La
consideración del cuerpo femenino a finales de la edad media se muestra de
manera ambigua; las experiencias místicas femeninas y la presencia de la bruja,
son figuras interesantes que presentan la dicotomía del cuerpo femenino. Las fuentes
mitológicas del cristianismo permiten una consideración de la mujer como
corrupta y divina.
En
la edad media se presenta la dualidad entre cuerpo y alma, el cuerpo se
considera como la materia que nos aleja de lo divino y es la fuente del pecado,
“el alma se describe a sí misma como una
noble criatura denigrada por la carne”[1]
La
mujer solo puede dedicarse eficientemente a la bondad o a la
malicia; pueden entregarse a la virtud espiritual o a la maldad.
La condición natural femenina implicaba el pecado, esto
porque las mujeres son apegadas a lo carnal, a los apetitos y a la lujuria,
ellas son mentirosas, infieles, débiles e irracionales. La figura masculina se apegaba a lo espiritual, a la
razón y la fuerza.[2]
El pecado es considerado como corporal y surgía del interior del cuerpo de la
mujer, ellas tenían el poder de arrastrar al hombre a sus actos inmorales, esto
se fundamenta con la mitología del génesis.
La
bruja es aquella que puede arrastrar a los hombres a un amor desordenado, puede
bloquear la potencia sexual, arruinar la fecundidad de las mujeres, causar
abortos, ofrecer niños al demonio, aplicar maleficios; las brujas son aquellas
que han abandonado su fe y ejercido el paganismo, todo esto motivado por su condición
natural. “todas estas cosas de la brujería provienen de la pasión carnal, que es
insaciable en estas mujeres (…) La
boca de la vulva es insaciable, de aquí que para satisfacer sus pasiones se
entregue a los demonios.[3] “Tres vicios que aparecen entre las mujeres: la infidelidad,
la ambición y la lujuria, y se entregan
a los maleficios quienes caen en estos vicios”[4]
El
cuerpo femenino en este contexto, no solo representó un acto de misógina, también
se le consideraba cercano al cuerpo de Cristo por las funciones biológicas y culturales de la época; la mujer sangra como Cristo lo hizo en la cruz por
nuestros pecados, ella nutre y da vida desde su interior, sus procesos
fisiológicos son considerados religiosos[5]; todas estas percepciones anteriores
son parte de la mística femenina de la época, el cuerpo femenino era propenso a presentar cambios semejantes a eventos de la vida de Cristo y en
cierto punto a las experiencias místicas se les consideraban como la carne
misma de Cristo, su carne podía hacer lo que él hizo, sangrar, alimentar, dar
vida y morir.[6]
Los
síntomas o experiencias místicas de la mujer giraban alrededor de lo corporal, estas experiencias se generaban por ejercer técnicas ascéticas y de control del
cuerpo como la tortura; las místicas presentaban estigmas, lactaciones
milagrosas, embarazos místicos, anorexias benditas (aquellas que vivían solo
por el consumo de la hostia), desmayos, trances extasicos, estigmas, trances
caóticos, hemorragias nasales extasicas,
visiones de la ostia sangrando, etc. Las enfermedades y los dolores recurrentes tenían un significado religioso, sufrimiento y enfermedad se consideraban comun regalo de dios, ello debido a que “hicieron de los tormentos físicos y mentales una oportunidad para su propia su propia salvación y la de otros. [7]
visiones de la ostia sangrando, etc. Las enfermedades y los dolores recurrentes tenían un significado religioso, sufrimiento y enfermedad se consideraban comun regalo de dios, ello debido a que “hicieron de los tormentos físicos y mentales una oportunidad para su propia su propia salvación y la de otros. [7]
Ambas
experiencias femeninas tienen presente al erotismo, por una parte la bruja se
entrega a su naturaleza y a su pasión ofreciéndose al diablo y así satisfacer
su condición; la mística tiene una relación erótica con Cristo, o por lo menos
las experiencias relatadas guardan fuertes rasgos eróticos en su acercamiento a
la divinidad; “algunas hablan de degustar
a Dios, de besarlo profundamente, de ir a su corazón o sus entrañas, o ser
cubiertas por su sangre (…), Lukardis de Oberweimer y Margarita de Faenza besaron
a sus hermana espirituales con las bocas abiertas y la gracia fluyo de una a la
otra con un amor que dejo a las mujeres sacudidas. La poeta mística del siglo
trece, Hadwich, habló de Cristo penetrándola hasta que ella se perdió en el éxtasis
del amor”[8]
Se
mostró la ambigüedad de la figura de lo femenino, esto centrado a las
consideraciones corporales y naturales. El cuerpo femenino es aquel que se apega al
pecado, a la lujuria, a lo irracional, etc., así mismo este cuerpo tiene el
potencial de estar en contacto con lo divino por diversas manifestaciones y
cercanías que tiene con la figura de Cristo.
La
figura de la bruja y de la mística, experimentan pasiones, una en relación con
Dios y la otra en referencia al Diablo, parece ser que la diferencia entre
ambas formas de vivir lo erótico es la manera en la que logran sus cometidos, una se entrega al
pecado y a su condición natural, y la otra intenta desprenderse de todo lo
relacionado al pecado sometiéndose al ascetismo y la autoflagelación, llevándola
a experiencias eróticas con Dios. Así mismo el hombre tanto veneraba los actos
místicos femeninos o los consideraba como fraudes por tener una probable confabulación
con el diablo[9],
este tipo de ambigüedades se presentan bajo la figura de lo femenino y se intentó
mostrar esto en torno a la figura de la bruja y la mística.
Bibliografía
Walker,
Bynum, C. “El cuerpo femenino y la práctica Religiosa a Finales de la edad
media”, El cuerpo, espectros del
psicoanálisis. La tinta en el diván. México, 1998
Kraemer
& Sprenger. “Cuestión VI. Acerca de las mismas brujas que se someten a los
demonios”, El martillo de las brujas.
Ediciones Felmar. Madrid, 1976.
[1] B.
Walker. El cuerpo femenino y la práctica Religiosa a Finales de la edad media.
[2] Ibíd., p. 114
[3] Kraemer
& Sprenger. El martillo de las brujas.
p. 98
[4] Ibíd., p. 107
[5] B. Walker. Op.Cit
p. 122
[6] Ibíd.. p. 128
[7] Ibíd., p. 97-98
[8] Ibíd.,
p. 100-101
[9] Ibíd.,
p. 129
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