miércoles, 13 de junio de 2012

Las brujas como signos del mal


Tal vez se pueda pensar, que los mitos de brujería que ocupaban el mundo occidental era un pensamiento particular de la Edad Media y el obscurantismo. Pese a lo que se piensa, los siglos XVI y XVII son considerados por algunos historiadores como su época clásica. No sobra decir que ni siquiera la influencia de grandes pensadores como Leonardo, Descartes, Galileo; pudieron opacar el pensamiento del pueblo, puesto que la brujería es tan antigua como el arte y la escritura. 
            El mensaje de Cristo, debía ser visto por todos los fieles como un mensaje tal vez que no dejara cabida al “pensamiento libre, libre de un dogma cristiano”. Por esta razón, tal vez, las autoridades eclesiásticas tomaron la decisión de satanizar la llamada brujería que tenía una relación directa con la herejía. El propio “demon” de Sócrates tornóse un espíritu diabólico, y Sócrates un poseso. La pasionalidad, el miedo, el resentimiento no solamente hicieron imposible cualquier discernimiento crítico, sino que mancharon el rostro inocente de la vida y la naturaleza y no dejaron nada intacto. Júpiter, padre de los hombres y de los dioses es transformado en el jefe de las legiones diabólicas; Apolo, el numen de la luz y de la armonía, en demonio doloso y embaucador; Venus, el símbolo del amor y la belleza, en reina infernal[1]; y así la lista sigue desacreditando toda religión pagana que los cristianos consideraban herejía. La victoria espiritual de Cristo no era Suficiente; era necesario purificar con el fuego estas tierras inficionadas de miasmas diabólicas, pues el fuego es un elemento catártico.[2] Por esta razón se denota en el texto  y es importante resaltar la importancia de Satanás; Satanás y su relación con Angra Manyu; las jerarquías diabólicas, la relación de Cristo y Satanás los diferentes nombres que se le da al príncipe de las tinieblas y las sectas satánicas.
            La figura de Satanás se perfila, a lo largo de una historia, de milenios, como una sombra al principio incierta e indefinible, a la que civilizaciones y culturas aportan las características siempre más claras de la personalidad[3]. La representación de Satanás la forman los teólogos cristianos aceptando las expresiones artísticas de su tiempo, y al igual que algunos mitos que nacen hoy en día; aceptan los temores y la teorías del pueblo, así en conjunto forman un ideal de Satanás que representa todo lo desconocido, abominable y malo.
            El problema del mal no es una dualidad propuesta por el mundo cristiano, se remonta al origen mismo de la humanidad, es decir que el señor del mal reina dese el inicio de los tiempos, según algunos. Dos doctrinas surgen bien pronto, y a menudo dentro del propio ámbito especulativo, dividiendo el campo de la metafísica demonológica: de un lado, el maligno es concebido como un espíritu originariamente bueno, que después se ha rebelado contra el príncipe del bien y de la luz; por el otro es concebido como perversidad absoluta y primordial. Para ejemplificar: de un lado es Satanás, en la tradición hebrea; por el otro Angra Manyu (Ariman) en el Avesta reciente[4]. Esto dos personajes toman características a la vez uno del otro; Angra Manyu encuentra características más antropomórficas; y Satanás toma a su vez de este una absolutez metafísica que le permite afirmarse más soberanamente señor.
            Para los cristianos Satanás no es más que un absurdo imitador de Cristo, un demonio (pero no cualquier demonio, es el príncipe de las tinieblas) que representa los siete pecados capitales. Pero no es más que un absurdo de Cristo, pues aunque tiene algunas similitudes, el poder de Cristo es infinito; Satanás siempre está tramando nuevas mañas para demoler la obra del hijo de Dios, frente a Cristo él es el destructor.
El rito cristiano tiene su incienso fragante, símbolo de los dones del Espíritu Santo: Satanás tiene el azufre hediondo que escuece los ojos y quita la respiración. La iglesia de Cristo enciende sus cirios “ad signum laetitiae: la bruja lleva a su señor una candela verde, cuya pequeña llama humeante acentúa la tristeza del rito. Los cristianos besan el sacro rostro de Cristo y consagran con el beso de la paz su fraternidad espiritual: los devotos de Satanás besan obscenamente las partes más vergonzosas de su amo y se entregan a los más repugnantes acoplamientos.[5]  
                Los cristianos acosaban y acusaban a las religiones paganas; y cualquier acto que ellos consideraran ilícito como sectas diabólicas que ejercían la brujería. El gnosticismo y el marcionismo, que no deben ser confundidos, difunden bien pronto algunos motivos fundamentales que quedan incorporados al clima diabólico de la edad medieval y renacentista. Pertenece al siglo IV Prisciliano que logra crear a su alrededor un numeroso círculo de secuaces; sus doctrinas fueron condenadas en 561 por el concilio de Braga.[6] La acusación de magia negra y brujería se acompañan desde ahora constantemente con la acusación de herejía y culto diabólico: los procesos promovidos en el siglo XIV contra los begardos, los fraticelli, los lollardos, los flagelantes, de modo particular el promovido por Felipe El Hermoso contra los templarios denotan el mismo sistema de acusación[7].      
            Los gnósticos han transmitido sus invenciones y técnicas, y la brujería es su heredera. Ella es el compendio de toda la historia diabólica; en ella se perfeccionan anqué no ha conciencia, todos los errores y las perfidias que las innúmeras sectas satánicas han perpetrado. Si el mal ha asumido en Satanás consistencia metafísica, en la brujas se da lo mismo en el terreno humano.           


BIBLIOGRAFIA

         Faggin, Giuseppe. Las Brujas, Editorial Sur, Argentina, 1959.



[1] Cf. Faggin, Giuseppe. 1959, Las Brujas, Argentina, Editorial Sur.
[2] Cf. Ibíd. P. 23
[3] Cf. Ibíd. P. 12
[4] Cf. Ibíd. P. 13
[5] Ibíd. P. 25
[6] Cf. Ibíd. P. 33
[7] Cf. Ibíd. P. 33





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