sábado, 7 de mayo de 2011

San Buenaventura, una aproximación

San Buenaventura, Juan de Fidanza, nació en Bagnorea en la Toscana Italia en el año de 1221. Se dice que cuando era niño fue curado de una enfermedad cuando su madre pidió por él a san Francisco de Asís, de esta forma Buenaventura era un miembro de la tradición franciscana. Más tarde se fue a Francia para realizar sus estudios de universidad y fue maestro en 1248, sobre el evangelio de san Lucas en Paris. Buenaventura siendo maestro del evangelio, y habiendo concluido sus estudios, no pudo dejar pasar por desapercibido la metafísica aristotélica, que más tarde adoptaría algunas posturas de esta filosofía. Buenaventura tomo “una actitud que no fue simplemente el fruto de la ignorancia, sino que procedió de reflexión y convicción razonadas”[1]. Buenaventura era fiel al espíritu franciscano porque, éste consideraba la unión con Dios como el fin más importante de la vida, sin embargo, Buenaventura creía, que la unión con Dios es difícil si no se conoce bien a Dios, “ o al menos, que tal conocimiento, lejos de construir un impedimento para la unión con Dios debía predisponer al alma a una unión más estrecha”[2] de hecho Buenaventura estudiaba las escrituras y la Teología, que por cierto la primera descripción de esta ciencia definida por Aristóteles era, la ciencia absolutamente primera. De este laso que tenia con las Escrituras y la Teología Buenaventura recomendaba leer la Teología, como conocimiento de Dios, y no como la metafísica de Aristóteles, en la cual no se practicaba la divinidad. Según Buenaventura, Cristo es el medio o el centro de todas las ciencias y por lo tanto le era incorrecto estar de acuerdo con la metafísica de Aristóteles en donde ni siquiera se conocía a Cristo.

Uno de los personajes con los que Buenaventura compartía creencias franciscanas era san Agustín, compartían mutuos pensamientos y los dirigían con la relación del alma con Dios. San Agustín estudiaba al hombre que ésta en relación con Dios, este era para él es, el hombre real y concreto de la historia, del hombre sobre natural, pero se olvido del otro hombre, es decir, de aquel que no estaba en relación con Dios, del hombre natural. Se consideraba que esta concentración de san Agustín en el estudio del hombre sobrenatural, no representa una definición entre hacer filosofía y Teología, a pesar de que por un lado distinguiera lo divino con la razón y la fe. Buenaventura consideraba la Filosofía como una ciencia que podía encontrar la verdad, “pero mantiene que el hombre que se satisface con la filosofía, es un mero filosofo, y cae necesariamente en un error”[3] tanto él, como santo Tomas, rechazaban la Filosofía pagana, es decir no compartían acuerdos con el cristianismo, porque algunos filósofos no reconocían que para poder alcanzar la verdad, filosofan mediante la luz de la fe.

San Buenaventura.- II Existencia de Dios capítulo XXVI

En el capítulo anterior vimos que Buenaventura y san Agustín tenían él mismo interés en la relación del alma con Dios, pues “ese interés consistía en el modo de tratar las pruebas de la existencia de Dios: el santo se preocupaba principalmente por presentar las pruebas como etapas en el ascenso del alma hacia Dios, o, más bien, por tratarlas en formación del ascenso del alma de Dios”[4] este Dios del que habla Buenaventura (claro está que es un Dios al que se le adora y reza) al Dios de misericordia y cristiano.

Buenaventura prueba la existencia de Dios partiendo del mundo sensible, de un mundo donde los seres son finitos, e imperfectos, pero aun con estos argumentos parecen insuficientes para probar la existencia de Dios, es decir Buenaventura no desarrolla sus argumentos sistemáticamente elaborados y las razones no son suficientes, pero aun así Buenaventura confía en la convicción de que la existencia de Dios es por medio del alma y la reflexión en ella, piensa que si existe lo finito, existe lo infinito y si existe lo imperfecto existe lo perfecto. Para Buenaventura la “idea de imperfección presupone la idea de perfección […] sirve simplemente para recordar al alma o llevar a esta a una más clara conciencia de lo que en cierto sentido le es ya evidente y conocido”[5].

Una forma más de explicar la existencia de Dios es, la existencia de las criaturas como la causa a través del efecto, es decir, si existe un ser producido por algo, debe de haber un ser primero, y así habría una causa y un efecto, esto lo compara Buenaventura con el motor inmóvil “como prueba el filósofo, el movimiento tiene como su principio un ser inmóvil, y existe por razón del ser inmóvil, que es su causa final”[6]. Este argumento es muy parecido a los argumentos aristotélicos y hasta platónicos, ya que también consideraba el mundo sensible, éste como el lugar de donde se puede conocer, el conocimiento sensible y el conocimiento obtenido a través de los sentidos.

Copleston plantea que se puede entender más fácilmente la teoría sobre la existencia de Dios si ocupamos ejemplos del mismo Buenaventura, por ejemplo, “que todos los seres humanos tienen el deseo natural de felicidad (appetitus beatitudinis). Pero la felicidad consiste en la posesión del Bien supremo, que es Dios”[7] de esta forma Buenaventura dice que de esta forma el conocimiento de Dios esta naturalmente en nosotros. Buenaventura argumenta que de esta manera existe un conocimiento innato de lo perfecto, del Bien supremo. Si existe lo perfecto existe lo imperfecto y Dios solo puede ser lo perfecto. “El hombre que dice que no hay verdad alguna, se contradice así mismo, puesto que afirma como verdadero que no hay verdad alguna, dice que la luz del alma es la verdad”. Así pues, para Buenaventura, negar la existencia de Dios es contradecirse, y que es por el que existen las verdades necesarias, porque el intelecto no puede aprehender con certeza la verdad sino es guiada por medio de una verdad.

Oscar Barragán Solís



[1] Copleston, Frederick, Historia de la filosofía 2: medieval philosophy de san Agustín a Escoto, Editorial Ariel, S. A, Barcelona, 2000. P. 242.

[2] Ibid, p. 244.

[3] Ibid, p. 247.

[4] Ibid, p. 251.

[5] Ibid, p. 252.

[6] Ibid, p. 253.

[7] Ibid, p. 255

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