Mujeres del Siglo XII
Georges Duby
En éste libro, el autor nos
brinda los frutos de una investigación, que había sido, según él, azarosa,
larga y sin embargo incompleta, sobre la vida de algunas mujeres que se
destacaron en Francia, durante la época del feudalismo, en el siglo XII. Época
en la que a las mujeres se les llamaba “Damas” sólo por el hecho de estar
casadas con un “Señor”.
A partir de los pocos textos que quedan de esa
época, el autor trata de separar, en el
punto de partida de la investigación, los rasgos de algunas figuras de mujeres.
Mujeres sin ilusión, de las que poco se hablaba. Trata de mostrar reflejos de
testimonios escritos, sean o no verdaderos. Para él, el punto importante no es
ése, sino, la imagen que proporcionan de una mujer y, a través de esa imagen,
la de las demás mujeres en general, la imagen que el autor del texto se hacía
de ellas y que quiso entregar a quienes lo escucharon. En esos reflejos, la
realidad viva está inevitablemente deformada, por dos razones, una, porque los
escritos son en su totalidad oficiales, lanzados hacia un público, nunca
replegados hacia la intimidad, y la otra, porque están escritos por hombres.
De la primera mujer que nos habla
es de Leonor, heredera del Duque de Aquitania, esposa de Enrique II, madre de
Ricardo Corazón de León y de Juan sin Tierra, que murió el 31 de marzo de 1204
en Fontevraud, donde había terminado tomando el velo.
A los trece años,
aproximadamente, fue entregada a su primer marido, el Rey Luis VII de Francia,
él tenía dieciséis. “Ardía en un amor ardiente por la jovencita”, según narra,
medio siglo más tarde, Guillaume de Newburgh, uno de aquellos monjes de
Inglaterra que recomponían una serie de sucesos de tiempos pasados. Guillaume
añade: ”El deseo del joven capeto fue encerrado en una tupida red”, “nada
sorprendente, tan vivos eran los encantos de corporales con los que Leonor
estaba agraciada”.
Hacia 1190, en todas las cortes
Leonor era heroína de una leyenda escandalosa. Quién tuviera que hablar de ella
se sentía inclinado, naturalmente, a dotar de una excepcional capacidad de
embrujo a los atractivos que en el
pasado había empleado. Desde el romanticismo,
Leonor ha sido representada algunas veces como tierna víctima de la crueldad
fría de un primer esposo, insuficiente e ilimitado; de un segundo esposo,
brutal y voluble; otras como mujer libre, dueña de su cuerpo, que se enfrenta a
los sacerdotes y desprecia la moral de los mojigatos. Portaestandarte de una
cultura brillante, alegre e injustamente ahogada, la de Occitania, frente al
salvajismo gazmoño y la opresión del Norte.
La mayoría de los textos fueron escritos
por gentes de iglesia, monjes o canónigos, y todos representaban a Leonor bajo
una luz desfavorable. Y ello por cuatro razones. La primera, fundamental, es
que se rata de una mujer. Para esos hombres, la mujer es una criatura
esencialmente mala, por quien penetra el pecado en el mundo. Segunda razón: la Duquesa de Aquitania tenía
por abuelo al famoso Guillermo IX, este príncipe quien había excitado en su
tiempo la imaginación de los cronistas denunciando el poco caso que hacía de la
moral eclesiástica, la libertad de sus costumbres y su excesiva frivolidad. Por
último, y sobre todo había otros dos hechos que condenaban a Leonor. En dos
ocasiones, liberándose de la sumisión que las jerarquías instituidas por
la voluntad divina imponen a las
esposas, había cometido faltas graves. La primera vez, pidiendo y obteniendo el
divorcio, la segunda, sacudiendo la tutela de su marido y levantando contra él
a sus hijos (Duby 1995)
La segunda mujer de la que nos
habla el libro es María Magdalena, “aquella gloriosa María que (…) regó con sus
lágrimas los pies del Señor (…) y por eso le fueron perdonados todos sus
pecados, porque amó mucho a aquél que amó mucho a los hombres, Jesús, su
redentor”.
A mediados del siglo XII, se
escribió, para uso de los peregrinos de Santiago de Compostela, un librito
parecido a un folleto turístico en donde indican los santuarios que merecen una
parada, porque en ellos reposan otros santos tan poderosos o casi tan poderosos
como el apóstol Santiago. Lo atestiguam los milagros que se producen junto a su
sepultura. Entre estos curanderos y protectores, dos mujeres, Santa Foy y María
Magdalena. La primera está en Conques, La otra en Vézelay.
En el relato evangélico aparecen
muchas mujeres. Mencionada en dieciocho ocasiones, la Magdalena es, la mujer
más visible, aquella cuyas actitudes y sentimientos se describen con mayor
precisión, la que es más destacada que la otra María, la madre de Jesús.
Duby nos dice que en el Siglo
XII, María Magdalena está viva, presente. Tanto como Leonor. Y lo mismo que
sobre el cuerpo de ésta, sobre el cuerpo de María Magdalena se proyectan los
temores y los deseos de los hombres.
María Magdalena había alimentado
con sus dones a hombres que no poseían nada, Jesús y sus discípulos. Pródiga,
había gastado sin cuento, derrochando un preciosísimo perfume ante un Judas que
había protestado. Los herejes son Judas cuando condenan la opulencia de la
iglesia. Derramar nardo es construir, decorar, consagrarse a cubrir a la
cristiandad, con un vestido blanco de basílicas nuevas. Los monjes entonces se
sentían obligados, como habían hecho María y Martha en la casa de su hermano
Lázaro, a escoger a los “nobles y a los poderosos con la dignidad de la pompa
secular”. María Magdalena los justificaba-
Por último, al igual que se
esparcieron los efluvios del perfume, desde la mesa de la comida hasta llenar
por completo la morada de Simón, así debían extenderse en toda la iglesia,
desde el monasterio, las exigencias de sumisión, de servicio y de amor. Si los
monjes siguen el ejemplo de la amiga del Nazareno, a su vez darán ejemplo a los
clérigos, a los miembros d ela iglesia secular.
Bibliografía:
Duby, Georges, “Mujeres del Siglo XII”, Editorial
Andrés Bello, Buenos Aires, 1995
Hola, por favor cuentan con el pdf de este libro. Gracias
ResponderEliminarmartapglr@gmail.com