La historia de estos
dos personajes del siglo XII, nos remonta tal vez al inicio de lo que hoy
conocemos como “novela romántica”; la tragedia que persigue a Abelardo sin duda puede ser equiparable a la
que Sófocles relata en su tragedia Edipo Rey. No empieza por terminar una
desdicha de Abelardo, cuando la envidia de algún colega filosofo o teólogo, lo está
asechando.
Abelardo nace en 1079, cerca de Nantes, en Bretaña,
Francia, de una familia noble recibe el nombre de Pedro.[1]
Abelardo es su sobrenombre cuyo significado aun se desconoce. Algunos
afirman, que el apodo le es dado por su madre aludiendo a su fascinante
inteligencia, Abelardo seria en este caso una deformación de la palabra
francesa (abeille: abeja). Otros
afirman que dada su torpeza para las matemáticas, un profesor suyo le decía una
oración en francés (habeo lardum: tengo
enjundia), que por aberración dio habe
lard, y luego Abelardo.
Destinado a una carrera militar, pero arrastrado por la
pasión del estudio, renuncia a su herencia y a sus derechos como primogénito
para cultivar todas las ciencias conocidas en su época. Fue discípulo y luego
rival de Guillermo de Champeaux y de Anselmo de Laon en filosofía y teología
respectivamente[2].
A una muy corta edad Abelardo abre su propia escuela y ejerce brillantemente en
varias ciudades.
Empecé
a recorrer las provincias, yendo donde quiera que oyera decir que se apreciaba ese arte, y discutiendo
siempre, como digno émulo de los peripatéticos.[3]
Abelardo se encuentra en el clímax de su gloria, y como
se lee en la Carta a un Amigo es sumamente
soberbio, y cree, y goza de una tremenda lujuria. Es aquí cuando conoce, seduce
y luego se enamora de su alumna Eloísa, sobrina del canónigo Fulbert en cuya casa había sido
recibido. La relación de éstos dura dos años, al cabo de los cuales el embarazo
de Eloísa hace evidente la relación.[4] El
tío de Eloísa, abarrotado de una fuerte cólera por la vergüenza que Abelardo
trajo a su familia, busca una venganza y da a Abelardo la pero de las
mutilaciones humanas “la castración”.
Para ocultar su vergüenza y acallar las habladurías,
Abelardo toma los hábitos y se retira a la abadía de San Dionisio, mientras
Eloísa sigue los pasos de su amado y se retira al monasterio de Argenteuil. Una
serie de persecuciones hacía Abelardo lo hacen cambiar constantemente de
residencia, San Bernardo logra su condena y la de su obra en el concilio de
Sens en el año de 1140. Posteriormente Pedro el Venerable abad de Cluny, lo
arropa en su abadía y obtiene para él un perdón por parte de la Santa Sede.
Como su salud empeora día tras día, es enviado al priorato de San Marcelo, pero
los esfuerzos son en vano y muere ahí en el año de 1142 a los sesenta y tres años.
Eloísa nace en Paris en 1101, es decir, veintidós años
después que su amado. Fulbert se preocupó particularmente por la educación
de su sobrina; la colocó en el monasterio de Argentiul, en cuya escuela la
joven cursó el programa habitual en ese tipo de instrucciones. Al completar el
ciclo de las artes liberales, sus ansias por perfeccionar su conocimiento
contribuyeron a que Fulbert no dudara en confiarle a su sobrina al más ilustre
de los maestros. Así es como Abelardo entra a la casa de Fulbert y a la vida de
Eloísa.[5]
Es aproximadamente doce años después de su conversión
que, siendo Abad de San Gilda Abelardo escribe para consolar a un “amigo real o
imaginario” o para sí mismo, la famosa historia
calamitatum, que los traductores titularon lettre a un ami (carta a un amigo)[6].
Es por casualidad que esta carta llega a manos de Eloísa que entonces era
abadesa de Paracleto (una congregación formada por Abelardo y de la cual era
guía espiritual). No sobra mencionar que durante muchos años “la carta” fue el
medio de comunicación por excelencia. En el siglo XII gozaba de un prestigio
indiscutible, la utilizaron los apóstoles y los padres de la Iglesia para
orientar a sus fieles y los filósofos
para expresar sus ideas.
Abelardo inicia La
carta a un amigo con estas palabras “abandoné definitivamente la corte de Marte
para refugiarme en el regazo de Minerva”[7] sustituye
las armas por la pluma, y como el mismo expresa se debe a que su padre tiene un
particular afecto por éstas, y le brinda a todos sus hijos una educación en letras.
La carta es en realidad una autobiografía, un relato en primera persona en el
cual encontramos muchas de las características de la narrativa moderna; una manera
en la cual Abelardo encuentra el desahogo de las penas que le invaden. En ella cuenta
cómo es que se hace de enemigos a causa de la soberbia y cómo a causa de la lujuria
es mutilado cruelmente. Resta decir que esta carta es sumamente
conmovedora y esto provoca en Eloísa una pronta respuesta, la cual desemboca en una
serie de cartas en las cuales se confrontaran primero los enamorados, para posteriormente
unirse en el clímax del amor y del consuelo mutuo que encuentran en Jesucristo.
La historia de estos dos enamorados termina en la tumba, cuando
Eloísa muere un mayo de 1163 veintidós años después de la muerte de Abelardo, los
mismos años que Abelardo le llevaba a su alumna. Por ultimo Eloísa pide a Pedro
el Venerable obtener una prebenda de alguna diócesis para su hijo y así asegurar
el futuro de su éste.
BIBLIOGRAFIA
Peyrelongue, Ana (introducción y traduccion), Cartas de Abelardo y Eloísa, Editorial UAM, México D.F. 1988
[1]
Peyrelongue, Ana (introduccion y traduccion), Cartas de Abelardo y Eloísa, Editorial UAM, México D.F. 1988
[2]
Cf. Ibíd. P. 8
[3]
Cf. Ibíd. P. 48.
[4]
Cf. Ibíd. P. 9
[5]
Cf. Ibíd. P. 11
[6]
Cf. Ibíd. P. 20
[7] Cf. Ibíd. P. 48
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