Tal vez se pueda
pensar, que los mitos de brujería que ocupaban el mundo occidental era un
pensamiento particular de la Edad Media y el obscurantismo. Pese a lo que se
piensa, los siglos XVI y XVII son considerados por algunos historiadores como
su época clásica. No sobra decir que ni siquiera la influencia de grandes
pensadores como Leonardo, Descartes, Galileo; pudieron opacar el pensamiento
del pueblo, puesto que la brujería es tan antigua como el arte y la
escritura.
El mensaje de Cristo, debía ser visto por todos los
fieles como un mensaje tal vez que no dejara cabida al “pensamiento libre,
libre de un dogma cristiano”. Por esta razón, tal vez, las autoridades
eclesiásticas tomaron la decisión de satanizar la llamada brujería que tenía
una relación directa con la herejía. El propio “demon” de Sócrates tornóse un
espíritu diabólico, y Sócrates un poseso. La pasionalidad, el miedo, el
resentimiento no solamente hicieron imposible cualquier discernimiento crítico,
sino que mancharon el rostro inocente de la vida y la naturaleza y no dejaron
nada intacto. Júpiter, padre de los hombres y de los dioses es transformado en
el jefe de las legiones diabólicas; Apolo, el numen de la luz y de la armonía,
en demonio doloso y embaucador; Venus, el símbolo del amor y la belleza, en
reina infernal[1];
y así la lista sigue desacreditando toda religión pagana que los cristianos
consideraban herejía. La victoria espiritual de Cristo no era Suficiente; era
necesario purificar con el fuego estas tierras inficionadas de miasmas
diabólicas, pues el fuego es un elemento catártico.[2]
Por esta razón se denota en el texto y
es importante resaltar la importancia de Satanás; Satanás y su relación con
Angra Manyu; las jerarquías diabólicas, la relación de Cristo y Satanás los
diferentes nombres que se le da al príncipe de las tinieblas y las sectas
satánicas.
La figura de Satanás se perfila, a lo largo de una
historia, de milenios, como una sombra al principio incierta e indefinible, a
la que civilizaciones y culturas aportan las características siempre más claras
de la personalidad[3].
La representación de Satanás la forman los teólogos cristianos aceptando las
expresiones artísticas de su tiempo, y al igual que algunos mitos que nacen hoy
en día; aceptan los temores y la teorías del pueblo, así en conjunto forman un
ideal de Satanás que representa todo lo desconocido, abominable y malo.
El problema del mal no es una dualidad propuesta por el
mundo cristiano, se remonta al origen mismo de la humanidad, es decir que el
señor del mal reina dese el inicio de los tiempos, según algunos. Dos doctrinas
surgen bien pronto, y a menudo dentro del propio ámbito especulativo,
dividiendo el campo de la metafísica demonológica: de un lado, el maligno es
concebido como un espíritu originariamente bueno, que después se ha rebelado
contra el príncipe del bien y de la luz; por el otro es concebido como
perversidad absoluta y primordial. Para ejemplificar: de un lado es Satanás, en
la tradición hebrea; por el otro Angra Manyu (Ariman) en el Avesta reciente[4].
Esto dos personajes toman características a la vez uno del otro; Angra Manyu
encuentra características más antropomórficas; y Satanás toma a su vez de este
una absolutez metafísica que le permite afirmarse más soberanamente señor.
Para los cristianos Satanás no es más que un absurdo imitador
de Cristo, un demonio (pero no cualquier demonio, es el príncipe de las
tinieblas) que representa los siete pecados capitales. Pero no es más que un
absurdo de Cristo, pues aunque tiene algunas similitudes, el poder de Cristo es
infinito; Satanás siempre está tramando nuevas mañas para demoler la obra del
hijo de Dios, frente a Cristo él es el destructor.
El
rito cristiano tiene su incienso fragante, símbolo de los dones del Espíritu
Santo: Satanás tiene el azufre hediondo que escuece los ojos y quita la
respiración. La iglesia de Cristo enciende sus cirios “ad signum laetitiae: la bruja lleva a su señor una candela verde,
cuya pequeña llama humeante acentúa la tristeza del rito. Los cristianos besan
el sacro rostro de Cristo y consagran con el beso de la paz su fraternidad
espiritual: los devotos de Satanás besan obscenamente las partes más
vergonzosas de su amo y se entregan a los más repugnantes acoplamientos.[5]
Los cristianos acosaban y acusaban
a las religiones paganas; y cualquier acto que ellos consideraran ilícito como
sectas diabólicas que ejercían la brujería. El gnosticismo y el marcionismo,
que no deben ser confundidos, difunden bien pronto algunos motivos
fundamentales que quedan incorporados al clima diabólico de la edad medieval y
renacentista. Pertenece al siglo IV Prisciliano que logra crear a su alrededor
un numeroso círculo de secuaces; sus doctrinas fueron condenadas en 561 por el
concilio de Braga.[6]
La acusación de magia negra y brujería se acompañan desde ahora constantemente
con la acusación de herejía y culto diabólico: los procesos promovidos en el
siglo XIV contra los begardos, los fraticelli, los lollardos, los flagelantes,
de modo particular el promovido por Felipe El Hermoso contra los templarios denotan
el mismo sistema de acusación[7].
Los gnósticos han transmitido sus invenciones y técnicas,
y la brujería es su heredera. Ella es el compendio de toda la historia
diabólica; en ella se perfeccionan anqué no ha conciencia, todos los errores y
las perfidias que las innúmeras sectas satánicas han perpetrado. Si el mal ha
asumido en Satanás consistencia metafísica, en la brujas se da lo mismo en el terreno
humano.
BIBLIOGRAFIA
Faggin,
Giuseppe. Las Brujas, Editorial Sur, Argentina, 1959.
[1]
Cf. Faggin, Giuseppe. 1959, Las Brujas, Argentina,
Editorial Sur.
[2]
Cf. Ibíd. P. 23
[3]
Cf. Ibíd. P. 12
[4]
Cf. Ibíd. P. 13
[5]
Ibíd. P. 25
[6]
Cf. Ibíd. P. 33
[7]
Cf. Ibíd. P. 33
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