un estado de superación de la consciencia racional que, a través de la erotización de ciertos factores, proponía la entrada a la revelación noética y a la vivencia de la experiencia hermética. Si bien el Eros griego era una fuerza divisora, era a la vez un fuerza unificadora, que hace ver el mundo griego como quién se embriaga o recita una poesía melódica y pierde el sentido. Dicho estado de sublimación era el resultado de un ejercicio de autodeterminación racional, pero en la que el logos jamás fue apreciado como una ley eterna y determinada, en tanto que moral, cosa que en el judaísmo ya estaba presente, de hecho, el mundo griego apeló radicalmente a la libertad y la autarquía, de ello el surgimiento de escuelas como los sínicos, en la que se mostraba claramente la influencia del héroe trágico como modelo de vida, sumado ahora al sabio socrático.

Sin duda, aunque los postulados de Aristóteles se oponían un tanto a la visión órfica-pitagórica del alma, fue Platón (que retoma dicha postura) quien adquirió la primacía y Aristóteles quien le complemento, siendo Plotino y Proclo los principales benefactores de las ideas con que se justificó el cristianismo. Pasando por Pablo de Tarso, el treceavo apóstol y llegando a San Agustín; el cristianismo adquirió un sabor griego consumado en la filosofía neoplatónica primera, pero conservó el rigor judío, donde la obediencia a la ley [La Toráh] es la manifestación del Eros, donde en el cristianismo el Logos es un hombre pero también Dios y donde Afrodita urania y pandemos es amor por Dios y amor por la carne.

¿De dónde este monstruo? Pregunta San Agustín, haciendo referencia a un aspecto sexual del cuerpo, pero sin duda también al aspecto psicológico que no responde a la ley divina. Y es que al parecer la identidad religiosa griego-cristiana plantea un problema de no-conciliación, el cual se resume en la culpa, cosa inimaginable en el mundo griego, donde la tragedia indicaba que el destino no se puede cambiar, y si bien esto se amalgama en San Agustín, la idea de caída del hombre emite un reproche que proporciona una interpretación en la que la crisis y  el sufrimiento son el elemento redentor del hombre, donde se identifica la culpa de sangre Herculiana con la purificación y el ascetismo. Y es que aunque dicha concepción disciplinaria se encuentra en el mundo griego, en el mundo cristiano se matiza con otra connotación, pues el origen de la caída no es resultado de la batalla del hombre contra la naturaleza-dioses, es resultado del Eros, de la conciliación con la naturaleza-sexualidad.

Son muchas las deducciones que se pueden tener de la maldición del cuerpo en el cristianismo, sin embargo el aspecto mítico establece patrones conflictivos que del todo determinaron un largo periodo de la historia. Es el conflicto de Adán y Eva, y el de la erotización del hombre aspectos que denotan un paralelismo, así como una diferencia, que se revela en aspectos político-sociales, es decir, la necesidad de la comunidad, pero donde el dolor es en el mundo griego una victoria del guerrero, y en el mundo judío una actitud pasiva ante el Dios-ley-naturaleza al que nadie se puede revelar.

Sin duda, el aspecto erótico-dionisiaco es en el judaísmo despreciado desde el inicio, es para ellos el éxtasis dionisiaco un aspecto que contraviene la ley, el logos; que no es ejercicio dialectico-intelectual, sino que se encuentra establecido y es el modo de conexión con lo divino, que en el Medioevo se justificará con la escolástica, con la filosofía al servicio de la teología. Sin embargo, con Jesús y la influencia griega en el cristianismo, el eros se vuelve principio y se identifica con el logos, de hecho, se empiezan a unificar la multiplicidad de dioses griegos en el dios judeo-cristian;, no es que el eros se suprima, pues aún en los primeros tiempos del cristianismo el ágape es una demostración clara de su manifestación, del cual aún hoy en día se tiene presencia en la comunión católica, en la fusión del cuerpo humano y divino, con lo ideal y no lo carnal. 

Los aspectos referentes a la carne adquieren una nueva ontología, pues la muerte crística propone una paradoja, dónde la vida carnal se desprecia, pues al final se tiene una certeza del más allá. Parece que la duda se resumen en la tradición judaica de Abraham, donde la experiencia existencial del sacrificio es del todo erótica, pero que no se resuelve en asumir los actos, sino en obedecer una ley, pues siempre deja abierta la cuestión de la muerte ante las opciones, pero asumiendo siempre un deber por amor al deber-ley  que deja a la sospecha que el problema no es interpretar la caída como resultado de la lujuria, el conocimiento o una rebeldía ante un ser suprahumano, sino que el verdadero problema se encuentra en el otro, en el otro que se ama y es causa de discordia, siendo necesario trasladar el objeto erótico a un aspecto eidético-divino. Estableciendo así el cumplir la ley por amor en el cristianismo, forjando comunidad dónde la plenitud se encuentra por amor a la ley, no en la comunidad o el otro como en el mundo griego, siendo el amor por el otro del todo reprochable por la experiencia extática-egóica de la que dota, siendo un deber el amor por el prójimo, el deseo de que su objeto de amor sea lo mismo, de una igualdad ideal-legislativa, es decir: Dios.

Recordando a Freud, se puede asumir que la postura judaica-cristiana hace referencia al otro en tanto que es el amor por el otro el que provoca el mal estar cultura, en tanto que se aceptan las condiciones culturales en las que se busca la plenitud, pero también se llegan a evadir; pero sin duda no se puede dejar de lado el papel de la mujer, pues pareciera que los aspectos físico-bilógicos son “reminiscencia” del deseo de regresar a la plenitud maternal y con ella a la paternal (complejo de Edipo), aunque desde una visión fisicalizadora podría ser lo opuesto. Esto es al final, aspectos que están en lo exotérico definidos por la trinidad masculina-cristiana, pero que quedaron rezagados y ocultos en el misterio esotérico de los primeros cristianos, siendo suprimidos no por negligencia, sino por miedo a una nueva dualidad, la dualidad de lo divino, es decir, que aún en el cristianismo Dios deja de ser hermafrodita para volverse un hombre, y asume una visión griega, pero donde la femineidad queda velada, pero que siempre ha estado ahí. De tal modo que también se encuentra una trinidad femenina: María madre, María Magdalena (como símbolo),  y el espíritu Santo hermafrodita. Siendo este postulado aceptado por los gnósticos, pero rechazado por el clero, que en San Agustín tomará otro matiz, el de que lo femenino es la carne, y lo verdaderamente activo es Dios, tal idea se desarrollará en la ciudad ideal, pues es la ciudad ideal el resultado de la creación que se desenvuelve como la voluntad de Dios[1], una actitud femenina para los griegos, pero que en el judaísmo-cristianismo por ser femeninamente inconsciente, por querer realidad ontológica,  contraviene la ley primera, es caída y culposa en el cristianismo.

Por último, puede que todas estas acepciones sean producto de la construcción histórica-antropológica del hombre y claro, también de la mujer, así como de la especulación acerca de la procreación, pues puede que se concibiera la maternidad como resultado de la fecundación, tal como María es fecundada por una fuerza activa de Dios, del cual el hombre es semejanza, pero que en Adán es un ente hermafrodita, semejante a Lilit y al hombre primero de Platón. Una dualidad que da sentido al hombre, en la que en medio de los dos se encuentra Eros, el Dios primigenio que es testigo y causa de dos arquetipos, de Urano y Gea para los griegos, de Adán y Eva para los cristianos. Este Dios-Naturaleza-Eros-Ley-Ser-Voluntad-Hombre será el principio de identidad que resolverá el problema no sólo ontológico del hombre durante el Medioevo, sino también la realidad política. El miedo que el hombre parece tener es el de la inestabilidad social, y con ello el de la muerte “tanatos”, ahora no sólo la muerte primera, sino la del más allá: un mecanismo de defensa y con ello su proyección; haciendo de la división razón-pasión, mundo inteligible – mundo sensible, una ontología necesaria para la ley, una realidad erótica, dónde el amor por lo ideal proporciona mayor certeza que el amor por lo físico y relativo., que no será sino hasta en la modernidad cuándo empezarán a replanteares dicho problema, cuando el hombre se haga cargo de su condición ontológica, y postule las nuevas ideas de la ilustración, dónde el hombre será su propio guía según la razón sobre la pasión: sobre la pasión sobre el mundo físico, pero también sobre Dios.

Bibliografía:
San Agustín, Confesiones, Ed. Prana; (México, D.F.; 2012)
Benedicto XVI, Deus Caritas Est; disponible en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est_sp.html
MARCUSE, Herbert, Eros y civilización, Ed. Planeta (Barcelona, España; 1985)
TALLAFERO, A., Curso básico de psicoanálisis, Ed, Paidos (México, D.F.; 2008)


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