La investigación del sacrificio en
diferentes cultos del Oriente, Grecia, Roma, así como los misterios del
paganismo grecorromano y en el culto cristiano, constituyen un elemento
esencial para entender la evolución de los cultos[1].
No obstante, el sacrificio ha sido algo muy distinto a reconocer la autoridad
de los dioses, de conciliarse con ellos o de apaciguar su descontento. El propósito
del sacrificio es cooperar en la acción de esas potencias. Se consideraba que
tales ritos regían el curso de la naturaleza, la multiplicación del ganado y del
hombre, al tiempo que reprimen los agentes de las tinieblas, la enfermedad, la
esterilidad, o la muerte[2].
Por tal motivo, las antiguas fiestas en Atenas o Roma se relacionaron con el curso
de la naturaleza y las estaciones del año, el bien de las cosechas, los
ganados, la prosperidad de la ciudad, por ejemplo la ceremonia romana de
Fordicidia, a principios de la primavera en que se inmolaban vacas preñadas en
honor de Tellus y Ceres. La inmolación era un medio para secundar su trabajo de
parir y las cenizas de los neonatos eran un ingrediente poderoso para liberar al
hombre de influencia perniciosa. Tellus representa la tierra fecunda que recibe
semillas para hacerlas crecer. Las participaciones místicas se fundaron en una
economía de los sacrificios en los cultos primitivos[3].
En las religiones
evolucionadas, esta economía se convierte en los pueblos que se elevan a un mayor
grado de civilización, la conciencia humana concibe con mayor claridad la
personalidad de los dioses, quienes ahora son los amos, los protectores de
ciudades y familias. El culto que se les rinde es el que conviene para
asegurar su benevolencia. Los viejos ritos se cumplen ahora en su honor, ya no
se cree que la evisceración de la vaca haga parir la Tierra, sino que se cree
que Tellus y los dioses consideran agradable. El sacrificio es un don, un rito,
una señal de adoración, por lo que se multiplica, es decir, ahora el sacrificio
pertenece a la religión.
La
vida común cambia, la aldea se convirtió en ciudad, y el rito ya no es
considerado aquel que provee sólo el buen rendimiento de la tierra y los
ganados, sino que, antes que nada, concierne al interés común de la ciudad, del
reino, del imperio. El culto satisface un interés social mucho más extendido que
en los tiempos primitivos, para asegurar el buen régimen y la prosperidad de la
ciudad; buscando poco o nada la perfección espiritual y moral de las personas.
Esto es lo que sucedió a los cultos helénicos y a la antigua religión romana,
que se mostraron incapaces de satisfacer a sus propios fieles y éstos se
dirigieron hacia los cultos de misterios y hacia el cristianismo, que les
ofrecían lo que las viejas religiones nacionales no habían podido darles. De
esta forma, tanto los misterios paganos como el cristianismo nacieron de los
cultos nacionales, se desnacionalizaron para universalizarse e individualizarse
y reclutar adeptos[4].
Por otra parte, los
misterios dionisíacos y los misterios órficos, cuyos orígenes se ubican en Tracia,
aparecen como cofradías religiosas que se multiplican; los misterios eleusinos,
viejo culto local, tuvieron como centro de iniciación el mismo donde se
constituyeron. La clientela de dichos misterios procedió del mundo helénico y posteriormente
del Imperio Romano. El culto a Cibeles y Atis fue transportado a Roma desde el
siglo III a. de C., pero sus misterios, en tiempos del Imperio, eran una
religión abierta a todos los que iban a pedir iniciación. Sucedía lo mismo en
los misterios de Isis, surgidos de la antigua religión de Egipto y con los de
Mitra, provenientes de Persia, Babilonia y Asia Menor. Lo que caracterizó a estas religiones es que
pretendieron dar una garantía segura de inmortalidad bienaventurada a sus iniciados,
como por un privilegio especial, una gracia.
Los cultos de Grecia
y Roma, Babilonia y Asiria, incluso los judíos, no tenían nada parecido. Tenían
culto a sus muertos, la idea de una existencia ulterior a esta vida, existencia
vaga, triste. Se temía a los muertos más queridos que a los propios enemigos
vivos. Los ritos de la sepultura se inspiraron, en principio, mucho menos en la
piedad hacia los difuntos que en el cuidado de tenerlos en paz, a distancia de
los vivientes. En tiempos de Cristo, la fe en la resurrección de los muertos gana
terreno y la idea de inmortalidad del alma se había manifestado. Los misterios
paganos, y el cristianismo con ellos, prometían la inmortalidad de los dioses,
para asegurar la vida futura de los adeptos; por ello gozaron de favor en el
Imperio Romano. Sólo que los misterios paganos no eran de modo alguno
exclusivos; el liberalismo les permitía vivir en paz unos con otros y con los
antiguos cultos, no obstante representó para sus asociaciones motivo de
inferioridad ante un cristianismo que se les enfrentaba como el único poseedor
de la promesa de vida eterna. El cristianismo terminó por imponerse como único
y verdadero misterio de salvación, pues de Cristo recibió el motivo de
inmortalidad. Al igual que el cristiano está seguro de resucitar, los misterios
paganos mantuvieron en una relación estrecha con las divinidades de los
misterios, de tal manera que los iniciados obtuvieron la garantía de una vida
feliz en el mundo eterno.
En general las
divinidades de los misterios son mediadoras, y sus funciones originales las
preparaban para su papel de salvación, Dionisos fue devorado los Titanes para
renacer inmortal; Core descendió al inframundo y volvió junto a Deméter, ella
conoce los caminos de la muerte y la inmortalidad; Atis murió y resucitó;
Osiris fue muerto por Seth y luego Isis lo resucitó; en el comienzo de las
cosas; Mitra pasa por haber cumplido el sacrificio del cual surgió la creación
de los seres animados; es un dios que crea, que vivifica, que resucita; en el
sistema cristiano, el Dios único no salva a los hombres por medio de una acción
personal sino por su hijo Jesucristo.
Los ritos de los
misterios conformaron un sistema de culto cerrado al común de los mortales; mientras
que en la religión se nace, en el misterio se entra libremente y por elección
y, a su vez, por una especie de vocación especial, por un llamado y una gracia
del dios. La certeza de la salvación se obtiene sólo en el misterio, mediante
la iniciación y dicha salvación no se otorga sin haberse sometido a una
disciplina para alcanzar la salvación. La inmortalidad feliz se debe a que se es
elegido por la divinidad, y de ella recibe la garantía en las ceremonias
secretas de iniciación.
Los ritos no son
esencialmente distintos en las religiones nacionales y en los cultos públicos,
son ritos de purificación, fórmulas consagradas y eficaces, sacrificios y
banquetes religiosos coordinados con esos sacrificios. Los ritos de iniciación
reproducen un drama místico, en el misterio de Dionisos el rito esencial es el
desmembramiento de una víctima viviente, encarnación del dios, cuyos iniciados,
poseídos por el entusiasmo delirante, comen carne cruda y palpitante: así lo
hicieron los Titanes con el niño divino Zagreo que había resucitado en
Dionisos.; el dios moría místicamente en la víctima para revivir en el
oficiante y hacerlo partícipe de su inmortalidad. En Eleusis el oficiante
participaba del terror de Core, raptada por el rey de los infiernos, de la
angustia de Deméter, de su alegría cuando ésta le es devuelta. Los ritos
conmemoraban y recomenzaban los sufrimientos y alegrías, la pasión y el triunfo
de las diosas que otorgaban la inmortalidad. La iniciación se desarrollaba a lo
largo de varias etapas, distinguiéndose los pequeños misterios, los ritos de los
grandes misterios y la experiencia final, cuyos verdaderos secretos, de estos
dos últimos, jamás fueron divulgados[5].
El culto de Cibeles y Atis ilustra el misterio de la vegetación; la
sangre y los órganos sexuales ofrecidos a Cibeles aseguraban la fertilidad de
la Tierra Madre. Pero, con el paso del tiempo, este culto fue revestido de
nuevas significaciones religiosas; sus ritos cruentos se convirtieron en medios
de redención[6]. En los misterios de
Isis los ritos se refieren a la muerte, sepultura y resurrección de Osiris, y
de ella participan los iniciados. Tampoco es dudoso que en los ritos de Mitra
fueran comprendidos como representación de los mitos del dios. En cuanto al
cristianismo, las Epístolas de Pablo nos dicen que el cristiano es sepultado
mediante el bautismo con Cristo en la muerte, para resucitar con él en la
gloria, y que en la cena eucarística que representa la muerte del Crucificado,
se comulga con el Cristo muerto y siempre viviente.
Hay en los cultos un
mito y un rito de salvación ligados estrechamente, siendo el rito como una
continuación de un hecho divino inicial, expresado por el mito, y el medio de
perpetuar su eficacia bienhechora. Los espectadores del rito no son sólo eso,
sino actores en el drama místico que se renueva en su beneficio, entran en
una ceremonia de muerte y resurrección. Adquieren la inmortalidad junto a su dios,
de manera que el iniciado penetra en el mundo divino. En estas economías de
salvación, los ritos precedieron a los mitos.
Independientemente de
las dificultades particulares que pueda presentar la historia de cada uno de
esos cultos, se plantea un problema fundamental para todos, el de saber cómo de
los cultos nacionales han podido surgir religiones tan diferentes. Nos es fácil
medir y comprender que si los misterios proceden de las viejas religiones
nacionales, ello no ocurre de la misma manera por una evolución regular y por
un progreso de éstas, o como una última etapa de la historia. El objeto de los
cultos y los ritos está completamente cambiado; su eficacia no tiene el mismo
carácter ni la misma orientación. Las religiones nacionales persiguen intereses
colectivos, y no aspiran, desde el punto de vista moral, más que a un cierto
orden exterior de la ciudad, los cultos de los misterios conciernen al bien
espiritual de los individuos, a su inmortalidad personal.
Se produjo una
evolución considerable cuyo único beneficiario fue finalmente el cristianismo.
No obstante, ni los cultos de misterio ni el cristianismo son consecuencia
directa de las religiones nacionales de las cuales salieron. Parece que las
fuentes de que disponemos permiten discernir cómo los cultos de misterios se
relacionan con el fondo más antiguo de las religiones nacionales; por qué la fe
en la inmortalidad se desarrolló dentro de los cultos de los dioses de los que
se decía que habían muerto y resucitado.
BIBLIOGRAFIA
Eliade, Mircea, “Los
misterios de Eleusis”, en Historia de las
ideas y las creencias religiosas Vol. I. De
la edad de piedra a los misterios de Eleusis [Trad. Jesús
Valiente Malla], Paidós, Barcelona, 1999, pp. 663.
Eliade, Mircea, “Attis
y Cibeles”, en Historia de las ideas y
las creencias religiosas Vol. II. De Gautama Buda al triunfo del Cristianismo
[Trad. Jesús Valiente Malla], Paidós, Barcelona, 1999, pp. 678.
Loisy, Alfred, Los
misterios paganos y el misterio cristiano. [Trad. Ana P. de Goldar], Paidós,
Barcelona, 1990, pp. 252.
[1] Loisy, Alfred, Los misterios paganos y el misterio cristiano. [Trad. Ana P. de
Goldar], Paidós, Barcelona, 1990, p. 13.
[2] Ibid.
p. 14.
[3] Ibid.
p. 15.
[4] Ibid.
p. 16.
[5] Eliade, Mircea, “Los misterios de Eleusis”, en
Historia de las ideas y las creencias
religiosas Vol I. De la edad de piedra a los misterios de Eleusis [Trad. Jesús Valiente Malla], Paidós,
Barcelona, 1999, p. 378.
[6] Eliade, Mircea, “Attis y Cibeles”, en Historia de las ideas y las creencias
religiosas Vol II. De Gautama Buda al triunfo del Cristianismo [Trad. Jesús
Valiente Malla], Paidós, Barcelona, 1999, p. 338.
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