Literatura
Apocalíptica Cristiana (Hasta el año 1000)
J-
Lozano Escribano-L. Anaya Acebes
El
autor comienza con la explicación de términos y conceptos, basándose en el
estudio de la ciencia de la religión. Nos dice que ésta emplea dos términos
para referirse al destino final del hombre y de la humanidad: Escatología y Apocalíptica. Menciona que el significado de la Escatología es “la doctrina de lo último”; es
decir, un compendio de las concepciones acerca de las últimas cosas que le
sucederán al hombre después de la muerte, y, no sólo al hombre como individuo,
sino al destino final de la humanidad en general. (11)
La Apocalíptica, en cambio, significa etimológicamente
“descubrimiento, manifestación”. Esta manifestación viene de parte de Dios a través de sus
profetas. Se refiere a la historia del mundo y la humanidad, desde la creación
del mismo hasta su aniquilación. (11)
Refiere que existen tres ámbitos concernientes al estudio de lo
apocalíptico, cada uno con su propia denominación, el ideológico, el literario
y el social: Apocalíptica, que corresponde al ámbito
ideológico, nos dice que es la ciencia que se ocupa de la revelación que Dios
ha hecho del inminente fin de la lucha entre el bien y el mal a través de la
historia. Apocalipsis, correspondiente al ámbito literario, es un género de literatura narrativa,
cuyo mensaje consiste en la idea en que un ser sobrenatural transmite al
receptor humano una revelación a través de la cual da a conocer una realidad
trascendente, que en lo temporal apunta a una salvación escatológica y en lo
espiritual a un mundo sobrenatural.
Apocalipticísmo es el fenómeno social
constituido por los movimientos y grupos de carácter apocalíptico de una
determinada época. Asimismo, el autor aclara que a estos términos hay que
añadirles el milenarismo, mismo que hace referencia a un periodo de mil años en
el cual reinará Cristo sobre la tierra en compañía de sus elegidos, introducido
por Juan en el Apocalipsis, y que tendrá, posteriormente, una gran
trascendencia en el cristianismo de los primeros siglos. (11)
Según el autor, la fenomenología y la historia de las religiones
atestiguan que detrás de estos conceptos se esconde la creencia de una vida
ultramundana más allá de le a muerte, y
que, el hombre llega a este convencimiento como remedio a un miedo e
inseguridad ante el hecho incontestable de la muerte. En definitiva, la
preocupación escatológica-apocalíptica es el resultado de una falta de
seguridad psicológica en el hombre ante la incertidumbre del futuro posterior a
su existencia. (12)
Asimismo, manifiesta dos ideas contradictorias de las que, desde
tiempos remotos, los hombres se han afianzado. Por un lado, le han tenido un
terror profundo a la muerte y, por otro, han ansiado un tipo de supervivencia
más allá de ella, es decir, han añorado la inmortalidad. Se dice que este doble
sentimiento adquirió tal fuerza y consistencia en sus vidas que idearon un
mundo de ultratumba como continuación de la vida que habían llevado sobre la
tierra. El autor dice que resultaba difícil para ellos concebir el
aniquilamiento total del “espíritu”. (13)
La fenomenología de la religión también manifiesta que todos los
pueblos, en general, han percibido la distinción entre espíritu, en tanto que
sinónimo de aliento o principio vital, y cuerpo, otorgando al término espíritu
el significado de “aire, aliento” del universo, como sinónimo de la divinidad
misma, que todo lo informa. (13)
Introducción
de la idea de la recompensa
A partir de la concepción del alma o espíritu ya individualizada y
con existencia autónoma, se comienza a abrir paso la idea de una recompensa
después de la muerte para compensar a las personas en razón de los méritos o
deméritos de su vida. La manifestación que el hombre experimenta en esta vida,
llena de sufrimientos e injusticias, le ha
llevado a postular que después que de la
muerte tiene que existir otra vida en la que sea restituida la justicia.
Necesidad de introducir el
concepto de juez y juicio de las almas
La
introducción de la creencia de premios y castigos en la otra vida implicaba la
necesidad de establecer un mecanismo que garantizase la objetividad y la
equidad a la hora de recompensar o castigar. En efecto, para valorar los
méritos o deméritos de la vida presente, se recurrió desde antiguo a un juicio
de las almas realizado por la divinidad, juez justo y conocedor de los actos
del hombre. Es frecuente
que se postulen en diferentes religiones dos clases de juicios, uno individual
y otro universal.
Nos dice el autor que, aunque no
existe una coincidencia exacta entre las religiones, es frecuente que se
postulen dos clases de juicios, uno individual y otro universal para restaurar
la justicia. Asimismo, existe una cierta contradicción interna en torno a las
ideas relativas al juicio después de la muerte. Por una parte, es posible
imaginar que los muertos se hayan en la tumba durmiendo un sueño profundo, en
espera del toque de la trompeta que levantará a los muertos para ser juzgados por Dios. Por
otra parte, es posible imaginar también que inmediatamente después de la muerte
tiene lugar un juicio particular sobre cada hombre, por medio del cual recibe
un anticipo de las alegrías del paraíso o de los tormentos del infierno. (19)
La profecía
apocalíptica
Apogeo de la profecía
apocalíptica anterior al exilio babilónico.
Durante los
siglos VIII y VII a.C. los verdaderos
profetas aportaron un nuevo estilo a la teología y a la religión. Su figura fue
emergiendo en virtud del sentimiento que transmitían en su manera de ser y
actuar, de ser portadores del llamado de Dios, de su conciencia de contacto
permanente con la divinidad, de la misión social que se les había encomendado. En otras palabras, el
profeta autentico era el instrumento del que Dios se servía para enderezar el
curso de la historia, en su sentido siempre salvífico. El profeta será quien,
sobre todo en los tiempos difíciles, sepa captar los signos de los tiempos.
A esta época pertenece el profeta
Isaías, en el que comienzan hacer acto de presencia elementos que posteriormente
serian esenciales para la configuración del paradigma apocalíptico, expresados
en un lenguaje críptico y simbólico, al que no hay otro remedio que aplicar una
interpretación alegórica. (44)
En un análisis de sus
profecías, podemos destacar lo siguiente:
·
Comienza, en primer lugar, recordando que Yavé se está tardando en restaurar a
Jerusalén :
Sobre tus murallas, ¡oh Jerusalén! he puesto
centinelas que no se callarán ni de día ni de noche. Vosotros, los que hacéis
que se acuerde Yavé, no os deis descanso.
Y no les des tregua hasta que restablezca Jerusalén para gloria de la tierra (Is.
62,6-7),
pero reconoce que la
tardanza es por culpa de los pecadores:
Vuestras iniquidades cavaron un abismo entre vosotros y vuestro Dios,
vuestros pecados hacen que Él oculte su rostro para oíros; porque vuestras
manos están llenas de sangre (Is. 59, 2-3).
·
Anuncia a continuación el juicio final, que irá
acompañado de una serie de catástrofes cósmicas que aniquilaran al mundo:
Porque está irritado Yavé
contra todas las naciones, airado contra todo el ejercito de ellas. Las
destina al destierro, las entrega al matadero, y sus muertos quedarán abandonados (Is. 34,2),
Porque he aquí que llega Yavé en
fuego y en su carro un torbellino para tornar suira en incendio y sus amenazas
en llamas de fuego. Porque va a juzgar Yavé por el fuego y por la espada a toda
carne y caerán muchos a los golpes de Yavé. (Is. 66,15-16).
·
E inmediatamente después de las catástrofes, y
con anterioridad del juicio tendrá lugar la resurrección de los muertos:
Revivirán los muertos, resucitaran
sus cadáveres. Alzaos y cantad los que
yacéis en el polvo, pues tu rocío es rocío de luz, y renacerán las sombras del
seno de la tierra (is. 26,19).
·
Concluido el proceso de destrucción, el juicio
final y la resurrección de los muertos, el profeta anuncia que Yavé creará unos
cielos nuevos y una tierra nueva, es decir, una nueva creación que será
indestructible:
Porque voy a crear cielos nuevo y
una tierra, y ya no se recordará lo pasado, y ya no habrá de ello memoria. Sino
que se gozara en gozo y alegría eterna de lo que voy a crear yo, porque voy a
crear a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo (Is. 65,17-18).
·
Y como intermediario entre Dios y su pueblo,
garante y ejecutor de las obras de Yavé, el profeta anuncia la venida de un rey
mesiánico, descendiente de la casta de David, que garantizará la independencia
y la prosperidad del pueblo de Israel:
Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido
dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará
Maravilloso Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, para dilatar
el imperio y para una paz ilimitada sobre el trono de David y sobre su reino,
para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y la justicia desde ahora y para
siempre jamás (Is. 9,5-6).
Sin embargo, en otro
pasaje dice que:
… brotará una vara del tronco de Josué y
retoñará de sus raíces un vástago, sobre el que reposará el espíritu de Yavé,
espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu
de entendimiento y temor de Yavé (Is. 12,1-2).
Texto que por su contenido
anuncia el cambio hacia una nueva figura salvadora, no ya un rey terrenal
descendiente de la estirpe de David, sino un ser de carácter trascendente y
espiritual, cuyas funciones serían las de ejecutar el plan que Dios ha
concebido para su realización en el mundo. Este plan de Dios, concebido como la
sabiduría personificada de Dios, irá condensándose con el paso del tiempo,
hasta adquirir corporeización, como se verá en el análisis de los apocalipsis
de Daniel, Enoc y, sobre todo el Apocalipsis de Juan. (47)
El Apocalipsis de Juan
El libro nos dice que el
Apocalipsis de Juan significa la revelación de Jesucristo a sus siervos para instruirlos
sobre los acontecimientos que van a suceder pronto. El autor afirma que es la primera obra que con tal
denominación se nos ha transmitido en la literatura canónica, y que no puede
ser atribuida al autor del evangelio del mismo nombre. Asimismo dice que la
redacción y publicación de este libro pone de manifiesto hasta qué punto había
renacido la mentalidad apocalíptica en las comunidades de Asia Menor hacia
finales del siglo I d.C. por la amenaza de persecución que se cernía sobre los
cristianos. La finalidad del Apocalipsis en efecto, fue fortalecer el valor de
los cristianos en un momento de especial dificultad ante las persecuciones de
que eran objeto por parte del poder político romano.
En esta parte, el autor nos
sintetiza el Apocalipsis de Juan y nos dice que en él se escenifica una lucha cruel entre dos
bandos, abanderado, uno, por Dios y el poder del Cordero, que es Rey de Reyes y
Señor de Señores, y el otro, por el dragón y sus secuaces, la bestia, el falso
profeta y los reyes de la tierra aliados de la bestia. Pero que, sin embargo,
la victoria no puede ser dudosa, y a la victoria seguirán el juicio de Dios que
dará a cada uno según sus obras. Este es, en síntesis, el tema o argumento del
Apocalipsis.
Como síntesis de la obra, nos
dice el autor, podemos decir que Juan anuncia el juicio final de la humanidad,
precedido por tres secuencias: un tiempo de larga y dolorosas pruebas, tales
como cataclismos, catástrofes, terremotos etc.; un periodo de paz terrenal de
mil años de duración, durante el cual el demonio estará encadenado, y un tercer
periodo muy breve en el tiempo, pero terrible, durante el cual tendrá lugar el
combate final entre el bien y el mal, que precederá inmediatamente al fin de los
tiempo, el juicio final y la eternidad definitiva en la que los elegidos serán
agrupados en torno al Cordero, que representa a Jesús, mientras que los impíos
serán condenados al fuego eterno del infierno (105).
Bibliografía:
Lozano, Escribano y Anaya,
Aceves, Literatura Apocalíptica Cristiana
(hasta el año 1000) Ediciones
Polifemo, Madrid, 2002.
Sagrada Biblia, edición y traducción de Nácar-Colunga, B.A.C,
Madrid, 1960
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