Formas
artísticas de lo imaginario
Joaquín
Yarza Luaces
grandes medievalistas hispanos, presenta en este libro trabajos de iconografía medieval, donde la presencia de lo fantástico y lo imaginario se pone de manifiesto. Entre los temas de los artículos reunidos en este libro, están lo fantástico, el Diablo, la muerte, la imagen de la mujer, ilustraciones de Beatos, san Miguel y la balanza, etcétera.
Para esta presentación
me remitiré al tema de lo fantástico y al tema del diablo.
Reflexiones
sobre lo fantástico en el arte medieval español
Si se utilizan las
historias del Antiguo y del Nuevo Testamento, al intentar expresar en imágenes
el mundo de lo sagrado, su carácter “histórico” los dota de una cualidad de
crónica de la cual está excluido lo fantástico. Por otra parte, cuando se
pretende “materializar lo invisible y visualizar lo numinoso”[4] es
mucho más difícil denominar o no como parte de lo imaginario a una obra.
Entre la imagen de
Cristo y los evangelistas, tal y como se representan en el ábside central de la
iglesia pirenaica de San Clemente de Taüll (arriba derecha) y en la portada del
Sarmental de la catedral de Burgos (arriba izquierda), el autor estima que la
primera es una obra fantástica y la segunda no. “El cristianismo habló de una
realidad fenoménica engañosa y de otra, velada a los hombres, que es la
auténtica”[5]; y
se puede hablar de un “arte fantástico religioso, expresión de lo numinoso”[6]
cuando el artista para recrear esa otra realidad, verdadera, buscaba el
lenguaje más alejado de la realidad, así en San Clemente de Taüll. Por el
contrario, cuando lo que se busca es acercar lo sagrado al hombre, cuando se
enfatiza la humanidad del ser divino, “el sistema representativo está más cerca
del ambiente en que el hombre se desenvuelve”[7],
así en la catedral de Burgos.
Lo fantástico se halla
en diversos ámbitos, como en la arquitectura –siendo la primera obra fantástica
la catedral gótica del siglo XIII, asimismo el castillo-palacio tardomedieval–;
la literatura –en la descripción de las obras arquitectónicas, por ejemplo–; en
la arquitectura imaginada, como es el caso de dibujos de un “soberbio y
complicado castillo”[12] en
un folio entero en el manuscrito Fortalitium
Fidei, de Alonso de Espina, ilustrado por García de San Esteban para el
obispo Montora en 1464: “Las torres desbordan de ángeles con todos los atributos
imaginables referentes a la pasión […] una enorme muchedumbre es dirigida por
el papa, reyes, obispos, etc. […] La puerta se abre y el ejército cristiano se
lanza contra los sarracenos”.
También hallamos lo
fantástico en las ilustraciones de libros, como las miniaturas, letras
iniciales, siendo temas constantes el dragón, vegetales, escudos, espectadores,
aves, escenas bíblicas, en ocasiones letras iniciales están formadas por
animales.
Los artistas medievales
se valieron de múltiples medios técnicos y los significados y usos de lo fantástico
también fueron múltiples, aunque la decisión de cuándo una obra debe ser
considerada como fantástico esté abierta a debate.
Del
ángel caído al diablo medieval
Se analiza la transformación del representante máximo
del mal en el mundo cristiano, el diablo, “desde los gesticulantes demonios
románicos del maestro Gislebertus en Autun, pasando por los filosóficos
contemplativos de Nuestra Señora de París, reinventados en su mayoría por
Viollet-le-Duc, y terminando en los seres monstruosos de cuerpo parcialmente
metálico de un Bartolomé Bermejo, toda la figuración religiosa medieval se hace
inquietante continuamente por la presencia de esa contrafigura de Dios, que es
el Diablo”[13].
El diablo está presente
en los textos cristianos desde la biblia, en los primero siglos del
cristianismo no parece darse de él en la mayoría de los casos más que
descripciones breves, lo cual es “explicable por su carácter inmaterial y porque no se vio
la necesidad de dar detalles más o menos anecdóticos”[14],
sectas antiguas sí dieron forma a seres superiores en sentido positivo y
negativo; gnosticismo y maniqueísmo, por ejemplo, influyeron en el cristianismo
y éste llegó a aceptar “un cierto dualismo que va a pervivir a lo largo de la
Edad Media, brotando de forma ostentosa en ocasiones (catarismo)”[15].
Los espíritus más
claros, como San Agustín, evitaban la anécdota porque creían que “en principio
los diablos eran de naturaleza aérea, mantenida después de la caída”[16], mientras
que por otro lado se iba desarrollando la literatura monástica, “el asceta,
verdadero héroe cristiano, mantenía una lucha constante con el demonio, su
enemigo, presente bajo las formas más insospechadas”[17], bajo
apariencias engañosas, imágenes grotescas, figuras animales, mujeres
atractivas, incluso ángeles de luz, siendo una de los más notables su aparición
bajo la figura de un pequeño niño negro.
En el altomedievo, “en
las artes plásticas la figura del demonio surge muy tempranamente, pero sin que
durante mucho tiempo […] llegara a alcanzar un cierto protagonismo ni se creara
una fórmula duradera y convincente”[18], ya durante los siglos IX y X “se desarrolla […] toda una rica iconografía que
puede tipificarse. Por un lado, el mantenimiento de la tradición antigua, con
un diablo que tiene aún mucho de ángel. Luego en relación posible con los
textos que hablan de seres negros, porque representan las tinieblas, y la
tradición del pequeño etíope, más los diablos burlones que se mofan de los
monjes del desierto, surge la imagen dinámica del diablo bizantino repetido en
Occidente y que muy posiblemente enlaza con el truculento monstruo románico”[19].
En el Comentario al Apocalipsis de Beato de
Liébana se “hace patente la metamorfosis del demonio en un ser monstruoso a
partir de una fecha no bien determinada pero que puede ser a mediados del siglo
X.
Para esta época, hay
además del Diablo los diablos, seres infernales, “demonios de menor importancia
en los que al color oscuro se une la buscada monstruosidad y el gesto animado
que va a caracterizar los tiempos posteriores románicos”[22].
En ocasiones, el Diablo
tiene doble cabeza, a veces con un nimbo de luz negra, con pies monstruosos,
alas negras, existen también diablos de varias cabezas.
El demonio, “como ser
de claras señales malignas, no se creó en el románico sino que ya entonces
tenía una larga historia, tanto en Oriente como en Occidente. Y […] fue en los
reinos cristianos españoles occidentales donde sufrió más transformaciones y
presentó un mayor número de caras diferentes”[23].
[1]
Yarza Luaces, Joaquín, Formas artísticas
de lo imaginario, Anthropos, Barcelona, 1987, p. 15.
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
[4] Ibidem.
[5] Idem, p. 16.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Idem, p. 18.
[9] Ibidem.
[10] Ibidem.
[11] Ibidem.
[12] Idem, p. 32.
[13] Idem, p. 47.
[14] Idem, p. 48.
[15] Idem, p. 49.
[16] Ibidem.
[17] Ibidem.
[18] Idem, p. 51.
[19] Idem, p. 53.
[20] Idem, p. 54.
[21] Idem, p. 56.
[22] Ibidem.
[23] Idem, p. 68.
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